Partida Rol por web

Bresa escuchó la propuesta de Vesania con sorpresa pues no se esperaba algo parecido. No le hacía mucha gracia pero tampoco tenía más opciones que aceptar y darle una oportunidad a Soraya, no la había tratado mucho, pero corrían ciertos rumores por ahí que no le gustaban mucho, eso ni que no se supiera quien era el padre de su hijo, sin lugar a dudas esa mujer pecadora no sería una buena influencia para sus hijas o el resto de mujeres que cosían con ella.

-¿Queréis que le ofrezca trabajo de costurera? Preguntó reticente, aunque había entendido perfectamente lo que la ama de llaves le estaba proponiendo. ¿Y si ella no quisiera? Supongo que no la podemos obligar... Pero si queréis que le pregunte y le de trabajo de vez en cuando lo haré.

Eso sería lo ideal, aunque trabajando en las porquerizas Bresa suponía que cualquier otra cosa sería bien recibida por su parte, así que tendría que hacerse a la idea.

-Está bien, así lo haré. Respondió Flavia resignada. Y hablaré con Malcom Ríos sobre el asunto.

En cuanto terminasen de preparar la comida para la cena y Viterrand le diera permiso lo buscaría y hablaría con él sobre sus nuevas tareas.

-¿Has visto a Malcom por aquí hoy? Preguntó a su esposo.

-No te contengas por mi, Tarmall -contesto Edder acercándose a la mesa y cortándose unas generosas porciones para el-. No te lo podría reprochar cuando yo hubiera hecho lo mismo.

Tras sus palabras Edder se queda callado, prefiriendo concentrarse en saciar su hambre y preocuparse por socializar después.

- Más grande y fuerte de lo que resulta natural en una dama, aunque sea una Bastarda norteña, la espada leal Theresa Nieve llega a las Cocinas. No es realmente tosca, pero hay algo extraño en ella y no es de extrañar que la llamen "la Mostrenca" a sus espaldas.

-Oh, fallo mío querida. Esa vieja bruja me ha sacado de mis casillas. Y no recuerdo ahora mismo si le he visto, la verdad. Hoy tenemos muchísimo ajetreo aquí abajo...- Susurré a Flavia dando la espalda a todo cuando acontecía en las cocinas, hasta que llegó Olegg y se dirigió a mi.- Pues llegas justo a tiempo, Olegg. Flavia, querida, dale los dos cubos que están en esa esquina. Espero que tus perros las disfruten-

Entró en las cocinas con bastante tranquilidad, y se dirigió hacia Viterrand cuando Flavia le daba a Olegg los cubos para los perros.

-Buenas tardes-noches, señores.-

Miró a su alrededor oliendo el buen alimento que deseaba ya e sus tripas.

-¿Serían tan amables de darme algo de comer? Llevo sin probar bocado desde esta mañana.-

Hizo un intento de sonrisa algo fallida, no estaba totalmente acostumbrada a ello, pues solía ser una mujer de pocas palabras. Aún así volvió a abrir la boca.

-Es bastante acogedor este sitio, los aromas que aquí rondan son bastante apetitosos.-

Intentaba ser simpática, ella, quien jamás en su vida lo había intentado, ¡Incluso estaba hablando con los cocineros! Para ella era todo bastante nuevo, aunque no borró la extraña sonrisa no forzada, pero sí costosa de salir de la cara.

-¿Qué tienen preparado hoy? o ¿Qué podrían preparar para cenar?-

Intentó ser lo menos agria posible, suavizando sus palabras y mostrándose menos antipática y antisocial que de costumbre.

El Perrero presenció imperturbable la llegada de los guardias, sin molestarse en proferir un gruñido de saludo, ni en esbozar siquiera el más leve gesto de reconocimiento. Tan solo los observó largamente con aquella mirada dura y penetrante de siempre, la que demasiado a menudo conseguía hacer que se erizaran los pelos de la nuca a cualquiera.

En verdad, el Perrero no sentía particular animadversión hacia los guardias del castillo. Hacia ninguno. Pues, aunque algunos le caían mejor y otros le parecían francamente detestables, lo cierto era que en algún punto hasta respetaba su función. Aunque probablemente “respeto” fuera quizás una palabra demasiado virtuosa para describir sus auténticas sensaciones

Después de todo, aunque aquellos sujetos quizás todavía no lo supieran, serían los que arriesgarían el cuerpo cuando llegara el momento. Un momento que, indudablemente, llegaría más tarde o más temprano. Como había sido siempre. Aunque la mayoría de los actuales residentes del castillo lo ignorase, tan relajados como estaban viviendo sus patéticas y miserables vidas.

