Partida Rol por web

A pesar de dolor, movido por la fe ciega e irracional que en ese momento le guiaba, Mariano se lanzó a coger la pistola que aquellos seres habían soltado por el impacto. 

Marcos apenas si tuvo tiempo de verle antes de tomar la decisión de hacer lo mismo. Creyendo que aquella era su única opción de salir de allí con vida, se movió rápido para hacerse con un arma que jamás había usado.

Ambos sujetaron las armas con firmeza, tal y como creían que debía hacerse. Aquellos hombres de piel escamosa les miraban ahora con atención pero no con el miedo con el que los miembros del foro habían observado cuando los cañones apuntaban hacia ellos. Aquellos ojos de pupilas alargadas y amarillentas estaban fijos en ellos, atentos al más mínimo movimiento, pero no como lo harían las presas, si no como lo haría un cazador.

Mientras, Belen se aproximó a Ibarz y se dió cuenta, con sorpresa, que este sonreía,  mirando a la nada. El periodista aún respiraba aunque un sonido silbante salía de su garganta, un sonido de denotaba alguna herida interna de gravedad. Belén intentó colocarle en una posición mejor y taponar la herida abierta que tenía en un costado.

Seguramente lo que estaban viendo era algún tipo de engaño, aquellos hombres convertidos en repties monstruosos no podían ser reales, tenía que ser todo producto de algún tipo de ilusión rara. Quizás les hubieran suministrado, sin que ellos se dieran cuenta, algún gas que les hiciera tener alucinaciones que, junto al polvo levantado y la oscuridad del exterior creara ese efecto terrorífico. Y desde luego que lo conseguía.

Aún así, Belén sacó fuerzas de flaquezapara llegar junto al periodista y comorobar su estado. Ella no era médico y apenas sabía nada de medicina salvo las cuatro nociones que aprendió sobre la enfermedad de su hermano, pero se daba cuenta que Efraín estaba mal, el golpe había sido terrible para él y sin la ayuda necesaria seguramente no conseguiría sobrevivir. Lo escuchó respirar y lo vio sonreír, algo raro en él, pero también pudo ver la herida del costado por la que no dejaba de manar sangre. Belén se quitó su chaqueta y, en un vano intento porque la vida de Efraín no siguiera escapándose por su herida, la colocó apretando todo lo que pudo, viendo como poco a poco el gris del tejido se iba tornando en un rojo oscuro.

¿Qué eran aquellos seres?  Para Marcos, esa cuestión se escapaba de su entendimiento. Y se habían transformado delante de sus narices.

El informático agarró el arma y les apuntó. El pulso le temblaba, delatando tanto su inexperiencia disparando como el shock que le había producido ver la aparición de aquellas bestias. Y su mirada, cómo se fijaban en ellos le dio pistas sobre las intenciones que tenían.

Pudiera ser que a Belén el periodista no le cayera demasiado bien, lo consideraba un prepotente y un egoísta, pero lo que no iba a permitir era que se muriera de aquella forma, por lo menos mientras ella estuviera presente. La situación que había vivido con su hermano era muy distinta a la que estaba viviendo en esos momentos, sobre todo al ver a aquellos dos hombres que habían mutado, sólo dios sabía cómo, en reptiles sacados de una mala película de serie B. Desde luego que no iba a permitir que Efraín cayera en manos de aquellos seres y, por sus santos ovarios mientra ya que a tozudez nadie la ganaba, iba a mantener al arrogante periodista con vida.

Con su chaqueta, que ya se había teñido casi por completo de color rojo, siguió taponando con fuerza la herida mientras pensaba que, como no salieran de aquella, Efraín no iba a ser el único que acabara mal. Pero no era momento para aquellos pensamientos sino para dar ánimos al pobre hombre que seguía sonriendo de manera bastante perturbadora.

—Ánimo Efraín, todo va a salir bien. Dentro de poco te llevaremos al hospital —le dijo sin saber si el periodista estaba lo suficientemente consciente para saber que todo lo que ella dijera no era más que mentiras piadosas.

La niebla se disipaba por momentos pero la sonrisa de satisfacción de Efraín se mantenía en su rostro. Tenía la mirada vaga y perdida, observando a los reptilianos que le daban la razón más allá del dolor físico. Había sido herido de muerte, sí. Pero había sido premiado en el alma.

Tosió y se dio cuenta de que una mujer le hacía algo en el costado. Volvió ligeramente a la realidad. Era Belén, la escritora. Ibarz no sabía qué estaba haciéndole ni por qué, pero comprendió que era algún tipo de cuidado. En su mente todo se confundía por el shock, y difícilmente podía apartar sus pensamientos perdidos de aquellas criaturas cuya existencia tanto le agradaba y, al mismo tiempo, aterraba. Eran la culminación de su tarea.

