Partida Rol por web

La Cruz y la Espada

PRIMERA JORNADA

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31/05/2014, 00:13
Peregrino

A la luz de la luna no parecía más que un montón de ropa informe tirada en la calle, pero al acercarse vio un charco de sangre espesa y oscura empapando el suelo seco de la plaza de Lavapiés. Sólo cuando el alguacil Jacinto Altagracia apartó el manto, un paño basto y ocre raído por el tiempo, pudo observar la cabeza quebrada de la muerta. El cráneo había estallado al chocar contra el suelo. Bastó el leve movimiento de la vestidura para que el cuerpo desnudo se volteara, contempló entonces, a la escasa luz de los faroles, el rostro arrugado y cetrino de una anciana, cuya cabeza derramaba todavía un hilo de sangre sobre las rodadas que los carros dejaron al cruzar la plaza.

Pudo ver muchos muertos antes de ser alguacil. Los campos de batalla de Flandes e Italia le mostraron hombres acuchillados, quemados, degollados, ahorcados; miles de muertes diferentes, algunas horribles, otras rápidas y limpias. Sin embargo, aquella se le quedaría grabada para siempre; no por la terrible herida del cráneo, ni por el cuerpo seco y desnudo encogido de dolor, ni por las manos huesudas y crispadas en un ademán inútil por evitar su destino. Todo eso ya lo había visto antes. El alguacil volvió a mirar aquel rostro ensangrentado. Lo peor de todo era la mueca de su boca desdentada, enormemente abierta, no se sabía bien si para dar un grito de sufrimiento, de terror por la muerte cercana o, quizá, de aviso ante algo terrible.

El alguacil cubrió el cadáver y se incorporó con la lentitud a que le obligaba su aún adormilado cuerpo. Había engordado ligeramente en los últimos años, pero aún era un hombre más fuerte que grueso. Sus facciones duras le daban un aspecto enérgico y resoluto. Se movía con firmeza y seguridad. Cualquier observador sagaz podía reconocer a un hombre curtido en la vida, acostumbrado tanto a obedecer como a dar órdenes.

Se mesó pensativo la perilla mientras miraba al balcón desde el cual la mujer saltó. No estaba tan alto, si hubiera caído de otra manera se habría salvado, todo lo más una pierna y un brazo roto. Tal vez fue mala suerte, pero a primera vista percibió algo extraño que no encajaba. ¿Qué hacía aquella mujer desnuda en su casa? ¿Por qué se había lanzado al vacío? Si buscaba la muerte, ¿por qué escogió aquel modo, más propio para quedar inválida?

Sea como fuere estaba muerta, y así se lo recordaba el aire impregnado del olor dulzón de la sangre, por eso agradeció el que una ráfaga de viento fresco barriera la plaza limpiando el ambiente. Sabía bien que sería sólo un alivio pasajero, puesto que la brisa de la Sierra de Guadarrama pronto se malograba en aquel laberinto de callejuelas malolientes. La luna llena ponía al descubierto el aspecto miserable y sucio de la plaza. Las casas eran bajas, de adobe y cal, aunque alguna era de ladrillo. Unas más altas, otras más bajas, de tal manera que el único rasgo común de aquel conjunto dispar era la poca maña de sus constructores. Un perro ladraba, molesto quizá por el estrépito que provocaban los corchetes vestidos de negro, moviéndose de aquí para allá como una bandada de sombras siniestras, aporreando la madera o las aldabas de las puertas para preguntar sobre la mujer muerta. En las ventanas asomaban ya luces de candiles y los gritos de protesta de los vecinos, que se unían al perro en su ladrido inútil.

Cuando le mandaron a vivir allí para mantener el orden en el barrio, sabía donde entraba. Era el peor barrio de la ciudad. Un regalo envenenado, servir allí, del Conde de Zamarindo. Sus calles estaban repletas de trincones, jugadores de ventaja, rameras, buscavidas y todo tipo de sinvergüenzas que pudiera imaginarse. Jacinto inició una sonrisa. Bien pensado, era como el mismo Alcázar Real.