OLEGG lo sabía. Pues, a diferencia del resto, OLEGG recordaba. Recordaba como había sido antes, y recordaba lo sorpresivo que puede llegar a ser el final...

Por todo ello, el Perrero no podía sentir sino lástima por aquellos pobres diablos. Y poco le importaba lo que hicieran o dejaran de hacer con sus vidas.

Claro que, con la Mostrenca, era algo completamente diferente…

Al verla llegar, los ojos del Perrero se posaron de inmediato en ella, observándola detenidamente casi hasta el límite de lo indecoroso. Mientras lo hacía, una sutil sonrisa pareció abrirse paso en sus facciones, a la vez que un débil destello de lujuria iluminaba su rostro…

Al ver que le estaban sonriendo, no pudo si no, devolver la sonrisa, aunque esta era algo tosca por poca costumbre.

Entonces miró de nuevo a la mujer y el hombre que había en cocina, aquellos que eran los cocineros.

-¿Entonces... señores..., qué hay para cenar ?...

Ya era tarde para llamarlo comida, y aún pronto para llamarlo cena, pero se moría por un bocado de cualquier cosa comestible.

-Oh, mis disculpas.- Dije a Theresa distraído. Algo había ido a mi mente y me distrajo totalmente del bullicio de la cocina y de todo cuanto acontecía en ella.-Flavia, querida, sirve lo que he estado preparando a quien tenga hambre. Necesito tomar el aire un segundo.-

Hoy estaba más cansado que otros días y quería respirar y pensar en otra cosa. Tan sólo quería cinco minutos fuera de esa cocina antes de terminar el día y volver a casa.

La extraña sonrisa del perrero se ensanchó en cuanto encontró respuesta en el bello rostro de la parca mujer, algo que verdaderamente no había esperado ni en sus sueños más delirantes, y casi de inmediato unos dientes afilados y ennegrecidos se hicieron visibles en medio de su poblada barba rojiza.

A pesar de su apariencia grotesca y bestial, o quizás precisamente por ella, lo cierto era que al rústico personaje no le resultaba tan difícil conseguir aplacar de tanto en tanto sus apetitos sexuales como la mayoría hubiera imaginado. Pero por lo general se trataba de encuentros efímeros y casi siempre forzados, que tenían más que ver con satisfacer los instintos más bajos de la condición humana que con auténticos sentimientos virtuosos de amor y de afecto verdadero.

Por ello, en cuanto notó que una extraña y novedosa sensación se abría paso en su pecho, inflamando su corazón de una forma que creía ya largamente olvidada, su primera reacción fue recuperar de inmediato su gesto agrio y adusto de siempre para dirigirse con renovada premura al maestro cocinero.

- Cocinero… – bramó con aquel tono grosero y primal de siempre, a la vez que se dirigía al rincón señalado por VITERRAND para tomar él mismo los cubos con las sobras de la noche anterior – ¿Crees que tengo todo el día?

Acto seguido, tras aferrar con sus poderosas y callosas manos ambos cubos, se giró en redondo y se dispuso a abandonar las cocinas, visiblemente ofuscado y sin molestarse siquiera en saludar a nadie.

PRIMERA MADRE, PRIMERA LUNA, AÑO 140 D.A.

ANTES DEL OCASO.

- Olegg sale de las Cocinas.

Tarmall con ganas de iniciar la conversacion dice:
- Bueno, sentaos con nosotros y compartid este queso. -Dice invitando a Theresa- y contadnos que es lo que os ha tenido tan atareada todo el dia.

Llevaba la ropa corriente de un hombre de armas más una daga en el cinto, pero lo que más llamaba la atención era el saco de dormir que llevaba atado a mi espalda.

Sí lo sé siempre me dicen que tengo que ir con la armadura menos pesada y utilizar la más pesada para las guardias pero pesa tanto, y así estoy tan a gusto.

Mi padre ganó mi honra no tengo porque dar más explicaciones sobre mí el nombre de mi padre es suficiente para ser respetado.

Me levanto tras comer con una sonrisa en la boca no había nada mejor que saborear la comida de Viterrand, sabía cómo hacerte lamer los dedos y así lo hice después me levanté.

Señores señoras un placer estar en presencia vuestra, con su permiso voy a ver que todo va bien. 

- Tarmall siguió recorriendo todo el castillo durante los siguientes años.