Partida Rol por web

Sourcil se puso manos a la obra y atosigó a Gastón y Raimbaut para que la acompañasen en su búsqueda de la arquería.

A Sourcil no le costó encontrar una tienda de bienes generales donde tenían algunos arcos cortos en venta. No era una arquería ni una flechería por lo que el material con el que contaba el tendero era de una calidad estándar y se negó a bajar el precio por el arma, aludiendo a una falta de existencias "Ahora que la gente los necesitaba para protegerse de los pieles verdes". La negociación termino con el precio estándar de 7 coronas de oro por el arco y 4 monedas de plata por 20 flechas. 

Con la compra hecha, el grupo se puso de nuevo en camino hacia las puertas de la muralla, como había recomendado la sacerdotisa y como había aceptado el caballero. Las puertas, como la muralla, eran enormes. Dos portones de madera de unos 10 metros de altura, protegidos por un rastrillo de acero y encajadas en una barbacana. En ese momento las puertas estaban abiertas, y lo único que impedía el paso de un lado a otro era un grupo de soldados vistiendo la túnica negra de Monfort. Los soldados, de clara casta campesina, saludaron con respeto al caballero, pero aún así no se movieron para dejarlo pasar.

Mi señor, cruzar será una corona de oro por cabeza. - Informó uno de ellos, sin hacer distinciones sobre cabeza noble o campesina, con la seguridad de alguien haciendo cumplir la ley, pero no sin algo de reticencia al exigir el pago a un noble. 

Gilles se había pasado todo el rato mascullando algo, repetidas veces, de manera intensa pero apenas perceptible. Solo paró cuando le entregó a Sourcil el oro y la plata que requirió para pagar el arco, pero cuando la mujer salió de la tienda, el arco se lo quedó Gilles por el momento, estaba demasiado concentrado en algo, en esa cosa que rumiaba de manera constante. Cuando llegaron al portalón y les dieron el alto, Sir Gilles soltó un grito, un claro síntoma de que o soltaba el nombre ya, o acabaría por confundirlo con otro -¡CEDRIC! - dijo de manera sorpresiva y luego sonrió encantador - ¡Traedme al sargento de inmediato! - el rango si lo recordaba, no era un nombre, así que mientras llegara o no el mentado por Sir Gilles, este esperaría a lomos de su corcel.

Raimbaut estaba contento de tener por fin un arco, aun cuando Guilles hubiera decidido llevarlo él. El vagabundo ni siquiera se lo pidió, no fuera que decidiera darse media vuelta a retornarlo, el muy cabrito, que con los nobles nunca se sabía, por lo que se limitó a caminar detrás de él concentrado, como siempre, en su rica vida interior.

«...y se'uro que'l muy perro, porque e' un perro, que míralo qué'mperrao que va, que a saber qué murmura, pue' se'uro que'l perro del señorito no quie' que lo lleve pa' que no se lo manche de mugre. Rico, sí, pero tambié' borrico. ¡Jua! ¡To' pa' él! Ya me lo dará, ya, cuando se tercie el sacar su espa'ita. Tú alégrate, Raimbau', alégrate, que menu'a guita t'has ahorra'o, y menu'o di'gu'to también, que sin el dichoso arco habría' teni'o que visitar a Sharrya y a sus sa'erdotisa' to'a' la' noche'. Aunque mirándolo bien... no habría si'o tan malo, ¡jua! Ay, quien fuera el verda'ero hijo de la madre Dhuoda, pa' beber de'sos...». 

Justo entonces el noble tuvo a bien gritar el nombre que tanto le costaba retener y el susto hizo que al vagabundo se le atragantara tal bonito pensamiento.

—Como chilla, el condena'o —le susurró a los de su misma ralea, mientras se escurría a su lado. 

Regnier había dado un paso adelante para ¿Presentar? a su señor cuando este exigió en voz alta ver a Cedric. - Mi señor Sir Gilles  d'Arsac de Ternay solicita hablar con el sargento Cedric. - recalcando las palabras de su señor. -  Id y decidle que la Madre Dhuoda es quien ha tenido a bien pedir a Sir Gilles que viniese a poner su hábil brazo al servicio del Duque de Folcard. - dijo dando un paso adelante con mucho más convencimiento del que sentía y plantando ambos pies en el suelo aparentando mucha más confianza de la que tenía. 

Sourcil asintió ante las palabras de los hombres, calladita y obediente desde la retaguardia. Ansiaba ver qué había al otro lado ¿Tejas de oro? ¿Paredes de mazapán? Ideas de su infancia que, pese a que sabía que no podían ser ciertas, deseaba corroborar con sus propios ojos.

