Partida Rol por web

El tiempo pasado durante las fiestas de Navidad en casa habían operado un pequeño cambio en la actitud y en la manera de pensar de Maebh, influenciada sobre todo por su hermano Niall. Por ese motivo, mientras escuchaba las palabras de Joy, no pudo evitar que apareciera un gesto de fastidio en su cara. Antes de llegar a Hogwarts seguramente ella estuviera de acuerdo con lo que decía su compañera de casa, pero en esos instantes, después de todo lo que había visto en el colegio, ya no estaba tan segura de que su abuelo tuviera razón.

Pero cuando Caliope estalló, Maebh no pudo evitar mirarlo como si estuviera contemplando a una loca, sus gritos eran molestos y sus palabras le parecieron, en un primer momento, incoherentes. Sin embargo, el arranque de la Gryffindor removió algo en el interior de la joven irlandesa. Estaba empezando a cansarse de aquella situación y la ira que en los últimos años cada vez despertaba con más frecuencia, empezó a hacer acto de aparición.

—¡Basta! —Explotó sin darse cuenta que, por lo general, ella solía mantenerse en segundo plano, intentando siempre no destacar sobre el resto—. Podemos ser unos críos pero no somos unos inútiles. Yo no soy ninguna inútil y si no nos quieren contar qué está pasando... —Se dio cuenta que quizás hablar tan alto no sería buena idea, así que empezó a bajar poco a poco la voz— podemos investigar nosotros por nuestra cuenta. Creen que somos invisibles y que no servimos para nada por ser unos niños... pues seremos invisibles. ¿Quién iba a sospechar de críos de once años?

Ni siquiera se reconocía a sí misma y, cuando su rabia y su inesperado discurso cesó, cerró la boca sin atreverse a mirar al resto de sus compañeros, pensando que al igual que había visto a Calíope como una loca hacía tan solo unos instantes, lo mismo la verían a ella ahora sus compañeros.

Al parecer, no soy el único que opta por la opción de agazaparme en un rincón. Desde él, observo entre una cortina de lágrimas como varios más de mis compañeros adoptan una actitud similar. Unos gritan, otros les piden que paren, pero al final todos nos sentimos, ¿perdidos?. Sí. Perdidos. Quizás esa sea la palabra. 

De repente, Maehb explota también, poniendo en palabras el mismo mensaje que hace tan solo un instante me decía Cian en mis pensamientos. Que nosotros no éramos gilipollas y lo teníamos que demostrar. Lo que me llama la atención, sin embargo, no es la coincidencia entre ambos mensajes sino lo que la chica dice a continuación. Y es que tiene razón. Si somos invisibles, podemos averiguar cosas sin que nos vean. Con voz llorosa, balbuceo una respuesta dirigida a ella.- Pe-pero, ¿cómo vamos a hacerlo? No tenemos una de esas capas...

La respuesta ante su intención de ir a Hogwarts arrancó dos tipos de reacciones: unos labios fruncidos junto a un ceño oscurecido y una tenue sonrisa acompañada de un leve asentimiento. No era demasiado difícil adivinar de quién precedía cada gesto.

Su abuelo se levantó, un gesto lento y dramático que hacía que sus enemigos reconocieran en él al famoso Arktischewölfe, claramente molesto. Pero no era un hombre de mostrarlo mediante gritos, ni siquiera con palabras irritadas, a pesar de que eran las que le había arrancado el hombre conocido como Dumbledore. No. Él acostumbraba a dirigir una mirada acerada que hacía temblar al más templado. Y, en aquel momento, esos ojos estaban sobre su nieto.

- Te he enseñado a tomar decisiones por ti mismo muchacho, y no te voy a quitar ese privilegio ahora. Pero un sólo fallo, un error impropio de nuestro apellido y no volverás a esta casa.

Era fácil ver, como a medida que los labios de su abuelo se iban frunciendo, a Arcturus le iba faltando el aire. Y según se iba oscureciendo el ceño del mismo, se iba haciendo más pequeño. Aquellos dos gestos de su abuelo ecplipsaron por total los de su anterior interlocutor, el tal Albus.

