Partida Rol por web

Como única condición para la escena, es que no podéis hablar o hacer algo que os ayude a cumplir vuestro objetivo, ya qje supondría favoritismo respecto a los otros jugadores. Esta escena es únicamente para desarrollo social de vuestros pjs.

Algo mareado por el vino, sin saber muy bien qué pensar sobre su última conversación y cansado por el largo día, Edmund dejó para otro rato algunas tareas pendientes que le aguardarían por la mañana y entró con un suspiro en el discreto cuartito que tenía dispuesto en la zona más recogida de las caballerizas.

Encendió una pequeña vela y a su luz parpadeante, buscó y encontró una botella mediada de vino que guardaba para momentos como aquel. Tomó una entre varias copas sencillas que por allí guardaba, dio un tiento a la bebida y se recostó en la butaca de ajado terciopelo rojo que alguien pretendía tirar al fuego y el había rescatado. Era grande, y junto con un pequeño armario y un sencillo jergón ocupaba la mayor parte del espacio. Pero allí, en la penumbra y el silencio, se sintió a su gusto y pudo al fin, sumirse en sus pensamientos. El desastre había estado cerca, pero mañana sería un gran día, estaba seguro.
 

Entro corriendo buscando a Edmund esperaba encontrarle por allí, tras buscar por las caballerizas decidí ir al pequeño rincón en el que nos habíamos encontrado la última vez.

- ¿Edmund estáis ahí?.

El mozo estaba cayendo en un sueño profundo cuando oyó su nombre. Pensó primeramente que era parte de su ensoñación, pero la voz dulce de la princesa le trajo de regreso al mundo real. 

Vio su copa caída en el suelo, con algunas gotas derramadas a su alrededor.

- Princesa! - se levantó. - Habéis venido - dijo entre sorprendido y alegre. Se acercó a ella pero se detuvo un paso antes de llegar a su lado. - Qué hermosa... - la observó de arriba abajo y sonrió. Luego recorrió el espacio que los separaba y colocó sus manos recias en el talle estrecho de la joven. La seda del vestido era delicada y sutil, y el mozo imaginó la piel incluso más pura que debía envolver aquel preciado tejido.

Sonreí al oir su voz y sus halágos, iba a empezar a hablar, pero entonces puso sus manos en mi cintura y no pude pensar más, solo podía fijarme en su cara, en su pelo, en sus labios... Asi que no pude evitarlo y como otras veces me rendí y le besé, no pretendía que fuese un beso largo, pues tenía que hablar con él pero no se me hacía fácil hacerlo...

Ella lo miró y le besó. No era el primer beso que le daba, ni era la primera mujer que besaba al joven mozo, desde luego. Pero sus labios se le antojaron dulces como ningún otro y un arrebato de deseo le invadió. Apretó las manos contra su cuerpo y sintió la curvada línea que trazaban sus caderas. Dejó que sus manos se deslizaran por ella y no se detuvo hasta que el beso le dejó sin aliento.

- Alteza... qué os trae por aquí a estas horas? - la miró con ojos brillantes, se deleitó con sus labios húmedos y entreabiertos, con su respiración profunda que agitaba su pecho, y la atrajo hacia sí con más fuerza esta vez, tomándola del cuello y dejando que sus manos se perdieran en el final de su espalda y sus caderas se apretaran la una con la otra.

Si, tranquilos, al ser una escena en la que solo estais vosotros podéis tomaros el tiempo que queráis

Cuando nos apartamos suspiré y me quedé mirándole, perdida en su mirada, en lo que acababa de pasar. Estaba segura de que él había besado un montón de chicas, pero, a diferencia de él, yo no. Los pocos momentos que compartía allí con él me hacían olvidarme de quien era, de que tenía que hacer, de todo al fin y al cabo...

- Yo, necesitaba hablar contigo de algo... Quizás dentro de poco no pueda venir mucho a verte Edmund, y de verdad que no es lo que me gustaría, cuando estoy aquí, me siento más libre de lo que me he sentido nunca. Pero ya sabes, no puede enterarse nunca nadie...

Me era difícil concentrarme cuando notaba su mano recorrer mi espalda, sentí un escalofrío que hizo que me estremeciese entera.

Había hecho su pregunta casi como parte del juego, pues sabía que a ella le resultaba incitante el sabor de lo prohibido, que parte del encanto que veía en él era precisamente lo inconveniente de todo aquello. Pero no esperaba una respuesta como esa. Sin embargo volvió a besarla, un beso breve pero intenso, y mientras le habló, deslizó sus dedos a su espalda, buscando los cordones que aflojaran el precioso vestido.

