Partida Rol por web

Aquellas miradas y conversaciones cortadas sorprendieron al fraile, que aunque normalmente era de talante confiado tenía demasiado conocimiento de las almas de los hombres para no sospechar que algo raro pasaba. Algo que incluso podía avergonzar al confesor de los barones.

Tras realizar las deposiciones intentó salir de la letrina sin hacer excesivo ruido con la intención de escuchar a los guardias sin que estos se percatasen de su presencia. Quizás de ese modo regresasen a la conversación inicial que se había acallado de golpe.

Conversación intrascedente al principio. Después, al escuchar los primeros truenos, parece que se confiaron. No era exactamente lo que quería escuchar (toda la verdad) pero al menos daban algunas pistas.

-¿Cuando va a ser?
-No lo se, el ejército no puede cruzar los pasos con ésta ventisca.
-Pero será pronto, ¿No?
-Si, antes de que sospechen demasiado.
-Vale... habrá que decir a los hombres que se relajen.
-Si... ¿Has oído lo del milagro?
-¿Qué milagro?
-Dicen que el fraile ha sanado a un apestado.
-Seguro que es una exageración...

La joven parecía pensativa por que lo que le había dicho. Terminaron de bañarse, mientras ella se quedó sumida en un pensamiento que le provocó un pequeño escalofrío.

-Si Dios quiere, casaré pronto.

Parpadeó, sonriente. Parecía que había tomado una decisión o una determinación que no expresó con palabras. Salió de la tina y las criadas se apresuraron a secarla. Ella fue justo detrás. Se vistieron en silencio, mientras notaba que en ella había una sonrisa soñadora. En aquel momento sintió una leve punzada. La joven parecía... algo desquiciada. Había escuchado rumores, pero parecía que se confirmaban. No estaba muy bien de la cabeza o la tenía llena de pájaros.

La dama picó a la puerta y abrieron. A pesar de que las criadas se estaban desnudando para bañarse, la baronesa no pareció cohibida por los desnudos femeninos. Tampoco le interesaban, ni les daba ninguna importancia. Las criadas se quedaron quietas, sin saber si iban a requerir de sus servicios.

-Podéis seguir, solo quiero hablar con vuestra señora.

Miró a su nuera con una breve sonrisa.

-Mirad que los invitados estén bien servidos.

Ulfrida hizo una breve reverencia y se marchó. La baronesa le hizo un gesto, justo cuando había terminado de ponerse la toca.

-Acompañadme. Entraremos en calor junto al fuego.

A ella tampoco le preocupò mucho el tema de las sirvientas, no asì el de la muchacha que parecìa no estar bien de la cabeza pero no podìa detenerse a pensar demasiado en ello. Por suerte ya estaba limpia y calentarse al lado del fuego le harìa màs que bien, asì que sin decir nada a las otras se retirò con la anfitriona de la casa.

-De verdad os agradezco mucho que nos dèis asilo, creì que morirìamos en el intento... Al menos asì podremos retomar el camino menos cansados todos.

Jocelyn sabìa que no era un camino que quisieran hacer pero tampoco podìan quedarse y poner en peligro a esas buenas gentes que les habìan permitido quedarse en su casa.

-Prometo que nos iremos cuanto antes.

No sabìa si estaban preocupados por eso, pero era posible que si pues al ser su hermano el nuevo lord, posiblemente si se enteraba, serìa causa de represalìas.

-¿Le pasa algo, mi señor?- dijo Götz con cierta suspicacia-Le veo extraño, como con cierta preocupación. ¿Hay algo de lo que conversásteis con el barón que os preocupa?

Se le notaba reticente, pero aún así añadió:

-Ya sabéis que soy vuestro servidor y os soy leal, pero si no me contáis vuestras desventuras, no podré ayudaros.

Emmerich se  alejó silenciosamente para encontrarse con los demás expedicionarios. Aquellos retazos de conversación no presagiaban nada bueno ¿acaso algún tipo de traición? ¿Y qué papel tenían ellos en todo aquello? Sería bueno poner sobre aviso al capitán.

El muchacho seguía pensativo. Sus primeras preguntas pasaron por su mente como una brisa, pero su apostilla posterior le hizo parpadear con una breve sonrisa.

-Si, se que sois fiel. Sois más que fiel. Cualquiera en vuestro lugar se habría negado a cumplir con ésta última tarea...

Parpadeó.