Porque en aquel momento, lo que estaba planteandose era cambiar de opinión, de retroceder, decir que no había escuchado nada y asegurar tajantemente que quería quedarse en casa para seguir estudiando con su abuela. Ahora, cuando su abuelo se puso en pie, a Arcturus se le encogió hasta el corazón.

Sabía que estaba enfadado, y sabía que ahora, estaba molesto. Y él era el foco de todo aquello. No alguien lejos, que había escrito en un periódico o su madre, donde quiera que estuviere.

Él.

Agachó la cabeza, pero incluso en aquel momento, no retrocedió. - Sí, Arktischewölfe. No habrán errores. - Dijo, con un hilo de voz sin atreverse siquiera a sonreir lo más mínimo. No delante de su abuelo, y menos aun con el enfado que llevaba encima. Lo que si hizo fue mirar de reojo a Albus un par de veces, algo cohibido con la esperanza de que pusiera tierra de por medio con su abuelo lo más rápido posible, y así poder lanzarle la salva de preguntas que tenía en mente.

Jarek no soltó la mano de la slytherin cuando Lizbeth se puso a derramar lágrimas, no le gustaba ver llorar a las chicas pero no se podía dividir y Rox era su amiga desde antes de ir a Howgarts. Luego Maebh propuso que ya que no les contaban nada, investigasen qué pasaba y la respuesta de Erik daba a entender que él estaba dispuesto.

-Ni falta que nos hacen, con hacer ver que somos tan... -se mordió la lengua para no decir inútiles -tan críos como nos ven y disimular con que estamos jugando, seguro que nos dan una palmadita en la cabeza y nos espantan como si fuéramos palomas.

Había bilis en su voz, eso fue lo que hizo que en vez de quedar como un pensamiento hablase, pero al darse cuenta que lo había dicho en voz alta, miró a su compañera y al chico de gafas, y rápidamente bajó la mirada hasta sus rodillas.

Aunque nunca había sido muy fanática de los franceses y sus costumbres, deseó fervientemente haber aprendido su idioma antes de ese día. De todos los carteles que se encontraba mientras iba subiendo piso tras piso, ninguno estaba en inglés. ¡Absolutamente ninguno! Que poca visión tenían estos europeos, o que poca consideración con las visitas. ¿Cómo iba a encontrar la lechucería así? Solo le quedaba seguir las instrucciones. Quinto piso. Eso era lo importante, y no tardó demasiado en llegar allí. 

Miró hacia la izquierda. Miles de puertas iguales. Si tenía que abrir cada una de ellas James la encontraría antes de que ella encontrara alguna manera de enviar correspondencia. Luego a la derecha, donde para milagro y su suerte, había solo una puerta. Más aún, había una puerta con una enorme pista: una pluma que se colaba por ahí. No tuvo que pensarlo dos veces. - ¡Bingo! - dijo en voz alta, tomando el camino hacia la derecha para abrir la puerta y por fin escribirle una carta a su madre sobre cuanto la extrañaba. Sobre que estaba bien, que no se preocupara, y que necesitaba ayuda con lo del sangrado. Si lograba mandar esa lechuza, todo estaría un poquito mejor.

Las despedidas solían estar teñidas de buenos deseos y de anuncios de futuros reencuentros pero cuando por fin hubo recogido todo lo necesario para marchar, el único que parecía feliz con la situación era Albus Dumbledore, director de Hogwarts. El hombre sonreía mientras observaba en derredor, sentado en una butaca del salón mientras se comía un caramelo de limón que, según él, era delicioso. Así se los había ofrecido a sus abuelos y a él mismo pero los dos se habían negado.

Su abuela le había ayudado, eso era cierto, pero desde luego parecía más preocupada que feliz mientras Arcturus arrastraba su baúl hasta el salón. Su abuelo, que había estado junto a Dumbledore, quien había cargado con todo el peso de la conversación, mantenía un semblante férreo.