- Qué ocurre? A qué os referís? Yo siempre estaré aquí... - esperando, iba a decir. Entonces se le ocurrió. - Acaso vuestro padre piensa despedirme? - Volvió a besarla y rió. Lo de la audiencia antes del banquete solo ha sido un malentendido... - le besó el cuello y lamió su oreja.

Cerré los ojos intentando serenarme, pero era muy difícil pues no dejaba de acariciarme.

- Yo... yo... - maldito mozo de cuadras - yo... no puedo decírtelo, no tiene nada que ver con mi padre, pero si puedo decirte, que en cuanto sepa algo no podré frecuentar mucho este lugar, lo siento mucho... de verdad...

Tras mi intento de explicarle el por qué volví a besarle, dejándome llevar un poco más esta vez. Sin embargo no podía demorarme demasiado, ya que mi hermano estaba esperándome fuera.

Elizabeth, lejos de aclarar nada, se mostraba cada vez más misteriosa, así que Edmund se detuvo, la tomó por los brazos y la miró fijamente. - Estáis en algún apuro, mi señora? Os puedo ayudar en algo...?

Entonces cayó en la cuenta, aquello parecía una despedida. - Si no pensáis volver, disfrutemos al menos de esta noche, Elizabeth. - La llamó por su nombre, y volvió a besarla. Luego se sacó el jubón por la cabeza, dejando su torso desnudo y tomando la blanca mano de ella, la acercó hasta posarla sobre él. La mano de la princesa estaba fría, y la apretó con la suya contra su carne.

Sonreí al ver que Edmund parecía hasta preocuparse por mí.

- No tranquilo, no me ocurre nada, aunque no negaré que un noble tontuelo ha venido hoy pidiendo mi mano a voz en grito en los jardínes, ha sido bastante desagradable.

Y entonces él se quitó el jubón y dejó que tocase su pecho, al contraste con el frío de mis manos se notaba caliente, era una sensación muy agradable.

- No, no es una despedida, volveré, pero no tan frecuentemente como hasta ahora.

Aunque ha decir verdad tampoco nos habíamos visto más que unas veces y no habíamos hecho mucho más que darnos algún que otro beso, sin embargo hoy Edmund parecía mucho más desinhibido y eso estaba empezando a ponerme nerviosa.

- No quiero que tengáis que volver... porque no quiero que os marchéis de mi lado. - La besé de nuevo en el cuello. Tal vez el vino me volvía osado, o quizá solo estaba dando un paso que siempre había deseado. Los arrumacos y los besos estaban bien, pero yo era un hombre y deseaba más. 

Sin apartar su mano de mi pecho, la tomé de la otra con la mía y la conduje hasta el lecho, me senté en él y le dejé espacio a mi lado. - Tal vez solo sea un mozo de cuadras, Alteza. O tal vez no, pero podéis comprobarlo vos misma esta noche. Al fin y al cabo, habéis debido rechazar a ese noble tontuelo, y ahora estáis aquí, conmigo.

Al oir a Edmund y ver como se sentaba en el lecho empecé a sentir que quería más, esta vez no se conformaría solo con mis besos o mis caricias... Y yo no sabía si estaba preparada para eso, sentía que no sabría estar a la altura... Me acerqué y me puse frente a él de rodillas.

- Yo... no creo saber corresponderte de la manera que quieres de mí esta noche, además me incomoda que mi hermano esté fuera esperándome, porque ¿sabes que ha habido un intento de robo esta noche?, nuestra querida Ibb resultó un tanto magullada, quien quiera que fuese el agresor espero que Kurr pueda encontrarle, por eso no puedo quedarme todo lo que deseo, pues no quiero hacer esperar a Dionysos...

Esperaba que lo entendiese.

- No sabréis corresponderme? - el mozo vio cómo la princesa se arrodillaba junto al lecho. - Bonita manera de intentarlo. Para qué venís aquí, Princesa? Es un juego para vos? Sentís curiosidad? - preguntó, airado. - Sí claro, ya lo entiendo. Lo deseáis, no es cierto. Me deseas. Pero no soy suficientemente bueno para vos, Princesa. 

