Partida Rol por web

- Tu dirás Din.- dijo Russ justo cuando. ya, sus pasos enfilaban la salida.

- Verás, Ser Hadder me ha encomendado una tarea... delicada. - Pareció escoger con cuidado la palabra. - Necesito a uno de tus hombres. Alguien de quien te fies y que sea discreto. Ser Hadder me indicó que te lo pidiera a ti pues ya estás al cargo oficialmente de ellos. -

Din dejó unos segundos para que Russ asimilara sus palabras. - ¿Crees que podrás prescindir de uno de tus hombres un par de días? -

- Si. Por supuesto.- dijo intrigado por el asunto del que hablaba Din pero no creyó oportuno preguntarle los motivos de éste pues, estaba clar,o que Ser Hadder había querido mantenerlo entre ellos. 

- Caster es, quizás, el mejor hombre del que puedo disponer. Le indicaré que hable contigo.- 

- Gracias. - Respondió el Forestal. - Si le veo antes le indicaré el asunto y le diré que te consulte primero para confirmar mis palabras. -

Se despidió con un asentimiento de cabeza y se marchó rapidamente hacia el patio en busca de Caster.

- Ser Otter entra en la Casa procedente del Patio y se dirige directo a las Cocinas.

- Din sale de la Casa y se dirige al Patio de Armas.

- Pendrik llega a la Casa Señorial y se dirige directamente a las Cocinas.

- Russ sale al Patio.

- Royne Ríos, primera espada de Aguasclaras, llega a la Casa Señorial y su gran sala procedente de la Casa de los Abanderados, y tras pasar por el Patio de Armas.

Ser Hadder desvía su atención hacia el recién llegado, y frunce el ceño ante la interrupción.

"¿Por qué entra sin ser invitado ni anunciado?"

-¿Ocurre algo, Royne?

Entrando en la sala Royne se encuentra de manera inesperada al señor de Aguasclaras ante lo cual intenta responder los más apropiadamente posible ante tal situación.

Siento la interrupción señor, no ocurre nada. Tras pequeño refrigerio intentaba buscar a mis compañeros de armas por el castillo dado que no los he encontrado todavía por el lugar. Pensaba que alguno podría estar aquí o en las cocinas. Ya sabe lo que gusta Randyl el visitar por estas horas por un buen bocado.

¿Se le ofrece nostante en algo que pueda ayudarle?

Ser Hadder eleva una ceja, entre sorprendido y disgustado.

-No, Royne, no se me ofrece nada. Puedes retirarte, estoy muy ocupado esta mañana.

Viendo que parece que su presencia no es bien recibida, Royne desiste de su intención de cruzar el salón en busca de la cocina y decide que lo mejor es abandonar la estancia de la manera más rápida posible.

De acuerdo señor, siento la intromisión y no les molesto más. 

- Ser Otter sale de las Cocinas y se dirige al Patio.

- Royne Ríos sale al Patio.

- Flavia y su hijo Vitel pasan por la Casa de camino a las Cocinas.

     El Maestre contempla a Ser Hadder, meditabundo. Asiente con un leve cabeceo, se recuesta sobre el respaldo de la silla.

     –Daré respuesta a vuestras dudas, mi señor –dice al fin–. Y, si me lo permitís, os ofreceré asimismo mi opinión al respecto de cómo, con quién, dónde y cuándo entroncar las raíces de vuestra familia. –Ammon sonríe–. Pero eso será después, puesto que que lo primero es lo primero. Veamos…

     El Maestre da otro breve trago a su tisana.

     –Los Mallister son sin duda ricos y poderosos, aunque… –deja escapar un leve suspiro–, aunque orgullosos en exceso. Ya tenemos entre nosotros a uno de los suyos, el joven Malcom, pero si pensáis en lazos más estrechos quizá debiéramos esperar a un futuro mejor porque he oído que su situación interna no es la más estable. A menos que vuestra pretensión sea pescar en río revuelto, en cuyo caso son la pieza a cobrar más interesante de todas –murmura para sí–. En cuanto a los Tully son, sin duda y como bien sabéis, la Casa más rica y poderosa del Tridente. El Lord tiene dos hijos pequeños, y llegar a acoger alguno de ellos entre nosotros sería un magnífico movimiento… al igual que el contrario. En cuanto al resto de los suyos, otros Tully de menor interés, no creo que nos convenga movernos hacia ellos. Y no sólo por las razones esgrimidas con acierto y precisión por nuestro Septón –dice asintiendo hacia Eulocis–, sino porque su sangre es débil, diluida en exceso, sus fortunas menores a la nuestra y su poder militar… insignificante como aliados y aunque apetecibles como abanderados su causa está unida ya a la del Lord.