La única despedida que hubo fue un abrazo de su abuela, que a pesar de cariñoso estaba cargado de tensión, y una mirada de su abuela que decía claramente que no toleraría errores.

- Volverá sano y salvo para verano - acabó por decir Dumbledore con tono alegre -. Y ahora si nos disculpáis, nos esperan en otro lugar. ¿Vienes, Arcturus? Vamos a desaparecernos - preguntó ofreciéndole su brazo.

Por fin la lechucería. Por fin. Tal vez no lograría ser libre pero por lo menos le ayudaría a calmar su angustia. Se precipitó hacia la puerta, llena de alivio...que se desgarró cruelmente a manos de un jocoso destino. Tras la puerta se encontraba James, nada más y nada menos, atando una carta a una lechuza.

La sonrisa se le iluminó al verla, dejando a la lechuza, que salió volando por la ventana, antes de acercarse a su sobrina.

- Megan, no tenías que venir a buscarme - le dijo con una caricia en la mejilla, obviamente creyendo que la niña estaba ahí informada por alguien -. Siento no haber pasado antes por la habitación, tenía que mandarle una carta a mi mánager. ¿Quieres que vayamos a cenar fuera?

A decir verdad, no llenó demasiado el baúl. No tenía demasiadas cosas suyas, menos aún juguetes, o cosas infantiles con las que llenar su tiempo más allá de la práctica y el estudio. Sobretodo ropa y libros. Nada personal. Arrastró personalmente el baul. Sabía que su abuelo no le ayudaría, debía hacerlo él.

Y sabía que tampoco lo despidiría, como si había hecho con su beneplácito.

- Os escribiré. - Acabó por decirles, con la esperanza de que así, quizás, pudiera paliar su ira de forma gradual. - Seré el mejor. Os lo prometo. - Acabó por decir, como el niño desesperado que era buscando la aprovación de unos abuelos que ahora mismo, estaban marcandose una distancia más que grande en su despedida.

Aunque no lloró, si se le humedecieron los ojos. Tragó saliva y evitó mirar hacia sus abuelos. Y ahora estaba en un remolino de emociones entre el "quiero quedarme" y el "me voy para nunca volver" que nunca había sentido. Por suerte, en cuanto Albus le ofreció el brazo, él estaba dispuesto a marchar.

- Volveré. - acabó por decirle a sus abuelos mientras retrocedía un paso y miraba a Albus. No le contestó, pero si le agarró del brazo mientras cogía aire y cerraba los ojos.

Cuando vio a James al otro lado de la puerta, pudo sentir como el corazón se le iba al piso. Hacía un segundo iba a estallar de felicidad y alivio, y ahora estaba nueva e impredeciblemente acorralada por su captor. Y el problema es que hubiese querido odiarlo derechamente, poder decirle que la dejara en paz y huir, pero por mucho que doliera lo que le hiciera de tantas maneras como era posible, seguía queriéndolo. Le temía, resentía lo que le hacía ahora más que nunca tras su cambio con ella, pero seguía deseando que estuviera feliz. ¿Cómo se podía querer tanto a alguien para resignarte a aceptar lo que venga en su nombre, incluyendo lo que él mismo provocaba?

Se obligó a sonreír un poco, aunque a todas luces la mueca era forzada. Su tío no era idiota, así que no esperaba que fuera ciego a su infelicidad, por lo que no podría engañarlo por muy bien que actuara. 

- Te eche de menos - dijo sin mentir, aunque el saber que era cierto empezaba a causarle un conflicto que no hacía más que provocarle rabia consigo misma. Por otra parte, al escuchar la posibilidad de salir, su sonrisa se tornó un poco más auténtica. Pasaba más tiempo encerrada que al aire libre, así que la opción de un restaurante era mejor que ninguna - ¡Claro! - respondió sin pensarlo, imaginando lo deliciosa que sería la comida en París, lo buena oportunidad que era para recuperar el cariño de su tío y que quizás ahora volverían a lo normal.

