Partida Rol por web

Robín salió y se internó en el hospital. Curiosa chica. Con la información de la que disponías tenías que decidir que hacer y actuar con precaución, un paso en falso podía ser fatal.

El hospital seguía con su trajín hospital. Pero ahora era el medio día y quizá la hora de comer ofreciese alguna oportunidad peculiar. O no.

Salí también del coche, dejé la chaqueta en el maletero y accioné el cierre centralizado. Esta mañana llevaba la chaqueta y, algo que cualquiera que deba pasar desapercibido sabe, es que los colores de la ropa es una referencia muy directa para ser reconocido. Me adentré en el hospital en mangas de camisa. Debía encontrar al Dr. Rogers, pero que él no me reconociera. Entonces debía espiar sus movimientos para saber si era seguro entrar en su despacho.

Siendo la hora de comer, lo más fácil es que se encontrara en el comedor, así que lo primero era averiguar si el personal del hospital tenía un comedor privado o si tanto personal como visitantes accedían al mismo comedor.

Con lo que sabía del hospital y con la ayuda de los planos del edificio, que estaban colgados de las paredes cada cierta distancia, por aquello de las emergencias, busqué el comedor o comedores.

Al final no hizo falta buscar el plano de emergencias, te sonaba haberlo visto la última vez que habías estado aquí. Y en ese momento caiste en la cuenta.

La disposición no te favorecía mucho a priori. El comedor del personal se encontraba en el mismo pasillo que las direcciones, pero nada más entrar y a mano izquierda. El despacho del doctor se concontraba más adelante en el mismo pasillo pero a mano derecha.

El pasillo estaba despejado y un poco de barullo salía del comedor. Podías meter el hocico en el comedor para ver si lo localizabas, aunque encontes corrias el riesgo de que en ese momento te viese. Podías ir a su despacho, pero entonces el riesgo era que estuviese en su despacho y no en el comedor.

Pensé en las opciones que tenía. Si funcionase el móvil, podría llamar a la centralita del hospital y pedir que me pasaran con el doctor, pero no podía ser tan fácil.

Entrar en el comedor no era una buena opción. Quien más quien menos, echa un vistazo cada vez que alguien entra o sale del comedor, así que sólo tenía dos opciones: esperar a que un grupo numeroso entrase y entrar yo mezclado entre el grupo o recurrir a los métodos de comunicación más tradicionales, como es ir a recepción y preguntar por el doctor Rogers.

La baza del comedor tenía poco peso, así que me dispuse a ir hasta la recepción y decir algo similar a: - Buenas tardes, estoy buscando al doctor Rogers, ¿me podría decir dónde localizarlo? - Con la esperanza que la recepcionista me haga el trabajo.

Sopesaste tus posibilidades y finalmente te decidiste por preguntar en recepción. Tras atender a un par de personas te tocó el turno.

- ¿El doctor Rogers? Como no va la megafonía ahora le buscamos, un momento.

La chica de admisión se giró, la escena te recordó a la de esta misma mañana – Vanessa ¿Puedes buscar al Doctor Rogers por favor? - La chica se levantó para buscar al doctor.

- Espero por aquí. - Le dije a la recepcionista, señalando con el pulgar unos asientos o un tablón de anuncios cercano. Cuando la recepcionista volvió a atender al siguiente, me dispuse a seguir a Vanessa en la distancia y saber qué camino tomaba. Intenté que la tal Vanessa no me viera bien la cara, girándome un instante cuando su compañera le mencionó el encargo, como mirando a otro lado, para luego volver a seguir a la auxiliar con la mirada. Toda precaución era poca.

Seguramente, la tal Vanessa probaría localizar al doctor en los lugares más propios para que se encuentrase en ese momento, pero ello no aseguraba que su primer intento fuera correcto, así que debería seguirla y, según tuviese éxito o no en según dónde, decidiría dejar de seguirla y actuar. Por tanto, pasar desapercibido en la distancia era clave, sobretodo si apareciese el maldito doctor de repente en un pasillo.

