Día 2. Abrazo de Sarah

Tras pasar una tarde haciendo acopio de víveres, botellas de alcohol, faroles y linternas, Lucy, Alexis y James esperaban en la parte más alejada del embarcadero de Jonesport, tal y como William les había indicado. No es que hubiera muchas barcas estos últimos días, pero los pocos pesqueros que seguían faenando tras la tragedia del Cuerno de Narval ya se encontraban atracados a estas horas.

William Whorf llegó tarde, haciendo esperar al resto. Insistió en pasar primero por casa para arreglar unos asuntillos y, por qué no decirlo, para traer un renovado aroma a alcohol. 

El pescador era un hombre receloso y no atracaba su barcaza donde lo hacía el resto del pueblo. Aún en el final del embarcadero era necesario andar otro tramo más allá entre las rocas y la línea de mar para encontrar un segundo embarcadero oculto e improvisado en el que una barca de madera se mecía dulcemente bañada por la luz dorada de la puesta de sol en el horizonte.

El «Abrazo de Sarah».

La brújula, por su parte, comenzó a girar de nuevo.

Cuando William llegó al embarcadero, el resto ya le esperaban. Mientras se acercaba, volvió a palparse la parte de atrás del pantalón, dónde había guardado la pistola. Esperaba no necesitarla, pero no estaba dispuesto a que le volviesen a pillar desprevenido.

William "saludó" con un gruñido a sus acompañantes y se paró frente al Abrazo, como siempre hacía. Antes de subir, sacó su brújula y la abrió. El retrato de Sarah le devolvió la mirada, sonriente, tierna, hermosa. Muerta. Con un suspiro, cerró la brújula y volvió a guardarla, subiendo seguidamente al navío.

Así era como lo había llamado Sarah la primera vez que lo vio, con su típico humor de chiquilla, mientras lo miraba con ojos expectantes, esperando a que él le riera la gracia. Cosa que siempre hacía, claro. Pero de navío tenía bien poco. Era un pequeño barco pesquero blanco, con un par de franjas azules en el casco y el nombre "Abrazo de Sarah" en la popa, con letras doradas. La cubierta era más amplia de lo que parecía, con un suelo de madera oscura en sorprendente buen estado. Era evidente que William dedicaba más cuidado a su barco que a su casa. O a si mismo, ya puestos.

En el centro se hallaba una pequeña cabina, también azul. Dentro se encontraba el timón y un pequeño mueble a un lateral. Los cuatro cabrían dentro, pero sin mucho espacio para paseos. Separado por una puerta, había una diminuta despensa con algunos aparejos y la comida que William había mencionado. Frente a la cabina, a un lateral, había una gran vela blanca recogida sobre el mástil.

William se giró hacia sus compañeros, con una mirada de desconfianza en su rostro. No solía dejar que nadie se subiese en el Abrazo, y no le hacía especialmente gracia hallarse ahora ante esta situación. Aún así, y con un suspiro, el pescador hizo un gesto para que subiesen, mientras él se disponía a desatar los amarres.

Es como su corazón, más grande por dentro de lo que aparenta y está todo lleno de ella.

Alexis deslizó la mano por la barandilla de proa a medida que iban subiendo a la pequeña embarcación. Podía notar el amor que el señor Whorf prodigaba a su esposa en cada pulgada de madera encerada y pulida. Bien podían comerse sus habladurías la gente del pueblo, nadie conocía bien a este hombre. Quizás Lucy, pero claro, ella podía calar en el alma de cualquiera. 

—¿Dónde puedo dejar las cosas? — preguntó descargando un bolso que se veía bastante pesado. Había empacado en una caja todo lo que había encontrado en su despensa que pudiera ser servido sin preparación. Entre las galletas que había mencionado y unos bidones de jugos y unas botellas de sidra, Para el frío, claro, una pequeña botella de aguardiente descansaba en el fondo de la caja. 

Había traído también otras cosas en otro bolso más pequeño: un abrelatas, sus lápices y un par de libretas. La carta del padre James descansaba en el rincón de una carpeta junto con un estilizado y afilado abrecartas plateado. Alexis no estaba seguro si lo había traído para abrir la misiva de Lucy o con un motivo más siniestro.

