Partida Rol por web

El bufón encontró sin dificultad los aposentos del Rey Uthor, debido a las frecuentes visitas que allí hacía. No obstante, los guardias de la puerta todavía no lo dejaron pasar, no al menos hasta tener alguns señal de que su señor ya se encontraba despierto.

-Que pase- El rey se encontraba mirando por una ventana en pijama. Pensando en sus cosas.

Al oír la voz del Rey, Enzo abrió la puerta para entrar en sus aposentos, saludando a los guardias mientras atravesaba la puerta. Tras cerrarla, se acercó al monarca.

 -Buenos días Uthor. Espero que hayas podido dormir bien, porque hoy me temo que va a ser un día movidito. ¿Ha venido la Princesa a hablar contigo?

Saluda con la cabeza a Enzo y suspirando coge un vaso de agua y se lo bebe.

- Pues no, no ha venido, ¿por qué debería venir?- para nada bueno seguro- Llevo sin dormir bien una jodida semana con todo esta pantomima, y encima, me han venido con cosas que me han dejado pensando la mitad de la noche- refunfuña un poco más de forma ininteligible.
 

 -No por nada grave, por eso no te preocupes. Ayer estuve paseando con ella, el Príncipe y una de las invitadas, Lady Katherine. Uno de los temas de conversación fue el refrigerio en los jardines que tienes planeado para hoy y a la Princesa se le ocurrió organizar un pequeño baile en el jardín. Nada ostentoso, sólo delimitar una zona para que puedan bailar unas cuantas parejas y con los músicos habituales del castillo tendremos algo resultón a la par que sencillo. Muy acorde con los jardines, si me preguntas.

En cuanto a lo de las dificultades para dormir del Rey, el bufón no traía nada que pudiera ayudarle para eso. Más bien todo lo contrario.

 -Ahora, las malas noticias. Durante el paseo de ayer acabamos divididos por un rato. El Príncipe se fue con Lady Katherine y yo me quedé con la Princesa. Y menos mal que lo hice, porque al rato se nos presentó el mayor cretino que he visto en mi vida, Uthor. Nada más aparecer, empezó a lisonjear a tu hija de manera directa, desmedida y vulgar. Y cuando le contesté con una burla para que cerrara la boca, se ofendió tanto que empezó a clamar al cielo para que me decapitaran. Pero eso no es lo mejor, durante el transcurso de la discusión ese idiota ignoró deliberadamente las órdenes de la Princesa, portándose como si él fuera una especie de emperador divino o algo así. Cuando se le pidió que se presentara, estuvo dando largas hasta que finalmente Kurr, que apareció en los jardines justo a tiempo para echarnos una mano, le “animó” a que hablara. Se presentó como Javier de Castilla, un noble sin importancia. Lo cual me hace gracia, porque si es realmente un noble sin importancia, ¿qué demonios hacía tratando a la princesa de esa manera? La Princesa estaba que echaba chispas, así que decidió dejar al noble en manos de Kurr y me pidió que siguiera paseando con ella para distraerla de tan desagradable incidente. El joven en cuestión es el típico doncel atractivo, pelo oscuro, rizado, bien vestido, ojos azules… Te lo puedo señalar si aparece por los jardines.

El bufón se tomó una pausa para evitar sobresaturar al Rey con información.

 -Sé que lo último que necesitas ahora son más preocupaciones, pero ese muchacho me da muy mala espina. Insistía mucho en que iba a desposar a tu hija a pesar de que la Princesa expresó su desagrado hacia él en voz alta. Temo que no sea un pretendiente normal, sino un criminal que quiere ganar poder suplantando a un noble para convertirse en Rey consorte tras casarse con la Princesa. Claro que esto último son sólo ideas mías, tal vez sea sólo un cretino de baja estofa que jamás ha estado en una corte real. En cualquier caso, yo no seré el que le quite el ojo de encima si está cerca de su Alteza.

Anne despierta tras un sueño agitado por sus propios temores, ante la presencia de Ibb. Se incorpora en la cama, sin destaparse.

- Ibb, cielo; buenos días - dice, dedicándole una cálida sonrisa a la joven -Desayunaré aquí, y quiero que me acompañes. Ahora mismo, no quisiera estar sola: y quería preguntarte algo.

Acaricia con ternura la mano de Ibb, sin dejar de mirarla.

Me dejo hacer por las suaves manos de la reina, mientras le dedico una tímida sonrisa.

-Claro, majestad, soy toda oídos -comento con dulzura.

La Reina aparta un mechón de cabello del rostro de Ibb, y, sin dejar de sonreír y mirar a los ojos de la chica, continúa.

- Bien, niña, dime, antes de nada: ¿qué te traes con el viejo maestre?