Los gritos de protesta de los vecinos fueron subiendo de tono por el alboroto que interrumpía su descanso. El alguacil torció el gesto, él también poseía motivos para estar de mal humor. Le habían despertado en medio del sueño que últimamente tanto le costaba conciliar. Tenía los ojos enrojecidos y el cuerpo descompuesto. Sintió lástima de sí mismo: no se ni cuantos afanes y desvelos al servicio del rey, de lucha por la fe católica, para estar ahora allí de vigilia, contemplando el cadáver de una vieja chiflada. Aun así, debía dar gracias por no hallarse bajo un palmo de tierra hereje, o mutilado, dando pena y pidiendo limosnas a la puerta de las iglesias; o peor aún, maquinando ardides para rapiñar a los ilusos que llegaban cada día a la corte, como había visto hacer a muchos de sus compañeros de tercio.

Alzó la mirada para contemplar la luna llena y las estrellas que se asomaban entre los jirones de nubes. Aquellas horas de la madrugada no eran para que estuviera vagando por las calles. Se acercó con trancos lentos a la fuente del centro de la plaza para mojar su cara en el agua fresca. Las asaduras de cerdo de la cena le pesaban en el estómago, así que echó un trago, y al notar el agua fresca bajar por su garganta reseca se sintió mejor. Tras secar la comisura de los labios en la manga de la camisola, escuchó el murmullo relajante del agua cayendo sobre la pila. Se sentía más calmado, pero al darse la vuelta le invadió de nuevo el desánimo.

Estaba frente a la entrada de la casa de la vieja, cuya puerta abatida yacía en el suelo. La habían derribado dos de sus hombres al ver el cadáver pocas horas antes. De uno no se sabía el paradero, escapó corriendo de la vivienda y al paso que llevaba debía de encontrarse ya por Leganés o Navalcarnero. El otro regresó con el rostro desencajado, afirmando que dentro había más muertos y que el mismo Diablo estaba presente tras esos muros.

No era aquella una buena noche. A la vieja loca se le habían unido un par de alucinados, y a éstos media docena de cagones, los corchetes que le acompañaban y se negaban a entrar en la casona sin la presencia de un cura. Jacinto pensó que sus corchetes eran como su sueldo: escaso y presto a desaparecer cuando más se lo necesitaba. Miró a sus hombres ajetreados simulando que hacían algo, aunque algunos permanecían ociosos rascándose los piojos. El alguacil no pudo evitar lanzar un suspiro descorazonado.

El viento volvió a soplar y su fuerza arrastró algunas hojas de dos árboles cercanos. Una de ellas fue a caer al pie del muro de la casa, donde un farol permitía ver el cuerpo gordo de una rata removiéndose nerviosa. El roedor olfateó el aire y después se dirigió a la puerta con rapidez, en busca de comida. De repente se detuvo. El animal permaneció inmóvil olisqueando el aire que salía de la casa y, como si husmeara un peligro mortal, corrió veloz deshaciendo el camino para desaparecer tras el muro de la esquina.

Jacinto frunció los labios, notaba arder su vieja herida de la clavícula bajo el coleto. Aquel recuerdo con el que le había obsequiado un arcabucero hereje nunca fallaba, y tuvo la certeza de que algo peligroso o maligno les aguardaba dentro de la casa. Dio unos pasos hacia la puerta y se sorprendió de la oscuridad del interior. Era de una negrura insondable, que apenas disminuyó al acercar un poco más el fanal; entonces percibió un olor denso, parecía que esas tinieblas fueran la boca de entrada a un mundo arcano y temible.

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31/05/2014, 00:16
Carlos

—Dios perdone a esa mujer, se llamaba María Gómez —dijo una voz grave, de borracho viejo.

A espaldas de Jacinto apareció Carlos, el más veterano de los corchetes, fumando su pipa de barro y envuelto en bocanadas de humo de aroma agradable, muy diferente del que salía de la casa.

—Trabajaba vendiendo dulces —continuó—. Según sus vecinos era una vieja arisca, apenas hablaba con nadie y si lo hacía era para disputar con ellos. Llegó al vecindario hace unos siete años, nadie sabe de dónde procedía, ni habló nunca de su vida anterior. Todos coinciden en que estaba medio loca. Al parecer, pocos lamentan su muerte.

—¿Ha llegado el cura ya? —preguntó el alguacil.

—No, todavía no ha aparecido —Carlos sonrió mostrando sus dientes amarillos por el tabaco—, no se les ha ocurrido otra cosa que ir al convento de Atocha, a buscar a un dominico del Santo Oficio. ¿Quiere que los reúna para entrar y acabamos de una vez con este negocio?

—No, mejor esperaremos al cura, puede hacernos falta —respondió en un murmullo.

Carlos se sorprendió de la cortedad de ánimo de Jacinto. Aun así no dudó un instante, confiaba en él; había servido lo suficiente a su lado.

