Partida Rol por web

La Espada Salvaje.

Sombras sobre Zamboula.

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27/12/2017, 03:33

El oficial tenía las botas colocadas sobre la mesa en actitud de descanso. Su cuerpo estaba recostado de forma despreocupada mientras barajaba entre sus manos una desgastada baraja de naipes shemitas. Su constitución era nervuda; un hombre de poco comer y trabajo duro, sus dedos eran largos y ágiles, ideales para tocar el harpa o hacer trampas en una partida de cartas. Sus ojos eran verdes, dos espejos de esmeralda en los que se apreciaba inteligencia, carisma y una dosis generosa de sarcasmo. Su voz era ácido y su lengua veneno puro. Además, poseía la expresión de un zorro y la actitud de un lobo que ha acorralado a su presa.
La escena no era grata, sobretodo porque Furan tenía que ver aquello a través de los barrotes de su celda. No había hecho nada, al menos en Zamboula, pero había sido apresado igualmente. Los soldados le habían cercado en mitad del mercado central de forma bastante profesional; los escudos dorados refulgiendo como el fuego de un crisol formando una muralla casi perfecta, las espadas curvas amenazándole, el apoyo de varios arqueros en los tejados. Tras ellos, el mismo oficial que ahora le contemplaba con cierta desgana. Fuera quien fuera, no se andaba con pequeñeces. Cuando quería algo, lo conseguía.
Había otras dos personas en la habitación; dos corpulentos guardias, estigios también, que contemplaban el cuadro con pasividad. Su labor allí era intimidar, vigilar. Sus gruesos músculos podían rivalizar con los de Furan y sus expresiones eran las propias de aquellos guardias que llevaban demasiado tiempo haciendo el turno de noche. Había algo hueco en ellos, algo roto. Furan había visto ojos similares en las de los mercenarios que habían peleado demasiadas horas, una mezcla de desgana y rabia, de frialdad y eficacia. Gente a la que se le daba bien el oficio de matar.
—Para que nos entendamos —empezó el oficial, siseaba en las eses igual que una cobra —. Sé que eres inocente. Al menos en mi ciudad. Y no me importa. Puedo dejar que te pudras en mi prisión por robo, violación, asalto a un oficial, lo mismo me da —se encogió de hombros, empezó a repartir las cartas sobre la mesa, un solitario al estilo de los habitantes que moraban cerca del rio Styx —. O puedo mandar que te maten. En unas horas tu cabeza podría estar clavada en una pica, en la plaza del pueblo. Y nadie haría nada por impedirlo. Aquí no gustan los extranjeros y tú, me temo, llamas demasiado la atención—carta sobre carta, la jugada se iba desvelando. Si la mano no era perfecta y la jugada exacta, perdería —. Pero necesito de tu ayuda. Ha desaparecido un hombre. Y aunque no le tengo mucho aprecio es necesario que aparezca sino queremos que todo en nuestra ciudad se vaya por el retrete. ¿Entiendes? No, claro que no. Tengo a mis hombres trabajando en ello pero son todos guardias. Y mis viejos amigos de la cofradía de ladrones ya no son lo que eran. Sé que hay rincones en la ciudad a las que un auténtico estigio no puede llegar; puertas cerradas, labios sellados. Pero tú eres diferente.
Furan tenía la boca seca, empezaba a formarse en sus labios esa molesta costra blanquecina que suele ser eterna compañera en las estancias en el desierto. La celda olía a orines y la única comida que le habían dado sabía a trapos. Más cartas se desparramaron sobre la mesa formando cinco columnas, ya quedaban muy pocas en las manos del oficial.
—El capitán Tagher Lekk ha desaparecido, pero yo no iría diciéndolo por ahí. Puede que esté muerto, o puede que esté en apuros. Incluso puede que él mismo se haya escondido para provocar esta situación. No me cae bien, todo el mundo lo sabe. Por eso, sino aparece, todos me echaran la culpa a mí. Y sería complicado, porque son muchos los que me siguen y los que prefieren mi mando al suyo. Si no aparece…—frunció el ceño, le quedaban solo dos cartas en la mano pero no podía colocar la que tocaba. Volteó las cartas y las arrojó sobre el juego; un callejón sin salida —. Si no aparece habrá una guerra civil. Podré evitar que la noticia de la ausencia del capitán sea divulgada durante una semana. Como mucho, pero no más —volvió a mirar el juego del solitario; las dos cartas que no había podido colocar parecían estar burlándose de él—. Es el tiempo que tienes para encontrarle.
Hizo un gesto con la cabeza. Uno de los fornidos guardias se acercó a abrir la celda.
—Es el tiempo que te doy. Oh, y no intentes abandonar la ciudad. He informado a todos mis chicos de tu descripción, te descubrirían y terminarías con la cabeza en la pica exhibida en la plaza del pueblo. Ayúdame y te ayudarás a tu mismo. Si el capitán aparece nos irá bien a todos, sobretodo a tu pescuezo.
El otro guardia le entregó sus armas y pertenencias de forma brusca. Los dos gigantes estigios le acompañaron hasta la puerta, una escolta letal que no le quitó el ojo de encima. El oficial volvió a barajar las cartas, empezaba una nueva partida. Era tenaz. Como en la vida misma, le gustaba agotar todas las posibilidades antes de rendirse.
—Una semana —su voz resonó a sus espaldas como un sueño efervescente.
Aunque la noche empezaba a ganar terreno en la ciudad el dorado sol golpeó con avidez los ojos de Furan. El calor en las calles era intenso y el polvo y la arena lo cubrían todo. Estaba lejos de casa. Las gentes eran extrañas y le miraban con suspicacia, los aromas estaban cargados de especias que no podía reconocer y el calor era seco, tiránico. Zamboula, ciudad de sombras; un mal lugar para tener un trato forzoso con un estigio.
—¡Ah, una cosa más! —se le oyó decir al teniente Sesset —. Bienvenido a Zamboula.