Se puso en pie y se acercó a la joven arrodillada, de tal modo que ella quedó entre el cuerpo del joven y el lecho. - Así que venís aquí y jugáis conmigo, y cuando un hombre os pide más, le decís que asuntos que no le corresponden le van a quitar incluso ese poquito que ha recibido de vos. 

Los robos y los asuntos ajenos le eran del todo extraños en ese momento. Pasó su mano por la mejilla de la joven. - Estas cosas no se aprenden ni se enseñan, mi señora. Es cuestión de ponerle interés, el resto sale solo. 

Acercó su cadera hacia el rostro de la chica. - Es fácil: solo tenéis que mantener la boca abierta... como si estuviérais muy sorprendida.

- ¿Qué?, haz el favor de no malinterpretar mis palabras - su tono airado empezaba a enfurecerme - yo no he dicho tal cosa. Sabes cual es mi posición, y lo que eso implica, no es que sea un juego, pero esto no puede ser más que eso, venir de vez en cuando y olvidar los dos, quiénes somos y que lugar ocupamos cada uno en la Corte.

Pero entonces pareció volver a serenarse y se levantó dejando su cadera cercana a mi rostro, lo que hizo que mi tez volviese a enrojecer, pues me hacía una ligera idea al oír sus palabras de lo que estaba esperando de mí en esos momentos, y después de lo que acababa de decirme y con el tono que había empleado, la llevaba clara.

Asi que me levanté y puse mi cara frente a la suya, mirándole fijamente.

- Si continuas así, levantando el tono de voz e insinuando cosas que no son, lo mejor es que me vaya y ya veremos si vuelvo en otra ocasión, pues como he dicho aquí prefiero olvidar quien somos, pero jamás vuelvas a levantarme la voz.

E hice ademán de irme, después de todo lo que me había ocurrido esa noche lo que menos me apetecía era discutir con Edmund, y como había dicho Dionysos seguía esperando asi que quizás fuese el momento de abandonar los establos.

Ella se levantó, se encaró con él, lo desafió... y eso le enloqueció. Aquella era, al fin, la muchacha impetuosa y fiera que se escondía día tras día en el papel que le había tocado representar. Edmund vio como el brío de su discurso había soltado uno de los mechones de su cabello cuidadosamente peinado. 

- Susurraré entonces - sonrió y la tomó del brazo. La atrajo hacia sí, temeroso de que se fuera de aquel modo, y cuando la tuvo cerca aspiró su aroma, limpio y fragante. La besó con fuerza, un beso apasionado como no le había dado antes ningún otro. Entonces cayó en la cuenta de su propio cuerpo, de las manchas que debían cubrir sus ropas pese a haberlas limpiado aquella misma mañana para presentarse decentemente ante la corte, y el olor a animal que debía desprender. Y ella venía a verle pese a todo, y no le había reprochado nunca aquello... Edmund se apartó. - Lo siento - habló en voz baja, al oído de ella. - He temido perderos, entiendo lo que decís, y nunca os pediré más de lo que podáis darme. Pero no lo olvides, Elizabeth. Cuando lo desees, sabes dónde me encontrarás.

Sonreí ante sus palabras y me dejé llevar por su beso, intenso, maravilloso, me hizo olvidar todo, qué hacía allí, lo que había sucedido aquella noche...

- Yo... volveré, te lo aseguro.

Y tras susurrarle aquellas palabras cerré los ojos y volví a besarle, pero esta vez fui yo quien intentó besarle como ninguna de aquellas mujeres había hecho.

Aquella promesa y aquel beso... el día había sido largo y complicado, pero estaba terminando mejor que bien, se dijo el mozo. Saboreó cada instante de  aquel contacto, anheló más y no se despegó de ella hasta que quedaron sin aliento. La miró largo rato, jadeante, y al fin soltó su mano dejándola ir.

No dijo nada y espero hasta que ella hubiera salido de la habitación. Entonces suspiró y buscó la copa, caída junto al asiento. La limpió con la manga de su jubón y llenándola, se quedó tumbado, dando pequeños sorbos. Podía acostarse y dar vueltas sin fin hasta el amanecer. O soñar despierto imaginando el siguiente encuentro con la princesa. Lo había hecho una y mil veces, y siempre era distinto, cada vez mejor que la anterior, con más matices, más detalles que iba atesorando y añadiendo. Esta noche había reunido unos cuantos más. Se arrellanó y se tapó con una manta, mirando el techo y vaciando su copa. Sí, sería una larga noche.