Partida Rol por web

—Pierce, ¿qué estás haciendo? Creía que todos habíamos decidido volver. ¿A dónde vas?

Y entonces es cuando veo a Bill seguir a nuestro aguerrido e insensato compañero al interior de tan tenebroso lugar. ¿Se habrán vuelto locos? Me doy la vuelta y miro a las dos chicas del grupo. Parece que son las únicas con un poco de sentido común.

—¿Qué hacemos? —inquiero finalmente, lleno de resignación.

Elisabeth se quedo en el sitio mientras observaba como Pierce se adentraba en la mina. ¿Estaba loco?. Pero fue entonces cuando otros dos le siguieron y se encontró sola con la otra chica, fuera de la mina, al aire libre.

Un escalofrío recorrió su espalda y se resigno a seguir al grupo, adentrándose tras de ellos.

Mientras la temerosa chica avanzaba su cuerpo temblaba sin parar, amenazando con derrumbarse. Una sola idea cruzaba su mente. ¿Quien del grupo llevaba el arma?

Me quedo mirando como Pierce y Bill se adentran en la mina. Dirijo mi mirada hacia Eli y Luke, arqueando una ceja en claro gesto de incredulidad.

- Así que ahora ya no hay prisa por huir de un psicópata nudista pirómano de los bosques y volver a la mansión rápidamente para cagarnos en Beckett, ¿no? Ahora hay tiempo de hacer paradas para que se haga de noche rápido y nos quedemos en mitad de la nada con ese loco dando vueltas por aquí. ¡Perfecto! ¡Buenísima idea! Se os da de puta madre improvisar, ¿eh? -podría salirme el sarcasmo hasta por los ojos.

Resoplo y me cruzo de brazos.

- Estoy harta de que decidamos algo entre todos y luego se lo pasen por el arco de triunfo. ¿Quién tiene el mapa?

Bajo la cabeza y resoplo, contrariado.

—Pierce, por supuesto... —mastico. Desde luego, no puedo culpar a Kim por su frustración. Esto es tan absurdo que raya lo estúpido. Primero Pierce habla de seguir adelante «con la investigación», lo convencemos del poco sentido que eso tiene y convenimos todos en pasar por la mina solo porque era el camino más corto para volver a la mansión, y cuando llegamos aquí no sé qué viento les da que empiezan a entrar en la mina uno a uno... ignorándome como si ni existiera... y sin decir ni una sola palabra que justifique la tontería que están haciendo. Vale. Perfecto.

—Chicos... Haced lo que os dé la real gana. Si no vamos a continuar, yo me quedo aquí fuera a descansar un poco. Pero paso de entrar ahí y de seguirle el rollo al jefe. ¿Es que... no os entra en la cabeza que estamos en peligro de muerte? ¿Hola? ¿Cómo nos ayuda entrar en una estúpida mina para buscar un p... maldito mineral? ¡Creía que eso ya estaba superado! ¡Aaagh!

Le doy una fuerte patada a una piedra de tamaño mediano, que sale volando hacia un lado, en vez de salir recta. Encima. Nunca se me ha dado muy bien eso de los juegos de balón, pero es que hasta las piedras parecen reírse de mí.

De repente, me detengo en seco. Miro a Pierce fijamente desde su espalda, perfectamente consciente de que él sabe que me he detenido. Luego me vuelvo para contemplar las expresiones de frustración y enojo del resto de mis compañeros. Y aunque me pese, la certeza de que son ellos quienes tienen razón, quienes están actuando con sensatez, me golpea como un yunque.