—Déjame algo de tabaco —pidió el alguacil.

—Es del mejor. Viene de la Española.

Jacinto rellenó su pipa. La encendió y aspiró hondo. Los dos hombres se quedaron frente a la puerta derribada, sin cruzar palabra, ambos miraban la oscuridad del interior de la casa. Mientras trataba de intuir algo en las penumbras no dejaba de acariciar inquieto un relicario que le colgaba del cuello, sin duda una pieza valiosa. El gesto del alguacil era grave; no lo comentaba con nadie, pero tenía la certeza de que tras esos muros había algo maligno, y eso les esperaba allí, agazapado en las tinieblas, aguardando a que ellos entraran.

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31/05/2014, 00:18
Peregrino

La campana de una iglesia repicó de manera lúgubre cuando un dominico y varios corchetes se adentraban en la plaza de Lavapiés, en la que ya decenas de fisgones, alumbrados con faroles y candiles, conversaban como si aquello fuera una romería. El alguacil vio acercarse al fraile escoltado por sus hombres, siguiendo sus potentes trancos con el rostro exánime pero sin rechistar.

Al dominico le despertaron en medio de la noche del jergón de su celda en el convento de Nuestra Señora de Atocha. Recordaba el rostro alterado del prior, y sus manos inquietas, dándole de empellones para despabilarle a la luz de un candil. El fraile había vestido presto la sotana blanca y el manteo negro de su hábito de dominico y salió de su celda acompañado por los corchetes que requerían la presencia de un representante del Santo Oficio, pues según aseguraban no parecía haber asunto más a propósito para que interviniese la Inquisición. Y ahora la Suprema hacía acto de presencia encarnada en la figura de ese dominico que se adentraba en la plaza.

El alguacil esperaba otro porte de un comisionado de la Inquisición; quizá por eso notó aún más pesadez en el estómago, y más sueño, y más ganas de volver a su casa a dormir. Desde luego, aquel hombre aunque alto, no era nada impresionante: de aspecto ajado, en cuyo rostro, repleto de arrugas y costras resecas, únicamente destacaban sus ojos penetrantes. El alguacil no dejó de percatarse de la mirada del sacerdote, que parecía ocultar algo, una historia, un pesar, tal vez un secreto. Gracias al humo de la pipa y a la brisa que, de tanto en tanto barría las callejas, Jaciento se hubiera percatado del olor a pudredumbre vieja que emana del cuerpo del dominico. Volvió a dar una chupada a la pipa mientras rumiaba que ese hombre no era más que otra reliquia del pasado que no debería estar allí a esas horas.

Cuando por fin el dominico y los corchetes se plantaron frente al alguacil, éste reparó en que el fraile llevaba el manteo negro vuelto del revés, y él, que siempre se fijaba en los pequeños detalles. Ambos se cruzaron una mirada de desconfianza, pero fue el alguacil el primero en hablar y explicarle, en pocas palabras, los motivos por los cuales habían requerido su presencia.

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02/09/2014, 16:51
Jacinto Altagracia

A las buenas -le dije al clérigo no sino rozando, sin llegar a sobrepasarme, la delgada y línea fina de la incompostura y la desgana con un toque de dedos en el vuelo del sombrero. Y esque un servidor no se aderezada ni con el agua de la fuente de Lavapies ni con los tiros a golpe, ni aún de arcabucero, del más viejo de mis corchetes-. Ha llegado vos en buena hora -dije con cierta ironía, expuesta casi de casualidad, que denotaba mi alteración del sueño esa noche-, pues ni las ratas quieren entrar en esta vivienda.

Miré la casa en desdicha y los mis alguaciales, tan allí desparramados y ociosos congregados en la entrada que que parecerían, amén de no llevar aquellos coletos de cuero tan negros e inmerecidos, truhanes dispuesto a "hacer limpieza de muerto".

Ah si, Vuecelencia, -díjele salvando la duda de si debía tratar a aquel dominico como simple fraile o como  miembro del "Ceremonioso", o como yo llamaba al "Oficio"-, y he aquí a la dueña.

Entonces me aparté dando un posao a la siniestra, como la tal casa, y dejé ver el cuerpo sin vida tapado por la manta, el cual, desde esa precisa acción, había tenido ya más vela y honores que muchos soldados de Nuestro cuarto Felipe hendidos en la pastosa tierra italiana o la polvorienta tierra de las colonias de Flandes.

