Partida Rol por web

La Celada

El infierno nevado (Parte I)

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28/04/2017, 00:37
Director

Ighor se giró por última vez, mirando el valle antes de penetrar en el bosque cubierto por la nieve. Cerraba la comitiva de casi cincuenta personas y que iba encabezada por Duval, un pistero y guía famoso en la zona que solía cazar en los cotos del señor cuando había batida. Ahora, en lo más crudo del invierno, no habían cacerías, festivales o agasajos. Solo habían puertas cerradas, animales apiñados en sus establos, ateridos de frío sobre capas de paja, y gente en torno a las hogueras. No había agricultura, y apenas se pescaba. Toda la actividad cesaba en los meses críticos del invierno, en los que si acaso se aprovechaba para alguna obra menor en las fábricas de los edificios.

No era una época para viajar. De hecho, ese era el motivo de la sangrienta guerra civil se hubiera detenido. Ningún ejército podía sostenerse en lo más crudo del invierno, pues apenas se tenía almacenado para sobrevivir a sus rigores. La nieve dificultaba el avance, y por eso algunos de ellos calzaban raquetas de esparto y caña bajo las botas. Las pezuñas de los animales se hundían varios centímetros en la nieve fresca, y a veces resbalaban sobre placas de hielo.

¿Que crueldad inenarrable había llevado al conde a expulsarles de aquellas tierras? Hasta el Burgo, por el camino más corto, el paso de montaña, había una semana de camino durante los meses de estío. Con el avance entorpecido por la nieve y el frío, quizá sería más tiempo. Pero un viaje en aquellas circunstancias podía resultar fatal. No se podía vivaquear al raso, no con damas y mujeres entre la comitiva. Una noche al raso en aquellas circunstancias podía ser la última. Por eso, la ruta del paso de montaña era la más adecuada. Si bordeaban el río y el gran lago, de orillas heladas, pasarían jornadas enteras sin toparse con alma alguna, ni ver casas donde hallar cobijo. Al ser la ruta más corta entre la ciudad y el condado, la ruta discurría por pueblos, posadas y otros lugares de paso. Y más allá, casi llegando al puerto de montaña, estaban las tierras del barón Olaf, aliado de la familia DeGoff, cuyo castillo dominaba los pasos hacia el Burgo.

Ighor no tenía muchos motivos para echar de menos Valle, más que la comodidad que sus fértiles riberas le proporcionaban. Su patria estaba con aquellos hombres y mujeres que ahora partían al más oprobioso de los exilios. El pueblo y su castillo yacían, silenciosos, en el valle. No habían tañido las campañas del monasterio, pero si habían salido algunas de las buenas gentes que les veían partir con el corazón en un puño. Vasallos que amaban al joven señor y su hermana, y que se arriesgaron a un castigo dándoles comida para el camino, algunas mantas y cosas necesarias. Cuando los cascos de mulos, burros y caballos dejaron de repiquetear sobre el empedrado de las calles, esas gentes se metieron en sus casas sin más ceremonia.

Ahora estaban solos. La procesión iba por dentro. Cada cual tenía sus motivos para estar allí y la mayoría, casi todos, no regresarían al valle. Las excepciones, quizá, serían las del fraile y el guía. Ambos tenían orden de acompañarles hasta el Burgo y, tras resolver ciertos asuntos allí, nadie había dicho nada contrario a su regreso. Para fray Emmerich el viaje era, pues, una molesta carga. Su fiel pollino caminaba con dificultad, ya que sus cortas patas se hundían en la nieve a causa del peso extra que suponía su orondo jinete. Él debía, como hombre de iglesia, acompañar y aconsejar al joven señor Andel en su transición hacia el noviciado y la primera tonsura. Sus órdenes eran asegurarse de que el joven no eludía sus responsabilidades para con la Iglesia y terminaba donde se suponía que debía: en la escuela catedralicia y bajo la supervisión de teólogos y sacerdotes que habían de velar por su formación. También llevaba una carta para Radwulf, el tío de Andel y canónigo en la catedral, junto a una provisión de fondos en forma de pagaré que debía librarse en el burgo como sostén del muchacho y pago de la congrua cuando procediera su ordenación como presbítero. De eso, en teoría, debía encargarse su tío. Entretanto, él debía custodiar aquel dinero en potencia, con su vida, si era necesario. Un extravío, un robo o algo similar terminarían con él enfrentándose a un tribunal eclesiástico, y posiblemente siendo rebajado a hermano lego para pasar sus días manejando la escardilla en el huerto y limpiando baldosas en el monasterio.