Seguías ejerciendo de detective y tratando de pensar en como sortear las cosas. En este caso tu táctiva estaba clara. La mujer actuó con toda normalidad.

Vanessa en primer lugar se dirigió al “famoso” pasillo de las direcciones. Abrió la puerta de su despacho, pero simplemente metió la cabeza allí y salió de nuevo. Cerró y esta vez se dirigió a la puerta del comedor de personal, se asomó y esta vez si se metio adentro. El pasillo en ese momento quedó despejado, aunque no sabías por cuanto tiempo.

Inviable la posibilidad de meterme en el despacho del doctor con la esperanza que, al volver frustrado de recepción, decida regresar al comedor. Era un riesgo demasiado alto, pues de pillarme con las manos en la masa, no tendría argumento que presentar, sobretodo después de nuestro encuentro de esta mañana.

No había prisa.

Si algo enseña la profesión es a tener paciencia. Lo bueno es que, de encontrarse en el comedor, lo tendría ya localizado. Yo debía pasar desapercibido para poder espiar sus movimientos. El momento ideal será cuando el doctor se fuera a hacer la ronda de la tarde, como comentó Robin.

Si el doctor emergía del comedor, sin nadie más en el pasillo, me pillaría con el carrito del helao, así que busqué un recoveco donde poder disimular, si no ocultarme. Una ventana por la que mirar, un rincón en el que agacharme a atar un zapato o una sala de espera en la que poder echar un vistazo al pasillo, pero sin exponer mi cara. A ser posible, un punto más allá de la entrada del comedor, para no cruzarme con él en su camino a la recepción.

La situación era la siguiente. El pasillo de las direcciones se iniciaba en el Hall en el que estaba entre otras cosas unas butacas y el puesto de información. El comedor de personal y el despacho del Doctor. Pero luego el pasillo continuaba. Tenía de nuevo que el pasillo era largo y con varias puertas de cristar, cosa que te permitiría observar desde lo lejos. Pero tenía de malo que aquí habían más “direcciones” y despachos, pocos o ningun visitante se internaba por aquí.

Había que elegir, lo que parecía inminente era que de un momento a otro el doctor iba a salir con la chica en dirección a recepción.

Vistas las complejidades de pasar desapercibido en un pasillo vacío de gente, donde no se interna nadie más que personal del hospital, decidí en un arrebato entrar en el despacho del doctor. Cerrar la puerta hasta que sólo quedase una rendija por la que observar la salida del comedor. En cuanto viera la silueta del doctor acompañando a la chica salir del lugar, cerraría la puerta suavemente, tal como la había dejado ella misma al comprobar que no estaba en su despacho.

Entonces, echaría un rápido vistazo por el despacho. Dudaba que en tan poco tiempo pudiera dar con nada relevante, pero nunca se sabe.

Cuando el mata-sanos pasara de largo de su despacho, buscaría otro lugar donde esconderme, antes que llegara a recepción, primero se cabrease y luego atase cabos, que siendo un cabrón listo quizá cayera en la cuenta de lo que está pasando y volver rápido al despacho.

Optaste por un plan un poco arriesgado. Te metiste en el despacho y desde allí vigilaste la puerta del comedor. En cuando viste que alguien abría aquella puerta cerraste la del despacho y te volviste para mirar lo que allí había. Mientras tanto contabas los segundos con la mente.

Lo primero que viste a tu derecha fue un jarrón transparente y lleno de monedas de a céntimo. A la izquierda unos armarios. Un cuadro. Al fondo una mesa de despacho, con una silla de tu lado para las visitas y otra más grande que sería para él. En la mesa un ordenador y una carpeta. La mesa debía de tener su típica cajonera.

Tic, tac... En estos momentos la administrativa y el doctor debían de haber llegado al puesto de información y debían de estar buscándote con la mirada.

Tras ese rápido instante, salí nuevamente del despacho, cerrando la puerta tras de mí y, caminando en dirección opuesta a recepción, con toda la naturalidad que era capaz de juntar. Miré si había alguna placa con el nombre en la puerta de los despachos. Me dirigí al despacho contiguo al del doctor Rogers y me metí dentro.

