Esta partida está en revisión. Si el director no da señales de vida o es aprobada por un cuervo será borrada esta noche
Kiyomi mira a Hanako un poco azorada y sonríe.
—Gracias, Doji-san —luego se vuelve hacia Teru y se inclina—. Te agradezco tu ofrecimiento, Kakita-san. Pero será más apropiado que Doji-san y yo compartamos tienda, y tú puedas disponer de la tuya.
Teru hace un asentimiento por toda respuesta, y se retira para comprobar que los centinelas están bien apostados. Mientras tanto, Akiko avisa a todos de que la cena está lista. Arroz, pescado seco y algunas verduras en salmuera que transportan en tarros sellados con tules. Además, hay té para los samuráis, pero ya que Kiyomi se ha unido al grupo, deberán racionarlo si quieren que les dure todo el viaje.
Se acercan a la fogata y la sirvienta de Hanako se inclina a su paso. Con su eficiencia habitual, Akiko lo ha dispuesto todo de forma que casi podrían olvidarse de que están al aire libre y no en una de las salas de Shiro Omori.
La decisión de Kiyomi es la acertada. O así lo cree ella. Solo sería aceptable si no quedase otra opción, pero no es el caso. Justo entonces, Akiko avisa que la comida ya está lista, así que se acerca a la hoguera del campamento. La verdad, es que el campamento no tiene nada que envidiar a las salas del castillo.
Toma asiento junto a la hoguera, en el lugar preparado para ella.
-Todo esto es perfecto - sonríe.
Le encanta todo eso. Es lo bueno de los viajes. Puedes ver diferentes ambientes y sitios. Incluso se puede ver un cielo estrellado diferente.
Akiko sonríe y se inclina en agradecimiento por el cumplido de su señora. Kiyomi se sienta, animando al resto a empezar con la cena, pues está hambrienta después de la jornada de viaje. Empiezan a disfrutar de la comida y tras un rato de conversación tranquila, escuchan que uno de los centinelas da una voz de alerta. Teru se levanta como si le hubiera picado una cobra de las Arenas Ardientes, y va hacia el lugar del que viene el tumulto, con la mano en la empuñadura de la katana.
Akiko se acerca a Hanako preocupada, mientras Kiyomi estira el cuello para intentar ver lo que está pasando. Pero no parece ninguna amenaza seria, o se escucharía mucho más escándalo.
Teru regresa al cabo de un par de minutos, al parecer un poco más relajado, pero no del todo.
—Es un monje —dice—. O al menos eso parece... Ha visto la luz del campamento desde lejos, y pide permiso para calentarse junto al fuego durante un rato antes de continuar su camino.
Aunque no lo dice, está claro que al bushi Kakita no le gusta la idea de dejar aproximarse a un extraño, por mucho que se trate de un monje.
Durante un momento, sopesa todas las opciones. Entiende la postura de Teru, aunque no haya dicho nada. Puede ver en sus gestos que no gusta de la idea de dejar a un extraño acercarse. Pero deben mostrar hospitalidad a aquellos que piden refugio o, en este caso, calentarse.
-Invito al monje a acercarse a nuestra hoguera. No podemos dejar que se enfríe en esta noche un tanto fresca.
Mira a Akiko y hace un pequeño gesto que seguramente entenderá. Deben mostrar hospitalidad al imprevisto invitado. Algo de té y un poco de comida caliente quizá sea lo apropiado si el monje lo desea.
Si Teru está en desacuerdo con la decisión de Hanako, no hace el menor gesto que lo evidencie y mucho menos dice nada en contra. Hace una leve inclinación y se vuelve para cambiar algunas palabras con sus hombres. Kiyomi intercambia una mirada de curiosidad con su amiga, y poco después, el bushi regresa acompañado de un hombre al que saca al menos una cabeza y media.
El recién llegado, que viste con ropas sencillas pero de buena calidad y lleva la cabeza rapada, parece tener unos cincuenta años. Es más o menos tan alto como las jóvenes samurái, y aunque no es corpulento sí parece de complexión recia. El monje se inclina respetuosamente ante Hanako y Kiyomi, con una expresión estoica.