Tras recibir respuesta del señor Whorf acerca de dónde dejar las cosas y atender a cualquier instrucción que este le diese, cumplió su promesa de darle espacio y salió de la pequeña cabina al salado aire exterior. Se apoyó a estribor y dió un vistazo a la playa. Si bien casi todo el mundo estaba ocupado en sus cosas no faltaban los curiosos que se detenían a observar la singular tripulación que había abordado al Abrazo de Sarah. Sacó una pequeña libreta de su bolsillo, un lápiz y escribió las líneas que había pensado al subir al barco y se quedó un momento pensando como podría continuarlo. Muy dentro de el se asombro de su propio cinismo y quizas hasta un poco de culpa sintió porque volvió a guardar la libreta y el lápiz en el bolsillo donde las había traído. 

William seguía siendo un misterio para James, el profesor no sabía casi nada del viejo marinero. Si que había perdido a su amada  mujer, y que esto era algo que nunca superaría. 

Su embarcación se encontraba no junto al resto de los barcos, sino en un amarradero aun más alejado del pueblo. Aquello daba una buena idea de lo reservado de su propietario. Y al verla, supo que aquello sería duro para el lobo de mar, cuidaba aquello como si se tratará de su difunta esposa. Estaba seguro de que no había subido mucha gente en aquel barco, Norris no estaba cómodo, se sentía como si estuviese a punto de realizar una profanación, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para sacarse aquella idea de la cabeza. No podían estar despistados, ni perder el tiempo en tonterías, o morirían. Aquello que había comenzado como algo una investigación casual, de terribles acontecimientos, pronto había desvariado hasta convertirse en algo que amenazaba seriamente su salud mental y hasta sus propias vidas.

Iba cargado con víveres, agua, algo de ropa y aquello que había pensado podrían necesitar. Siendo el alguien que desconocía la vida en el mar, de la que tan solo había sido instruido mediante libros y novelas. Era todo, por lo tanto lo que desconocía de como comportarse y manejarse en una embarcación.

Subió con cuidado, y llevo las cosas hasta lo que parecía la despensa o almacén.

-Es un precioso nombre, para una preciosa embarcación.- Dijo con admiración y reconocimiento al viejo marinero, por tan bella y bien cuidada nave.

-Trataré de no molestar, colocándome donde usted me diga, y haciendo aquello que me ordene.- Ya que William se había convertido en el capitán, y en su barca, se haría lo que el dijese. 

Afirmar que estaba nerviosa y a la vez excitada por la "excursión, no era ninguna exageración. Lucy salía poco, sus aventuras no iban más allá de un paseo por los acantilados, recoger a su abuelo cuando se pasaba con la bebida o en las cortas salidas en su barquita,  travesías que de tanto en tanto se permitía, casi siempre con su abuelo. 

En alguna ocasión, ya hacía mucho, con el reverendo James.

El corazón trotaba en su pecho cuando subieron a bordo del "Abrazo". La chica llevaba una cesta, preparada para un picnic. Galletas, empanadillas, un pastel de verduras, todo cocinado por ella misma. Una botella de agua y otra de vino.

-Un poquito de vino calienta el corazón y el alma -dijo, algo tímida.

El miedo había dado paso a una extraña agitación interior. De forma inconsciente, la canalizó ayudando a William a desplegar la vela.

Se sentía feliz, radiante en su ingenuidad de alma noble y bondadosa. 

Se fijó en la brújula. Arrugó la nariz. 

-Este aparato loco sigue endemoniado.

William gruñó y señaló al interior de la cabina cuando Locke preguntó donde dejar sus cosas. Aunque el Abrazo no estaba precisamente preparado para grandes viajes ni para capear temporales, todos los muebles estaban anclados al suelo, y en la cabina había varios percheros con el gancho prácticamente cerrado para que nada se cayese. En algunos de ellos colgaban un par de chubasqueros y un abrigo similar al que llevaba el propio William.

La realidad era que ese barco estaba preparado para que lo manejase una sola persona, pero no dijo nada cuando Lucy le ayudó con la vela. Daba gusto ver que la chica sabía lo que hacía. Mientras ella acababa, le pidió la brújula y se acercó a James y a Locke. Era consciente de lo peligroso que podía ser un hombre ocioso en plena mar, así que les daría algo que hacer.