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04/01/2018, 03:37

El dolor restallaba en las sienes de Al-Mukar igual que un trueno en mitad de una caverna. Su visión, nebulosa, igual que si estuviera ahogándose en una pecera, se enfocaba lentamente. El desierto estaba presente a su alrededor, llenándolo todo; su lengua seca, la garganta árida, la arena que se había colado en sus botas, el sol, implacable cayendo como un yunque ardiente sobre su frente. Se sentía como un cadáver cubierto de polvo. El sol picaba, le hacía sudar, arrancaba de él gemidos de lástima. Y luego estaba la desagradable sensación de que estaba en un gran lío.
El desierto tenía dos caras. Una malévola con la que solía lidiar día tras día; bandidos de las arenas, escorpiones venenosos, espejismos, dunas cambiantes que perdían a los guías en su eterno horizonte. Y otra que era la muerte. Por normal general, Al-Mujar sabía tratar con la primera para evitar la segunda. Hoy no había sido su mayor día de suerte. Recordaba la persecución a través de las arenas, los aullidos de los jinetes rivales y algo pesado golpeando su cráneo.
No sabía de donde habían salido. Fantasmas del desierto, espectros. Aullando como hienas, se habían lanzado en su persecución sin dar ninguna explicación. Lo habían cazado.
Su vista se enfocó. Vio la arena, el perfil eterno del desierto y cuatro sogas; dos en sus muñecas y dos en sus tobillos, con gruesos nudos que raspaban su piel tostada. Los extremos de las cuerdas estaban atados a cuatro caballos diferentes. Los jinetes que los montaban llevaban el rostro oculto. Eran todo harapos salvo por el acero corto y curvo que portaban en el cinto. Sus ojos, la única parte visible de ellos, eran dos esferas descarnadas rodeadas de piel cenicienta.
Había otros, unos doce logró contar, que se limitaban a mirarle en silencio. Uno de ellos se encontraba cerca de él, desmontado, arrodillado, esperando a que despertase. Su ropa era similar a los demás; harapos y telas con forma de hombre, un color apagado que se mimetizaba con el entorno y la cabeza y boca cubiertos. Sus ojos eran diferentes, acerados, también siniestros; como contemplar el aguijón de un escorpión.
—Saludos viajero —debajo de su capucha se podía adivinar una sonrisa, por desgracia sus ojos no acompañaban el sentimiento. Al-Mukar sintió una punzada en el estómago, un mal presagio —. Por norma solemos despellejar a cualquiera que intente atravesar nuestro desierto, igual que a cualquiera que desee hacer negocios en él sin antes tener la cortesía de venir a verme. Y tú no has tenido la cortesía, viajero —miró las sogas de las muñecas, las siguió con los ojos, lentamente, hasta terminar contemplando a los portentosos animales a los que estaban atados —. A una orden mía mis hermanos espolearan a sus monturas. Nunca he visto a nadie aguantar más de treinta segundos. ¿Lo has presencia alguna vez? Es bastante desagradable. Sobretodo por el sonido. La carne al desgarrarse, el crispar de los huesos al dislocarse y al desprenderse…—chasqueó la lengua. Hablaba de forma taimada, su voz era apenas un susurro —. No quiero arruinar mi mañana. ¿Y tú? El desierto no quiere tu sangre, pero quiere sangre igualmente. Eres, como yo, un habitante más de las arenas. Sé que lo sientes. La propia tierra lo pide.
Sacó una daga curva de entre sus ropajes. Estaba enjoyada con esmero siendo más un objeto de colección que una verdadera arma. Si bien cuando acercó el filo a la primera de las sogas la cortó con facilidad. El hombre era elegante pero sus movimientos eran letales, alguien acostumbrado a trabajar con cuchillos.
—Hay una mujer en Zamboula. Su princesa. Su sangre por la tuya, viajero —cortó otra soga. No llegó a dar la espalda a Al-Mukar, pero de haberlo hecho había al menos una docena de ojos taciturnos observándole, imposible hacer nada —. Tráeme su cabeza. No me importa cómo. He visto tus armas. Nadie viaja con un cargamento así de no ser alguien capaz de hacer ciertos trabajos. Y está claro que conoces el desierto. Eres uno de sus hijos, pero no aquí. Esta es mi casa —aseguró, hosco —. Eres lo que estaba buscando. Asesina a la princesa y la próxima vez que nos veamos te dejaremos paso libre por el desierto —otra soga cortada, otra sonrisa de mentira oculta por el velo de su rostro —. Seremos amigos. Ah, pero si intentas salir de Zamboula sin haber asesinado a la princesa —cortó la última de las sogas —. Nos volveremos a ver. El desierto es nuestro, nadie lo atraviesa sin que nosotros lo sepamos. No importa que creas que lo conoces, no es así. Así que tenlo por seguro. O ella o tú, viajero. Ella o tú. Y asegúrate de traer una prueba de tu proeza —terminó con una sonrisa tan ácida que hubiera sido capaz de derretir la piedra —. Sé lo que estás pensando. Te quedarás en la ciudad hasta que alguien solucione el problema de los jinetes del desierto, quizás ese nuevo y reluciente capitán o ese tramposo que es ahora el teniente. Vanas esperanzas, viajero. Yo he sido agradable contigo. He hablado primero y te he dado una oportunidad. En Zamboula la gente miente más que vale; no hablarán primero y desde luego no le dará una oportunidad a alguien como tú.
Silbó, un regio tarpán de pelaje blanco se acercó levantando polvo y arena. Subió al animal con agilidad, era un jinete excelente. Se giró por última vez para despedirse con un parco saludo. En segundos, el numeroso grupo no era más que una estela de polvo y arena en la distancia. Aunque ya no sentía la presión de las sogas sobre sus tobillos y muñecas ahora sentía una cuerda mucho más gruesa atada a su cuello. Esos hombres eran zaguires, habitantes del desierto, jinetes excelentes, salvajes y bandidos, sin ley.
Al-Makur se puso en pie y empezó a caminar dejando tras de sí las cuatro sogas cortadas y un poco de su orgullo. Zamboula no podía ser peor. El desierto pesaba, pero más aún las órdenes de su nuevo amigo.

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04/01/2018, 03:38

Turno 1.

