Partida Rol por web

Dejando que haya una distancia prudencial hasta sendas comitivas que se alejan, el grupo de compañeros se divide.

Aetos y Nestor esperan ocultos tras los troncos del frondoso bosque de setas hasta que la más numerosa comitiva de la princesa acabe de introducirse por la boca del túnel. Algo que les llama la atención es que algunos sirvientes dactilos de la comitiva principesca preparan lámparas de aceite para iluminar el paso de la comitiva a lo largo del túnel. Una vez Aetos y Néstor ven al último dáctilo atravesado el arco hacia la oscuridad, se dirigen tras ellos con sigilo.

Mientras, Melanctha toma la dirección opuesta, a través del bosque de setas en pos de Aristocles y de los seis guardias reales dactilos, armados con alabardas que lo escoltan...

Los salvajes que aprovechando su formidable habilidad para moverse en plena naturaleza habían permanecido ocultos entre el bosque de setas desde que vieran al enorme Cíclope, dudaron un momento, al no haber recibido instrucción ninguna.

Finalmente, y moviéndose lo más sigilosamente posible, parecieron seguir a Melanctha a través del bosque de setas, aunque manteniéndose unos metros por detrás de ella.

Los Dactilos descubren a los salvajes, pero no a Melanctha.

Aristocles ve a los Salvajes, pero no a Melanctha.

Los alabarderos reales empiezan a desandar el camino por el que viniera el Palanquin, escoltando a Aristocles. Los siete hacen la ruta a pié.

A pesar de ir cuesta abajo, la marcha avanza tranquila entre las setas gigantes. Enfundados en sus pesadas armaduras pétreas, los dactilos no pueden correr demasiado. Cuatro de ellos avanzan tras Aristocles, y otros dos por delante. Parecen muy tranquilos, con sus alabardas al hombro, pues la tarea de escoltar a un anciano no se les antoja demasiado peligrosa...

Melanctha les sigue no muy lejana entre los árboles, y una decena de metros por detrás los salvajes de la Tribu de la Roca Viva, en una fila no demasiado ordenada.

Aristocles podía ver a los salvajes avanzando ocultos entre las setas gigantes al mirar de reojo, pero había perdido completamente de vista a Melanctha. Esta chica sí que sabía moverse sin ser percibida.

Al cabo de un rato, uno de los guardias se detiene y se gira,  mirando hacia atrás en el camino durante unos segundos.

El resto avanza unos metros más adelante antes de parar y darse cuenta de que su amigo se rezaga. Empiezan a hablar entre ellos en esa extraña lengua pétrea, y Melanctha no les entiende, pero es evidente que señalan más atrás, hacia el lugar entre los árboles por el que se encuentran avanzando los salvajes.

- Qué ocurre ¿Por qué te paras?-

-Mirad, alguien nos sigue... ¡humanos!-

Melanctha está algo más adelantada que los salvajes.. A ella no la han visto.

Al ver que uno de  los dáctilos se detiene y les señalan, los salvajes paran su avance e intentan en vano ocultarse entre los troncos de las setas, pero su torpe maniobra no les servirá ya de nada.

Melanctha maldijo por lo bajo. Había esperado que los salvajes sabrían moverse con soltura, pero resultó que no eran mucho mejores que Aetos y Néstor con sus armaduras.

Se planteó qué hacer a continuación, ya que en pocos segundos los descubrirían sin remedio. Organizar una lucha contra los gnomos no parecía muy buena idea. Eran seis, y se trataba de guardias reales, sin duda mejor entrenados y más experimentados que los que encontraron en el amarradero.

”Piensa, maldita sea, vamos... ¿qué hacer? Malditos salvajes inútiles”

Sólo se le ocurrió una cosa. Si el gnomo llegaba hasta donde estaban los salvajes, estaban perdidos. Tenía que intentar distraer su atención, hacerle pensar que el ruido que había oído venía de otra parte.

Cogió una piedra y con cuidado de no ser descubierta, la lanzó hacia el otro lado del camino, esperando que el gnomo siguiera aquella pista falsa.

Aetos espera unos momentos a que la comitiva de la princesa se aleje. Cuando judga que dispone de suficiente margen como para moverse sin ser visto, comienza a moverse en la misma dirección, hacia el tunel, utilizando las enormes setas como cobertura.

Néstor siguió a su compañero Aetos. No le importaba que de vez en cuando llevase la "voz cantante", pues confiaba en su criterio y trabajaba en buena armonía con él. 

Pensaba si había tomado la decisión correcta... pero algo le decía que aquella princesa podría reportarles una ventaja en el futuro. 

Nestor y Aetos observan cómo Melanctha empieza a alejarse de ellos, seguida por los cazadores de la Tribu de la Roca Viva. Aunque pueden ver claramente a los salvajes entre los árboles en pos de Aristocles y su escolta armada, Melanctha en cambio desaparece ante sus ojos al pasar tras un tronco, tal es la capacidad de pasar desapercibida entre la maleza. 

Ellos dos en cambio encaran la tarea de seguir a la princesa. En cuanto el último miembro de la comitiva pricipesca desaparece tras la boca del túnel, Aetos y Néstor van tras ella.

Al asomar la cabeza para mirar a la oscuridad del túnel, vieron a la columna de dáctilos llevando el palanquín alejarse hacia el fondo. Sin embargo, había dos miembros de la Guardia Reál dáctila rezagados cerca de la boca del túnel.

-Qué pasa? ¿Por que te rezagas?- Pregunta uno de ellos

-He creído ver algo moviéndose antes entre los árboles ¿Lo ves? Mira, hay alguien siguiéndonos.- Responde a la vez que señala con su alabarda al lugar en el que estáis apostados.

Los dáctilos se giran un momento al oir la piedra golpear en algún lugar del camino en dirección contraria a los salvajes, sin embargo, no ven que haya nada allí. Al otro lado, en cambio, había enemigos claramente presentes.

-¡Ahí están! ¡Vamos!- Siguiendo al primero que había visto a los salvajes, van tres de los guardias. Cuatro en total en pos de los salvajes.

Los otros dos dactilos de la escolta, en cambio, desconfían: -¡Espera! dice uno de ellos. ¡Parece una emboscada!-  y se colocan apostando sus alabardas en la dirección opuesta del camino, al lugar por donde lanzaste la piedra, en lo que claramente parece una preparación contra un ataque proveniente del otro lado.