El capitán Von Ritter mandaba a una exigua fuerza de treinta hombres. La mitad eran lanceros y la otra mitad, ballesteros. Eran, en su mayoría, jovenes sin esposa que le acompañaban para probar suerte en la Compañía Blanca como mercenarios. Con la guerra civil entre los reyes hermanos, la demanda de mercenarios era alta, y se estaba reclutando en las ciudades. Él era, sin embargo, un hombre leal a la casa, nacido y criado en el valle, y que se había hecho un nombre defendiendo a la heráldica de los DeGoff. Aquella expulsión se sentía como amarga hiel en sus labios. Sus hombres, sin embargo, le respetaban y admiraban. Él, por su parte, se consolaba pensando que mientras el joven Andel o la delicada Jocelyn no estuvieran sanos y salvos en su destino, su trabajo como miembro de aquella ilustre casa no había terminado. Después de eso, Dios y la guerra decidirían su suerte.

Álderic no miraba atrás, pues él vivía en aquellas mismas montañas, cerca de los límites del territorio del conde. Su esposa estaría allí, esperándole con un tazón de sopa caliente y su vástago creciendo en su vientre. Era una buena vida, aunque dura como pocas. A él no le asustaba el invierno, pero si la falta de alimento que solía venir con él. El pago por sus servicios como guía iban a aliviar aquellas necesidades, y por eso se mostraba atento al camino y animado en el conversar.

Para la dama Jocelyn y sus criadas, que eran tres, incluyendo a su infatigable dueña y protectora, cada paso de aquel sendero era una tortura en su lo más profundo de su alma. Sabía que el señor Mendel esperaba al final del camino. "El señor Mendel". Ni siquiera había un título detrás de ese nombre, o una fórmula de tratamiento. Un mero comerciante de lana, adinerado como pocos, que había comprado honores en el Burgo y formaba parte del cabildo que lo gobernaba. Un cincuentón asqueroso, flaco como un esqueleto, con la nariz ganchuda y arrugado como si tuviera 70 años. Su forma de mirarla, de tratarla, había sido descortés y asquerosa. Lo único que aquel hombre quería era hollar en ella con desmesura y holgar en el placer que su joven cuerpo pudiera darle, relegándola al estátus de mera fábrica de niños y trofeo del que presumir con sus amigos. Ella, la hija de un noble linaje, que había emparentado con reyes extranjeros, relegada a casarse con un don nadie sin título ni modales...

Cabalgaba triste y sus criadas la acompañaban en silencio, cubiertas con pesadas sobrecotas, pieles y prendas de abrigo. Era inútil. Con aquel frío que cortaba como una navaja, la nariz enrojecía enseguida y los dedos se entumecían. "Podía ser peor", decían los expertos. Pero muchos de los presentes pensaban que lo peor estaba al final de su viaje. De buena gana, si hubieran tenido algún lugar adonde ir, hubieran dado media vuelta y se hubieran perdido para siempre. De un modo u otro, era exactamente lo que estaban haciendo.

Cerraban la triste comitiva los porteadores, conductores de la recua de mulas y criados masculinos que pasarían al servicio de la señora o probarían suerte vendiendo su trabajo y sus manos en la ciudad. No había carros ni carretas, pues con la nieve y el hielo sus ruedas quedarían atascadas sin remedio. Todos aquellos animales, empero, valían un buen dinero. Por eso el conde esperaba que volvieran con ellos algunos de sus vasallos, o que los vendieran en el Burgo (enteros o para carne) y el fraile se hiciera cargo de devolverle la bolsa con el monto de la venta. Más le valía hacerlo, o no habría lugar en el reino donde pudiera esconderse.

Alderic se detuvo en una encrucijada del camino. Eran las dos del mediodía y el frío hacía que el hambre apretara. Hacia la derecha, un camino largo que llevaba a Milos, una aldea importante, pero a la que quizá no podrían llegar hasta el día siguiente. A la izquierda, un camino que él solía usar, cercano a los cotos de caza del señor. Algunos leñadores y caseríos dispersos ocupaban la ladera de la montaña a la vera del camino. Las dos rutas, sin embargo, volvían a unirse a unos tres días de camino, cerca de el paso y las tierras del barón. Le tocaba escoger.

Notas de juego

Alderic debe tirar Supervivencia. Además, le toca escoger la ruta.

Los que vayan a pie, una tirada de Resistencia (de momento, a lo que saquéis).