—Pierce... —me oigo decir a mí mismo. Mi voz suena lejana y asombrosamente tranquila, como si fuese otro el que habla—. Ya hemos llegado bastante lejos. Ya hemos averiguado lo que de verdad hacía falta, y es que nuestras vidas corren peligro. Creo que lo primero que deberíamos hacer es volver y hablar con la doctora, y a partir de ahí, decidir. La mina no se moverá de aquí. —Guardo unos segundos de silencio, durante los cuales examino la reacción de Pierce. Después, reúno el coraje suficiente para seguir hablando—: Hace muy poco que te conozco, pero en este tiempo ya has demostrado tu gran valor y tu preocupación por todos nosotros. A juzgar por tu empeño en atacar los peligros de frente y en protegernos, diría que sabes lo que es perder a alguien... y que de algún modo buscas compensarlo. —Vuelvo a quedarme callado, pero esta vez tengo muy claro lo que pienso decir—. No nos pierdas también a nosotros. No te pierdas a ti mismo.

Elisabeth se retracta de internarse en aquel lugar y separándose un poco de Pierce vuelve a las afueras de la mina, donde están los demás.

Se acerca un poco a Bill y mientras él se dirige a Logan ella no hace mas que asentir. Completamente de acuerdo con el chico.

-Lo mejor sera... volver... pero no por ahí. No creo que sea una buena idea...

Aquella grotesca cueva se le antojaba a la chica como una trampa fruto de una de sus peores pesadillas. En el peor de los casos podía servir para refugiarse de una tempestad o esconderse de... algo, pero si existían mas posibilidades prefería evitar ese lugar.

Pierce y Bill, lo único que veis dentro del lugar es un ancho pasillo que gira progresivamente a la izquierda, que acaba abruptamente en un gran hueco de ascensor cuyo borde está señalado con franjas amarillas y negras; juento al hueco hay un interruptor con un piloto rojo apagado. A la derecha, una puerta entreabierta de metal oxidado, de aspecto pesado, da a un pequeño cuarto de herramientas, donde hay taquillas, cascos, picos, linternas y demás parafernalia. También veis maquinaria de aspecto complicado, con un sinfín de cables, interruptores y válvulas. Cerca de esta puerta, un pozo circular se abre en el suelo. Una escalera de mano metálica desciende por él hacialo que imagináis será una de las galerías de la mina.

Nada. Permanecer aquí es perder el tiempo, y no tenemos de sobra para malgastarlo.

Echo un vistazo al pozo. La escalera termina en un túnel que, supongo, es una galería que desemboca en un laberinto de túneles que no podemos permitir recorrer ni explorar.

-Vámonos. Tenemos que llegar cuanto antes a la mansión.

Mientras salgo, no dejo de aguzar los sentidos en previsión de una postrera sorpresa.

Siempre vale más un "por si acaso" que un "yo pensé".

Intercambiáis unas cuantas miradas de desconcierto, pero más allá de eso, no discutís ni una palabra. Al fin, parece que va a hacerse lo que quiere la mayoría. Una vez todos estáis fuera de la mina, empezáis a rodear hacia el este la loma en la que esta se hallaba, decididos a dejarla atrás y llegar a la casa lo antes posible. No tenéis que caminar mucho, a lo sumo unos cincuenta metros, para encontrar el camino. Os alegra comprobar que es bastante ancho y fácil de ver. En el suelo hay restos de las marcas que en su día dejarían las ruedas de los carros, mantenidas por el reciente paso de algún que otro coche. Al menos, parece que no tendréis que ir buscando el camino entre la vegetación. Os ponéis en marcha de inmediato, sabiendo que os espera una caminata de al menos hora y media. Para algunos de vosotros, este puede ser el día que más hayáis caminado en vuestra vida, y empezáis a sentiros bastante cansados, sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera habéis parado ni un minuto.

El camino discurre de un modo bastante regular, sin serpentear en exceso, si bien es cierto que hay más desnivel que en el sendero de la ribera del río. Las copas de los árboles son bastante bajas, y si alargáseis vuestras manos hacia arriba podríais tocar las ramas más bajas, dando la impresión de que las hojas cuelgan sobre el camino. Sin embargo, lo que más os llama la atención es el hecho de que la niebla, en lugar de irse atenuando con el paso de las horas y a medida que os alejáis del agua, es cada vez más densa. Además, para vuestra sorpresa, parece que ha empezado a oscurecer un poco, lo que no deja de ser extraño teniendo en cuenta que, si atendéis a vuestros relojes, es mediodía; sin embargo, tal vez este fenómeno se deba al creciente espesor de la niebla, que en estos momentos parece una cortina grisácea y opresiva que no os deja ver mucho más allá de diez metros de distancia, obstruyendo por completo la luz del sol.