-Ha hecho unos comentarios muy raros, sobre su hermana pequeña. Me ha explicado que está en edad de casar y que es una lástima, por que uno de sus grandes deseos es que ambas casas emparentaran. Supongo que al no tener hijo varón está preocupado por eso, pero... no se. Lo ha dicho como si quisiera que... y, bueno, eso es imposible, por que voy camino de tonsurarme.

Picaron a la puerta y uno de los criados que estaba vigilando el fuego en la trébede abrió mecánicamente. Fray Emmerich estaba al otro lado, con gesto atribulado.

Recorrió los pasillos en busca del capitán. No estaba en el salón, que era el último sitio lo ubicaba, pero preguntando a uno de los criados supo enseguida que estaba en una de las cámaras, tomando un baño con el joven señor. Procuró no parecer ansioso ni correr, por que imaginaba que si algo urdían era mejor que se hiciera el tonto.

Tras subir unas empinadas escaleras, llegó delante de la puerta correcta, a la cual picó. Un criado, de los suyos, no de los del barón, abrió la puerta y le miró con gesto interrogante. Detrás, había una tina de tamaño medio llena de agua humeante donde ambos hombres se bañaban como el pudor exigía, con camisa y un pañuelo para empapar el sudor de la frente.

La dama la llevó hasta un lugar no muy lejano. Aquella era, de hecho, una de las cámaras que ella solía ocupar, pero que ahora había prestado a las invitadas. Su cámara principal, donde estaba el lecho y el estrado donde solía coser con sus damas y criadas. Un reclinatorio para rezar y lo que parecían unos libros o códices daban la nota curiosa en lo que parecía una estancia al uso. Habían dejado un brasero grande para calentar la habitación y en una bandeja que había en la mesita del estrado habían servido lo que parecía una tetera oriental con unos vasos de sardónice.

-Es lo menos que podíamos hacer. Si yo hubiera estado en la misma situación seguro que vos habríais convencido a vuestro hermano para acogernos. No os íbamos a dejar morir en los fríos pasos, a la vista desde nuestras almenas...

Sonrió, invitándola a sentarse. Era mucha privanza y cariño eso de recibirla en su estrado particular, y mucho más el servirla de su mano en la intimidad de aquella estancia.

-Podéis quedaros cuanto sea necesario. Os confesaré que habitualmente es muy aburrido pasar aquí el invierno. Apenas se sale y los rostros, las conversaciones, se hacen monótonos.

Parpadeó, cálida.

-¿Sabéis jugar al escaque*?

Jocelyn estaba contenta, tranquila, estar ahí era como encontrar otra vida que nada tenía que ver con el maldito destino que le esperaba. Aquel lugar, con todos sus detalles le recordaba un poco sus propios aposentos, no es que fueran iguales pero tenían las mismas comodidades. Suspiró mientras repasaba con la mirada los códices, no más tiempo del necesario porque tampoco debía ser entrometida. Se sentó donde la señora le indicaba y la escuchó.

-Sin dudarlo lo habría hecho, mi señora.

Y aunque era verdad, se sintió triste porque su hermano los había echado a la muerte prácticamente y eran otros los que les daban una mano, cobijas, alimento, eso le trastocaba el corazón de una manera indescriptible por lo cual tuvo que hacer un alto antes de responder a lo del juego.

-Padre me estaba enseñando pero lamentablemente murió. Lamento mucho decir que no aprendí lo suficiente.

Sonrió mientras tomaba delicadamente la bebida.

- Mi señores...- dijo el fraile haciendo una reverencia y cerrando la puerta tras de él para dejar al guardia fuera - Venía para informar de ciertas cosas referentes a uno de nuestros hombres, que ha tenido a bien pedirme que intercediera por él para pedir perdón por un pecadillo.

Se cuidó de que aquellas palabras resonasen lo suficiente como para que el guardia de fuera las escuchase sin problema. Ello daba pie a que se aproximara a ambos hombres para aclarar en un susurro.

- He escuchado la conversación de unos guardias hablando de un ejército en movimiento del que se espera que nadie sospeche su llegada. ¿Está al tanto nuestro capitán de lo que sucede? He creído que estaría bien ponerlo al tanto de este hecho.

El desmenuzar la mula no era tarea indigna, pero tampoco muy digna, sobre todo si por ser aquellos unos nobles animales. No era lo mismo que desollar conejos o liebres, aunque hacía uno de tripas corazón por el poder aprovechar los vertederos que dejaban sus huesos al separarlos de las carnes y grasas. Vi al fraile alejarse una vez que las verduras que posiblemente acompañarían a los trozos del pobre animal fueron troceadas. Yo me quedé charlando con algunos criados, no animosamente, sino preguntándole los horarios de las comidas y tareas de aquel hogar del noble barón Olaf. "En donde fueres, haz lo que vieres" o algo así decía mi padre... o alguien a quien se lo escuché alguna vez.
 