María Gómez, por lo visto -una leve mirada se dirigió a Carlos, y luego volvió a la del fraile-. Sin familia aparente, pasado conocido y tampoco muy querida en el barrio. Ningún vecino ha mostrado más que indiferencia. Eso si: dos de mis corchetes han entrado ahí, y uno ha huido del susto. Del otro*, mejor esperar que se recomponga y nos diga. Decirle, fray -aun sin saber su nombre-, que algo pasa ahí dentro -quizá la retórica de traer tan a las bravas a "un Ceremonioso" hundiera mi ánimo de entrar en la viviendo yo mismo, asi que hice como si tampoco, al igual que mis corchetes, me atreviera a entrar-. Le esperábamos entonces, vuecelencia -expliqué-; el diablo, según dicen, custodia esta casa.

Díle una bocanada amplia y fulgurante a la pipia de Carlos, y luego se la devolví. Expulsé el aire lentamente, elevando la cabeza para evitar que el poco humo que salía de mis pulmones molestara al recién llegado.

Notas de juego

*: ¿Dónde está el corchete que no ha huido?

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03/09/2014, 11:31
Peregrino

Notas de juego

El corchete está allí, consternado, junto a vosotros. Hay también presentes media docena de corchetes temerosos por la zona, tocando puertas y preguntando.

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03/09/2014, 16:31
Fray Domingo de Selaya

- Mi nombre es Domingo. - dijo con voz quejumbrosa el inquisidor, cuya observancia de lo cortés alcanzaba para lo justo. Los ojos del dominico posáronse sobre el cuerpo de la anciana muerta, recorriendo sin turbarse, casi con gozo, cada uno de los detalles del final de escarnio que sufrido por esta. Detúvose su mirada en el cráneo partido en dos, del que salíanse los sesos de la mujer, descompuestos sobre el pavimento de Lavapiés.

- Si el Demonio custodia el lugar, habremos entonces de sacarlo. - replicó al fin, a la información que le diera el alguacil.

No pareciera que hablaba el ajado inquisidor de enfrentarse al Maligno, mas en su mirada veíase la determinación de quién ha venido dispuesto a concluir con la tarea encomendada. Y es que no era Fray Domingo de los que se amilanaban. No le tembló el pulso a la hora de aplicar yerros y encender piras en Granada, ni tan siquiera cuando los heréticos se aprestaron a amenazar su vida para así salvar las suyas. Sabíase en el mundo por el tiempo justo, y si quedaba duda de que pensaba aprovecharlo, que Dios bajare y lo viere.

- Sería menester que alguien se ocupare del cuerpo, antes de que lo devoren las ratas.

Claro era que en verdad no preocupábale en demasía este asunto. Sus ojos abandonaron el cuerpo de la mujer, y se posaron en la puerta de la casa, en la que se impacientaba por entrar.

- Decís que me esperábais para entrar. Vayamos entonces, dado que ya estoy aquí.

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03/09/2014, 17:09
Jacinto Altagracia

Así es, fray Domingo... -repliqué-. ¡Vosotros! -dije entonces a dos de mis corchetes que miraban el cadáver de la mujer con la mano puesta sobre la cazoleta-, llevaós el cuerpo al depósito de san Jerónimo, y en estando allí, revisadlo bien. Quiero comprobar si hay algún tipo de herida o cuchillada, tal vez piel morada. Informadme después. Y vos -me referí a Carlos-, lleva a este hombre a la Casa y Cárcel -señalé con la mirada al corchete consternado-. Quitadle las armas y dadle algo caliente en el cuartelillo. Luego iré a comprobar qué ha pasado, qué ha visto...

Encarándome de nuevo a ese siervo del Oficio, que por cierto, parecía tener los reaños suficientes (¡válgame el cielo si los siervos de Cristo no lo tenían!) para entrar en semejante casa, di un paso hacia delante, dirigiéndome de nuevo a él.

Vos primero -girando un poco la cabeza, extendiendo el brazo y la palma mirando, estirada, hacia el cielo-. No es desmerecerles, Vuecelencia, pero no creo que ninguno de mis hombres entren ahí dentro. Bueno, ninguno más -especifiqué en pos de los dos que sí habían accedido ya-. Vayamos pues. ¡Ah! Mi nombre es Jacinto, fray.

Púse la mano en mi espada* y me dispuse a acompañar al fraile dentro de la vivienda.