Llegar hasta la posada de Berem Karas no había sido sencillo para ninguno de los viajeros. Las calles no habían sido amables con ninguno de ellos. Los mercaderes se negaban a venderles sus mercancías o multiplicaban los precios hasta lo indecoroso. El asilo o el refugio les eran negados, así como el afilar una espada o el requerir una indicación. Las calles de Zamboula estaban atestadas de estigios y shemitas, y no pocos turanios. También se veían nómadas, aunque estos apretaban el paso como si no deseasen permanecer en la ciudad durante mucho tiempo.
Los guardias eran hostiles, su actitud era severa y sus ojos apagados contemplaban a los extranjeros con suspicacia y desdén, siguiéndoles allí a donde iban. Los turanios, soldados destacados en la ciudad, eran más regios y adustos, a su vez, también más permisivos. Los guardias estigios, que eran mayoría, eran más hoscos. Tomaban la ciudad por suya y no gustaban de visitantes. En ambos casos ninguno de los colectivos ofreció sonrisas, indicaciones o ayuda. Se limitaban a observar y dada su notable presencia, la ley era algo con lo que tarde o temprano cualquiera de ellos podía topar.
Incluso los mendigos se apartaban del paso de los extranjeros, arrojando al suelo con desprecio las pocas monedas que los más generosos les habían entregado.
Había gran bullicio. Zamboula se encontraba en los límites del reino de Estigia aunque ahora pertenecía al vasto imperio de Turán. A caballo entre Turán, Shem y Estigia, siendo además el comienzo de la ruta de la seda hacia Vendhya, la ciudad ofrecía todo tipo de mercancías pero los extranjeros eran pocos y maltratados. Los lugareños habían desarrollado un odio racial hacia los turanios, que eran sus señores pero también invasores. Con la llegada de los turanios el comercio se había favorecido, lo que había traído a la ciudad toda clase de malas gentes. Los mercaderes eran siempre bienvenidos…salvo cuando ofrecían fuerte competencia a los locales. Lo mismo ocurría con músicos, soldados de fortuna o rameras. En Zamboula no gustaban los intrusos.
Los únicos que se mostraban indiferentes a los viajeros eran los numerosos esclavos negros que veían en todos los rincones. Serviciales y silenciosos, los esclavos acometían las tareas más duras con el más digno de los estoicismos. Acarreaban pesabas cargas, limpiaban establos, montaban y desmontaban puestos en los mercados. Había gran número de ellos, algunos esclavizados por nobles menores, seguramente comprados en mercados no muy lejos de aquellas traicioneras arenas rojas. Otros se encontraban bajo la bota de mercaderes o artesanos locales. Se podría decir que cada casa estigia en la ciudad, cada negocio afincado, poseía al menos dos esclavos de negra piel.
La efectividad con la trabajaban, y la pasividad con la que parecían tomarse su penosa situación, destacaba en mitad del alborotado gentío. También era raro de ver esclavos con esos cuerpos bien formados y bien alimentados que poseían. Se veía que los negros, procedentes de los reinos kushitas sin duda, eran mercancías valiosas ya que sus amos los cuidaban con cierto esmero.
Las calles estaban llenas de arena, el ambiente era seco y el sol era cruel azote; una terrible amenaza que había jurado derretir su piel y blanquear sus huesos. Los aromas exóticos a especias, inciensos y el almizcle de animales exóticos como los camellos conferían a la ciudad un rostro en particular. Uno que medraba en sombras con un corazón pulsante, lleno de sangre y secretos.
Se cambiaban bolsas rebosantes de oro por cajones de loto negro, se vendían mujeres de pieles blancas y rubios cabellos en los callejones más tortuosos de la ciudad, se organizaban peleas entre hombres y bestias en arenas ocultas bajo tierra. Progreso, comercio, corrupción, decadencia. Zamboula tenía potencial pero el timón de aquel barco era manejado por una niña que solo quería danzar.
El sol, un doblón de oro desgastado, empezó a internarse en el baño de sangre que era el horizonte; con sus dunas desdentadas, sus ruinas desoladas y sus oasis distantes, donde la mayoría de viajeros prefería pernoctar. El mercado cerraba pronto, igual que las tabernas, incluso los burdeles. Carpinterías, herrerías, establos y comercios menores. Las puertas eran cerradas, pero también las ventanas, las cuales poseían regios postigos. Las calles comenzaban a quedarse vacías. Ni siquiera los guardias o soldados se quedaban en las calles cubiertas de arena y polvo. Los estigios acuciaban a los más tardones para luego desaparecer, encerrándose en sus barracones.
Y las calles empezaron a quedarse desiertas hasta el punto de que cualquiera de los viajeros que en ellas se veía podía ser considerado una rareza, un fantasma que deambulaba errático.
Cuando las sombras tomaban Zamboula solo los incautos caminaban entre ellas.

La posada de Berem Karas era un soplo de esperanza en mitad de una ciudad como Zamboula. Su fuerte construcción, así como el murete de tres metros de altura que rodeaba el edificio, indicaban que su dueño, nada menos que un hirkanio, no era bien recibido allí. Más que una posada parecía una pequeña fortaleza, algo sin duda necesario al ver como los lugareños trataban a los desconocidos.
Los extranjeros fueron llegando, uno a uno, espantados por las sombras, huyendo del ambiente enrarecido que empezaba a poblar las calles. De todas nacionalidades, de todos los colores, de todos los confines del mundo. Berem Karas se frotaba las manos; aquella iba a ser una noche beneficiosa. Y lo que había empezado como una jornada de trabajo común se fue convirtiendo poco a poco en una noche en la que la modesta posada, que contaba con una pequeña taberna en la parte de abajo, se llenó.
Viajeros extrañas llegados de tierras aún más extrañas. La presencia de Al-Makur no le extrañó. Había muchos hombres como él vagando por el desierto; mercaderes, nómadas y los peligrosos bandidos zaguires. Solían descansar en las ruinas o entre los oasis, rara vez se quedaban a pernoctar en la ciudad.
—Pero mis camas son más mullidas y mi comida, aunque sencilla, es mejor de lo que puede prepararse en un puchero —aseguró Berem Karas.
La presencia de Brianna fue más inexplicable. La muchacha era llamativa como una corona de oro y de apariencia frágil, como si fuera a romperse en mil pedazos si la tocaba con sus gruesas manos. La buscó un lugar la taberna bastante discreto pues sabía, por experiencia propia, que una muchacha tan joven, llamativa y sin escolta o bien era una valiente ramera o un saco de futuros problemas.
La siguiente mujer tenía los cabellos rojos como una hoguera. “Más problemas”, debió pensar el tabernero. Pero el negocio era el negocio. Berem Karas había visto a lo largo de su vida a mucha gente huyendo de algo; esposas celosas, enemigos jurados, acreedores. No hizo preguntas y se mostró hospitalario, acomodando a la mujer en otro lugar de la taberna, también bastante discreto. Tras lanzar una mirada suspicaz a sus cabellos se dirigió de nuevo a la puerta.
El portero, un muchacho rubio y desgarbado, se negaba a dejar pasar al siguiente viajero. Aquella treta era repetida con todos los viajeros. Su finalidad era molestar a todo aquel que llegaba, sin más intención que generar malestar. Berem Karas le ordenó que se dejase de tonterías, cosa que no hizo, y dejase pasar a quién diablos se encontrase al otro lado de la puerta.
Furan era más del estilo de Berem Karas, un gigante armado, un perro viejo con armas. Aquella era su gente preferida. Acostumbrados a dormir bajo el cielo y a comer cualquier cosa durante largas campañas de guerra encontraban en las duras camas de su posada y sus insípidos estofados lo más parecido a un hogar. Dejaban dinero, hablaban poco y se marchaban sin mirar atrás.
Con Mara fue con la única que dudó. Berem Karas poseía un sexto sentido para juzgar a la gente. Podía aceptar a mercenarios, soldados de fortuna y cosas peores, pero todo en Mara indicaba problemas. No era como las otras dos mujeres, que parecían atraerlos. No, Mara era la clase de persona que los provocaba. Estaba seguro de ello. Pero el dinero mandaba en su casa, no él.
A Maténbáan lo colocó al fondo de la posada, alejado de los demás. Algo en ese hombre indicaba que no parecía encontrarse del todo cómodo allí, como si las paredes, el techo o las cucharas de madera fueran algo antinatural. “A cada cual más extraño” se dijo, pero nuevamente no le importaba. Hoy llenaría su bolsa.
La última en llegar fue Ulrika. Había mujeres que eran devoradas con los ojos y con la imaginación. Algo en la mirada acerada de Ulrika indicaba que, de querer hacer aquello, tendrían que pedir permiso primero. El pesado martillo de guerra y un escudo encajaban mejor en la concepción que Berem Karas tenía sobre las mujeres que viajaban solas por los desiertos.
Y así, la posada quedó llena.