El resto, una tirada de Cabalgar con dificultad base de 20+

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28/04/2017, 02:13
Álderic Duval

A cada paso en mi mente la duda era mayor. Más y más grande. Conocía cualquier camino que recorría Valle y llevaba casi hasta Burgo, conocía las presas de las tierra del señor Andel "Padre" y, hasta el momento de su muerte, creí conocer a su hijo, el bastardo. Mucho caminé y topé con gentes en los montes durante mis batidas, que por entretenernos durante las caminatas hablaban de Josef, ese hideputa ahora, que aún siendo tan niño como yo era protagonista de rumores que no podían ser ciertos. Había quien decía que heredaría el reino; que los dos hijos de DeGoff (Alden "hijo" y Jocelyn) sólo valían para cualquier cosa menos mano de hierro y determinación. Y aquellas palabras envenedadas habían acabado por tener razón. Valiente mierda.

Las épocas en las que el señor me dejaba cazar estaban ahora en mi mente más que nunca. Desterrado en servicio, y no en corazón (como Lady Jocelyn y Alden) rastreaba posibles huellas en la nieve y vislumbraba el cielo, sin dejar de pensar en cuantos virotes hube de lanzar por esos lugares. Ahora los recorro para huir y ayudar a huir. Y lo que más me mosqueaba no eran estos recuerdos vanos; sino más bien porqué el señorito Joseff había mandado a sus hermanos y una gran comitiva de naturales de Valle por el maldito paso de la montañas. ¿Por el camino más corto? Es posible, ¿pero porqué no esperar hasta la primavera? Yo era de los que pensaban que Joseff quería alejar a sus hermanos, pero alejarlos en el sentido de matarlos: atravesar esas montañas, pese a la presencia de hombres del barón olaf por las estribaciones y las alturas, era un acto de condena. Enviarnos allí, una ejecución. Sin embargo, esas eran las órdenes. Aciagos tiempos nos tocaba vivir...

Tras llegar a la encrucijada, lo pensé unos segundos. Iríamos a la izquierda. La entrada en una gran ciudad podría retrasar la marcha, pues acomodar a tanta comitiva en una aldea popular podría ser complicado (mucho frío caía). Sin embargo, los caseríos estaban dispersos y al abrigo del camino, y solían ser grandes y espaciosos. También jugaba con la ventaja de que por la izquierda llegábamos enseguida a los caminos que tanto tiempo transité y en los que cacé comida. Tal vez aquello puediera reptirse.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Una pregunta: yo soy el guía. Ok. Pero quién está al mando de la comitiva ¿Los dos nobles desterrados, Alden y Jocenlyn o como sospecho el capitán von Ritter? Es para saber a quíen da cuentas de mis acciones de profesión.

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29/04/2017, 01:45
Lady Jocelyn

Jocelyn había optado por guardar silencio, si bien siempre había pensado que cuando muriera su padre las cosas iban a cambiar, no tenía idea de cuánto y ahora estaba allí, en el medio del bosque con sus pertenencias, su pequeño hermano y una comitiva que los llevaba a la muerte porque fuera cuál fuera el destino, si era entregada a ese patán, era peor que la misma muerte. Su silencio a veces era interrumpido por alguna de sus dos damas pero no conseguían gran respuesta de la noble. Sus ojos estaban fijos en un punto lejano, tenía hambre y tenía frío pero más que nada tenía un odio horrible porque no había tenido oportunidad de defenderse pero sobre todas las cosas, de defender a su pequeño hermano.

Lo miró de reojo, no entendía el odio de quien los había echado como si fueran ellos los bastardos o en el fondo sí lo hacía pero nunca esperó que se atreviera a tratarlos de aquella manera. Su caballo avanzaba con dificultad por aquellos caminos, ni siquiera les habían permitido marcharse en un momento más propicio; tal parecía que los querían muertos de verdad. Mientras avanzaban y echaba ojo a su hermanito, también miraba a los hombres a la cabeza de aquella expedición, podían ser muy expertos pero el bosque no era algo en lo que puedas ser experto cuando todo está cubierto por la nieve o si de pronto se encuentran con una tormenta. Escuchó una vez más la voz de su dama, esa voz chillona y que un par de días atrás había intentado convencerla de que casarse con ese apestoso comerciante era lo mejor para ella, la dama la fulminó con la mirada y no respondió cuando le preguntó si deseaba beber un poco de agua o comer alguna fruta.

Lo único que aquella joven quería era terminar con aquel castigo, quizás coger a su hermano y escapar los dos muy lejos de allí pero no podía, no tenían nada, ¿a dónde iban a ir si no podían comprar, ropa, alimentos o alojamiento? Quizás en un principio pudieran pero luego de eso, ¿de qué iban a vivir? No, no había escapatoria, por mucho que le pesara tenían que cumplir su maldita suerte. Aún así, la muchacha no dejaba de soñar en ese escape, viviendo por allí en una humilde choza pero sin que nadie los molestar, pronto, muy pronto, al final del camino ese sueño terminaría para convertirse en una pesadilla pero quizás ese sería el único modo de ayudar al pequeño y recuperar lo que era suyo.