- ¿Dónde vamos? - lo tomó de la mano, esperanzada.

Maebh también lloraba, por supuesto, pero prefería no tener que demostrar su tristeza o sus sentimientos delante de todos, le daba vergüenza derramar unas lágrimas que mostraran su debilidad y ella no era ninguna débil… o por lo menos eso era algo que le gustaba creer de ella misma. Por ese motivo, ver tantas lágrimas en sus compañeros la estaban poniendo nerviosa y quizás, sólo quizás, ese había sido la razón de su arranque. Enfado e ira en lugar de llanto.

Pero también estaba convencida que podían conseguirlo. Ver la curiosidad que habían despertado sus palabras en Erik, que parecía interesado en el tema, así como la rabia que destilaban las palabras de Jarek, envalentonaron a la joven Slytherin que, cuanto más pensaba en su idea más le gustaba tener la posibilidad de solucionar aquel enigma, sin pararse a pensar que quizás pudieran meterse en un serio, muy serio, problema.

Podían ser los magos investigadores que resolvieran aquel gran misterio.

Sí, la idea cada vez le resultaba más atractiva, por lo menos en esos instantes que estaba en caliente.

—Jareck tiene razón, no necesitamos ninguna capa. Nadie presta atención a críos que están jugando o curioseando por ahí… Sólo son travesuras… Sí, eso es lo que nos dirían.

Enfatizó sus palabras con un movimiento afirmativo de su cabeza que resultó un poco más brusco de lo que pretendía.

James se inclinó un poco para acariciarle el rostro a Megan, tratando de borrar de su cara la infelicidad que percibía en ella, en parte sintiéndose culpable por la misma pero demasiado egoísta como para subsanarla.

- ¿Qué te parece si vamos al italiano que hay aquí al lado?

La verdad era que estaba a la vuelta de la esquina, tampoco parecía que James estuviera muy dispuesto a afrontar la posibilidad de perderla en la multitud.

Estaban dirección del restaurante, pasando por el vestíbulo del hotel, cuando de repente...¡crack! El estruendo de alguien apareciéndose irrumpió en el lugar, distrayendo un poco a las pocas personas que pasaban por ahí en aquel instante, provocando un par de murmullos en francés bastante airados. Había sido una aparición múltiple y un chico moreno que tendría la misma edad que Megan había terminado cayéndose al suelo. Pero lo que atrajo la atención tanto de Megan como de James no fue el chico, que arrastraba un baúl casi más grande que él, sino que a su lado estaba nada más y nada menos que Albus Dumbledore, que no tardó en localizarlos con una sonrisa amistosa.

- ¡Ah! Si son James y Mega, que feliz casualidad.

¿Al italiano? - preguntó frunciendo los labios ligeramente. Hubiese preferido ir un poco más allá de la esquina, pero suponía que era lo mejor que podía sacar de él en aquel momento - Bueno, siempre y cuando comamos lasaña. Hace días que tengo ganas de una buena lasaña con mucho queso. - volvió a recuperar la sonrisa, tomando a su tío de la mano para empezar a caminar escaleras abajo hasta llegar al vestíbulo del hotel, donde un ruido que reconocía muy bien le hizo girar la cabeza en su dirección. 

Entrecerró un poquito los ojos haciendo una mueca con la boca y echando el cuello hacia atrás al ver como el chico se caía, aparecerse no debía ser cómodo ni fácil y caerse así parecía doloroso. Iba a ir a ayudarlo, pero entonces notó que a su lado había una figura que no se podía pasar por alto, ya fuese por su estatura o por esa presencia magnética que tenía que no fallaba en atraer siempre todas las miradas. Y aunque era la peor persona para encontrarse en aquel momento, cuando se suponía que se habían dado a la fuga, era demasiado tarde porque el director ya los había visto. 

Confundida sobre como reaccionar, se mantuvo en silencio con los ojos bien abiertos, mirando de inmediato a James. Se veía feliz de verlos, así que no debería ser problema... ¿no? Volvió a mirar a Dumbledore con una sonrisa algo culpable, como si la hubiesen descubierto en algo malo - ¡Buenas tardes, señor Dumbledore! - lo saludó tan alegremente como pudo, mirando de reojo a su tío para ver que hacía.