Berem Karas era un hombre de largos cabellos que caían a plomo sobre su gruesa cabeza. Su prominente barba negra le daba un toque señorial que en seguida se perdía al ver su forma de moverse. Había sido soldado, de eso seguro. Sus movimientos eran mecánicos, metódicos y medidos. A pesar de su gran estómago, sus brazos seguían siendo gruesos y la espada que colgaba detrás del mostrador no era solamente un recuerdo de una vida pasada. Una ligera cojera, así como una cicatriz bastante fea cruzando su mejilla, le confería un aspecto serio.
Se encontraba tras el mostrador de la posada, contabilizando los vinos y las botellas de agua. Era jovial, un hombre que silbaba en su tarea cotidiana. A pesar de que la noche caía y de que él debía de haberse levantando temprano no daba señal de estar cansando.
Su mano derecha era un muchacho llamado Orchild. El portero que les había molestado negándoles, de primeras, el acceso. Ahora podían encontrarle royendo las sobras de una cena, tirado de mala manera en una de las mesas. De cabellera rubia y desaliñada, hubiera sido atractivo de no poseer los modales de un cerdo. Su aspecto era regio y despreocupado, llevaba una espada en el cinto la cual parecía pesarle demasiado.
Orchild había ignorado a los viajeros hasta la llegada de las muchachas. Al ver como la casa de Berem Karas era honrada con presencia femenina, cubierta de polvo y arena pero presencia femenina después de todo, se había limpiado la grasa de las mejillas con la manga de su jubón y había empezado a trabajar.
Se dedicó a mover sacos de harina y barricas de cerveza y agua demostrando que poseía una gran fortaleza. Los sacaba del almacén para colocarlos detrás de la barra para luego invertir el proceso. Berem le indicó que dejase de hacer el idiota, señalando que tales tareas no eran necesarias en aquel momento, por lo que Orchild quedó tras el mostrador, toqueteándolo con nerviosismo, sin quitarles los ojos de encima a las mujeres. Una capa de sudor hacia brillar su piel. Y sus ojos hambrientos, los cuales poseían el brillo apagado de un carroñero.

El ambiente estaba enrarecido igual que si alguien hubiera escupido en él. La tonada melancólica de un jugar, la animada danza de las jóvenes rameras que buscaban clientes, la consabida pelea de borrachos o el típico parroquiano que hablaba a voces, nada de aquello existía en la casa de Berem Karas. Quienes iban allí eran los desechos que no quería la ciudad, los rechazados. Al posadero debía costarle horrores conseguir un poco de buena cerveza, vino de calidad y comida. Allí eran enemigos, escoria, parias.
Y había algo más, una sensación ladina que se colaba por debajo de las uñas y les hacía cosquillas, un silbido escuchado en la noche del que no podían deducir su procedencia, el aliento de alguien en la nunca que, cuando te girabas, no estaba allí. La noche traía angustia, preocupación, incertidumbre. Aguaba el humor como Berem Karas aguaba el vino de su posada.
La edificación era regia. La puerta de entrada era de madera gruesa, resistente, igual que las paredes. La posada era sólida como un pequeño fortín, había rejas en las ventanas y los postigos estaban cerrados.
—Tormentas de arena —explicó el posadero —. Llegan por la noche, sin avisar, golpean mi casa como si fuera una juguete que desmenuzar. Es mejor pasar la noche cerrados a cal y canto.
Berem tenía buen humor y se mostraba cercano. No era el avaro hijo de perra que pareció en primera instancia. Si bien ni siquiera su buen humor logró desvelarles porque la posada necesitaba un muro de tres metros de altura rodeando la misma.
—Seguridad. No quiero que le pase nada a mis huéspedes —y sonreía; una sonrisa ancha y cálida como el abrazo de un padre.

Había dos parroquianos más en la posada.
En la mesa central se encontraba un tipo enorme, de gran barriga y papada, que devoraba ruidosamente grandes pedazos de carne asada. En su mesa se amontonaban varias jarras de cerveza vacías. Portaba una armadura de metal, ligera, de buena calidad aunque algo anticuada. Un hacha pesada de guerra, con suficientes muescas en el filo como para señalar su prolongado uso, descansaba a sus pies.
—¡Vamos, venid a cenar con Gunderson, el Oso de Aquilonia! —gritaba de vez en cuando, tras eructar. El alcohol le había tomado por prisionero tres jarras de cerveza atrás —. ¡Contemos alguna historia! ¡De guerra! ¡Me sé unas cuantas! ¡Que los cielos se desplomen sobre mi cabeza si no es así! —Ahí se detuvo unos momentos, sus ojos trataron de enfocar, zozobró a un lado igual que un enorme navío a punto de hundirse. Logró vencer, al menos la batalla contra la bebida la tenía asegurada —. ¡El Oso de Aquilonia os invita a una pinta! ¡La cerveza está caliente pero es cerveza gratis! ¡Vamos, perros del desierto! ¡Que no se diga que el Oso no es generoso con sus nuevos amigos!
Otro parroquiano, totalmente opuesto al primero, era un mercader envuelto en una vaporosa túnica de sedas azules. Shemita, de piel tostada y movimientos elegantes. Llevaba un turbante sobre el que se escondía una mirada de contable, una nariz de buitre y unos labios en los que el desprecio afloraba con naturalidad. El acaudalado mercader había rechazado por dos veces la comida servida por Berem Karas al no considerarla digna de su exquisito paladar. Malhumorado, maldecía su mala suerte mediante palabras sibilantes. Viajaba sin escolta por lo que solía llevar su mano derecha a una daga que debía llevar oculta entre sus túnicas cada vez que la puerta de la posada se abría. Era evidente que no se fiaba de nadie.

Orchild se tomó su tiempo para el cortejo. Estuvo varios minutos observando a Mara pero desdeñó un acercamiento al ver que iba bien armada. Su escasa ropa, la cual se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, multiplicaba su atractivo. Pero al igual que las motas negras conferían fiereza al jaguar, las delicadas ropas otorgaban peligro a la mujer.
Observó con más descaro a Fraudir, a quien no quitaba ojo. Pero el cabello rojo de la mujer lo disuadió varias veces de actuar. Las antiguas supersticiones y creencias son difíciles de romper. Ulrika llamó poderosamente su atención y su cara de niño grande no pudo ocultar un deseo latente, pero lo cierta era que no sabría ni por dónde empezar con una mujer de su talla. Si bien hubiera decidido acercarse a ella, la última de las viajeras fue la que se llevó sus atenciones. Brianna tenía algo que, en apariencia, las demás no poseían. Y no era su belleza, sino su aparente vulnerabilidad.
Con un paso más que estudiado, Orchild se acercó hasta la mesa donde Brianna descansaba.
—Una mujer que viaja sola corre el peligro de pasar noches muy frías —sonrió el muchacho, su sonrisa pretendía ser sincera pero era igual que ver sonreír a una marioneta; uno sabía que había una mano detrás que no era tan honesta manejando los hilos —. Es un dicho de la ciudad. ¿Qué significará? No lo sé, nunca se me dieron bien los dichos y refranes. ¿Puedo sentarme? —No esperó contestación, así que tomó una silla cercana y la colocó al revés, con el respaldo hacia delante, bien cerca de la mujer. Incómodamente cerca—. Una chica tan bonita como tú puede tener problemas en la ciudad. ¿Sabes? Pero no te preocupes. Orchild cuidará de ti. ¿Qué me dices? ¿Quieres beber un poco de mi licor casero? —otra sonrisa, melaza, miel, algo tan dulce como falso, algo en lo que uno podía ahogarse lentamente.
Tomó el vaso que Berem Karas la había servido a la muchacha y arrojó su contenido al suelo. Al momento sacó un pequeño odre que llevaba debajo de su casaca sucia. Llenó su vaso.
—Venga, bebe. Esto saciará tu sed mejor que el agua. Ya es hora de que alguien te reciba como debe ser en la ciudad. ¿No crees?
Iba muy rápido, y era torpe, pero su mano callosa ya estaba deslizándose por debajo de la mesa.