Mi intención era ganar tiempo. Si encontraba a alguien en el despacho, intentaría entablar una conversación, por absurda que fuera. Por ello mi mirada buscó con avidez el letrero con el nombre antes de entrar, o una vez dentro, sobre la mesa, o en la etiqueta que llevan los doctores colgada del bolsillo de la bata.

Si no había nadie, tendría tiempo para pensar.

Tras echar aquel rápido vistazo ya te pudiste hacer una idea de lo que había. Luego, antes de que emprendieran el paseo de regreso, decidiste que lo mejor sería salir y colarte en otro sitio para disimular.

En el siguiente ponía “Dirección de Enfermería”, aquí si que había movimiento. Había un par de mesas a la izquierda una chica que estaba atendiendo a una enfermera, escuchaste un pedacito de su conversación:

“El día seis ya doblo el turno ¿Crees que me pude cubrir alguien el siete, me voy a morir si me toca también trabajar...”

En la mesa de la derecha otra chica se te quedó mirando, no había ningún nombre a la vista - ¿Te puedo ayudar en algo? - Te miró con cara de que te debías de haber perdido, ya que no le sonabas de nada.

Observé a aquella chica unos segundos, lo suficiente para hacerme una idea de la situación y posibilidades. Sonreí cordialmente y me acerqué a ella.

- Sí. - Aseguré. - Me llamo Max Bertoglio y soy periodista del Tribune*. - Una identidad que a veces usaba para sacar información en algunos contextos. El apellido italiano estaba especialmente indicado al hablar con mujeres. -  ¿Puedo sentarme? Me gustaría hacerte unas preguntas. No te robaré mucho tiempo. - Arriesgué una mirada seductora, enmarcada por una media sonrisa cómplice.

La chica te miró como si le estuvieses hablando en japonés – Espere, espere. He de consultarlo con mi jefe, yo sólo soy una simple empleada y no suelo atender a la prensa – Tenías que haberlo supuesto, aunque faltaba ver cual era exactamente tu jugada, quizá tampoco tenía el porqué de ser malo – Un momento por favor.

La chica se levantó y se dirigió a la puerta que tenía justo detrás de ella. Llamó con los nudillos y se metió dentro.

- Es una lástima. - Le dije con una sonrisa, adulador. - Lo entiendo. - Y me puse de pié (si había llegado a sentarme), preparado para entrar en el otro despacho cuando me lo indicaran.

Lo cierto es que yo había entrado aquí simplemente para perder tiempo, pero quizá con entrevistar a alguien podría sacar información interesante. Cuando dijo "mi jefe", los pelos se me pusieron de punta, pues pensé que podría ser el mismo Doctor Rogers. Al ver que se metía en una puerta que, por lo que había visto en el despacho de Rogers, no tenía porqué comunicar con éste* y, por tanto, su jefe no sería él, me calmé y pensé en cómo sacar petroleo de aquella situación.

Rebusqué y saqué mi libreta de notas y un bolígrafo**, que siempre llevaba conmigo por deformación profesional. Daría el pego para el papel de periodista. De hecho, ambas profesiones no distan mucho en sus métodos, sólo en su finalidad, por tanto me sentía cómodo en el papel.

De todas formas, me mantenía en guardia, por si las cosas se torcían más de lo aceptable. Salir corriendo no era una opción honorable, pero a mí eso me traía sin cuidado. Soldado que huye sirve para otra batalla, que decía mi abuelo, que siempre había sido muy pragmático.

Por un momento dudaste sobre lo que podía pasar. Si bien era cierto que el despacho del Doctor Rogers era contiguo... Bueno, lo mejor sería esperar que pasaba.

La chica volvió a su puesto pero mirándote con interés, la puerta quedó entreabierta y al poco salió un hombre orondo y con gafas. Se presentó – Soy en señor Bighouse, director de enfermería ¿En qué puedo ayudarle? - Dijo mientras se ajustaba las gafas con el dedo. No parecía especialmente encandilado ni emocionado. Simplemente atento y excrutador.