La Reina parece preocupada.

- Las intrigas de la Corte pueden ser muy peligrosas para una criatura tan dulce como tú - prosigue, mientras su mano desciende en una caricia que envuelve el rostro de Ibb hasta su mentón - y no quisiera que nadie tratara de utilizarte en los juegos del poder.

Se queda expectante, aguardando la respuesta de la joven.

Me sonrojo violentamente ante las palabras de la Reina. Rayos, con todo el trajín de ayer, había olvidado nuestro malentendido, y ese mal rato que...

-Majestad, me temo que hubo... cierta confusión -me apresuro a justificarme. ¿Qué le habrá contado, durante su partida de ajedrez?- Como no sabía dónde iba a tener lugar vuestra reunión, quise adelantarme a vuestras necesidades, y me ofrecí para limpiar las alcobas del maestre. Él... comprendió otra cosa.

Siento tanta vergüenza que podría morirme ahora mismo. Tener que contarle esto a la mismísima reina. Claro, ¿por qué iba a creerme a mí? Es mi palabra contra la suya. La palabra de una niña contra la de un viejo consejero. Dios, qué va a pensar de mí. Agacho la mirada, humillada, con los ojos brillantes y las mejillas arreboladas.

-No fue mi intención, lo juro. Yo sólo pensaba en vuestra comodidad...

- ¡Pequeña!

Anne abraza a la sirvienta, acariciando sus cabellos.

Cuando habla, lo hace pegada a su oído, casi en un susurro; e Ibb puede sentir el calor de la boca de la Reina cerca de su cuello.

- ¡Siempre tan servicial! - dice la Reina casi en un suspiro -
Y ese viejo rijoso ha querido aprovecharse de tu inocencia. Cariño: así son los hombres, ya lo ves; incluso aquellos bendecidos por el conocimiento. En el fondo, unos cerdos, desde que descubren que pueden orinar de pie hasta que por edad más bien se orinan encima - añade en tono malicioso.

- No te preocupes por ese anciano:
aunque tuviera todavía el vigor necesario para forzarte, yo no lo permitiría. Mientras me sirvas, estás a salvo. Pero me preocupa otra cosa...

- Verás: el Maestre ha denunciado que alguien cogió un frasco de su dedpacho - Anne aumenta la presión de su abrazo sobre la joven, y acerca aún más los labios a su oído - Sé que a ti jamás se te ocurriría algo así; confío en ti plenamente. Mas, ¿puede ser que alguien, alguna persona de la Corte, te pidiera que lo cogieses? Nada te ocurrirá si me lo cuentas, Ibb: te lo prometo.

Retiro el contacto de la reina sobre mi rostro, para mirarla con los ojos muy abiertos.

-Pero, majestad, ya os he dicho que el maestre no me dio su permiso para ir a su alcoba, ¿cómo iba a...? -Me llevo una mano a la boca. Claro, ella no lo sabe- No os habéis enterado, ¿verdad? Anoche descubrimos a un ladrón en el castillo. Le descubrí robando en las alcobas de sir John Moore. Quizás fue él el que sustrajo el... -¿qué era?- el frasco. Informé al rey pero era tarde y es posible que no quisiera perturbaros, por eso no os informó.

La Reina contempla a Ibb con gesto serio.

¿Cree a la muchacha?

Parece medir las palabras antes de pronunciarlas.

- Comprendo... - repone - mas debo prevenirte; es importante que este tipo de cosas se las cuentes primero a tu Reina. El Rey gobierna estas tierras, pero soy yo quien gobierna en la Corte. No podemos intranquilizarle con asuntos domésticos, Ibb - dice en tono de riña cariñosa, mientras desliza lentamente sus dedos por el cuello de la chica -
Además, el mero hecho de haberte visto hablando con el Maestre, y que luego desapareciera algo en su despacho, puede dar lugar a desagradables murmuraciones - prosigue Anne, mientras sus dedos bajan recorriendo el escote del vestido de Ibb - La Corte es peligrosa, querida;
y debes hacer lo que yo te diga si quieres salir indemne de las maquinaciones crueles de la política - los dedos de Anne presionan el borde de la tela, dejando una pulgada más de piel al descubierto - Tienes que confiar en tu Reina, Ibb. ¿Confías en tu Reina? ¿Confías en mí?

De improviso, antes de que Ibb pueda decir nada, la Reina alza la mano, posando un dedo suavemente sobre los labios de la joven, mientras la mira fijamente a los ojos.

- No digas nada: bien sé que sí - el dedo se desliza hacia el labio inferior - Pero ahora va a ser necesario que lo hagas más que nunca. Que tengas una fe ciega. He de encomendarte una misión. El Reino te necesita, Ibb; ¿podré contar contigo?