Las miradas de Fraudir y Matténbaán se cruzaron en varias ocasiones. Ninguno de ellos se había visto con anterioridad pero había algo familiar en el rostro de cada uno, cierta conexión inexplicable que, en medio de una ciudad tan hostil, les hacía sentirse un poco mejor. Igual que alguien que encuentra el reflejo de su rostro en las aguas cristalinas de un oasis tras muchos días de caminar por el desierto.

Berem Karas terminó de faenar detrás de la barra y se acercó a las puertas. Por tres veces revisó los gruesos cerrojos de la atípica puerta para luego seguir su ronda revisando los postigos cerrados. Al otro lado empezaba a oírse el silbido del viento nocturno. Parecía una canción fúnebre que arrastrase consigo palabras heladas y muertas. Cuando el posadero terminó su ronda se giró hacia sus parroquianos. Los gruesos brazos cruzados sobre su pecho de toro.
—Señores y señoras, esta noche esperamos tormenta*. Lamento no poder ofrecerles las atenciones de un juglar o el entretenimiento de unas danzantes, no he podido encontrar a nadie en esta maldita letrina que quiera trabajar para mí, salvo a Orchild —arrugó el rostro, una sonrisa socarrona apareció en su rostro —. Y eso no dice mucho de este lugar —soltó una risotada generosa —. Cuando quieran, les enseñaré las habitaciones del piso de arriba. Las vistas son malísimas pero las sábanas están limpias y el desayuno de mañana será mejor que la cena de esta noche, si es que esa maldita tormenta de arena no lo cubre todo de arena durante la noche.
Bajo su gruesa voz se escuchaba el reptar del silbido del viento, creciente, rítmico, como si siguiera la partitura de una tonada particularmente desagradable.
—Estoy a su disposición —y regresó a la barra donde sacó un grueso libro de cuentas que empezó a repasar.
A pesar de su grueso aspecto daba la impresión de ser cercano y campechano, y de estar algo aburrido de la ciudad. Por suerte, esa noche tenía la posada casi llena y eso mejoraba bastante su humor.

Notas de juego

Notas.

*El primero que responda de vosotros que tire 1D10 para ver la ferocidad de la tormenta. 1 es una nadería, 10 será como un infierno. Por suerte, estáis bajo techo.

Os recuerdo. Las habilidades de vuestro personaje son una buena baza. No son algo cerrado, si me justificáis la relación entre vuestra acción y la habilidad que pensáis usar podréis tener unos dados extra en una situación complicada. No hay habilidades automáticas. Indicad en los turnos cuando queráis usar una habilidad (salvo casos excepcionales, nadie os va a apuñalar por la espalda si tenéis la habilidad de Alerta). También recordad que vuestros pj tienes habilidades por su profesión (3D10), algo que saben hacer debido a su profesión.

Gracias a todos por participar. ¡Empezamos!

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Personajes relevantes.

Princesa Hirak-Nah. Máxima regente de Zamboula a pesar de que no se implica mucho en sus asuntos políticos. La ciudad estaba gobernada por su padre y hermanos, siervos del reino de Estigia. Al renunciar unirse al Imperio de Turán fueron asesinados, despellejados y decapitados. Sus cabezas colgaron en los postes más altos de la plaza como un mensaje. Uno que Hirak-Nah comprendió muy bien.
El emperador Yezdigerd, señor de Turán, permitió a la princesa seguir en su puesto después de que ésta jurase su lealtad. Esperaba que el pueblo no se revelara al mantener como monarca a una mujer estigia de la anterior casa real. Por desgracia, la princesa, que debería ofrecer luz y consuelo a su gente, o ser un nexo entre dos pueblos, parece más preocupada por satisfacer sus necesidades personales. La primera, la búsqueda de amantes. Y la segunda, y extraña, que hace muchos la hayan apodado la princesa estrellada, consiste en practicar sus sensuales bailes durante la noche, cuando la noche es despejada. Desnuda, o ataviada solo con un fino traje de seda transparente. ¿Quién sabe hasta qué punto la princesa ha perdido la cabeza?

Capitán Tagher Lekk. Dicen de él que es un mujeriego y que por jugar con la mujer de quien no debía fue enviado lejos del Imperio para que sus carnes se tostases bajo el sol abrasador de Zamboula. Otros dicen que es un oportunista, que desea tanto beber de la fuente del poder como un borracho ansía un trago más. Deshonrado u aprovechado, ¿Quién sabe? Hombre parco en palabras, digno capitán con una difícil situación entre manos. Pocos hombres para gobernar una ciudad que no conoce en la que todo el mundo le odia. Ostenta el rango militar más elevado dentro de la ciudad y sin embargo ha chocado varias veces con el antiguo capitán de la guardia estigia, Sesset, la Cobra de Zamboula.
Capaz y decidido, Tagher Lekk está dispuesto a defender su posición contra todo aquel que se le oponga.

Teniente Sesset, la Cobra de Zamboula. Una leyenda viva. Antaño, ladrón, sicario, maestro envenenador. Antaño también, capitán de la guardia de Zamboula. Mano de hierro, corazón pérfido. Sus palabras matan. Él es la ley y el orden. Cuando el rey murió, Sesset hubiera seguido hasta el Arallu a la princesa. Pero ella claudicó, les vendió. Dicen que Sesset podría aplastar a los conquistadores turanios si así lo desease. Pero no lo hace. Puede que se sienta decepcionado o que esté esperando a que sea el desierto y el desaliento lo que eche a los turanios de allí.
Es el verdadero poder militar de la ciudad. Rivaliza con el capitán Tagher. A la vez, contiene a sus hombres, sobretodo a los más radicales, para no iniciar una carnicería en las calles de la ciudad.

Berem Karas. ¿Hay algo mejor que una bolsa llena de oro? Si, dos bolsas llenas de oro. Con esta filosofía llegó a Zamboula Berem Karas. Rechazado desde un principio, encontró una oportunidad de negocio única. La casa de Berem Karas es el refugio de todo extranjero que desee pasar una noche segura en la ciudad. O eso es lo que se dice. Sus precios son justos y su comida generosa y abundante. Es odiado por los lugareños. Nadie sabe cómo aún no han prendido fuego a su negocio o porque no le han asesinado en las calles.
Es un hombre de recursos, comerciante desalmado, algo vividor, de risa fácil. Parece gustarle bailar cerca de un precipicio. “Haré de Zamboula mi festín, o ella misma me devorará, así son los negocios”.

Orchild. Otro hirkanio. Joven y engreído, pendenciero. Siempre en busca de bronca. Aparte de ser la mano derecha de Berem, la mano más sucia, no tiene mayor relevancia. Pero es el segundo extranjero que parece vivir en la ciudad. También se encarga de la seguridad de la posada.