     Ammon hace una pausa. No ha descansado en toda la noche, la garganta está seca a causa del humo del incendio y los efluvios perniciosos de las cocciones que ha estado preparando durante el alba. Vuelve a ingerir algo de líquido antes de hablar.

     –El resto de las Casas por las que me preguntáis son despreciables –murmura–. Despreciables como familiares políticos, entendedme, ya que ningún aliado será despreciable si los acontecimientos derivan del terrible modo en que adivino acontecerán en un futuro cercano. Pero volvamos a vuestras preguntas: los Brackwood y los Bracken, sí. Bien, me temo que ambas Casas son pobres como ratas, además de poseedoras de un orgullo ilógico e inconveniente. Para colmo se odian –dice, sonriendo–, se odian hasta ser capaces de asumir la destrucción propia con tal de propiciar la del contrario. Eso significa que cualquier gesto amable hacia cualquiera de ellos despertará los odios y la enemistad del otro. Y pese a que ambos deben tener hijos e hijas casaderas yo pregunto ¿nos interesa sumar un aliado pobre y orgulloso a costa de añadir un nuevo enemigo a nuestra no breve lista?

     El Maestre se levanta de su silla, regresando al lugar donde se encuentran las jarras con vino especiado y agua. Prepara una nueva tisana con los componentes ocultos en los pliegues de su gruesa túnica de lana.

     –¿Queréis un poco, Septón Eulocis? –dice hacia el otro anciano–. Es sana, edificante y reparadora. Menta, eucalipto y otras hiervas procedentes del otro lado del Mar Angosto. Sin la molestias del alcohol, además.

     Tras unos segundos, Ammon regresa a su silla.

     –Y por fin, los Frey –dice, carraspeando–. Los Frey. Mi señor, los Frey están endeudados hasta los tuétanos a causa de ese monstruoso puente que llevan construyendo desde hace siglos. Un puente con un alto valor estratégico, no cabe duda, pero que a día de hoy es una carga demasiado pesada para sus arcas… y para las nuestras. Ese puente parece maldito –murmura, mirando hacia el Septón–, como si los dioses no quisieran verlo acabado. Semanalmente mueren obreros, y aun gente de toda clase y condición, arrastrados por los muchos huecos que se abren en su endeble armazón de maderas quebradizas. Además de ello, son mezquinos –y por primera vez, un leve gesto de repulsa asoma al rostro del Maestre–. Promiscuos, incestuosos… es una familia podrida, cruel, aberrante. Diría que Royne, quien tan desafortunadamente acaba de interrumpirnos, es su rama más sana. ¿El resto? quizá buenos aliados cuando su puente sea finalizado. Hoy día, yo apostaría como mucho a trabajar por no sumarlos a nuestros enemigos. Y tampoco será empresa fácil: el oro de los leones corrompe fácil a quienes son débiles de sangre y arcas. –El anciano hace una larga pausa–. Pero hay más familias en Poniente, mi Señor. Sois un maestro en el campo de batalla, y debéis considerar este asunto como una guerra que se libra sin armas. Una guerra tan cruenta y mortífera como aquellas a las que más habituado estáis, pero más incierta y sibilina. Obremos con inteligencia, con rapidez, con anticipación.

PRIMERA MADRE, PRIMERA LUNA, AÑO 140 D.A.

PRIMERAS HORAS DE LA TARDE.

- Haudrey Ríos llega a la Gran Sala de la Casa Señorial procedente del Patio de Armas.

- La Gran Sala es alargada, está decorada con tapices y trofeos de caza y cuenta con dos chimeneas y un brasero central para calentarla en invierno. Hay además numerosos apliques para velas en las paredes, que usualmente están encendidas. En este momento las chimeneas laterales están apagadas, pues ya no hace frío, y el gran brasero central está encendido.

Pese a que es la hora de comer, la mesa no está puesta ni la comida servida.

- Al fondo del todo de la sala, está la planta de la Torre del Homenajes, la parte de la Gran Sala conocida como Sala de Ceremonias, donde se encuentra la silla feudal de Ser Hadder Tully, quien está ahora sentado en ella rodeado de dos de sus principales consejeros: el Maestre y el Septón.

- Es privilegio de todos los nobles comer en la Gran Sala, aunque no todos lo hacen a diario. Alguno prefiere comer en su propio alojamiento o directamente en la Cocina.

Ser Hadder medita sobre las palabras del Maestre.

