Partida Rol por web

Miro absorto mi mano, completamente pintada de un rojo oscuro y denso. Separo los dedos, que están pegajosos. El olor dulzón de la sangre satura mi nervio olfativo, y una arcada convulsiona mi cuerpo. Hinco una rodilla en el suelo. «No, no, no... No puedo desmayarme. Si lo hago, estoy muerto. Tengo que vivir, tengo que vivir, tengo que vivir...».

Río nerviosamente sin saber por qué (¿tal vez para descargar la tensión de este espantoso momento?) mientras un escalofrío recorre mi espinazo.

La herida se siente como el mordisco atroz de una bestia venenosa. Casi me da miedo mirar. Bajo la vista y está ahí, asomando entre la tela desgarrada, dolorosa y sangrante. Trato de imaginar que estoy viendo el cuerpo de otra persona. Funciona.

Me pongo de pie sin parar de reír.
 

Maldita sea.

Todo sucede a cámara lenta, pero a una velocidad vertiginosa.

No puedo fallarles. no puedo permitir que esto termine de esta manera.

Apunta a la cabeza de este hijo de puta.

Ya basta de juegos. No sabes qué se habrá metido este tío para seguir blandiendo un pico de minería con una carótida destrozada, pero ha llegado la hora de tomar el control. Levantas el cañón de tu arma un poco más y esperas a que ese chalado se acerque. No quieres fallar. Una parte de ti está conmocionada, pero no ya por el asalto en sí, sino por la férrea e inhumana determinación que muestran estos monigotes, casi como si fueran máquinas en lugar de personas.

Aprietas el gatillo. Y entonces...

Una extraña nepente nubla vuestros sentidos, como si durante un segundo todos estuviéseis metidos dentro de una batidora gigante. A unos instantes de tremendo desconcierto les sigue el ruido sordo de un cuerpo derrumbándose en el suelo, rodeado de su propia sangre. En ese momento, cuando lográis sacudiros de encima esa sensación, veis con confusión que los maníacos que os estaban atacando ya no llevan bolsas en la cabeza. Ahora parecen personas normales y corrientes, y de hecho, los reconocéis como algunos de vuestros compañeros de terapia; estuvieron sentados con vosotros en la sala de reuniones de la mansión tan solo unas horas atrás. Ellos parecen igual de confusos que vosotros, como si acabasen de recibir un golpe en la cabeza. Las armas que estaban utilizando contra vosotros han desaparecido. Pierce, en el suelo frente a ti hay una chica joven de edad indeterminada, con una herida de bala en la garganta y otra un dedo por encima de su ceja izquierda. La sangre que mana copiosamente de sus dos heridas mortales se mezcla con su cabello castaño claro y con el blanco cuello de camisa que asoma por encima de un jerséi de cuello de pico azul, manchando su rostro demacrado y enjuto. Sus ojos azules están abiertos, mirando al cielo gris, y su boca se halla entreabierta en una expresión de incomprensión. Está muerta. ¿Qué coño está pasando aquí?

Todavía no habéis salido de vuestro asombro, cuando uno de los hombres exclama:

—¡Jodie! ¡La han matado! ¡Ese loco lleva un arma! ¡Corred!

Apenas un segundo más tarde, entre gritos y jadeos, los tres hombres que hace unos segundos estaban intentando mataros salen corriendo como alma que lleva el Diablo. Los seguís con la mirada, pero hay algo que entorpece vuestra percepción. Hay algo que no os deja ver bien y que os sofoca ligeramente, dificultándoos la respiración. Un momento... Cuando os miráis los unos a los otros... ¡veis que todos lleváis puestos sacos de tela agujereados en la cabeza!

—¿Qué está pasando? —Me arranco el saco de la cabeza para poder mirarlo cara a cara, pero sus ojos vacíos no me responden. Tiro la espantosa máscara al suelo con repugnancia evidente—. ¿Qué coño acaba de pasar? ¿Alguien tiene idea? —No lo entiendo. Nada de esto tiene la más mínima lógica. ¿Es posible que nosotros hayamos sido los locos encapuchados todo el tiempo? ¿Ha matado Pierce a una persona inocente? No puede ser...

De repente, el dolor de mi costado, del que casi había logrado olvidarme, vuelve a apuñalarme a traición. Aprieto mi mano contra la herida, y noto manar la sangre caliente. Respirando con dificultad, bajo la vista para mirar a la chica muerta. Mi mente logra forjar una hipótesis.

«Algo está intentando que nos matemos... y no parará hasta que lo consiga».

Ni siquiera intento correr detrás de los desconocidos. Lo más probable es que nos estuviesen viendo como nosotros los veíamos a ellos. Esto es una pesadilla.

Quiero despertarme ya.