Zowak. Su nombre es pronunciado con temor y respeto, y siempre a escondidas, entre las sombras, por las figuras más ancianas de la ciudad. No dicen mucho de él, salvo que es un hechicero, que habita en las ruinas cercanas, donde aúllan los fantasmas y que tiene predilección por las serpientes. Pero no es uno de esos cultistas de Seth, Zowak tiene un entendimiento más elevado. Hace años que abandonó la senda de la serpiente. Ahora, dicen, es otra cosa. Pero ¿Qué? Algunos creen que es él quien domina la ciudad. Ni el rey de turán, ni la princesa estigia, solo un nombre en mitad de la noche. Zowak.

Ben-Shem, el susurro del desierto. Dicen que Ben-Shem, shemita de nacimiento, es implacable como el desierto que lo vio crecer. Ben-Shem pasó de ser un asaltante de caminos bastante sanguinario a convertirse en un ladrón de caravanas, nunca hacia prisioneros. Su carácter violento es reconocido por otros hombres de moral laxa como él. No es raro que se haya convertido en el jefe de una pequeña tribu zuagira. Ladrones de las arenas; despiadados, crueles, siempre sedientos de botín y sangre. Se dice que Ben-Shem está aniquilando a los jefes menores de las tribus zuagiras consiguiendo el control de una más que notable cantidad de bandidos. Pero ¿Por qué querría un príncipe ladrón tal cantidad de hombres? Alrededor de Zamboula no hay nada que posea valor...salvo la propia ciudad. Los regentes de la ciudad harían bien en preocuparse del señor de los ladrones de la zona. "Turán, Estigia, no son más que basura bajo mi bota."

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06/01/2018, 06:18
Fraudir

"Si me viera mas femenina, quizá la gente sería mas amable", pensó Fraudir mientras la quinta persona a la que se aproximaba para pedirle información sobre un lugar donde pasar la noche, había escupido el suelo a sus pies, y tras lanzar una serie de insultos sobre los extranjeros se alejaba agitando los brazos, la gente de esta ciudad estaba loca, o al menos bastante alterada, recordaba que ese comportamiento especialmente violento lo asociaba su madre con los animales encerrados y sin posibilidad de aparearse, decía que "el encierro vuelve a las hembras histericas, y a los machos agresivos", la gente en esta ciudad era numerosa, asi que descartaba la idea de que no estuviesen apareandose...

Llevaba el pecho envuelto por vendas, para dimisularlo, y el cabello completamente recogido en un chongo de cebolla que hubiese dejado su rostro despejado y visible de no ser porque llevaba la cabeza cubierta por una capucha de viaje, que mantenía su rostro en las sombras, su ropa de viaje era bastante "masculina" también, un pantaloncillo verde y una blusa del mismo color con adornos en dorado y azul parcialmente cubierta por la capa de cuero que llevaba encima, y que le servía para resguardarse de los rayos del sol, miraba por debajo de su capucha a las personas que se cruzaban con ella, tenia las botas sucias, y el calor la molestaba, casi tanto como fingir la voz con un tono grave y varonil, sabia que en primer lugar no era buena idea mostrar que era una mujer viajando sola, y segundo...el anonimato la mantenía a salvo.

Sus pensamientos se movieron rapidamente de los musculosos cuerpos de los negros, y su similitud con cuervos, habian fascinado su visión, nunca habia visto personas con ese color de piel, y tras ruborizarse al pensar si serían "negros" de todo el cuerpo o solo de las partes "visibles", se percató de que la ciudad estaba llena de...estigios. Su acento, su fisonomía, su forma altanera de hablar y dirigirse a otros era inequívoca, ahora mas que antes necesitaba salir de las calles. Caminó tan rápido como pudo, la noche habia llegado, y por fin, tras deambular un buen rato por varias zonas de la ciudad, habia encontrado una posada...una possada que lejanamente le recordaba una fortaleza, un muro gigantesco la separaba del resto de la ciudad.

Entre el posadero, el bobalicón bonitillo rubiales, el corpulento oso borracho, el hombre con un vestuario que lucía más femenino que el de ella, y toda la mareada de gente que en un momento entró al lugar Fraudir se sintió abrumada, en el camino a la taberna, se habia desanudado las vendas que apretujaban su pecho, dejandolo libre, se sentó en el lugar que el posadero le indicaba, y tras mirar unos momentos a las personas que se encontraban en el lugar e iban entrando ( una chica semidesnuda seguramente era prostituta, pero quien era ella para juzgar a otros por su profesión, la dama del martillo, una chica de cabello castaño largo con aire de no tolerar bromas, un hombre mayor con aspecto de bárbaro, un muchacho que tenia pinta de ladronzuelo), decidió dedicarse a sus propios asuntos, se sentó lo más próxima a la ventana, quedando de perfil al salón principal de la taberna, y se quedó contemplando la caida de la noche, y la lejana voz del posadero explicando que una tormenta de arena se avecinaba. "Yo podría poner fin a la tormenta, si me lo pidieras, pomposo afable" pensó y el asomo de una sonrisa se dibujó en sus labios, mientras volteaba en dirección al ultimo individuo que entraba en la taberna, sintió el vello de su nuca erizarse unos segundos, al ver a aquel hombre, de apariencia también mayor, y cierto aire "salvaje", aunque menos barbárico que el del otro hombre en la taberna.

La cercanía de ellos la ponia nerviosa e incomoda, muchisimo mas tras la escena del borracho escandoloso y barrigón, para ella que practicamente toda su vida su única compañia habia sido la de su querida madre...y ahora había hombres a diestra y siniestra. Fraudir bajó la mirada rapidamente, y desanudó el lazillo de cuero con que sujetaba su cabellera, sacudió su cabeza con varios movimientos cortos y rapidos, y el efecto que causó aunado a la luz de las velas, hizo parecerle que su cabeza se había incendiado, cuando una cascada de cabellos rojos como las llamas, calló con desparpajo, desenrerandose de su atadura sobre sus hombros, y hasta alcanzar la mitad de su espalda, se pasó la mano por el cabello, sacudiendo la arena que habia quedado del viaje, y sus ojos de un verde agua, se dedicaron a contemplar la ciudad.

La ciudad otrora llena de vida y muchedumbre, ahora se antojaba siniestra y muerta, mientras  Fraudir sentía en su interior al viento rugir, el indomable viento salvaje del desierto arrastrando consigo la tormenta. No dijo absolutamente nada, ni volteó a ver a nadie más, hizo un ademán con un movimiento suave de su mano en dirección al posadero, le indicó que quería un tarro de cerveza, y un trozo de carne asada, y rebuscó entre sus pertenencias, un viejo naipe de cartas, el naipe de tarot heredado por su madre, su unica herencia a decir verdad, sonrió contemplando el dorso de las cartas, adornado con una luna, estrellas de cinco puntas, y diversos signos cabalisticos, el chisporroteo de la vela, el viento aullando cada vez mas fuerte, y la rica gama de sonidos de la taberna, fueron lo último a lo que prestó atención, antes de sumirse en sus pensamientos, y sus mas profundos anhelos.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Saque siete...en serio que las pelirrojas traemos mala suerte :P

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06/01/2018, 15:00
Matténbaán

El camino hacia la ciudad había sido, cuando menos, ajetreado y cansado. Vine por el camino más solitario que pude encontrar para evitar a los ladrones. Hace una década que partí de el que fue mi maestro con una misión de aspecto imposible, casi igual de difícil que evitar los aludes de lodo de un río causados por un bosque talado.