- ¿Sabe manejar una brújula? - preguntó a Locke mientras le entregaba la del capitán - Usted será nuestro guía. En el primer cajón del mueble de ahí adentro hay una brújula "normal" y un mapa. Profesor, utilícelas para marcar la ruta que nos haga seguir ese cacharro. Si podemos localizar el lugar al que vamos en el mapa, será más fácil volver sin necesidad de brújulas mágicas.

-Sí que es un bonito nombre, James -estuvo de acuerdo Lucy.-Sarah, esposa del patriarca Abraham. 

La sonrisa tibia se le borró un poco de la cara al observar la expresión de cierto disgusto en William. Lucy comprendió los esfuerzos que hacía el pescador no solo para confraternizar con los dos hombres, sino para permitir a los tres pisar la cubierta de su embarcación, considerando además que ya habían roto la privacidad de su humilde casita. 

Ella siguió con la vela. Una vez desplegada y afianzados los cabos, tomó asiento, llenándose los pulmones del aroma marino.

-El Abrazo de Sarah es un buen barco -corroboró-. Cuidado con mimo. Y William sabe de la mar. Estaremos bien. -trató de animar a la "novata" tripulación, regresando la sonrisa amable a sus labios

.  

Alexis Locke afirmó con seriedad. 

—Seguro que si Sr. Whorf. Nos mantendré en curso. 

Atendió a las palabras de James y Lucy con un movimiento de cabeza mostrando su acuerdo y se dispuso a obedecer las órdenes de William. Abrió el cajón que este le había indicado y buscó entre estás cosas una brújula "normal", como este le había llamado. Era conmovedor como todo estaba tan cuidado, limpio y ordenado. 

Volvió donde los demás —lo que le demoró nada tomando en cuenta las dimensiones de la embarcación— y comprobó por un momento que la brújula funcionase bien más por gusto que por necesidad. Afirmó con vehemencia para demostrar que todo estaba listo y se preparó para la inminente partida. 

Cuando todos hubieron embarcado en el Abrazo y dejado sus pertenencias —dignas de un gran festín— seguras en la cabina, William desamarró la embarcación y dió un empujón que hizo separarse al barco unos centímetros, flotando con la marea. Giró con fuerza el timón y este empezó a alejarse del embarcadero.

Por mandato del capitán Whorf, Alexis desplegó un mapa de la costa de Jonesport que se encontraba en uno de los cajones y puso la brújula junto a él. Con una pluma, debía ir marcando el trayecto que navegaban. Aunque no lo había hecho antes, era una persona de estudios y, sin duda, William sabía que podría con la cartografía.

Primero se dirigieron hacia el noreste, adentrándose un poco en la mar pero sin perder la línea de costa. Era necesario alejarse de la costa para poder moverse con ella y no interferir en la trayectoria de otras embarcaciones, incluso en estas horas de anochecer en las que ya pocos barcos navegaban. 

La brújula de Anderson aún se comportaba de forma extraña y marcaba alternativamente hacia el norte y hacia el noreste en un abanico de ciencuenta grados, adentrándose sin duda en el océano, alejándose de Jonesport. 

A lo lejos, se podía ver el edificio del Colegio Jonesport recortado contra el acantilado. Pronto pasaron junto a la Bahía del Hombre Colgado, dejándola a babor.

La travesía estaba siendo tranquila. La costa, cercana, el mar, inmenso y eterno a su alrededor. Lucy se dejó embriagar por el perfume que traía el viento marino, enredándose en sus cabellos, pegándose a su piel, llenando sus pulmones.

Se pasó la lengua por los labios -Ya saben un poco a sal, jajaja. -El mar siempre había atraído a Lucy, le recordaba a su niñez, en las excursiones felices con su padre. Un padre algo rígido pero amable y sincero con ella. 

Se fijó en las brújulas. La de Anderson, que no se decidía a marcar rumbo, seguramente por aquello de que había mucha tierra. Y la otra, la normal, funcionando perfectamente. 

-¿Cómo lo vamos a hacer para encontrar esa cueva? Suponiendo que Thomas no mintiese o se inventara esa historia. Casi siempre está bebido, imagina más de lo que ve. 

William empezó a navegar siguiendo las indicaciones de la brújula del capitán, mar adentro. Habiendo dado ya las indicaciones pertinentes a sus compañeros, centró toda su atención en el horizonte, pendiente de si veía alguna isla o alguna cueva en los acantilados, aunque había navegado cientos de veces estos mares y nunca había visto nada fuera de lo común. Deberían alejarse bastante más de la costa, suponía. 