Notas de juego

*Máster: ¡mis objetos han desparecido! oO' Revisando en mi pc, no tengo copia de la ficha (por si alguna vez la hice :(

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04/09/2014, 11:57
Carlos

Aunque la tarea de trasladar aquel cuerpo doblado y partido no era ni mucho menos de agrado, con suma celeridad y diligencia acataron los dos corchetes el mandato de Jacinto, no tanto por el respeto que tenían al alguacil, que lo tenían, sino por haber tenido la suerte de librarse de entrar en aquella casa manchada por el maligno. Al menos así lo aseguraba la única persona que estuvo allí y pudo contarlo; un corchete con no demasiados años en servicio.

─Sea. ─respondió sécamente el cabo Carlos, en cuyo rostro pudo verse una clara decepción. No se molestó siquiera en ocultarlo, pues entre el y Jacinto había ya una más que suficiente confianza.

Sin duda Carlos se hubiera adentrado gustoso en aquella casa que decían maldita. Era un hombre viejo, curtido, y con cuajo suficiente como para entrar en cinco casas como aquella, pero por lo que se veía, esta noche le iba a tocar hacer de niñera.

─Id con Dios. ─fue su única despedida antes de encaminarse a la Casa y Cárcel con el otro corchete.

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04/09/2014, 12:13
Peregrino

Jacinto le tendió un farol a fray Domingo y suspiró hondo. Tras reunir a sus hombres y con gesto autoritario les conminó a entrar en la vivienda. El dominico y el alguacil fueron los primeros en cruzar la puerta, seguidos de los corchetes temerosos que restaban.

A la izquierda se abría una pieza grande, en la que aún perduraban algunos rescoldos en la chimenea y una agradable sensación de calidez. Cacerolas, pucheros y comestibles hicieron fácil identificar la pieza como la cocina, en cuyo suelo algunas cucarachas iniciaron una frenética carrera en busca de cobijo al ser sorprendidas por la luz de los faroles. Uno de los corchetes inspeccionó los anaqueles de una alacena, recogió algo diminuto, pero en la maniobra derribó un perol, que cayó con estrépito al chocar con otras cazuelas.

─Tened más tiento, no es menester andarse con alborotos en este trance —le regañó el alguacil.

El corchete atolondrado asintió y siguió husmeando. Jacinto le miró con ira, preguntándose qué clase de hombres aceptaban en la guardia. ¡Tan difícil era encontrar uno que no fuera torpe, indisciplinado y fisgón! Los hombres de la justicia revolvieron la cocina sin encontrar nada de interés, así que pasaron a la siguiente habitación. Allí los faroles iluminaron una despensa en la que había grandes cantidades de huevos, harina y miel. En el suelo yacían unas cuantas banastas con bizcochos y rosquillas de varios tipos: herraduras, suplicaciones y huevos de faltriquera.

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04/09/2014, 12:21
Peregrino

Idea: Está claro, quien ocupa la casa es una de las mujeres que se gana la vida vendiendo dulces por las calles del barrio.

- Tiradas (2)
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04/09/2014, 19:26
Jacinto Altagracia

Fray Domingo, el corchete que se aventuró aqui dentro y que acabo de mandar a la Casa y Cárcel -le dije en bajito, intentando mantener la lúgubre suavidad- ha referido que aquí dentro había más cuerpos. Habrá que inspeccionar toda la vivienda.

Y en diciendo yo mismo aquello, procuré por referir algo más, no fuera a venirle la inspiración (aunque lo dudaba mucho) a alguno de los mios hombres, y pusiéranse solos a alumbrar con el farol por su cuenta.

No os separéis de mí -le susurré-. Preparáos para cualquier... envite.

Ninguno se había dado cuenta, pero tenía yo puesta la mano en la asidura de la afarolada*, lista para hacer descerrajar la hoja bajo la vaina y sacar el aguijón para cualquier posible lance.
 

- Tiradas (1)

Notas de juego

Tiro por Descubrir, a ver qué sacamos en claro.

____________________

* Mi lista, director:

Espada ropera (creo que era una espada media)
Daga de guardamano
Pistola de rueda
Odre
Ropas gruesas y Botas
Capa, sombrero y cinturón.

No pido más por mi vergüenza de pobreza.

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05/09/2014, 12:08
Fray Domingo de Selaya

Ninguna intención albergaba de marcharse de allí el Inquisidor sin haber registrado hasta la última estancia de aquel hogar del demonio, y por ello estuvo de acuerdo, sin formular mayores palabras, con lo que Jacinto le dijere. Ayudándose del farol, iluminó la estancia, buscando en ella indicios del mal hacer del demonio, mas nada halló, salvo panes y reposterías, lo esperado en el hogar de una panadera.