Casi en el final de la tarde logré entrar a Zamboula. Desde antes de entrar ya sabía que era un lugar de carácter hostil, lo supe porque las aves evitaban entrar aquí.

Los hombres que habitan la ciudad son de orígenes y opiniones distintas, todos ellos se miran con recelo y pareciese que quemasen más que el sol las espaldas de los extranjeros, lo sé, lo siento.

Éste lugar tiene una gran predisposición hacia el caos y la destrucción. Me siento fuera de lugar, pero ésto sólo me indica que con un poco de meditación y análisis podría encontrar paz. Hasta el más huraño mercader ha de caer sumiso frente a algo, algunos caen ante la fortuna y se vuelven miserables, otros caen ante las prostitutas y pierden los estribos, unos pocos han encontrado el verdadero amor y caen ante sus mujeres, sobre sus regazos mientras ellas soban sus cabezas, esos han obtenido una paz indescriptible, son felices aunque todo se destroce.

Sumido en el camino y el ambiente llego a una posada, es un lugar de aspecto imponente, al entrar pido por el lugar más alejado y pienso durante un momento.

Cada vez vienen más y más viajeros, eso cambia el aura del lugar, todos portamos cierto caos en nosotros. Veo a una muchachita semidesnuda, creo que tiene alguna conexión con el placer simple, casi como un bebé al jugar, también está otra joven, está muy armada, hay un joven shemita, lo sé por sus rasgos y también está una mujer pelirroja, su pelo es como una llama, también está un hombre que parece de mi edad, está armado y alerta pero aún así logra transmitir la calidez de un hombre experimentado

Mi análisis es interrumpido por un hombre que se autodenominada "Oso", vaya hombre, bebería con él...pero ésta cerveza no es lo suficientemente fuerte, creo haber visto por el desierto algunas hierbas que servirían para mejorar la calidad de la bebida, pero no contemplo eso en mi misión, ya beberé con mi maestro al terminar mi misión.

Súbitamente siento una perturbación en el viento, se acerca una tormenta de arena.

De vez en cuando he cruzado una mirada con la pelirroja, es ella la que se mira más interesante de entre todos...su persona irradia una energía peligrosa...

Me levanto y me acerco a su mesa recordando las palabras de mi maestro:

" No dudes en acercarte a un lobo porque parezca peligroso, el lobo es como tú, está vivo y siente, si se comporta así es porque has perturbado su paz"

Si esa mujer irradia esa sensación es debido a que no tiene paz en su corazón.

Me detengo frente a ella, tiene sobre la mesa una baraja de cartas muy curiosa. Digo entonces:

-Mi nombre es Matténbaán, mujer de cabellos rojos, ¿qué te perturba?

Notas de juego

Ya comprendo lo que decían en el Off-topic sobre escribir en celulares, es complicadito :'p

Me falta práctica XD

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07/01/2018, 01:13
Furan
Sólo para el director

Una rápida mirada le bastó a Furan para comprender que el combate había terminado antes de comenzar. Aventuró que si no contenía su acero podría disponer fácilmente de uno, seguramente dos, y tal vez tres de sus atacantes. Pero eran demasiados, conocían el terreno y estaban bien conducidos. Cuando depuso sus armas en silencio se preguntaba si sería por aquel asunto sucio de Messantia, pero lo descartó casi de inmediato. De ser así no se hubieran tomado el trabajo de detenerlo, su sangre estaría regando el suelo arenoso de la lejana Zamboula. 

Escuchó con atención cada palabra del oficial. El metal de los barrotes en tus palmas logra ese efecto. No era la primera vez que Furan se encontraba prisionero, y nunca era una sensación agradable. Enfocaba todos sus sentidos en las posibilidades que pudieran sacarlo de allí, y por eso clavó su mirada en quien luego conocería como el teniente Sesset. 

No era una mirada desafiante sino una profesional. Aquel asunto no era personal para uno ni para otro, y Furan estaba allí para jugar el juego. Si su interlocutor no sabía que era mercenario podría adivinarlo fácilmente por el hecho de estar cubierto de cicatrices y armado hasta los dientes. Además, los hombres de armas tienen la facilidad de reconocerse entre si. Su observación no se detuvo en la misión, muchos huesos en el cementerio habían dejado pasar detalles por alto.  No, Furan escuchaba, pero también analizaba. Las miradas y actitudes de los dos fornidos guardias, sus posturas corporales. ¿Seguían al oficial sólo por el deber y el sueldo a fin de mes, o había lealtad genuina en ellos? Incluso intentó aprender el juego de cartas que jugaba Sesset.

El cimmerio fue naturalizando su situación. Pronto estaría libre, pero sólo de la celda. No se planteó demasiado la idea de escapar, reconocía que sería mucho mas fácil, y tal vez hasta mas provechoso cumplir con la misión que se le encomendaba. Asintió cuando el sargento terminó de hablar. 

- No escaparé - fueron sus primeras palabras. No intentaba convencerlo, no era una súplica ni había pizca de miedo en su voz ronca. Le estaba diciendo que aceptaba el trabajo.

Tomó sus armas con profesionalismo cuando se las entregaron, y se las volvió a colgar en sus respectivos sitios, sin indicio alguno de utilizarlas. Allí no habría pelea. Mientras lo hacía, habló sin mirarlo, concentrado en su faena de volver a aprovisionarse.

- Evitar una guerra civil podría ser bien recompensado -reflexionó. Evitar la muerte no está mal, no. Aprecio que mi cabeza siga sobre mi cuello, lleva mucho tiempo ahí -dijo con sorna y una media sonrisa. Pero alguna tintineante promesa a futuro me motivaría un poco más -aventuró. Era una apuesta. Ambos sabían que no había que agregar nada, y que de todos modos lo intentaría, pero si ofrecía recompensa ya se trataba de un contrato. Un mercenario profesional garantizaba silencio sobre su trabajo, antes y después de realizarlo. Era algo.

Aceptara el oficial o no, Furan tenía una pregunta mas.

- Tagher Lekk. No lo conozco. Me vendría bien tener algo de conocimiento para encontrarlo. *

Luego si, se marchó a buscar un lugar para pasar la noche.

 

Notas de juego

*Con esto justificaría saber lo que pusiste en notas en el otro post (salvo que el teniente agregue algo de información)

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07/01/2018, 01:16
Furan

Furan respiró con notable alivio cuando traspasó la puerta de la posada de Berem Karas. 

Dejaba atrás el clima adverso de las calles. Tanto por el calor del sol como por el frío de los zamboulanos, o como se llamasen.

La tregua era sólo por una noche, pero había que reponer fuerzas siempre que se pudiera. Mañana lo esperaba un día dispuesto a golpearlo a la menor oportunidad. 