La imagen más aproximada del pobre Arcturus debía ser la de un gatito asustado al cual acaban de arrojar al agua y lucha frenéticamente por salvar su vida entre muestras de miedo, terror y desagrado a partes iguales. Él se había aparecido alguna vez, pero siempre habían sido situaciones más... tranquilas.

Por que cuando la realidad volvió a formarse entorno a él, vino acompañado de un mareo y la subita aparición de un viejo enemigo del hombre: La gravedad. Cayó al suelo, de cuatro patas. Como si fuera un gato. Y así se quedó unos segundos, mientras su cabeza daba vueltas, intentando situarse.

El estómago se le revolvió, y aun abrazado a su baul como único punto fiable y estable de aquel universo. Tenía ganas de vomitar. Cogió aire a bocanadas, él era demasiado pulcro y demasiado educado como para vomitar allí en medio, en público.

¡Que pensaría su abuelo de verlo!

Agarrado a su baul, intentando clavar en él hasta las uñas, cogió aire, intentando recuperarse.

- Estoy bien. - Dijo en alto. No era información para nadie, ni siquiera para aquel que lo había traido. Era para él mismo. Y su opinión sobre aquel hombre estaba cayendo en picado. Pero sin duda, lo que ma´s puntos había perdido era aquella en la que le decía que irse de casa había sido una buena idea.

- Estoy bien. - se repitió por segunda vez, para si mismo y abriendo los ojos por primera vez, observando que, como era evidente, no reconocía el lugar. Y lo más familiar que allí había, era su baul.

Cuando se dió por incorporado, que no fue fácil, miró a Megan. ¡Fue lo primer que miró! Y con cierta fascinación, además. Se quedó quieto, como una estatua, pálido como él era sin saber, exactamente, que decir o hacer. Y aun tenía que decirle al profesor que había... un pequeño problema práctico en llevarlo al colegio.

Pero eso después, ahora estaba mirando a Megan.

La reacción de James no se hizo de esperar. Tenso como las cuerdas de un violín, colocó a Megan a su espalda, apartándoola de forma casi violenta de a vista de Dumbledore y de Arcturus.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó con tirantez, aunque se hizo evidente para todos que la pregunta era "cómo me has encontrado".

- He venido con el joven Arcturus y nos cogía de camino a Hogwarts - respondió alegremente, sin molestarse en buscar una excusa creíble antes de proseguir -. Me preguntaba cuánto tiempo duraría tu pequeña aventura con Megan, James.

- ¿Pequeña aventura? - su voz, melodiosa y calmada por costumbre, sonaba algo estrangulada, preñada de enojo -. Mi hermano está de acuerdo...

- Ah, sí, bueno, si lo dices por la carta que falsificaste en su nombre... Ciertamente, James, creo que el la caligrafía no es lo tuyo - respondió en tono jocoso mientras el aludido palidecía -. Lo último que me consta es la carta que hicieron llegar hace poco Cristopher y Angela preguntando si el servicio de lechucería de Hogwarts no funcionaba, así que no creo que tu hermano y tu cuñada estén muy informados sobre su hija saltándose clases.

Un pesado silencio se hizo sobre ellos, con James mirando a Dumbledore pero ya no con desafío sino como excusa para apartar la mirada de su sobrina.

El derrotero que estaba tomando la conversación no le gustaba un pelo a Joy, que levantó el labio en un gesto de desagrado antes de soltar a sus compañeros de casa:

- Por Dios, parecéis Gryffindor.

Tras aquello se marcho, evidentemente disgustada por la escena tan poco propia de serpientes, o al menos eso pensaba ella. Los demás se debatían entre la emoción por empezar a pensar por primera vez en sí mismos y el temor al enfado. Alexander se limitaba a ser Alexander mientras analizaba el mejor momento para corregir de forma puntillosa lo que decían sus compañeros y Troy seguía en su rincón sólo que sus ojos miraban hacia el grupo, encendidos de pura rabia.