- No tengo otra arma que mi Fe. - advirtió Fray Domingo a Jacinto, pues tales eran los hechos - Aunque si el enemigo es el demonio, con tal ha de bastar.

No tuvo, empero, reparo en avanzar en primer lugar, inspeccionando las estancias con el mismo brillo pétreo en la mirada, al tiempo que la impaciencia de sus gestos revelaba el deseo de seguir avanzando, pese al evidente temor que había invadido a los hombres de armas que, antes que él, se habían internado en la casa. Claro que Fray Domingo no era de los que se arrugan, y ni ante la misma muerte haría tal.

- Continuemos, pues.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Tiro descubrir yo también, por si encontrase algo...

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05/09/2014, 14:07
Peregrino

Y que estando en esas, sin haber deducido aún nada más que quien allí vivía debía de ser una de esas mujeres que venden dulces en el barrio, de casa en casa y de puerta en puerta, se oyó un golpe seco. Algunos corchetes que devoraban los bizcochos se quedaron rígidos, incapaces de masticar su botín.

—Abajo —dijo Pedro, uno de los corchetes—. El ruido viene del sótano.

El grupo deshizo el camino para volver al pasillo. Avanzasteis unos pasos. A vuestra derecha se abría una nueva habitación que dejasteis sin inspeccionar, pues empezabais vislumbrar un bulto al final del pasillo. A medida que os acercabais a la extraña forma, el aire se iba haciendo más pesado e insalubre. Volvieron a sonar varios golpes, ahora más violentos. Un reguero de sangre apareció en el suelo, y al seguirlo encontrasteis el primer cadáver. Era un hombre de unos cincuenta años, calvo y gordo. Estaba desnudo, con las manos y el cuerpo cubierto de sangre que también impregnaba el muro. Parecía como si una fuerza sobrehumana le hubiera arrojado contra la pared y su cuerpo reventara con el golpe. A sólo unos pasos se abría un portón que bajaba al piso inferior. Los hombres de la justicia se intercambiaron miradas de temor. Ahora ya todos estaban despiertos y al acecho: quien había hecho esto podía estar abajo...

Notas de juego

Jacinto: Ok al equipo. Ya lo he apuntado en notas.

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05/09/2014, 17:25
Jacinto Altagracia

¡¡Soltad eso!! -grité con la voz sumergida como en ronquedad para no dar más alarido del necesario-, ¿¡teníais miedo de entrar y habédeis llenar la panza a la primera!? -Entonces ví como mis corchetes, colorados ahora de la reprimenda tornáronse morados, y luego blancos, cuando escuchamos aquel ruido como del sótano.

Momentos después, en viendo entonces el cadáver de aquel tipo que parecía haber sido empotrado contra la pared por un gigante, tiré con presteza de mango de la espada, y la funda restalló un instante por la caricia del filo de la ropera por su parte interior... Enseguida tuve en guardia la espada, y al tiempo, saqué la daga de guardamano sobre la siniestra, sopesándola dos veces un instante para acomodarla perfectamente a mi palma: si no era el demonio allí presente, éranlo, sin duda, rateros o bandidos. Y a esos que la única fé que diéramosles era la de la Casa y Cárcel...

Noté cómo los corchetes desenvainaron* justo después que yo, y no pude evitar mirar inconscientemente a fray Domingo mientras tragaba saliva (que no sólo el horror de la guerra atemoriza las almas de los cristianos).

Abajo habrá más, fray... -le adverti recordando las palabras del mi corchete ahuyentado-; intentemos no tropezar con más cuerpos. Vayamos...

Tuve que hacer cierto esfuerzo para pronunciar esta palabra sin que me temblase la voz. Aún yo mismo, habiendo visto tanto mundo, muerte y desgracia, aquella situación de sugestión y temor me azotaba el pensamiento con cada "¿y sí...?" o tal vez con cualquier mal cuento dedicado a los infantes que no quiérense dormir...

Et comencé a bajar con mis armas en alto.

Notas de juego

*Si es mucho decir corrígemelo, director.

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07/09/2014, 12:18
Peregrino

Notas de juego

*Si es mucho decir corrígemelo, director.

Con ellos tu eres el que manda ;).

