Partida Rol por web

Kolthar, a regañadientes tiende la espada envuelta en un fardo de trapo.

Más vale que esos pasajes sean buenos o te exprimiré como a la fruta madura.

Mi señor siempre cumple su palabra, explica el hombre mientras intecambia los pasajes por la espada.

Tras examinarla con calma, asiente:

Muy bien, muchas gracias. Habéis cumplido. De hecho, Rand está tan contento que os ofrece algo de información adicional. Os sugiere contactar en Port Balifor con un kénder aquejado del Barrio Triste cuyo nombre es Kronn Thistleknot.

Kolthar musita una especie de agradecimiento entre gruñidos y mugidos incomprensibles. Luego le da los pasajes a Amílcar.

¿Embarcamos ya?

Mientras subimos al barco, miro con desconfianza el viejo cascarón sobre el que vamos a navegar. Lo cierto es que no me gusta ni un pelo el mar, ni los barcos.

¿Cuánto durará la travesía? digo sin pararme, hasta llegar a bordo y encaminarme a mis camaratos (si los tenemos)

Salimos ya. Llegamos cuando anochezca, explica uno de los marineros mientras os indica una sala en la vais con otros dos humanos, nativos de Khur que no parecen demasiado interesados en hablar con nosotros. Os dais cuenta de que no tenéis camarotes, sino que se supone que pasaréis toda la travesía en esta sola o por cubierta.

Fascinado por la inmensidad del agua salada, Amílcar se pasa la mayor parte del trayecto en cubierta. A pesar de las nauseas ocasionales por la falta de costumbre, el nómada de las llanuras saborea cada detalle del viaje con la ilusión de poder contarlo algún día a sus nietos.

Gnart se pega a Amilcar, pues parece igualmente fascinado por el agua. Sin embargo procura no estar demasiado a la vista de los marineros pues sabe que a los humanos no les suelen gustar demasiado los suyos...

El minotauro se siente como pez en el agua. Marino de profesión, se mueve por la cubierta con naturalidad y concilia el sueño por las noches antes que si estuviera en tierra. No duda en echar una mano a la tripulación si lo precisan y acostumbra a dar la tabarra a sus compañeros contándoles en que consiste cada una de las maniobras, los nombres de nudos, cabos y aparejos. No obstante, conocedor de que las tripulaciones no se forman con lo mejor de cada casa, proponea sus compañeros realizar guardias para dormir en la sala común, de manera que alguien siempre vele por los compañeros y por sus pertenencias.

Cuando el barco comienza a navegar, me siento en cubierta, apoyada la espalda sobre uno de los lados del barco. A pesar del malestar, la brisa que golpea mi rostro parece que algo me tranquiliza.

Como si de algo me acordara, echo mano a uno de mis bolsillo y extraigo una bonita daga. Tras unas rápidas palabras, comienzo a mirarla más detenidamente, dándole vueltas sobre mis delgados y finos dedos.

De vez en cuando lanzo miradas a mi alrededor, en busca de posibles mirones y metomentodos.

Te concentras y averiguas que es una daga mágica con la capacidad de envenenar una vez al día al enemigo.

Ey, cuánto tiempo. Pensaba que te habías olvidado de mí. Me alegro de verte de nuevo, te susurra telepáticamente la daga.

El viaje os han advertido que es peligroso. No solo por el fuerte oleaje de la bahía, sino porque es frecuente que criaturas de las profundidades busquen presas fáciles entre los que van a bordo.

Lo cierto es que he estado un poco ocupada y, ahora que me he podido parar, me he acordado de tí. ¿Qué eres exactamente?

A pesar del bamboleo del barco, permanezco atenta a la daga que sostengo en mis manos.