—¡Aaahhh! —Me arranco la grotesca bolsa de la cabeza y la arrojo lo más lejos que puedo. ¡Esto no puede estar sucediendo! Caigo sobre mis rodillas y empiezo a tantear frenéticamente mi abrigo en busca del bolsillo en el que guardo mi inhalador. Aunque ahora mismo no tengo un ataque de asma, es muy probable que en breve sí lo sufra. Sin embargo, para mi desesperación, el pequeño vaporizador de plástico no está. ¡Maldición! Debe de habérseme caído durante la trifulca. Voy a tientas por la tierra húmeda, tratando de recordar el recorrido exacto que he hice antes de que esos tipos se dieran a la fuga. Afortunadamente, no tardo en encontrar mi pequeño salvavidas en el punto donde caí antes, junto a la raíz saliente. Lo guardo con ansiedad en mi abrigo y me pongo de pie, tratando de controlar mi respiración.

—¿Dónde coño estamos? ¿Qué está pasando? —exclamo, y mi voz se quiebra en un grito agudo. Empiezo a llorar de los nervios, mis hombros sacudiéndose violentamente. «Casi nos matan... y nosotros hemos matado a una de ellos. No, nosotros no. Pierce la ha matado», pienso mientras levanto la vista hacia el desolador panorama que componen mis compañeros. Bill tiene una herida de aspecto repugnante en un lado del cuerpo. ¿Cómo puede moverse? Luego veo a Kim sujetándose un hombro con una mano ensangrentada, aún con la horrible máscara puesta, mirando confusa en todas direcciones. Miro el tajo de mi mano. Visto lo visto, he tenido suerte.

—¿Estáis bien?

¿Qué coño ha pasado?

Hemos pasado de ser atacados a convertirnos en atacantes. De tener miedo, a ir embozados y ser germen de terror.

Pero las heridas son reales. Bill y Kim sangran profusamente, Luke no deja de gritar, y Eli... Joder no la veo. Esta cosa... ¡Coño, sigo con el puto embozo en la cabeza! Mi mente se ha bloqueado, no soy capaz de responder. Casi no siento mi respiración, tan leve es. Seguramente el estrés me esté haciendo padecer el efecto túnel y el efecto columna que se estudia en operativa táctica, y vete tú a saber cuántos efectos más en mi cuerpo de los que no soy consciente, pero que están actuando sobre mí.

Muy lentamente, me quito el sudario que envuelve mi rostro. Noto el sudor enfriarse sobre sobre mi piel. La chica sigue tendida sobre el suelo, con el charco de negra sangre ampliándose cada vez más lentamente. Se ha exanguinado completamente. Sus ojos muertos miran al infinito vacíos de vida, con la postrera sorpresa de encontrarse con la muerte cara a cara y no estar preparado para el momento fatídico.

Creo que es la primera vez en años que me quedo bloqueado sin saber qué hacer.

Lo único que escucho son los rugidos del tigre en mi interior, sacudiéndome sus ecos desde la lejanía de su montaña.

Joder, ¿qué he hecho?

He matado a un inocnete. Juré protegerlos y ahora he quitado una vida gratuitamente.

Pero me agredió con un pico, otros dos llevaban machetes, y uno una motosierra. Ya no están. Se han perdido entre la maleza y la niebla.

Me quedo a solas con mi pecado.

He fallado al grupo.

Me he fallado a mí mismo.

Quiero llorar, quiero reír, quiero saltarme la tapa de los sesos, no sé que quiero hacer.

Elisabeth se quedo quieta durante unos segundos mientras sus compañeros reaccionaban, ella estaba inmóvil, incapaz de reaccionar. Por su mente no pasaba nada, estaba empezando a desconectar. Se llevo la mano a la cara y cuando su delicada piel entro en contacto con la superficie rugosa de la bolsa de trapo fue trasportada a la realidad. Se retiro el saco de la cara muy despacio, con miedo, al quitárselo por completo mostró una cara aun mas pálida que de costumbre en la cual sus pecas resaltaban como si fuesen una infección.

La chica acabo por caer al suelo y dejar de contener la respiración. Se apoyo con sus frágiles brazos para evitar que su cabeza chocara contra el suelo y contuvo lo mejor que pudo las lagrimas. Se sentó sobre sus piernas y se limpio la cara con las muñecas, cuando se dio cuenta de que aun tenía el saco entre las manos lo tiro lo mas lejos que pudo mientras dejaba escapar un quejido de esfuerzo.

La niña se quedo sentada en una pose desalentadora mientras miraba al suelo e intentaba contener el llanto. Quería volver a su casa, lo que había allí le daba menos miedo que lo que estaba encontrando en ese lugar.