- ¿Un ejército? ¿De dónde? ¿De quiénes? ¿De los señores de este castillo? No lo entiendo, el emperador no ha llamado a una campaña, n itengo noticias de rebelión o liza entre señores... No me gusta.

Miró a Fray Emmerich.

- Hermano, cuide de nuestro señor. Voy a hacer indagaciones. Directas.

Salió de la sala en búsqueda del señor del castillo para pedir audiencia privada. Al mayordomo le dijo que sus motivos eran "temas personales".

- ¿Cuidar? ¿A qué se refiere con cuidar?

Pero era inútil. El impetuoso soldado había salido ya en busca de información.

- Será mejor que se vista mi señor. No me gusta el cariz que está tomando este asunto. Aunque le debemos la vida a nuestros anfitriones está claro que algo raro sucede.

Durante un momento la conversación cesó. Solo el crepitar del fuego y el afanoso trabajo de la señora por sacar el tablero de su mueble. A diferencia de otras casas, que colgaban sus juegos por la argolla del lomo, ella tenía un pequeño mueble de taracea donde se podía guardar con las piezas de pie. La partida ya estaba empezada.

-Mi esposo dice que las blancas tienen la partida perdida, en unos tres movimientos. ¿Queréis empezar una partida nueva u os arriesgáis a demostrar que está equivocado?

El joven señor había salido de la tina y se estaba secando todavía, cuando el capitán partió. Sus ojos estaban muy abiertos. Parecía en extremo preocupado. Las miradas de ambos se cruzaron.

-Será mejor que vayáis a avisar a los mesnaderos, y que estemos todos juntos en éste castillo. Si es cierto lo que decís, padre, tenemos razones para estar preocupados. He visto, antes, a un mensajero de mi hermano, entre los suyos. Quizá... -parpadeó- Quizá solo estamos malpensando. Pero indudablemente estamos a merced de ésta gente.

Álderic se retiró un momento para visitar la letrina. A la vuelta, se topó casi de bruces con el capitán. Tenía el gesto sombrío y un aire preocupado. Eso le extrañó. La verdad es que los criados del barón y su mesnada se comportaban a veces de una forma un poco hosca con ellos, y en otras ocasiones sus sonrisas parecían forzadas.

Götz se detuvo un momento, considerando algo importante. Estaban desperdigados por el castillo, en ese momento. No sabía donde estaban lady Jocelyn y las damas, Alderic no estaba con sus hombres, los criados de su casa iban por aquí y por allá, mezclados con los del barón mientras el resto, incluyendo la mesnada, descansaba a la vera del fuego. Había que tener a la gente sobre aviso.

-Álderic, voy a ver al barón. Está pasando algo y aún no sé qué es. Busca a nuestros peones y reúnelos discretamente... Armados. Cerca de donde estén las mujeres y los niños, por si acaso. Envía un par de cuadrillas a recoger al pequeño señor y a su hermana, junto con el fraile, y llévalos con el resto de los nuestros. Si preguntan... Di que vamos a hacer un alarde en la peonada o algo así. Sobre todo, sé discreto, que no parezca que nos preocupamos.

Comprobó que llevaba su espada y su daga al cinto y se dirigió hacia las dependencias del barón a pedir explicaciones sutilmente. Si el mayordomo del barón no le dejaba hablar con él... Iría directamente a armarse.

Cuando ví aquella cara desencajada supe que ocurría algo. Sus palabras, las del capitán, me alertaron corroborando mis primeros temores. Abrí los ojos, como cuando cazaba liebres para sentir mejor su estela, y supe que algo no andaba bien, más allá de las explicaciones. Asentí entonces, y en cuanto el capitán desapareció fui a hacer lo que me había mandado. Sí, señor -le respondí. Cuando me giré, me topé con varios criados, a los cuáles iba sorteando sin inmutarme, pero evidentemente nervioso por dentro.

Salí hasta la plaza de armas, donde me pasee delante de la soldadesca, y lo que hice fue hacer correr la voz entre ellos.

Órdenes del capitán: formad dos grupos, completo silencio. Recoged a los nuestros señores y al fraile, no sé más. No soltéis las armas y marchad luego con el resto de mujeres y niños.  Aprisa.

Intenté hablarles en bajo, sin que se notara mucho cierta preocupación.