- Tiradas (1)
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30/04/2017, 17:51
Götz von Ritter

Götz von Ritter estaba helado. No sentía un frío así desde tiempos de su juventud, cuando estaba en campaña luchando contra los güelfos. De eso hacía ya... ¿Veinte años? No estaba seguro. La vida cómoda en el castillo de los DeGoff y la edad lo habían ablandado. El frío estaba afectando a sus manos y pies, y eso que llevaba unos buenos guantes de tres dedos y se había dejado el jubón de armar y las calzas de armar sobre las calzas de lana para tener más calor. Se arrebujó bien con la capa de viaje y se cubrió bien el gorro con la capucha. Tenía suerte de ir a caballo, no podía imaginar lo que estaban pasando los campesinos que les seguían y sus peones. Esperaba que no hubiera problemas por el camino, no sólo porque no llevaba la armadura puesta (debía de estar en algún carro ahí atrás), sino que le daba miedo de que con el frío se rompieran sus armas. No estaba precisamente como para gastos extra y sospechaba que iba a pasar un tiempo antes de poder ingresar en una compañía de mercenarios, como la Compañía Blanca.

Había dispuesto a los ballesteros a vanguardia y a retaguardia para que protegieran la caravana, y el resto de peones se disponía en su mayoría en un bloque relativamente ordenado por detrás de Ritter, protegiendo a los jóvenes señores y sus pajes, salvo unos pocos que había ordenado que acompañaran y vigilaran a los campesinos, no fuera que alguno se pudiera perder o desmayar ante el frío. En caso de ataque, estos peones intentarían poner los carros en una formación circular, como habían practicado junto a él los últimos años y podrían aguantar bastante bien. Aunque viendo el terreno, quizás fuera imposible. Rezara porque no fuera necesario.

Casi suplicó al nuevo señor que esperase a la primavera para enviarlos fuera. Casi. No estaba dispuesto rebajarse tanto. No tuvo éxito. Le pareció incluso que el hecho obvio del sufrimiento que iban a padecer en el viaje animaba al joven señor. En cierta manera, agradecía que hubiera prescindido de sus servicios. No sabía si hubiera sido capaz de jurar lealtad a un hombre así.

Observó al batidor (¿Álderic, se llamaba? No tenía buena cabeza para los nombres) pararse un momento en un cruce y elegir el camino de la izquierda. Si no recordaba mal de sus años mozos, no era mal camino en invierno, había varios sitios donde poder refugiarse. Por el otro se llegaba a Milos, pero habría que acampar, así que le pareció una decisión acertadísima. El peor de los establos siempre es más caliente que la mejor de las tiendas. Aún así, no recordaba ya bien los caminos y le preguntó al explorador con un grito ronco por el frío:

-¡Batidor! ¿a cuánto está por ése camino el refugio más cercano? No debe quedar ni medio día de sol...

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01/05/2017, 00:53
Ighor Karpov

¿Qué era la patria? Porque con los reinos desgajados y las sangres mezcladas, Ighor nunca era capaz de definir el concepto de una manera determinada y concisa. Siempre había luchado por una bandera y un Señor. Siempre se había postrado, hincando su rodilla derecha en el suelo, ante su Señor. ¿Pero qué le unía ya a su patria? ¿Acaso no era su patria los últimos vestigios de una reino que ya no conocía y que caminaban delante de sí mismo? El mesnadero suspiró, dándose la vuelta para encarar el viaje y despedirse de la que fuera su patria por última vez. Allí, en aquellas tierras, dejaba los cuerpos de su familia, aquella que se había roto ante la trágica enfermedad que sacudió el reino. Allí dejaba buena parte de sus sueños. 

-Vosotros sois mi patria -susurró mientras avanzaban.

Casi extasiado por aquella situación y echando en falta un buen trago para paliar el frío y los resbalones debido a las duras placas de hielo formadas bajos sus pies, se dio cuenta de que a quien tenía delante, la comitiva formada por cincuenta personas o más... Esa era su patria. Y ese sería el motivo por el cual, como buen soldado, daría su vida. Aunque no tuviese demasiado claro el futuro lejano, lo más importante era enfrentarse al presente. Triste y decaído, y habiendo necesitado siempre un objetivo por el que luchar en la vida, Ighor se había centrado en aquel viaje. Después, el tiempo diría. 

De lejos observó a su capitán. Un hombre por el cual sentía respeto y admiración. Aunque los nobles tuvieran un gran poder de decisión, sabía que sus decisiones irían siempre bien encaminadas, o al menos, con la mejor intención posible. Ighor, como hombre leal, siempre estaría bajo sus órdenes y nunca traicionaría a su superior. Desde muy pequeño le habían enseñado el valor de la palabra y los actos de un hombre. 

