Partida Rol por web

Cuando te giras para comprobar que Enzo está detrás de ti, te das cuenta de algo. El enmascarado ha deslizado su mano de forma “casi” imperceptible en tu zurrón donde guardabas la carta del difunto Rinaldo. Seguramente el enmascarado te vio guardar la carta y ahora tiene curiosidad por ver su contenido.

Ahora es decisión tuya, le permite que comenta su hurto y crea que lo ha realizado con un subterfugio toral; o le paras la mano y le acusas de ladrón delante de todo el castillo.

El grupo corrió rápidamente escaleras arriba hacia la torre. Cristoff dejo el cuerpo de Rinaldo en algún lugar del patio de armas mientras subía por las escaleras. La primera que llego a la torre y abrir la fue Angyaika. En el interior de la torre se escuchó otro grito desgarrador, este aún más fuerte. Angyaika se quedó petrificada frente a la puerta sin entrar ni dejar pasar, su cuerpo bloqueaba la visión del interior de la torre. Por ahora, Devald no se había salido volando, ni se había convertido en un demonio que hubiera demolido la torre con su imponente tamaño.

Cristoff deposito el cuerpo de Reinaldo contra algún muro y corrió junto a los demás hacia la torre del Anfitrión del castillo, en su interior no podía evitar maldecir su mala suerte, pasara lo que pasara ya no podría escapar de su control, bueno, al menos podría revisar la biblioteca de aquellos bárbaros.

La situación era del todo caótica, sin saber muy bien que estaba sucediendo lo único que parecía claro es que no debían confiar en nadie en aquel territorio hostil, aquella cadena de sucesos todavía por determinar resultaba confusa a todos los efectos.

Francesco con el resto de sus compañeros llegaron a lo alto de la torre donde se suponía debía estar el señor del castillo y aunque no podían ver más allá del umbral de la puerta la expresión de la mujer no daba muchas esperanzas de que fueran buenas noticias.

¿Que sucede?

Mario siente la mano de Enzo que se desliza para alcanzar la nota que había encontrado en el cadáver de Rinaldo. Toca la mano pero no le impide acometer su fechoría, simplemente ha querido dejar claro que le ha visto.

Mario continuó su camino como si no hubiera pasado nada.

La carta que Enzo escatimo a Mario era la siguiente:

Mi buen amigo Rico:

He conseguido escapar de la serenísima a duras penas, ahora me dirijo en una galera hacia Bizancio. Mi vida ha cambiado totalmente desde esa noche, necesito respuestas. Espero tu llegada a la ciudad, todos los sábados, a primera hora de la noche esperare en Sancta Sophia frente al mosaico de la Concepción.

Siempre tu amigo, y ahora tu hijo Pierro.  

Todos avanzasteis corriendo hacia la torre. Todos no, Enzo volvió a desaparecer durante unos instantes para volver a aparecer justo en el momento que Angyaika salía impulsada hacia atrás desde la puerta.

Sin Angyaika bloqueando la puerta se podía ver el interior de la torre. Era una imagen dantesca que llenaba el ambiente con el dulce aroma de la sangre. La estancia se encontraba débilmente iluminada por nueve cirios negros colocados en los extremos de un intrincado circulo ritual. El circulo estaba pintada con un liquido parduzco, seguramente sangre seca, en los extremos de este se encontraban diversas vísceras colocadas con cuidado, el corazón, el hígado, los ojos, etc. En el centro del macabro espectáculo estaba la cabeza decapitada de Devald con las cuencas de los ojos vaciadas y un pergamino enrollado en la boca.

Había otro elemento llamativo en la escena y era un hombre bajo de fuertes brazos y cabeza afeitada. El hombre tenía las manos manchadas de sangre y era quien, de un puñetazo, había apartado a Angyaika de la puerta.

Cristoff miró al hombre y no hizo ningún movimiento pese a que había liquidado a su anfitrión nada le ataba a el, tampoco le debía nada y no ganaría nada, por lo que  optaría por mantener las distancias.¿en cuanto a Anyanika? este es un mundo cruel pero si suplicaba lo suficiente la salvaría por supuesto.

Enzo sonrió bajo la máscara antes de subir las escaleras que llevaban al torreón donde la mujer de nombre impronunciable corría presa de un funesto presagio. 

-Vaya... vaya... vaya...-, musitó dejando escapar una risilla lúgubre. 