—Mi nombre es Masaru —dice con una voz grave y poco sonora—. Os deseo una noche agradable y os estoy muy agradecido por vuestra generosidad al permitir que me acerque a vuestro fuego.
Hace una leve inclinación de cabeza cuando el monje se presenta.
-Masaru-san, yo también te deseo una noche agradable. Nunca es agradable dormir en la noche fría tan cercanos al invierno como estamos. Por favor, toma asiento y calienta tus manos junto al fuego.
Mira al monje.
-Estábamos a punto de cenar. ¿Puedo ofrecerte algo de beber y de comer?
La cortesía es uno de los principios de los Grulla.
El monje hace una nueva reverencia y se acerca con calma al fuego. Se sienta con gestos tranquilos y alarga ambos brazos para aproximar las palmas de sus manos al fuego del campamento. Teru se sienta también, colocándose entre Masaru y la joven Hanako.
—Sois en exceso generosa, Doji-sama —dice el monje con un leve asentimiento—. Aceptaré vuestro ofrecimiento, pero no quiero ser una carga. Bastará un poco de arroz.
Akiko se acerca y le sirve un cuenco del cereal cocido, para después retirarse. Antes de empezar a comer, Masaru sonríe y todos pueden ver cómo reza una plegaria silenciosa.
—Una noche más agradable que las últimas de mi viaje, sin duda. Espero que vuestro grupo tenga un periplo menos accidentado que el mío, sea cual sea vuestro destino.
Teru se tensa al escuchar eso. A Hanako le basta una mirada para saber que el bushi ha interpretado esas palabras como la presencia de algún peligro o dificultad en los caminos, pero aún así el joven Kakita se mantiene en silencio. Es Hanako la que está al frente del grupo, y por tanto la que debe ocuparse de tratar con aquellos que no pertenecen a este.
Sonríe cuando el monje acepta su ofrecimiento de algo de comer. Una vez todos sentados junto al fuego y servidos, comienza a comer con la elegancia que se espera de alguien en su posición y con su linaje.
-¿Puedo preguntar que trabas te has encontrado en el camino? ¿Algún peligro?
De ser así deberá informar a Daidoji-sama para que tome las medidas oportunas y haga seguros los caminos de su territorio. Los ataques a los viajeros y comerciantes pueden poner en entre dicho al Clan y ser un obstáculo para el comercio. Espera pacientemente a que Masaru se decida a compartir su experiencia en el camino.
Quizá ellos puedan estar prevenidos para que no les suceda lo mismo.
El monje asiente a la pregunta de Hanako.
—Bandidos —dice—. Seres egoístas que viven al margen del orden celestial, y que no dudan en aprovecharse de cualquiera que sea más débil que ellos. Las tierras de la Grulla son seguras, pero no así las del Tigre, que es de donde vengo. En más de una ocasión he estado a punto de caer en poder de esos desalmados... aunque he tenido suerte hasta ahora.
Masaru parece percatarse de la tensión de Teru, y esboza una sonrisa.
—Pero yo que vosotros no me preocuparía demasiado —dice—. Los asaltantes de caminos son despiadados, pero cobardes. No se atreverán a atacar a un grupo como el vuestro, tan espléndidamente protegido. ¿Puedo preguntaros a dónde os dirigís, por pura curiosidad?
Parece que hay asaltantes en los caminos del clan del Tigre. Eso quizá retrase su marcha si tienen que tomar más precauciones para no caer en manos de los bandidos. Pero de eso tendrá que ocuparse Teru. Él es el que ha sido adiestrado para esos menesteres. Ella para los menesteres de la corte.
-Gracias por la información, Masaru-san. Me alegra saber que consideras las tierras de mi Clan como seguras - dice esbozando una pequeña sonrisa -. En cuanto a nuestro destino, solo puedo decir que se nos requiere en una Corte de vital importancia para nuestro clan.
No quiere mentir al monje ni ser descortés así que solo da parte de la información sin dar detalles demasiado concretos. Todas las Cortes de Invierno son vitales para los clanes pues allí se establecen pactos que pueden mantener la estabilidad del Imperio o hundirlo.