Aún a mas distancia, alcanzó a ver al batidor. Un hombre del cual no conocía demasiado. La decisión del camino era bastante importante, o al menos eso alcanzó a entender tras las palabras de su capitán. Pasar una noche bajo el cielo invernal con aquella temperatura significaba morir congelado. O al menos, esa era la sensación que él tenía. Además, de noche, los peligros y los miedos siempre acechaban con más fuerza.

Miró a su capitán al a espera de cualquier orden.

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01/05/2017, 11:18
Fray Emmerich

Resultaba complicado pensar con aquel frío. Subido en su pollino Fran Emmerich pensaba en los tiempos oscuros que se acercaban. Si un hermano, aunque fuera bastardo, era capaz de mandar a los suyos en medio de aquel invierno a un destino de destierro, sin piedad alguna, ¿qué podrá esperar el pueblo de él? Nada bueno desde luego. Pero, por supuesto, estas cosas las había callado cuando le habían dado las órdenes de custodiar la parte económica de este viaje. Demasiadas responsabilidades para un fraile que no tenía alma alguna de mercader. 

Pero todos esos pensamientos se veían interrumpidos por algo más acuciante: sus dotes como jinete, aún para una mula, eran escasas y el terreno un castigo del Señor...

 

- Tiradas (1)
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01/05/2017, 12:41
Álderic Duval

A no mucho andar, una hora tal vez, o más, si la nieve es alta y el terreno blando -respondí ante la pregunta del capitan von Ritter-. A éste paso no habría problemas -añadí gritando desde la distancia-

Mientras girábamos por el camino deseado, deseaba que la decisión fuera acertada, y los primeros caserones establecidos de manera dispersa se vieran cuanto antes. Gran responsabilidad era ésta, la primera en mi vida, de llevar tanta gente bajo mi tutela, pues siempre había cazado sólo o acompañado a viajeros extraviados por los caminos del conde, pero no a una compañía entera.

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01/05/2017, 21:35
Götz von Ritter

Götz asintió al batidor y arreó a su caballo para proseguir la marcha. Se giró un poco para hablar con los jóvenes señores DeGoff y les dijo:

- Ya no queda mucho para hacer la primera parada, no se preocupen. Iremos todo lo despacio que haga falta. Sobre todo si vos, lady Jocelyn, tiene algún problema, no dude en comunicármelo. Sé que ambos no están acostumbrados a las penurias del viaje, y más en invierno. No es momento de hacerse los valientes. El camino es duro.

Llevó el caballo al paso de los señores para acompañarlos y escucharlos si tenían algo que decir.

- Tiradas (1)
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01/05/2017, 22:39
Director

El avance se hacía lento, pesado. La nieve dificultaba el paso, y eso considerando que todavía no estaban pasando por lo peor del camino que les esperaba. Los animales de patas cortas tenían dificultades para progresar, especialmente el burro del fraile. De esa manera, el avance no evolucionaba a toda la velocidad que convenía, y tras una parada corta para almorzar (no pudieron calentar viandas ni hacer fuego para no entretenerse) prosiguieron.

En invierno, el atardecer llega antes de tiempo, y las jornadas son más rápidas y duras. El sol comenzaba a caer sobre el horizonte cuando, para alivio de muchos, divisaron unos caseríos dispersos junto a un pequeño lago de montaña, ahora congelado. Eran dos casas de tamaño modesto y un cobertizo para los animales, de donde venía el mugido de una vaca. Un hombre afuera, que había salido a cortar leña, se los quedó mirando sin saber muy bien. Estaban, teóricamente, en una guerra civil. Sin embargo, reconoció los escudos del señor local. Y aunque el señor local también cometía alguna que otra tropelía, no cabía esperarse de ellos que quemaran la casa y destruyeran sus vidas.

El hombre se quedó de pie, junto a una cabra que no sabían si se había salido del corral o la usaba como mascota, por que parecía dócil y no se escapaba. Les miraba, sin entrar en la casa, como dejando que ellos decidieran si iban a pasar de largo o decirle algo. Ciertamente, no parecía muy prudente alargar más la jornada de viaje. Necesitaban un sitio donde los animales pudieran estar bajo techado y no murieran de frío, y lo mismo podía decirse de las personas. Aunque quizá, hombres y animales eran demasiados para aquel pequeño lugar.

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02/05/2017, 10:41
Götz von Ritter

Sin bajarse del caballo, como era de esperar de un hombre de sus posición, habló con el campesino que tenía la cabra:

- ¡Dios esté contigo, buen hombre! Necesitamos cama y refugio para mis señores y su séquito, como podéis ver.  Sólo será necesaria una noche. Si tendríais a bien de refugiar a nuestro grupo, se lo tendríamos en gracia. Sería suficiente una buena habitación caliente para los señores y un pajar bien aislado para los demás.