Comprobó entonces que se estaba quedando atrás y que la comitiva ya andaba unos pasos por delante, así que aceleró la marcha rumbo al torreón. Cual sería su sorpresa al ver volar a la tal Angyaika -una aristócrata morder el polvo... música para sus oídos- y descubrir la cabeza del señor del castillo profanada por un enviado de Satanás.

-Salvando la apariencia siniestra y demoníaca, no sé por qué habría de caerme mal este individuo que ha dado su merecido a su "majestad" Devald-, pensó con ácido sarcasmo antes de considerar que el asesino podía sentirse, no sin razón, acorralado e impelido a abrirse paso entre los hombres del padre de Erzebet.

-Esta familia no gana para disgustos-, comentó espontáneo al darse de bruces con el asesino. -Que no cunda el pánico, tenemos un lozano luchador entre nosotros. Monsieur Romuald demostrará a los presentes cómo se blande una espada, ¿verdad, Christoff?-. El veneciano dio una palmadita al soldado y se escabulló como pudo entre el caos que iba a desatarse. Ni le gustaba luchar ni pensaba mediar en una disputa en la que no sabía qué estaba en juego.

Enzo tenía otros planes.

Mario se sorprendió. No esperaba aquella macabra situación. Sabía que el combate no era lo suyo pero como buen Ravnos tenía otras opciones. Usó su disciplina para crear una ilusión que hiciera que aquel hombre se despistara. Que pareciera que los cirios se encendían con fuego y se acercaban hacia él. Eso tendría que dar a sus compañeros algún tipo de ventaja.

Francesco intentaba recordar porque diantres habían accedido ir hasta aquella lejana tierra, parecía que no habían elegio el mejor momento teniendo en cuenta que aquel tipo tenía la cabeza de su anfitrión en sus manos.

Francesco se mantuvo sereno y quieto, aquello no tenía nada que ver con él y no sería él quien cuestionara al hombre que acababa de tomarse la justicia o venganza por su mano.

El sacerdote miró a los ojos a la imponente figura sin si quiera una muesca en su rostro, sin ningún tipo de signo de violencia ni de representar una amenaza.  

Esta no es nuestra guerra

Aquellas palabras iban tanto al hombre misterioso como a Cristoff y los demás, un movimiento hostil sin duda podría ser su último paso en falso y morir sin siquier saber porque solo era cosa de estupidos.

Cristoff, al ver la escena, al igual que Francesco no levantaron ni un dedo. Tanto el caballero como el sacerdote asumieron que esta no era su guerra. Ellos habían ido a Zara a investigar el curso de la cruzada, lo que pasara en un castillo perdido de la mano de dios en mitad de los Cárpatos no era de su incumbencia, ni de su interés.

Angyaika, que había sido arrojada a varios metros, se sujetaba el costado dolorida mientras gritaba. ¡Matarlo! ¡MATARLO! ¡Han asesinado al señor! ¡Han asesinado a mi hermano! Gritaba encolerizada, pero ninguno de los guardias hacia nada. Todos permanecían petrificados ante la imponente presencia del hombre calvo que parecía haber surgido de lo más profundo del averno.

El hombre calvo comenzó a avanzar hacia la puerta con un puñal ensangrentado en la mano. Entonces todas las velas y antorchas de la sala aumentaron en intensidad, tanta que las llamas parecían inundar la sala completamente¹. El efecto le daba al hombre calvo un aspecto mucho más demoniaco. Aunque él no se esperaba este efecto, ya que el mismo se agacho y avanzo hacia la puerta esquivando las llamas.

Y Enzo ¿Dónde estaba Enzo? Este había vuelto a esfumarse entre el gentío y las sombras del castillo.

Las llamas salieron de la nada y pronto empezaron a cubrir toda la estancia, Francesco dio algunos pasos atras para alejarse del fuego siguiendo la senda del atacante con quien tuvo la precaución de mantener la distancia en todo momento y mucho más cuidado de no cruzarse en su camino.

Algo le decía que aquello no había terminado todavía y si Francesco podía evitar más derramamiento de sangre lo haría sobre todo si era la suya la que estaba en juego.

Enzo tenía claras dos cosas:

Primera, estaba en mitad de un juego en el que todo Cristo se decapitaba entre sí para profanar luego el cráneo de su víctima de las formas más tenebrosas posibles. Y no tenía ni la menor idea de qué pintaba él en medio de aquel desastre.