El profesor busco algo parecido a una mesa, donde colocó el mapa y la brújula. La idea era ir marcando las posiciones en las que nos encontrábamos en cada momento, para no perdernos. Y además podernos dirigir rápido hacia el puerto, o bien al destino al que nos pudiese conducir aquella brújula encontrada en la casa del capitán Anderson. 

No pudo evitar mirar la imponente figura del colegio, situado sobre el acantilado, el también parecía navegar en aquellas aguas, pero de otra forma.

-Si, iré marcando la posición en la que nos encontremos en el mapa. Y supongo que en alguna ocasión cuando tenga dudas acerca de un islote o de un grupo de rocas, le pediré ayuda señor William que seguro que usted conoce bien estas aguas y esta costa.- Y marcó ya la primera de las señales, cerca del acantilado en el que se encontraba su centro de trabajo. 

Dicho y hecho el barco comenzó a alejarse lentamente de la costa. Apenas está parecía desviarse un poco o daba algún salto significativo se comunicaba al Sr. Whorf y dejaba que este decidiera que hacer con esta información. Más que eso no había mucho que hacer o decir pues las aguja de la extraña brújula seguía bailando de un lado para otro sin mayor orden o concierto. Solo quedaba irse internando en el mar de a poco. Alexis pocuró no centrarse únicamente en el aparato para no marearse. Hace años unos cuatro años que no se subía a una embarcación y no quería ser más carga de la que ya era. Jamás se había mareado antes, pero viajar en un pequeño bote a remos por el lago no era lo mismo que confiar su vida al mar, por lo que debería aegurarse. Al menos el Atlántico parecía tranquilo y de olas suaves y calmadas dándole un poco de serenidad a su inquieto corazón.

La brújula del capitán Anderson seguía moviéndose de forma errática, aunque el ángulo que formaba al girar de un lado a otro iba acotándose cada vez más. El sol se estaba poniendo tras de ellos, perdiéndose tras Jonesport, y el Abrazo de Sarah proyectaba una sombra tremendamente larga sobre las frías aguas.

La línea de costa quedó cada vez más atrás hasta casi perderla de vista. La brújula seguía apuntando hacia lo más profundo del océano. ¿Sería momento de dar media vuelta o de seguir adentrándose? 

Aunque en el pueblo no se notaba tanto la escasez de fauna y flora marinas, cualquiera que hubiera navegado alguna vez por esas aguas podría apreciar la falta de bancos de peces, de algas y de delfines. Por no hablar de ballenas, claro. Sumido en esos pensamientos mientras escudriñaba el horizonte se encontraba William cuando, de repente, avistó a lo lejos lo que identificó como una ballena que nadaba hacia el sur.

Esa ballena podía terminar con unos días de hambre en Jonesport. Sin embargo, la brújula marcaba hacia el norte, más estable que nunca.

—Sea lo que sea parece que vamos por buen camino —Dijo Alexis a quien quisiera escucharlo a la vez que volvía a levantar la cabeza del aparato del capitán—, el vaiven de la aguja cada vez es menor, estoy seguro que de un momento a otro... ¿Sr. Whorf? ¿Está usted bien? ¿Ha visto algo?

Alexis trató de seguir la mirada del capitán  y, pensando que había divisado tierra escrutó el horizonte, pero veía más que las sombras de las olas, ¿O había algo más entre ellas?

Una cosa era hacer las anotaciones en el mapa con la luz del día y viendo la costa desde el barco. Pero a medida que se alejaban de la costa, y la noche se acercaba, indicar en el mapa la posición en la que se encontraban era cada vez más complicado. Y requería de la ayuda de William que como buen marinero y conocedor de aquellas aguas, era quien más fácil podía indicar nuestra posición en un mapa.

La parte buena era que la brújula cada vez parecía funcionar mejor, estaba claro que señalaba algo que había en el océano. Y entocés apareció una ballena, aquello podía suponer la salvación de muchas buenas gentes de Jonesport. Aunque esta se iba en dirección contraria a la que indicaba la brújula. Y otra cosa, y muy seria, era lo de capturar a un animal de aquel tamaño, con dos completos inútiles a bordo como eran el y Alexis.