Tosió, pero porque se estaba riendo.

—Ja… ja… ja, ja, ja…—parecía disfrutar de la escena e intentó apoyarse en un hombro para enderezarse, hasta que sintió una punzada en el costado. Pero no dejaba de sonreír, con la mirada en aquellos monstruos y el desprecio en la mueca de la boca sonriente y ensangrentaada— ¡Jajaja! ¡Matadlos, acabad con ellos!

Unos centímetros más arriba. A pesar del dolor, se estaba envalentonando.

—¡Matadlos!

Ante sus ojos los tres hombres empezaron a mostrar su verdadero aspecto, su verdadera naturaleza. Como bien había intuido Mariano, se trataba de demonios del infierno, esbirros del mismísimo Lucifer. Y él había sido elegido por el Señor para cumplir con su divina misión.

Lejos de asustarse por la terrible apariencia de aquellos seres, el cura se alegró por la oportunidad que se le presentaba. Siempre supo que existían los demonios y que andaban entre nosotros, pero nunca se atrevió a hablarlo abiertamente con nadie por miedo a que le tacharon de loco. Ahora los tenia delante. La certeza de que estaba cuerdo, de que su búsqueda al final tenia un sentido.

Nunca se le habría ocurrido apuntar con una pistola a una persona, ni mucho menos dispararla. De hecho, si alguien le hubiera ofrecido en alguna ocasión coger una, la habría rechazado amablemente, quizás incluso afirmando que las armas las carga el diablo. Pero en ese momento aquella pistola era una señal, un instrumento divino para acabar con los demonios que les amenazaban.

Salvo por algún que otro quejido de maderas, crujiendo aún bajo el peso del tejado que se acababa de derrumbar, la casa estaba casi en completo silencio. Silencio que fue roto de repente, por el estruendo de la pistola de Mariano.

El ruido que emitió el arma que Mariano sujetaba en sus manos sobresaltó a Marcos, que, de modo impulsivo, apretó el gatillo para acompañar al cura. Sintió el peso de la pistola y su retroceso y trató de agarrarla firmemente para evitar fallar el tiro.

Nunca antes había usado un arma. Recordó el planteamiento que había hecho días antes, cuando estaban preparando aquella escapada, sobre conseguir un arma. Quizás, si hubiese seguido aquella corazonada, aquel problema se habría resuelto antes. O quizás estarían ya todos muertos.

La mirada de confianza de aquellos hombres con forma de reptil no desapareció hasta que no resonó el primer disparo. Mariano aún sostenía el arma en posición de apuntar, sujeta con ambas manos, pese a que ya había efectuado el disparo. Parecía congelado en el tiempo, como si aquel instante de revelación que su Dios le había proporcionado pudiera durar para siempre. Los demonios existían, siempre lo habia sabido. Y ahora, su idea de que él era el adecuado, el elegido para luchar contra ellos, se reforzaba mientras veía caer desplomado aquel ser.

Cerca de él, cuidado por una Belén que no pensaba cederle otra víctima joven a la muerte que se había llevado a su hermano, estaba Ibarz. Tan satisfecho como Mariano, veía también confirmadas todas sus hipótesis. Como si no notara que sangraba, deseó gritarle al mundo "¡Miradlos! ¡Yo tenía razón, malditos incrédulos ignorantes!". Pero en lugar de eso, de su boca surgió una risa y un -¡Matadlos, acabad con ellos!- igualmente satisfactorio.

Marcos, llevado por el instinto de supervivencia, disparó en cuanto lo hizo Mariano. Y la suerte se mostró esta vez de su lado cuando la bala atravesó el craneo de aquel ser, que se derrumbó con un fuerte golpe.

Pero quedaba uno, aquel que aún tenía el arma en sus manos. Y no estaba dispuesto a abandonar. Con odio en su mirada, casi el primer sentimiento intenso que les notaban, levantó el arma y apuntó a Mariano, el que primero había disparado.

El sonido del arma resonó en toda la casa. Mariano no tuvo tiempo ni de encogerse en un acto reflejo.

Y luego, aquel ser escamoso, se derrumbó al suelo también.

Fue entonces cuando una sombra se recortó en el umbral de la puerta. Una sombra con un arma. El arma que habia disparado al hombre reptil antes de qué él tuviera tiempo de apretar el gatillo.

-Si hubierais traído los localizadores que os di, habría llegado mucho antes- comentó Frohike, haciendose visible al adentrarse en la cabaña -¿Hay más?- preguntó antes de bajar el arma.