Todo está sumido en un silencio que, más que relajante, resulta amenazador y pegajoso; tiene una cualidad incluso desagradable. Lo único que se oye a vuestro alrededor es un sordo, suave, casi inaudible ululato que, aunque bien podría parecer el movimiento del aire entre los árboles, sabéis que no es así porque no hay nada de viento. De hecho, el sonido es diferente: más bien parece una resonancia húmeda y cavernosa, como un eco indefinido y continuo en el límite mismo de vuestra percepción.

Continuáis caminando durante un rato que se os hace eterno, y la niebla va tornándose progresivamente más oscura, aunque por el momento no es nada que pudiera ser tildado de claramente antinatural, si bien, dados vuestros antecedentes, esto causa un más que razonable estado de alerta en vosotros.

Y, de pronto, tenéis la absoluta certeza de que os están vigilando.

Estoy sudando, aunque no sé si ello se debe a la humedad ambiental o a la inquietud que me embarga. Probablemente, a ambas cosas. Aprieto los dientes mientras presto atención a cuanto me rodea, esforzándome por no separarme del grupo.

Trago saliva...

Finalmente dejamos de jugar a los Boys Scouts y nos vamos a hacer el camino de regreso a la mansión. No es normal que haya un pirado en este bosque con ganas de quemar a la gente. Y supongo que la vieja doctora y su ayudante de saberlo no nos habrían mandado a hacer la puñetera actividad por el bosque. Al menos así quiero creerlo.

Avanzamos y de lo único que tengo ganas es de sentarme un buen rato y estirar las piernas. Caminar con botas Dr. Martens no es lo mejor. Y caminar en general. Soy una asquerosa rata de ciudad dependiente de los medios de transporte públicos y lo peor es que estoy bien orgullosa de serlo.

Como de costumbre, la marcha discurre en silencio. Ya no me apetece tanto intentar hablar con ellos. La puñetera niebla se hace cada vez más agobiante, asfixiante, densa y me acojona, para qué negarlo. Parece como si estuviéramos haciendo el camino hacia el submundo, en el que de un momento a otro nos encontraremos con las puertas del lugar a donde van las almas errantes para recibir su merecido castigo. Quizás es lo que espero de todo esto, recibir el final que no pude tener y que me merezco.

De repente, algo carga aún más el ambiente. No es el silencio antinatural del lugar. No es la oscuridad que empieza a inundar el bosque. Es como si los guardianes de la frontera entre el camino y la frondosidad de la vegetación que nos rodea de repente tengan consciencia de nuestra presencia.

Elisabeth se apega de nuevo a Pierce, no nota nada pero puede sentir como sus compañeros se ponen en tensión y eso le pone nerviosa. En realidad, todo lo que estaba pasando allí le ponía nerviosa. El viaje, el bosque, la mina, el arma... Los sonidos...

-Deberíamos... darnos... darnos prisa. Fue lo único que acertó a decir la pequeña antes de que unas lagrimas amenazasen con salir de sus ojos y empezase a temblar mas de lo aconsejado. Estaba empezando a costarle controlarse en aquella situación.

Eli y Luke, súbitamente oís un leve crujido proveniente de algún lugar a vuestra izquierda. Normalmente el sonido os habría pasado inadvertido, pero vuestros sentidos están más alerta de lo normal, y además el silencio reinante provoca que el ligero ruido parezca estar aún más fuera de lugar. Cuando dirigís vuestra atención hacia el sitio del que venía el sonido, advertís un movimiento entre las hojas de los altos y frondosos arbustos. Luego, un murmullo, como si alguien estuviese hablando en voz baja. Finalmente, impera de nuevo el silencio...