El soldado casi llevo su mano a la empuñadura de su espada cuando el caballero gritó de repente, pero se relajo al ver que el noble pasaba a sonreír y no se ponía agresivo. Finalmente, cuando Regnier terminó de presentar a su señor, el soldado se giró hacia uno de sus compañeros y le asintió, provocando que el otro hombre entrase en las defensas del muro, para salir seguido por un hombre de mediana edad vestido con el mismo uniforme que sus compañeros pero relleno por una cota de malla. Llevaba el pelo gris bien corto, salvo por alguna cicatriz que dejaba un pelado en su cuero cabelludo. Su barba en cambio era de un blanco impoluto, lo cual era extraño en una cara sin las suficientes arrugas como para justificar la falta de color de su vello facial. 

Mi señor - Dijo con una voz profunda y autoritaria. - Si la madre Dhuoda os mandó para poneros al servicio del Duque Folcard es que ha visto en vos un alma digna y valiente. Espero que haya sabido agradecer a la buena sacerdotisa sus palabras. Sígame, le llevaré hasta el Duque, y también perdonare el dinero de entrada a sus lacayos. 

La puerta de la muralla llevaba a un patio rodeado por un conjunto de fortificaciones. Cruzando el patio se llegaba a otra muralla cuyas puertas llevaban al pueblo de Monfort interior. Pero el sargento Cédric no se encaminó hacia allí y viró el rumbo del grupo hacia el norte, hacia las murallas que daban acceso a los niveles inferiores del enorme castillo de Monfort. Junto a la puerta de acceso había unas caballerizas, y ahí fue donde se detuvo el soldado, esperando a que Sir Gilles dejase el caballo. 

¿Y de donde viene el señor? - Le dijo a Regnier, pero lo suficientemente alto como para que Gilles le escuchase - ¿Lleva mucho tiempo de viaje?

De Ternay, Sargento. - dijo Regnier con presteza. - En la zona norte de Parravon, junto al rio Grismerie. - explicó para más señas. - El señor comenzó su viaje hace tan solo un par de días para hacer frente a su sagrada tarea. Partimos de Ternay en barco, pero el señor ya ha tenido ocasión de probar su acero contra los pieles verdes. Fueron varios los que intentaron asaltar nuestro barco mas Sir Gilles tomó su espada y les hizo pagar con sangre tamaña afrenta. - narró intentando dejar a su señor en buen lugar. - Los que no murieron bajo su espada, decidieron que el botín no valía enfrentarse a Sir Gilles y decidieron probar más suerte con la corriente del río. 

Raimbaut levantó el brazo, mostrando orgulloso la herida que le acababan de curar que, envuelta como estaba en una venda bien limpia, contrastaba como el día y la noche con los harapos sucios que le cubrían el resto del cuerpo. Sin duda el vagabundo pensaba que ese soldado, al que un orco con ínfulas de barbero le había segado mollera bien a ras de suelo, sabría apreciar una buena cicatriz de guerra. 

—¡Les 'imos bien, a'sos 'jos de puta! Y ahora que tengo un arco, ahora que tengo un arco... ¡verás! ¡Jua! —y miró al susodicho instrumento, todavía en manos del caballero—. ¿Quie' se lo lleve yo, sir Gilles? Tie' que ser mu cansa'o llevar esa armadura a to'as partes, sísísísí. 

Gilles sonrió complacido, y ya se había olvidado del nombre del sargento, al menos, recordaba su rango, por lo que lo tenía fácil. Escuchó a Regnier hablando sin parar de lo ocurrido y como instantes antes, lo había presentado con tamaña habilidad y gallardía. Sourcil había tenido una buena idea y se giró para mirar a la mujer para asentirle sonriente, satisfecho por la idea de la zurcidora. 

Regnier, ya te daré el arco luego, no tengas prisa, por el amor de la Dama - le dijo a Raimbaut, aunque no miraba a nadie - Así es sargento, como René le ha contado, nos enfrentamos a los pieles verdes y salimos victoriosos, ahora, nos queremos unir al Duque para poder acabar con esta amenaza y que los caminos de Monfort sean más seguros, es el deber que la Dama nos ha encomendado, la Madre nos dijo que viniéramos aquí, que se estaba formando una partida para darles muerte - repitió - y así hemos hecho, solicito audiencia con el Duque - dijo de manera formal, invocando su derecho a ser escuchado y poner al servicio del Duque su espada. 

Gastón se limitó a poner cara de palo y fijarse en donde estaban las salidas. Estaba seguro de que solo era cuestión de tiempo que tuvieran que huir de ahí corriendo perseguidos por los hombres del duque después de que el imbécil del señor llamara gorda a la duquesa, Reginer robara la cubertería de plata o Raimbaut se cagara encima en mitad del salón.

Dedicó una mirada a sus compañeros. Cuestión de tiempo.