Los dedos de la reina recorren mi cuello, y con un estremecimiento, siento cómo acaricia los moratones que me hizo ayer el ladrón. 

-Intentó estrangularme -murmuro, ante su vacilación por mis palabras, mientras aparto el cuello de mi vestido para que pueda observar mejor mi piel magullada. Supongo que no hay mejor prueba que haber estado al borde de la muerte.

El Reino te necesita, Ibb; ¿podré contar contigo?

Inquieta, asiento con la cabeza.

-Por supuesto, majestad. Pero... ¿qué podría hacer yo? Sólo soy una... una criada...

Me despierto tarde, el vino caliente ha jugado sus efectos nocivos en mi contra. Ayer fue un día totalmente improductivo, la cocinera es una vieja rancia inútil. Los príncipes me dan hasta lástima y la reina es inaccesible. Maldita, maldita sea. 

Llamo a la criada para que me ayude a vestirme y bajo a la cocina, a ver si consigo hacer mejores migas con la bruja cocinera y llevar a cabo mi objetivo

- Tenemos motivos para creer que alguien pretende asesinar a Su Majestad - susurra la Reina con gravedad.

- Y el frasco del despacho del Maestre - prosigue, tomando a Ibb de las manos - contenía veneno. Quizá el cerdo que te hizo eso no era sólo un ladrón...

- Todo esto, como comprenderás, es muy grave. Por eso, niña, debía asegurarme de que nadie pudiera relacionarte con el despacho del Maestre anoch. No soportaría que nada te ocurriera por servirme - dice, mientras se lleva a los labios las manos de la chica, mirándola con dulzura - Es más: Su Majestad, consciente del peligro... cómo decirlo: ve conspiradores donde no los hay, y enemigos ocultos tras cada tapiz del palacio. Es tan peligroso caer bajo las dagas de los traidores, como caer bajo la sospecha del Rey; ¡Yo misma podría estar en riesgo! - exclama, compungida.

- No eres sólo una criada, pequeña. Eres lista, leal y hermosa, tan hermosa... La cuna te separa de los honores de la Corte, pero eso no significa que no puedas hacer una labor crucial para el Reino en estos momentos de tribulación. Precisamente por tu posición, puedes recorrer con libertad todo el palacio, sin suscitar sospechas. Puedes hablar con todos, cortesanos y plebe, y a nadie le resultará extraño.

- Si consientes, tu tarea será encontrar a los conspiradores. No te lo puedo mandar; es demasiado arriesgado, y ni la lealtad que me debes, y que sé que me profesas, puede obligarte a hacerlo.
Tienes que querer tú.

Me muerdo el labio inferior, inquieta. ¿Conspiraciones para matar al rey? No puedo creerlo. Es severo, pero justo, ¿por qué alguien querría matarle? Los únicos que podrían hacerse con el trono son sus hijos, y bien sé que ellos no lo desean. 

-No comprendo por qué alguien querría asesinar a su Majestad -murmuro, deslizando los dedos por el cabello de la reina. Aún está un poco enredado debido al sueño, así que me retiro de la cama para avanzar al tocador y coger un cepillo.

Regreso rápidamente junto a la reina, y, sentándome a su espalda, comienzo a cepillarle el pelo, oscuro como el ala de un cuervo, e igual de bello y brillante.

-Puedo intentar... -titubeo- puedo intentar estar atenta a las habladurías, mi señora. Y puedo hablar con otros miembros del servicio, pero me cuesta pensar en que alguien pueda albergar tanta maldad.

- Como si faltaran candidatos para liquidar a ese gran gorrino... Esta delicia es guapa y es lista, pero finge muy mal estar sorprendida - piensa Anne - A mi servicio, aprenderá a aparentar lo que quiera en cada momento.

La Reina suspira profundamente, entrecerrando los ojos cuando las manos de Ibb se enredan en su pelo.

- Algún día entenderás - dice, posando la mano en la pierna de la joven que se sitúa a su espalda - que mucha más gente de la que crees es perfectamente capaz de actos que ni imaginarías.

Mientras su pelo es cepillado, la mano de Anne sube, en una caricia, por la pierna de Ibb...

Detengo brevemente la trayectoria del cepillo en cuanto siento la mano de la reina sobre mi muslo, pero continúo cepillando casi de inmediato, sintiendo que se me eriza el vello de todo el cuerpo.

-Majestad -titubeo, en un murmuro- entiendo que todo esto os haya dado un pésimo descanso, y aun así sois cariñosa y comprensiva conmigo, cuando deberíais tener un humor de mil demonios. Os lo agradezco. Creo que jamás os he agradecido lo suficiente lo mucho que aprecio vuestra bondad y afecto, ¿cómo podría...?