- Ua, Liz, no llores - pero el primero en abrir la boca, alarmado, fue Jason al ver la lágrima de Lizbeth, salvo que él no fue capaz de tener una reacción madura como la de Jarek que había ido a apoyar a Rox en un gesto de silencioso compañerismo. Él se dedicó a apartar la mirada, azorado, mientras ponía su cabeza a trabajar -. ¡Venga, no, no te preocupes! - miró a los demás, en busca de ayuda. Se sentía tan perdido con los sentimentalismos de su amiga -. ¡Yo...yo digo que hagamos algo, Liz! Si no buscamos información nosotros, no sabremos nada y tampoco podremos protegernos...

- Todo está relacionado con la persona que vino en Halloween - y ahí estaba su oportunidad y así había empezado un digno y puntilloso Alexander -. Una mente así es la que tiene que estar detrás de las desapariciones y los ataques, manipulando y engañando - él sabía que pocas personas tendrían esa maestría y que, como bien explicaba la teoría de la navaja de ockham, la explicación más sencilla solía ser la más probable -. Además, es obvio que sólo alguien extremadamente poderoso puede hacer lo que él hizo pero también que si hubiera querido que hubiera muertes, las habría habido. Eso sólo deja una explicación y es que esperaba algo más de su visita a Hogwarts y aquella fue una simple maniobra de distracción.

Tan pronto saludó al director Dumbledore sintió un fuerte tirón que la dejó detrás de su tío. Desde atrás, miró su espalda nerviosa. James solía ser tan amable, tan suave... ni siquiera cuando se convertía en un monstruo era tan bruto con ella. Y estaba absolutamente segura de que jamás lo había escuchado usar ese tono con nadie, mucho menos con el director. ¡Si incluso lo estaba tuteando! ¿Por qué se sentía amenazado? ¿Por qué le molestaba verlo? 

Cuando escuchó el nombre del niño, se asomó desde atrás de James para mirarlo. Hasta entonces no se había dado cuenta de que la estaba mirando, y se sintió algo avergonzada de la manera en que lo conocía. Ahora de seguro pensaría mal de James, que era maleducado o bruto, cuando era todo lo contrario. ¡Y quizás que impresión se llevaría de ella!

Cuando su tío volvió a hablar, su postura corporal cambió. Ahora ya no estaba solo nerviosa, estaba asustada, se notaba en su pecho hundido y su mirada, que volvió a la espalda de James. No le gustaba la idea de su tío enojado. Nunca había querido arriesgarse a enfadarlo ella misma, pero lo quería tanto que al mismo tiempo resentía que el director le hiciera sentir así, y no sabía muy bien como reaccionar a eso. Hasta que escuchó la respuesta de Dumbledore.

¿James? - no podía creer lo que oía. Durante un momento lo había sospechado, por los viajes constantes, el encierro permanente y la falta de cartas, pero se había tranquilizado pensando que de ser así sus padres la buscarían y que sería justamente James al primero que llamarían para pedirle ayuda para encontrarla. De pronto, sentía el pecho comprimido por la angustia. No solo significaba que su mejor amigo le había mentido a ella todo este tiempo, sino también que los había puesto en riesgo a ambos por una idea que se le había ido de las manos. Simplemente nunca lo había creído capaz. ¿Por qué haría algo así? ¡Si tenían a Laramie para entregarse cartas! Y siempre podían verse los veranos... - ¿Es verdad? - preguntó por la simple razón de que hasta que no lo oyera de él, no podía creerlo. Es que no podía entenderlo.

Las personas mayores, bueno, hablan de cosas de mayores. Al principio tampoco es que les hiciera mucho caso, estaba más centrado en la chica. Por que lo de mayores, hablando de cosas de mayores, con sus cosas de mayores era algo que... bueno, dominaba ya de viejo. Demasiado tiempo como una sombra de su abuelo.