Sourcil asintió sonriente - Es cierto, con estos ojitos lo vi todo - apretó las palmas de las manos, sin llegar a aplaudir pero mostrando su entusiasmo (con el que esperaba enterrar el miedo que tuvo en el momento) -. No hay que temer si vamos aún con más caballeros valientes, esos goblins están perdidos - la risita le quedó un poco afónica por tener la boca seca de los nervios pero, si era el camino que iban a seguir, mejor irse mentalizando de ello. Codeó a Gastón, su compañero de Tarnay - ¿Verdad que sí? ¿Hmmm?

El Sargento escuchó con atención a Regnier, y luego al caballero. A este último le asintió con solemnidad, antes de hacerle un gesto para que lo siguiese dentro del castillo, una vez la yegua del noble estaba a resguarda en las caballerizas. 

Sígame. ¿Quiere que su heraldo René le anuncie ante el duque? ¿O prefiere que el asunto sea más informal? - Le preguntó a Gilles mientras se adentraban en el patio interior del castillo. En el lugar había varios caballeros, entrenando con sus armas a varias decenas de metros de un grupo de campesinos practicando el tiro con arco. Varios trabajadores del castillo estaban preparando un par de carros con víveres y provisiones. Salvo los nobles caballeros, todos saludaron a Cédric cuando este paso por su lado. De nuevo se detuvo ante la puerta, esperando la respuesta del caballero sobre sus preferencias. Aprovechó para girarse hacia Regnier y seguir hablando. - Estáis aún cerca de casa, entonces. Estoy seguro de que vuestro señor ganará suficiente gloria en esta campaña contra los pieles verdes y podréis volver a vuestro hogar en menos de una semana.

Sir Gilles se quedó expectante, suspirando levemente mientras meditaba que sería lo mejor. Trató de recordar algo sobre el duque, alguna anécdota o algo que hiciera referencia a su carácter, pero tras unos segundos en blanco, se rindió torciendo un poco el gesto de su boca - no, no hace falta que nos presente, no queremos destacar, venimos a cumplir nuestro sagrado deber - tanto uso del "nos" cuando en realidad solo se refería a él. Paseó la mirada por entre sus sirvientes esperando que todos estuvieran a la altura llegado el momento - vayamos, no hay tiempo que perder y deberemos estar frescos para cuando salga la partida de caza - y sonrió alegre ante la idea de blandir su acero contra las criaturas del mal. 

- ¿De verdad lo creéis posible? - se preguntó, más a sí misma que a Cedric - Ya será una aventura maravillosa que compartir, como parravonesa podré alegar haber seguido la costumbre de mi pueblo, jijiji - se llevó las manos al pecho y suspiró sonriente -. Qué pena que mi abuelito no llegará a verlo, nos dejará hace tres años pero él, de joven, marchará con Sir Gawain ¿Sabéis?

Atosigó un poco más a Gastón, a ver si él estaba tan ilusionado como ella de volver pronto a casa.

Raimbaut caminó detrás de sus compañeros, preguntándose como se tomaría el duque que no el señorito no se le presentara. Él, que era de Lyonese, sabía muy bien lo sucio que los de alta cuna podían tener el corazón, y los muchos resentimientos que podían albergar. 

Gastón siguió al grupo de mal humor. Ya se veía a venir que el Duque sería otro descerebrado más preocupado de perseguir criadas y ponerse fino a vino que de hacer algo de provecho. Se sentía rodeado de idiotas. De hecho, ¿había oído hablar de ese tipo? Seguro que si hacía memoria algo sabía...

Dudaba mucho que aquella aventura durase tan solo una semana. Menuda misión divina sería entonces... El alivio se apoderó de Regnier cuando supo que no tendría que presentar a su señor delante del Duque, no sabía nada de él pero lo mejor delante de un noble era pasar desapercibido y, por muy bien que hubiese salido delante de la soldadesca, presentar a su señor delante de un duque era harina de otro costal. Aun así, se esforzó en disimular su alivio lo mejor que pudo.

Pese a que Raimbaut sabía bien de las exigencias pedantes y petulantes de la nobleza en todo esos asuntos de formalidades, pero también había escuchado hablar de la buena reputación del Duque Folcard, siendo el vagabundo un hombre viajado que había compartido camino con algún que otro paseante salido de Monfort. El duque era, a todas luces, amado por sus campesinos, y esto se debía a su presteza a defender sus pueblos y asentamientos de la amenaza goblin. Incluso, una vez liberados los pueblos del peligro piel verde, organizaba tribunales para escuchar las quejas y peticiones de los campesinos y arreglar los problemas que pudiese tener el lugar. A buen seguro eran exageraciones, claro, pero era difícil dudar de la reputación del duque.