Segunda, parecía que Rico Garzetti existía. O mejor dicho, existió. Y era el bueno de Rinaldo todo este tiempo. Qué casualidad. En fin, bajo piedra descanse su alma inmortal. Enzo llegó a pensar que era una alucinación psicótica de Guillermo de Alipandro, pero resultaba que no. Tenía forma de localizar al hijo abrazado sin autorización de Rico, un nombre y una pista sólida. Eso le bastaba.

Había una tercera cuestión en el aire, y era la atinente a la identidad del calvo demoníaco con ojos inyectados en tinta. Lo cierto es que Enzo no tenía intención alguna de iniciar las hostilidades con él, mucho menos tras ver el estado en el que había dejado al señor del castillo.

-O el tal Devald no era tan duro como parecía, o este alopécico asesino es un luchador extraordinariamente hábil-, pensaba el Nosferatu. Y dada la complejidad de la trama en la que andaba metido, no era descartable que Ojos de Tinta estuviese a las órdenes de Narsés...

Dada la situación, Enzo se volatilizó con su maestría para ocultarse en las sombras y vio cómo la cámara del señor del castillo parecía arder en llamas. 

-¡Cáspita! ¡Fuego satánico también! ¡Qué dispendio de medios para aniquilar al déspota! ¡Me cae bien este rufián!-, pensó el buen Enzo, observando cómo sus compañeros trataban de parlamentar con el asesino y evitar la muerte. Su regocijo fue total al ver el rostro de la hermana del tirano aterrorizada y desesperada porque alguien plantase cara al calvito.

Enzo no iba a mover un dedo, desde luego. 

Muerte a la aristocracia.

Tomó margen respecto del grupo y pensó en una nueva estrategia: seguir al asesino.

Cristoff retrocedió en cuanto vio las lenguas de fuego, no era cobardía sino simplemente precaución, en todo momento mantuvo un semblante firme y poco beligerante, no quería mostrar ningún atisbo de miedo pero tampoco provocar a su oponente.

El hombre calvo continúo avanzando hasta salir completamente de la habitación y llegar a las murallas. Nadie se acercaba, así que no tuvo que hacer uso del puñal. Solo en una ocasión, un par de guardias azuzados por Angyaika trataron de acercase, pero un simple gruñido del hombre basto para que los pobres guardias retrocedieran tropezando con sus propios pies dando un espectáculo lamentable.

En ese momento, Myca y Magibs llegaron, habían preferido mantenerse a distancia hasta comprobar que todo era seguro.

El calvo mira fijamente a Magibs, con voz ronca comienza a gritar, una voz antinatural. ¡El Voivoda Koban manda saludos a la sangre de Zubor! ¡Mañana comenzara el asedio! Con vuestra muerte la maldición quedara rota. ¡Entregate a Zubor, tu y toda tu estirpe, libera a estos despojos humanos de la ira del Voivoda Koban, demonio entre los demonios! Acto seguido salto desde las murallas a la negrura de la noche.

Cristoff casi suspiro aliviado, miró a sus compañeros y dijo:

coged vuestras cosas, nos vamos esta noche a Zara sugiero tomar un corcel-luego miró al resto de los espectadores en especial a Anganika-ha sido una visita agradable pero vuestras barbaras costumbres no nos atañen.-muerto el señor del castillo ya decidió dejar de guardarse sus pensamientos gastar formalidad.

-Oh, sí, claro que nos largamos de aquí. Pero antes...-, pensó Enzo para sí mientras se deslizaba tras los pasos del simpático calvito.

Sangre de Zubor. Maldiciones. Otro voivoda. Demonios, sí que era complejo el clima político del Paso del Bostral.

Al parecer, había cuentas pendientes entre Magibs y el asesino de Devald. No es que Enzo tuviese inconveniente en que el calvo le aplicase el mismo tratamiento al consejero del señor de castillo, pero ya era una cuestión de pura curiosidad malsana.

¿Qué diablos estaba pasando ahí? ¿Podría aprovecharlo Enzo a su favor de algún modo?

Valía la pena averiguarlo. Al menos, para él.

* * * * *

Siguió al misterioso asaltante nocturno con una distancia prudencial hasta haber abandonado las murallas del castillo, confiando en que los hombres de Angyaika no se moverían de su sitio visto el miedo que profesaban al asesino de ojos negros. Cuando aflojase el paso, trataría de abordarle desde cierta distancia y con prudencia absoluta.

Al fin y al cabo, Enzo quería conservar su cabeza en el lugar en el que estaba en ese mismo instante.