Pero ella era diferente.

Claro, aquella mirada se alargó hasta que ella cruzó la mirada con él, y sintió vergüenza por verse descubierto así, obligándole a retroceder hasta una posición más cómoda detrás de Dumbledore. Y ahora, fingiendo un gran desinteres muy poco disimulado por la chica, levantó la vista hasta aquel tal James, que parecía ser familiar de la chica. Megan.

Se sorprendió ante la velada acusación de Dumbledore. Incluso él, que solo era un niño comprendía que cuando alguien te decía algo así, era una velada sugerencia a algo más. Y por los segundos siguientes, Arcturus se cercionó de que algo no iba bien. Así que centró su mirada en el molesto James, y en la afilada respuesta del más anciano del grupo.

Cuando de reojo vio a Megan hacerse pequeñita ante el enfado de James, sintió la tentación de acercarse a ella por un puro sentimiento de comprensión, o quizás, por la idea de que juntos se sentirían más valientes. Pero cuando la chica abrió la boca, él se quedó a medio camino y ahora, en emdio de todos, no sabía donde meterse.

Aquella conversación no iba con él. Sobretodo por la segunda pregunta de Megan, que le obligó a mantener el silencio, sumado a una relativa cercanía a la chica, esperando la consecución de hechos. Por que si Arcturus había aprendido algo en cada de los Nohansen, era a callar.

Las palabras de los Slytherin casi terminan de convencerme de que es verdad, no necesitamos una capa. Sí que es cierto que muchos adultos detestan estar rodeados de críos, como ellos nos llaman. Se deben de pensar que no entendemos nada del mundo. ¿Quizás tengan razón? Mi cabeza continúa dándole vueltas a esa idea cuando interviene Alexander. Pego un respingo al oír su voz. Hacía tanto rato que no lo escuchaba que casi me había olvidado de su presencia. Me lo quedo mirando pensativo. Quizás está enfermo... Estoy apunto de acercarme para preguntárselo cuando me veo frenado por sus palabras. 

- ¿La persona que estuvo en Halloween?- pregunto, completamente desubicado. ¿Quién había estado en Halloween en el colegio? Y entonces me llega un flashback de una conversación con unos chicos más mayores. ¿Cómo lo habían llamado? Empezaba por T...Ted, Tim...- ¡Tom!- exclamo, feliz de haber desemborronado el recuerdo. Acto seguido, me llevo las manos a la boca como si quisiera evitar tragarme una mosca. A lo mejor no tenía que haberlo dicho. Y si era un secreto de esos mayores. Demasiado tarde, Erik. Eres tonto. Ahora ya, de perdidos al río- pienso, al tiempo que me encojo de hombros y ofrezco una explicación.- El otro día unos mayores estaban hablando de un tal Tom o algo así que había atacado a gente...No me acuerdo muy bien de qué dijeron. Pero creo que eran de Gryffindor, ¿podríais preguntarles?- pregunto, mirando a aquellos de mis compañeros que eran de esa casa. Mis ojos se posan en Lisbeth. No me la imagino preguntándole nada a ningún mayor. Pero seguro que Troy, Calliope o algún otro sí que lo hace.

El exabrupto de Joy hizo que el chico se 'escondiese' más todavía dentro del cuello de su túnica, pero las palabras del sabelotodo de Alexander consiguieron que sacase poco a poco la cabeza. Como una tortuga que tantea el ambiente, sin estar segura de si hay peligro, y está preparada para volver a ocultarse de inmediato. Jarek sentía curiosidad por a quién se refería el rubio, se mordió los labios y sin darse cuenta empezó a juguetear con los dedos, los suyos y los de Rox. Quería preguntar, saber, pero también recordaba que no debía. En medio de su debate interno la aguda voz de Eric le dio la respuesta que ansiaba.

Sólo era un nombre, pero algo era. Por suerte si querían saber algo más les tocaba a los Gryffindor poner las orejas, a pesar de lo que había dicho hacía unos momentos le entraba pánico solo de pensar en hacer algo realmente.