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08/09/2014, 16:28
Fray Domingo de Selaya

Observó Fray Domingo el cuerpo con la severidad con que gustaba de contemplar cuanto ocurría en un mundo creado por el Señor y corrupto por el demonio. Parecíale que aquel desgraciado hubiera sufrido la misma suerte que la mujer que habían hallado en el exterior, y no extrañose, pues de algún modo esperaba hallar tal desgracia en el interior de la casa. Con pasos lentos, obligados por su piel lacerada, acercose el dominico primero a inspeccionar el cuerpo con detenimiento, sin que el ofrecimiento de las vísceras del muerto le causara más turbación que la que habíanle causado los sesos de la mujer muerta en la calle. Después de esto asintió a Jacinto, quién le apremiaba a continuar, algo a lo que no negaríase, pues seguía apremiando en fray Domingo la misma impaciencia controlada por descubrir cuanto se ocultaba en el interior de aquella casa maldita. Echó, eso sí, mano del crucifijo, pues seguro estaba de necesitar la ayuda de Dios para encarar la gesta que habían de confrontar, y tal vez la necesitare antes de lo esperado.

- Vayamos. - corroboró el dominico.

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08/09/2014, 18:54
Peregrino

Al pasar junto a aquel cuerpo apaleado por una fuerza brutal ambos, alguacil y dominico, os percatáis que el cadaver tenía el cuello partido. A buen seguro luego lo inspeccionariais luego con más calma, pero de momento, era menester registrar con premura en aquel sótano, no fuera que el artífice de todo aquello aún anduviera por allí...

Al acercaros al portón visteis que las dos cerraduras habían saltado. En el suelo quedaban astillas de madera que habían saltado al fracturarse los hierros que sellaban la puerta.

—Algo que estaba en el sótano arrancó los cerrojos y mató al hombre —dijo un corchete con voz temblorosa.

Los golpes que se habían oído anteriormente volvieron a arreciar. Procedían del sótano. Nadie dijo nada, pero todos se acercaron al hueco del portón para contemplar como una escalera desaparecía envuelta por las tinieblas. Muy a vuestro pesar, ahora os tocaba bajar. Fray Domingo, tras Jacinto, fue el segundo en descender los peldaños, no sin antes blandir un crucifijo que espantara sus temores. Jacinto sintió una punzada. Tenía miedo. Sentía frío en la frente y en el estómago. Su mano derecha empuñaba la afarola, y un puñal de degüello en su izquierda. Se planteó cambiar la espada por un pistolón holandes de cachas plateadas pues, en tan estrecho espacio, maniobrar con la afarolada requería gran pericia. Besó el relicario que le colgaba del cuello, y empezó a descender los escalones. El aire del sótano era gélido, muy diferente del de la cocina, pero en él estaba el mismo desagradable olor que habiais percibido arriba, aunque ahora se iba haciendo cada vez más pestífero. La fetidez inicial se transformaba en una multitud de olores ácidos y desagradables entre los que diferenciaba el aroma inconfundible del animal maligno, el macho cabrío.

Los golpes se repitieron de manera violenta y confusa. El único farol que iluminaba ahora la oscuridad resaltaba los rasgos angulosos del rostro del monje en su avance, cuya figura magra empequeñecía aún más con las ocho arrobas de carne del antiguo soldado, que hacían crujir los escalones de madera a cada paso. Alcanzasteis el suelo del sótano, y allí vuestras miradas se dirigieron a una puerta ligeramente entreabierta de la que surgían los ruidos y un resplandor lúgubre.

Al abrirla el ambiente se hizo irrespirable. En el lado derecho de la estancia se agolpaban en desorden una mesa, dos taburetes, y un arcón desvencijado. En el centro de la habitación estaba situada una joven gitana de unos quince años, que yacía desnuda, con una terrible herida en el pecho izquierdo, donde había clavada una daga. Su pelo negro tomaba una tonalidad rojiza al mezclarse con el charco de sangre que la rodeaba. El rostro tenía una mueca de pánico que la muerte no había borrado.

Un círculo envolvía el cuerpo, y éste a su vez era orillado por otro redondel ligeramente más grande. Entre ambos estaban escritos cinco nombres demoníacos: Asmodeo, Astarot, Azazel, Belfegor y Leviatán. Fuera del círculo había pintadas cuatro estrellas de David, en cuyo interior se situaban otros tantos velones casi fundidos, que iluminaban la escena.

—Le han arrancado el corazón —dijo un corchete.

—¡Dios nos valga! —exclamó otro de ellos santiguándose—. Esto es obra del Diablo.