Lo había formulado como petición por educación, pero con un tono firme que indicaba que el pobre diablo no tenía otra opción más que compartir su mísera vivienda y posesiones con la gran banda que apareció de repente. Pero para que no fuera tan a disgusto, pues evidentemente para gusto de Jocelyn y su hermano iban a ocupar la casa de sus actuales propietarios, lanzó unas monedas que aunque para él no eran demasiado, seguramente para el pobre diablo valían casi el sueldo de un mes. Había aprendido que, pese a que podía coger lo que quisiera por la fuerza, siempre era mejor "lubricar las relaciones" cuando obligaba a alguien a hacer algo a disgusto.

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02/05/2017, 13:08
Álderic Duval

Finalmente vimos los caserones y nos detuvimos frente a uno de ellos. Allí el capitán quedó hablando con uno de los propietarios, un campesino alejado de cualquier aldea. Lo mejor era quedarse allí, sin duda, puesto que las nieves no darían tregua y menos de noche. Aún estábamos en las tierras del señor, y aunque la premisa era abandonarlas cuanto antes nada podía hacerse más aquel día que a punto estaba de oscurecer.

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02/05/2017, 15:20
Fray Emmerich

El fraile descendió de su burro agradeciendo una oportunidad de estirar las piernas aunque fuera a costa del frío que le llegaba al pisar la nieve. En silencio dio gracias al Señor al comprobar que el capitán prefería ser amable a abusar de su poder. En tiempos oscuros los hombres de armas pueden dejar llevarse por su fuerza y posición, sobre todo cuando tienen una disculpa en la que escudarse. Se alegraba de que Von Ritter no fuera de esos. 

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02/05/2017, 18:58
Lady Jocelyn

Jocelyn se distrajo por unos segundos para responderle al capitán, estaba más que claro que su hermano y ella, no eran capaces de soportar aquel viaje como los demás, por lo cual la muchacha asintió.

-Sin duda os lo haré saber, capitán.

Pero entre ese momento y el de encontrar aquella casa por llamarlo de algún modo, la noble no se quejó de nada. No porque no sufriera, sino porque consideraba inútil decir algo cuando todos estaban en la misma situación. Por suerte podrían dormir bajo techo si no sucedía nada extraño y mientras lo pensaba, miraba al capitán "negociar" con aquel hombre y esperando por la resolución. Miró a su alrededor, sabía que no se podía negar pero es que era la única opción de la comitiva.

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02/05/2017, 21:40
Andrej Koziol

El campesino cogió las monedas casi al vuelo. Cuando les vió aparecer, estaba preocupado por el tema de tener que sacrificar a alguno de los animales y quedarse sin suministros para el invierno. Pero con dinero, todo se podía conseguir. Además, la cantidad era más que suficiente para salir ganando de cualquier cosa que perdiera.

Sonrió con unos dientes algo sucios, complacido. Se quitó la capucha de la capelina y dejó ver su pelo rubio, algo despeinado, que se rascó. El hombre hablaba muy elegante, y además le sonaba de haberlo visto en el mercado con los señores.

-Será un privilegio serviros. Aunque en éstas casas, que son la mía y la de mi hermano, no creo que puedan caber todos... quizá algo apretados. Tengo animales en ese cobertizo, pero los puedo llevar donde mi primo, que está a una hora de aquí, y encerrarlos pa que tengan vuesas mercedes toda la cuadra. Allí también hay más espacio, si. Pueden dormir todos en las casas de mi gente, faltaría más. Somos fieles al conde y su familia. Dios les guarde muchos años.

Les hizo una seña para que se acercaran.

-Le diré a mi señora que coja dos gallinas para hacer un buen caldo ésta noche.

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02/05/2017, 21:49
Andel DeGoff

El pequeño señor tenía frío, y estaba bastante triste. No había dicho una palabra desde la salida. Para él, el viaje al Burgo era el fin de sus sueños, sueños en los que se convertía en un noble guerrero que luchaba por su reino en lejanas tierras, ganando fama y gloria. Ahora solo le esperaban anodinos días de estudio teológico bajo las rapaces garras de los teólogos y sacerdotes del Burgo. En su inocencia juvenil pensaba que no cataría mujer, ni haría nada digno de mención. Aunque posiblemente, si jugaba bien sus cartas, pudiera terminar sus días siendo un poderoso obispo cuya vida terrena no tuviera nada que envidiar a la de un noble como su hermanastro.