Aferro con fuerza el tenedor. No es una gran garantía para esta situación pero hasta su frío tacto me aporta confianza. Mi mente está en blanco, tal como una tabula rasa. Es una sensación extraña de expresar, pero es parecida a una enorme y gran serenidad, con lejanas trazas del sabor amargo del dolor causado por la profunda herida que me ha causado “eso”. Inevitablemente, creo un paralelismo con esta situación y la que viví hace unos años en un callejón. De aquella situación salí adelante. ¿Saldré también de ésta? Sin apenas esperanzas puestas en ello, espero a que se abalance sobre mí. Lo necesito. Necesito arrancar de mi carne este dolor que ni se asemeja a cualquier herida que pueda tener nunca. He buscado mil maneras de alcanzar un estado en el que no me importe tener que convivir con ello pero ninguna de esas maneras es la salida que necesito. Puede que ésta sea la buena.

Un sonido fuerte. Un sonido sordo, bruto, seco, carente de sentimientos rompe el hechizo. Veo cómo lentamente el cuerpo de la muchacha cae y, aunque la visión de su carga carmesí empapa el ambiente de ése sabor a metal que anuncia el banquete para la Parca, mi mirada se clava en la suya. Una mirada huidiza, una mirada casi vacía; inquietante pero fija en mis ojos, o eso quiero creer yo. Seguramente sea una mirada suplicante de una justicia que no existe en éste mundo. Una mirada que exige conocer una respuesta a por qué le ha llegado el fin de una manera tan inesperada como incierta. Sin poder despedirse de sus seres queridos. Sin poder conocer a su amor verdadero. Sin poder hacer todo lo que tenía planeado en esta vida. Y el último destello de su halo choca contra el insensible suelo, formando después unas alas rojas sobre el burdo y estéril superfície del camino.

Durante unos segundos, nadie hace ni movimiento ni sonido alguno, hasta que los encapuchados ya no son encapuchados sino gente normal que huye aterrados de la escena. Y nosotros ya no somos nosotros. Nosotros somos los encapuchados. Siento el ahogo de la capucha envolviéndome. Su tacto áspero me devuelve a la realidad. ¿Cuándo ha sucedido esto? Mis compañeros se alteran, como es de esperar. Nadie sabe qué cojones ha pasado, pero ha sido real. Me aferro la herida y duele. Joder si duele. El dolor me hace sentir que no he perdido del todo la cabeza. Mi gran imaginación no ha tenido nada que ver esta vez, ha sido de verdad. Nos han atacado y ahora somos los…

Ahora somos nosotros los monstruos.

Finalmente me quito la capucha, aunque me cuesta quitármela, sintiéndome bien con la cara cubierta. A los monstruos no nos gusta que nos vean como a tales. La dejo caer al suelo y me acerco a Pierce arrastrando casi cada paso que doy. Le quito el arma, agarrándola con cuidado de apuntar al suelo y le pongo una mano en el hombro.

- Ha sido por supervivencia y lo sabes. En el fondo, lo sabes.

Le veo muy confuso y quizás traumatizado por lo ocurrido. ¿A quién no le afectaría matar a una chica que ni conoce ni sabe qué hace ahí en mitad de una batalla por la vida? Por eso me planteo el guardar el arma hasta que esté mejor y eso hago, colocándomela en la cinturilla del pantalón, en la zona de la espalda.

Me dirijo ahora al resto de mis compañeros.

-Tenemos que salir de este puto bosque, pero regresar a la mansión ya no es una opción. No sé qué pensáis vosotros, pero no considero del todo creíble nuestra versión de los hechos y paso de vivir toda la vida encerrada en una cárcel psiquiátrica –me miro la mano ensangrentada y la vuelvo a poner en su sitio, acompañando al gesto con una mueca de dolor- También estaría bien alguna asistencia médica. Sé que no estáis para decisiones ahora mismo, pero estamos metidos en esta mierda. Todos. Juntos. Debemos decidir qué hacer ahora.

Noto una mano que me devuekve a la realidad. Me toca en el hombro, su tacto me despierta.

Al instante siguiente, intenta tocar el arma intentando quitármela.

Ni de coña.

Le propino un manotazo a la mano y un empujón a ella. El arma siempre conmkigo. El que intente quitármela debe estar dispuesto a morir.

-Ni se te ocurra -le advierto.

Miro a mi alrededor. Kim sangra y Bill no está mejor.

Me guardo el arma y saco el botiquín de la mochila. Examino las heridas de Bill el primero. De los dos es el que está peor, el que presenta peor pinta. Lo remiendo hasta donde sé y puedo llegar, pero mis conocimientos no van más allá, aunque sé reconocer la gravedad de sus heridas, la nula sepsis del entorno y de mí mísmo.

Necesita cuidados ambulatorios inmediatamente.

Luego curo a Kim. No es tan malo como parece. La sangre es más alarmante que otra cosa.

-Tenemos que movernos -propongo-. Hay que salir de aquí y regresar cuanto antes a la mansión.

Esto es de locos. Las preguntas se me acumulan en la cabeza una tras otra, tensionándome como la cuerda de un arco.