De repente, después de unos instantes en los que os preguntáis si acaso no habréis creído ver algo, una sombra pasa rápidamente por detrás de las hojas de los matorrales. Apenas tenéis tiempo para ver ningún detalle, pero os ha parecido que portaba algo metálico en la mano. ¿Tal vez un arma?

Elisabeth se mostraba tensa, no paraba de mirar a todos lados mientras se escudaba tras Pierce. Fue entonces cuando un sonido llamo su atención. Una rama rota, quizás otra cosa, que importa. La chica volteo la vista de manera rápida y su cara pareció palidecer aun mas.

-Creo... Cre... Creo -Empezó a decir ella con la voz rota- Creo que acabo de ver a alguien por ahí. Y llevaba algo en la mano, algo metálico.

La niña trago saliva y cerro los ojos.

-Quiero salir de aquí ya, por favor, quiero volver a casa.

Le clavo la mirada a Eli. Está asustada. Igual que yo.

—¿Tú... tú también lo has visto?

Miro de nuevo hacia donde ambos hemos visto esa extraña sombra, que parecía armada. Sin embargo, ahora el silencio y la quietud son las únicas cosas presentes. ¿Estamos solos otra vez? Doy un paso titubeante hacia la maleza, entornando los ojos, escrutando entre la turbia niebla, que cada vez se parece más a humo.

—¡Eh! —me oigo a mí mismo gritar—. ¿Quién hay ahí? ¡Vamos, sal!

En realidad, no quiero que salga...

Súbitamente, todos podéis oírlo. Un sonido como de raspadura, procedente del bosque que hay a vuestra izquierda. Aguantáis la respiración a medida que el inquietante sonido se hace más fuerte. Un ruido de hojas moviéndose y de ramas crujiendo os alerta de que alguien se está acercando. Entonces, lentamente, una figura surge de detrás de un árbol. Y no podéis contener vuestro horror. Frente a vosotros, lo que parece una persona con un saco en la cabeza os mira desde detrás de unos orificios practicados en la tela. La improvisada máscara está completamente manchada de rojo oscuro, pero por extraño que resulte, no sois capaces de discernir si las manchas proceden del exterior o si por el contrario rezuman y permean desde el interior del saco. El ser se mueve de una manera antinatural y sincopada, más como una marioneta que como un humano. Entonces, se detiene, apoyando su cabeza cubierta en el tronco de un árbol. Su mano aferra un enorme cuchillo de aspecto oxidado, que también está sucio con la misma sustancia roja. El recién llegado araña la corteza del árbol con el machete, produciendo el desagradable sonido raspante que habíais oído hace unos segundos. Y de repente, antes de que podáis reaccionar...

Silba.

Emite un largo silbido quebrado y ascendente, que suena a vuestros oídos tan grotesco como estridente. Para vuestra sorpresa y horror, oís tres o cuatro silbidos más, procedentes de distintos lugares del boscaje que os envuelve como una mortaja. Y es entonces cuando comprendéis que estáis rodeados...

Súbitamente, el hombre que estaba apoyado en el árbol lanza un terrible y helador chillido completamente inhumano. Otras voces le responden a vuestro alrededor, y otras dos figuras igualmente embozadas aparecen de la nada, uno de ellos con otro machete, y el otro portando un pico de minería de aspecto pesado. Ambos se mueven de la misma manera desarticulada y deshecha. En algún lugar cercano, oís lo que parece el ruido de alguien encendiendo una moto, como un motor que arranca y tose en repetidas ocasiones...

De pronto, todo empieza. ¡Antes de que podáis mover un músculo, los tres espantosos encapuchados se abalanzan sobre vosotros a toda velocidad, profiriendo alaridos desgarradores y blandiendo sus mortíferas armas contra vosotros!