A veces miraba al capitán. Él siempre le había visto como un referente moral, como un ejemplo al que aspirar. Soñaba con que algún día el viejo capitán sería su mano derecha en las batallas que había de librar, y que sus ojos lloraban al ver al joven señor convertido en un gran caballero. Ahora, le daba envidia su destino. Preferiría cien veces la vida montaraz que le esperaba a él como mercenario, aunque fuera corta, que lo que se le antojaba un suplicio. Pero lo peor era lo de su hermana. Maldecía el hecho de ser un niño. Le gustaría rescatarla de su destino, matando con la espada a aquel burgués narizón para verla casada con el príncipe de Moscovia. Pero aquello solo eran sueños infantiles, y seguía haciendo mucho frío.

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02/05/2017, 22:03
Ingrid Koziol

Atraída por el ruido, la esposa salió al portal. Muchos extraños, muy bien vestidos. Sin embargo, entre ellos reconoció al joven señor y su familia, pues lo había visto alguna vez cuando bajaba al pueblo a ver a su familia. ¡Los señores en su casa! Aquello podía ser muy bueno o muy malo. Había escuchado los rumores, sobre el destierro. Pero ella, como otros, pensaban que el joven señor hubiera sido mucho mejor conde que su hermano. No podían ocultar su simpatía hacia él.

-Mi joven señor...

Se acercó al niño, besando su mano. Su expresión, normalmente apática, era ahora radiante.

-Mi joven señora. No somos dignos de tenerlos en nuestra casa. Me alegro de que hayan tomado éste sendero. Se rumorea que han llegado unos apestados a Milos, y que les han echado a pedradas.

Parpadeó, pensando que había hablado de más. Miró al sacerdote, pensando que podían aprovechar su presencia. Había dos primos que querían bautizar a su recién nacido pero les aterraba la idea de bajar al pueblo con aquella nevada, por que el pequeño posiblemente no sobreviviera al viaje.

-Andrej, debería mandar a la niña a que hable con tus hermanos. No pueden quedarse todos apiñados en casa. Sería indigno.

El hombre asintió. Ella les hizo un gesto.

-Pasen a mi casa, entretanto. Calentaré algo para beber, para que entren en calor.

La casa era de una sola pieza, con dos altura. Un hogar en el centro, un estrado donde dormía la familia por la noche, pocos muebles muy sencillos, de los de montar y desmontar, y un pajar arriba, donde guardaban algunos bastimentos para el invierno. Era donde la niña dormía. No era muy espacioso. Calculaban que apretándose en el suelo y arriba, podrían estar unos quince.

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02/05/2017, 23:18
Ighor Karpov

Fue una grata noticia el encontrar aquellas casas junto al lago congelado. Durante todo el día, Ighor había sufrido las inclemencias de la nieve resbalando sobre las placas de hielo una y otra vez. De hecho, había maldecido por lo bajo aquel tiempo, un tanto hastiado, pero recomponiéndose o al menos intentándolo, pensando que aún quedaba un largo camino por delante. 

Cuando la comitiva entera se hubo posicionado, llegando el mesnadero uno de los últimos debido a su posición en el cortejo, este observó con simpatía al campesino. Sentía debilidad por gente como aquella, que parecían trabajadoras y que se enfrentaban con sus propias manos a la ferocidad de aquellas tierras en épocas como aquella. 

A Ighor le hubiera extrañado mucho que se hubiera negado a hospedar al menos a las personas más ilustres de la compañía y asintió con la cabeza ante el gesto del capitán. Aunque por la fuerza hubieran podido hacer cualquier cosa, era mejor hacer las cosas bien. Aunque él no era nadie para opinar, tan solo se limitaba a cumplir órdenes. 

-Mi capitán -dijo tras la invitación de la mujer del campesino, -si es necesario, esta noche puedo velar por los presentes. Al menos, si lo ve conveniente.

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03/05/2017, 00:00
Álderic Duval

Mientras la esposa del campesino hablaba con Lady Jocelyn y se presentaban y les rendía pleitesía y asilo, yo miraba al cielo, que aún era claro, aunque no tanto como al medio día. Luego me acerqué al marido.

Buen hombre, dije al campesino tras oir su ofrecimiento-. ¿Vais a ir ahora a ver a vuestro primo... con el ganado en el camino? Los senderos están impracticables, la nieve es alta y ahora mismo te atraparía la noche sólo llegando. Ni los lobos se atreverían con un viajero solitario por las inclemencias... Quizás me hayas visto en estos parajes: soy Álderic, cazador hasta no ha mucho  y guía de esta compañía por el duro trayecto, y le digo que conozco bien los caminos, aunque mejor tengo el olfato. ¿No podrían quedarse los animales en otro lado?