-Sin duda tenéis razón, Maestre Ammon. Dudo que mi hermanastro nos confíe a uno de sus hijos, aunque tal vez podamos mandar a uno de los míos a Aguasdulces, si acepta. Comparto vuestra visión sobre los Frey. En cuanto a los Blackwood y Bracken, también os doy la razón; no nos interesa sumar más enemigos a la lista. Por ello, creo que lo interesante sería aliarnos con alguien que ya sea enemigo de alguno de los nuestros. Por eso prefiero a los Mallister. Creo que juntos podemos ser un escudo infranqueable contra los hombres del hierro. Son una casa noble y vieja, lo cual nos legitimará a nosotros como tales. Además, siendo como son una casa en una situación inestable, puede que podamos adquirir cierto poder entre los Mallister, también. Por todo esto, quiero dictarte cartas a los Mallister y a los Tully. Escribiremos también a los Blackwood y a los Bracken, aunque sólo para establecer relaciones.

Ser Hadder mira el sol en lo alto, a través de uno de los ventanales.

-¿Qué pasa hoy en este castillo? ¿Está todo el mundo borracho aún? ¿Dónde demonios está la comida?

–Sin duda, contar con los Mallister como aliados –dice Ammon mientras lanza una mirada al joven Haudrey– sería una gran ventaja, aunque deberemos ahondar y establecer el estado real de esa Casa antes de aventurar movimientos. La inestabilidad siempre es peligrosa... Quién sabe si apoyando a un miembro en apariencia fuerte estamos apostando por una rama quebradiza presta a ser reemplazada –el Maestre asiente para sí–. Indagaré. Pero además, mi Señor, debemos comenzar a forjar otras alianzas menos evidentes a nuestros enemigos, alianzas que, con el tiempo, puedan demostrarse claves. El enemigo de nuestro enemigo puede ser, como bien insinuáis, un apreciado amigo... Pero es una amistad que demuestra con nitidez absoluta cuáles son nuestras intenciones. Y yo creo que hay otras formas.

Ammon sonríe, dirigiéndose al Septón Eulocis.

–La codicia –murmura, como quien cuenta una confidencia a un amigo–. La codicia. Nuestro buen Eulocis puede hablar mucho mejor que yo acerca de este poderoso pecado tan extendido entre los hombres, estoy seguro de que corroborará mis impresiones al respecto. ¿Y qué codicia un hombre? Aquello que tiene ante sus ojos. La codicia. –Ammon asiente–. Yo digo que nuestro mejor amigo no es el enemigo de nuestro enemigo (pues, aunque útil, es un aliado que desnuda claramente nuestras intenciones y permite a nuestros enemigos preparar estrategias complejas para anularlos), sino sus vecinos. Sí, sus vecinos. Ese vecino amable que cada día se levanta contemplando tus posesiones, tus fértiles tierras de cultivo, tus castillos, tus mujeres, tus caballos... Ese vecino que aguarda paciente durante generaciones el momento en que pueda apropiarse de lo que, sin duda, cree merecer poseer. La codicia. Qué pecado tan despreciable. Y cuán útil puede resultar al hombre que sabe ver...

El Maestre dedica unos segundos a ordenar sus ideas. Después vuelve a hablar hacia ambos hombres.

–Primero debemos identificar a nuestros enemigos. Y no es fácil, puesto que hablo de los visibles y los invisibles –dice–. A los que ejecutan y a las sombras que ordenan. A la mano oculta tras la espada, a quien maneja hilos por medio del dinero. Después, podremos fijarnos en sus vecinos: un león no se preocupa por salir a cazar si en los aledaños del lugar donde reside su manada sólo hay cebras y bueyes. Puede dejar a sus crías al cuidado de una leona. Pero si cerca de su territorio hay hienas, tigres... entonces ese león dejará en su casa media manada y saldrá a cazar debilitado. –Ammon asiente–. Discúlpenme por la desafortunada analogía, mencioné un león de forma absolutamente casual... Pero no deja de ser cierto que, el día en que el León venga a por nosotros, preferiremos que no venga con todas sus huestes. Demos motivo de preocupación a nuestros enemigos: aliémonos con sus vecinos, en apariencia fieles, pero también codiciosos, y démosles razones para nunca moverse con todos sus recursos por temor a descuidar sus propias fronteras.

El Maestre hace un gesto hacia el joven Haudrey.

–Y luego –dice mientras el muchacho se acerca–, a un nivel estratégico mayor, no nos conformemos con establecer puentes de unión con las familias de nuestro territorio más cercano. Deberíamos aprovechar las oportunidades, en forma de torneos, para hacer amigos entre los más poderosos. Quizá no volcando todos nuestros recursos en ello, pero con paciencia e inteligencia. Los torneos son un auténtico filón... y confío en que pronto se celebre alguno de gran alcance, quizá uno Real. Cuando suceda, esta casa no puede permitirse ir a luchar sólo con las armas –murmura tocándose levemente la frente–: en Aguasclaras hay más guerreros que los que manejan la espada, guerreros listos para batallar en campos de batalla distintos a la tierra y la grava. 

- Olegg el Perrero pasa por la Casa de camino a las Cocinas.