-No se como de complejo pueda ser capturar a esa ballena, y si pudiese hacerse sin grandes riesgos. Pero lo cierto es que mucha falta haría algo así para solucionar la falta de alimentos que tenemos.- Aunque eso también les alejaría del destino que indicaba la brújula, y era mucho lo que le inquietaba que podrían llegar a encontrar. Una isla con comida, o algún monstruo, no lo podían saber, pero por ese motivo se habían echado los cuatro a la mar. 

William admiró durante un par de segundos la ballena, sin poder evitar fantasear con un retorno triunfante a Jonesport con semejante pesca. Tras esos instantes de ensoñación, William giró el timón y continuó a babor.

- Seguiremos a la brújula - zanjó el marinero.

La realidad era muy distinta a las fantasías. Cazar una ballena no era precisamente juego de niños. Normalmente era necesario un grupo de marineros curtidos para ello, y unas herramientas mejores de las que disponían. Y, por mucho que apreciase a su Abrazo, éste no era ningún ballenero. Era absurdo pretender llevarse esa pieza. Además, era muy consciente de que esa ballena solo retrasaría lo inevitable.

El crepúsculo se acercaba con rapidez, la misma con la que el viento y la corriente alejaban al Abrazo de Sarah de la costa y lo empujaban hacia mar adentro. Un frío que no procedía de la caída de la tarde se pegó a los huesos de Lucy y la hizo estremecer.

La bonita joven miraba a veces hacia las olas que se mecían en el lejano este, para luego observar en las otras direcciones. En ocasiones, inquieta, su vista se dirigía a la línea de costa que poco a poco desaparecía, o echaba un vistazo a las velas.

-Thomas dijo que el capitán navegaba hacia los riscos del norte. Pero no que se alejase tanto de Jonesport. Esta parece... o... ¿puede que sea la ruta del Cuerno del Narval?-comentó, en voz baja, con cierta timidez en el silencio que cubría a los cuatro ocupantes de la barcaza. Aunque tampoco estaban tan lejos como para eso. Resultaba intrigante el destino al que les dirigía la brújula encantada.

Alzó la mirada, sorprendida, hacia James, cuando comentó lo de la ballena. Se puso en pie, sujetándose a los cabos, avistando al enorme animal hacia el sur. Era una insensatez que intentasen seguirla, y más cazarla.

Se sentó de nuevo, siguiéndola con la mirada y con cierta nostalgia, mientras continuaban en dirección contraria. Es verdad que alimentaría a muchos estómagos hambrientos.

-Alexis, podría marcar en el mapa a la ballena. Estos animales viajan mucho, pero al menos puede servir como referencia de su trayecto para futuras expediciones. 

Si, pensar que ellos cuatro, en número ya que ni el ni Alexis tenían la menor idea de labores marineras, podrían hacerse con una ballena, era un claro ejemplo de lo poco útil que resultaba en aquella embarcación.

-Supongo que capturar una ballena no es ninguna broma, y yo en poco o nada podría ayudar. Si mejor lo anoto en el mapa de la costa, y seguimos a ver a donde nos lleva la brújula.- Para apuntar bien la posición, pido ayuda y consejo a William.

—De modo que era esta prodigiosa habilidad del cazador, la proverbial fugacidad de una cosa escrita en el agua, una estela, es tan de fiar, a todos los efectos deseados, como la tierra firme.

La frase de la novela Moby-Dick vino a la cabeza de Alexis apenas vio aquella joroba emerger de la profundidades y evacuar aquella columna de agua que hendió el aire a su alrededor. Se quedó unos segundos contemplando la, mas que en la lectura jamás había visto de cerca a una criatura tan magnífica, incluso ahora su inexperiencia le había sentenciado a ser el último en apreciar su tamaño y su poderío. Las palabras de Lucy lo trajeron a tierra... O quizás a Mar,  nuevamente.

—Tiene toda la razón, Lucy. Pero no sé cómo podríamos encontrar el lugar al que se dirigirse el capitán con solo mirar hacia la costa. Nos queda cruzar los dedos y esperar que adónde la brújula nos llevé aclare un poco más las cosas.

Observó a James anotar la ubicación frente a la línea de la costa y siguió mirando la brújula alterada cads cinco minutos.