Notas de juego

¿Puedo tirar por Advertir/Notar para intentar ver sus palabras me hacen sospechar algo? Veo un poco locura que se tire ahora al camino el campesino.

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03/05/2017, 00:14
Götz von Ritter

Götz se bajó del caballo de una vez. Le dolían los bajos un montón de tanto cabalgar. Antes de que el campesino se marchara, le dio las riendas de su fiel caballo y le dijo dijo:

- Acompaña a los criados a las cuadras y que lleven a los caballos. Y que le des den de comer y les quiten los arreos antes de nada.

Vio que Ighor se volvía hacia él y le pedía hacer la guardia.

- Me parece bien, pero no es necesario que vele toda la noche, tenemos hombres de sobra. Pero le dejo en la responsabilidad de organizar las guardias. No deje que ningún hombre pase demasiado frío o duerma demasiado poco. Mañana va a ser un camino igual de duro. Y que en cada pareja de guardias uno sea lancero y el otro ballestero, por si acaso. Si me disculpa, voy a revisar mis armas.

Era una costumbre que había tomado de joven en las campañas. Lo primero que hacía antes de montar el campamento era revisar su equipo y posesiones para comprobar que no faltara nada o revisar que estuviera todo en buen estado. En los grandes ejércitos siempre hay manos largas y hay que estar al tanto. Yendo hacia el carro, pasó al lado de Fray Emmerich y Lady Jocelyn y les dijo:

- Fray Emmerich, si es tan amable, procure alojar adecuadamente a los señores y compruebe que son bien tratados y que tienen todo lo que se necesita. Antes de dormir me pasaré por sus alojamientos para comprobar que todo esté en orden.

Se acercó más al fraile y le dijo en voz baja, sobre todo para que no lo oyera el pequeño Andel:

-No les quite ojo esta noche, padre. Nunca se sabe lo que puede ocurrir en sitios así de noche.

Acto seguido, volvió a su voz normal, dirigiéndose a los señores:

- Vos, lady Jocelyn, descansad bien y no estéis nerviosa; y lo mismo para vos, pequeño señor. No tengáis miedo, esta gente son fieles siervos de vuestro padre.. Y de vuestro hermano. Sé que reposar en lugares desconocidos puede ser incómodo e incluso puede dar miedo, pero procuren dormir o el viaje mañana será mucho más duro.

Una vez se alejó también pasó al lado de Álderic:

- Batidor, ayude a los campesinos a alojarse donde dejen los dueños de las fincas. Asegúrese de que los carros están bien aparcados y sujetos y de que las bestias de tiro están en buen cobijo. Y luego cene bien y búsquese un sitio decente para dormir. A vos más que a nadie le necesitamos mañana bien fresco para continuar el viaje.

Finalmente se acercó al carro donde estaban sus pocas pertenencias, en su mayoría armas y trastos de campaña casi tan viejos como él. Levantó la lona y notó un pinchazo en la rodilla derecha mientras revisaba sus trastos. "Ya no soy tan joven. Me pregunto si podría sobrevivir a aquel primer duelo que tuve de joven hoy en día". Por el dolor y el cansancio no revisó lo bien que debiera, pero supuso que no faltaba nada así que no fue lo concienzudo que normalmente era. Se ciñó la espada larga y la daga de rodela, pues en el caballo llevaba el estoque, y dejó éste entre sus pertenencias. Se decidió por revisar todos los edificios donde iban a refugiarse esa noche personalmente. Por si acaso. Si la rodilla no le jodía demasiado.

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03/05/2017, 10:18
Ighor Karpov

-A sus órdenes, mi capitán -dijo irguiéndose para después observar como se alejaba. Era de agradecer que le diesen órdenes como aquellas, ya que al mesnadero le hacían sentirse importante. 

Mientras echaba de menos un trago de buen licor, reunió a todos los hombres de armas que pudo y dictó las órdenes, sin olvidarse de las palabras de Götz von Ritter. Ighor tenía dibujado en el rostro un gesto serio, en aquel momento era impermeable a cualquier tipo de mirada. Con su semblante, podía acallar a cualquiera de los mesnaderos que tenía frente a sí. 

-Nos repartiremos los turnos de guardia para que nadie de la comitiva corra peligro -comenzó a decirles a todos con voz clara. -No debemos pasar frío ni sueño, porque el viaje es largo y complicado. Así que nos divideremos en parejas de dos. Yo haré el primer turno -siguió diciendo, para acto seguido señalar a un ballestero -y tú te quedarás conmigo. Después, nos encargaremos de llamar a otra pareja y así sucesivamente. No quiero problemas, ¿entendido? Y abrigaros bien, la noche no tiene clemencia con nadie.