La frente de Jacinto estaba sudorosa y los ojos dejaban traslucir un miedo tan intenso como no había experimentado antes, ni siquiera en los ensangrentados campos de batalla de Europa; aquel era el miedo a perder la vida, pero éste era el miedo a perder el alma. Un corchete asió un escapulario, mientras que otros comenzaban una oración.

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09/09/2014, 16:35
Fray Domingo de Selaya

Llegaron al lugar en que el sacrilegio había sido perpetrado, sin que aquesto turbase el rostro del Inquisidor, mas se encogió su alma al contemplar tan evidente muestra de los actos del maligno. Era, sin duda, la prueba que tan largamente había esperado fray Domingo, ya no cabía duda. Sabía que estaba allí porque hasta este lugar habíale guiado el Señor, y no flaquearía su alma ahora que por fin su labor en la Tierra quedaba revelada. Caminó despacio, plegándose sólo un momento al dolor lacerante de las llagas que su sotana escondía y su rostro exhibía sólo a medias. Santiguose, eso sí, antes de entrar en la estancia, y aferró el crucifijo que portaba para llevar a Dios consigo en todo momento, pues temía que la perversión del Maligno, que había corrompido aquel sótano, le impregnase.

- Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum... - comenzó el rezo bien aprendido, para con él darse fuerzas, mientras sus pasos le acercaban al sacrilegio acometido, el cual escrutó con la mirada ardiente de devoción por el Señor, y de desprecio por quienes le repudiaban y acogíanse al trato con quienes habíanse apartado del cielo.

Detúvose fray Domingo sólo al alcanzar a ver toda la escena, y contempló esta con sumo interés, como el médico que observa las pústulas del enfermo para averiguar el mejor modo de tratarlas. Sólo que esta vez era la obra del Señor la enferma, y el sacerdote, el que había de hallar en su Fe el remedio.

- Tiradas (3)

Notas de juego

Fray Domingo inspecciona la escena al tiempo que intenta recordar cuanto ha leído sobre el Demonio y sus lacayos y adoradores, por si de lo observado puede obtener información de algún tipo.

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09/09/2014, 19:30
Peregrino

El único que se mantuvo impávido fue el sacerdote, a quien no parecía impresionarle aquella escena. El rostro severo evidenciaba una determinación que desmentía su aspecto pusilánime. Los ojos del fraile se fijaron en los de Jacinto, y éste se tranquilizó al ver que ponía rodilla en tierra para examinar calmoso el contenido de los tres recipientes que yacían junto a la cabeza de la mujer. El más grande era una extraña bola de hierro, horadada por multitud de agujeros, que desprendía el efluvio inmundo que anegaba la vivienda. A su derecha estaba otro recipiente repleto de sangre que imitaba un cáliz, a la izquierda una vasija contenía un líquido amarillo. Sobre ellos había una cruz invertida empapada en sangre de la muerta. Varios incensarios se ubicaban en las esquinas de la habitación.

Fray Domingo abandonó el examen de los recipientes y, con semblante absorto, pasó a reconocer el cadáver examinando las manos, el rostro y en especial la boca abierta, que olfateó. La sorpresa iluminó su rostro al advertir que alrededor de la empuñadura de la daga había enrollado un pequeño pliego de papel. Rompió el lacre y lo observó con detenimiento. En la parte superior, había una hilera de números: 1 7 1 6 6 2, y debajo estaban escritas las letras1 Aπ seguidas de los números X V I I I. En las dos líneas siguientes aparecían unos caracteres hebreos y una frase en latín: Angelus Domini nuntiavit Mariae. El renglón final era otra serie de números: 3 7 1 6 6 2. Una firma elegante y ondulada en la que se leía la palabra Peregrino, remataba el escrito

—¿Es acaso un mensaje del Diablo? —preguntó un corchete.

Notas de juego

1π :es el símbolo del número Pi (no consigo un caracter que lo represente mejor).

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09/09/2014, 19:41
Peregrino

Notas de juego

Angelus Domini nuntiavit Mariae: El ángel del Señor anunció a María.

Todo apunta al sacrificio de la joven por varios adoradores de Satanás en el que pretendían invocar a alguno de los demonios cuyo nombre está escrito en el suelo.

La sangre y el líquido amarillo de los recipientes debío extraerlo el hombre muerto del piso de arriba, ese debe ser el motivo por el cual está cubierto de sangre que, a simple vista, no parecia suya (al menos no toda).