Trasladó hasta una mesa su cansado cuerpo. Su aspecto no solía pasar desapercibido. Medía metro ochenta y cinco, su viejo pero musculoso cuerpo estaba cubierto de cicatrices y armas, y entre ambos una cota de mallas cuyas marcas evidenciaban que no llevaba de adorno. Cuando se sentó dejó sobre un costado de la mesa la pesada espada larga que llevaba a la espalda y la espada corta que portaba en la cintura. Dejó un gastado escudo metálico y el resto de sus pertenencias apoyados contra la pared. 

Observó a su alrededor.  Su ojo profesional evaluó al resto de los clientes. La primera conclusión a la que llegó fue la notable cantidad de mujeres viajando solas. ¿Habría algún evento del que no estaba informado? No le resultaba cotidiano. Entre ellas, la muchachita semidesnuda despertó una involuntaria reacción en su entrepierna.  No es que las las otras no fueran bellas, pero una chiquilla semidesnuda llamaba la atención como un relámpago en un cielo oscuro. Procuró no mirarla directamente, como había hecho decenas de veces con ciertas sacerdotisas que había visto en sus viajes. A su edad había aprendido que era mucho mas saludable a la larga aplacar sus instintos en lupanares. Menos problemas.

También desvió la mirada de la chica de cabellos rojizos. Prometía los mismos o mas problemas que la otra chiquilla. Las otras dos al menos iban armadas. Una seguro, y de la otra podía suponerse con bastante probabilidad.

Luego había otros cuatro. Un aquilonio gritón, y tres silenciosos shemitas, si sus observaciones no estaba erradas.

Su mano llena de anillos se levantó para llamar al posadero.

- Saludos, Berem Karas -le dijo con voz ronca cuando se acercó, asintiendo con respeto. Soy Furan el cimmerio. Te agradezco que me hospedes, algo no muy frecuente en Zamboula, según he podido comprobar.   

Tras una breve pausa, continuó.

- Nunca he estado aquí, ¿que puedes contarme de la ciudad? ¿Es cierto lo que se dice de la princesa? He escuchado que todo lo que le preocupa es bailar y encontrar nuevos amantes -aseguró sin conseguir reprimir una mirada involuntaria a la chica semidesnuda. ¿Y que me puedes decir de quienes gobiernan la ciudad de verdad? Ese capitán Tagher Lekk, o el sargento Sesset..

Luego se dirigiría al tal Gunderson.

- Escucharé de buen grado tu historia, aquilonio.  Aunque pagaré mi propia bebida.

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07/01/2018, 06:08
Fraudir

Poca y nada de atención había puesto Fraudir a lo que se suscitaba en la taberna de Berem, cortaba y recortaba una y otra vez con movimiento monótono y cuidadoso el mazo de cartas, mientras sentía el calor de la vela bañar sus mejillas, entonces una sombra se proyectó sobre la pared, Fraudir levantó una ceja mientras contemplaba aquella forma de aspecto ciniestro, apretó sus piernas una contra otra por debajo de la mesa nerviosamente, y entonces escucho una voz varonil y grave dirigiéndole la palabra.

Fraudir se volteó en su asiento y dirigió una rápida mirada a su interlocutor, era el hombre salvaje, y lo que le daba ese aspecto siniestro, era aquella piel de lobo que llevaba a manera de capa sobre los hombros. Pero Fraudir no dijo nada, un intenso rubor apareció en sus mejillas moteadas por graciosas pecas, y Fraudir dejó de cortar el mazo, bajó la mirada rápidamente y se quedó mirando fijamente las cartas que ahora yacían mustias y quietas en sus manos. Estuvo en silencio un par de minutos, pero en su cabeza las palabras brotaban como agua de una fuente; "La arena en mis botas, el calor insoportable, haberme dado cuenta que en vez de dirigirme al norte me interné mas en el desierto, la gente horrible de esta ciudad, mi pasado, el aire tenebroso de esta noche, y por último que un extraño me dirija la palabra"  se dijo a si misma bastante ofuscada, pero bastante sonrojada todavía. Afortunadamente el tabernero regreso para romper el incómodo silencio con su presencia, llevaba un gran trozo de carne en un plato, una jarra de cerveza que como decia el hombre oso, no estaba fría, y se retiró, Fraudir sacó de su bolso un gran trozo de pan, lo partio en dos, cortó un buen trozo de carne, y con el cuchillo en una de sus manos, le indicó al "hombre lobo" que se sentara enfrente de ella.

Colocó la carne sobre el pan, y se lo estiró al hombre. -Compartid esta cena conmigo por favor, es demasiada comida para mi sola.- a pesar de tener al hombre sentado frente a ella, Fraudir seguía mirando al suelo, aquellas palabras surgieron en un hilo de voz apenado y acongojado, y al termino de estas, el rubor se había incrementado. Mientras cortaba con movimientos rápidos y torpes, producto su apenamiento, se llevó un bocado de carne a la boca, le dió un trago a su cerveza, y sintió como si su nivel de timidez, bajara un grado, lo suficiente como para darse cuenta que era mucha descortesía no responder a lo que se le habia dicho. -Bienaventurado seas Mattenbaan, mi nombre es Fraudir la estigia.- silencio, se acomodó un mechón de aquellos cabellos rojos y ondulados detrás de la oreja, y cogió al azar una de las tantas respuestas que habían estallado en su mente.-La gente de esta ciudad es grosera y de malos modales... es sumamente incomodo hundir la bota en un terreno tan desigual y suave como la arena.-  terminó aquella frase y añadió -Coma algo por favor, os he visto cuando entrabas por la taberna, y tiene cara de hambre.- termino Fraudir, por primera vez levantó la vista, y en aquellos labios finos y rosados se dibujo una sonrisa amable...que se borró rapidamente al tiempo que el rubor regresaba a sus mejillas, y sus ojos volvian a clavarse en el plato de comida, habia dejado las cartas de tarot reposando junto a su tarro de cerveza, y entonces pensó "Además me quedan tres monedas de plata solamente y la comida no es gratis, cuando el tabernero nos cobre, nos dividiridemos la cuenta jijijiji".

Notas de juego

Daré por hecho que te sentaste :)

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07/01/2018, 14:33
Mara

Mara notó enseguida que algo pasaba en la ciudad. Aunque era joven, había viajado lo suficiente como para comprender que si los niños y los mendigos no se acercaban a los forasteros algo malo pasaba. Esperaba encontrar trabajo en la ciudad, y en lugar de eso solo se encontró con indiferencia, miedo y repulsión. Sobretodo eso, porque la gente no se dignaba a hablarle e incluso le escupían al suelo antes de que se les acercará.
La única persona con la que consiguió hablar fue un mercader, y tuvo que ayudarle a transportar sus mercancías a cambio de la información. Así fue como acabó en la posada de Berem Karas.

El lugar tenía aspecto de fortaleza, eso era bueno si querías dormir ahí dentro. Pero por contra, despertaba más preguntas. ¿Por qué esta taberna disponía de fuertes muros estando dentro de la ciudad?
Sin embargo el interior de la taberna era muy austero, no era la mejor de las tabernas en las que había estado. Pero al menos no era la peor. El resto de las personas presentes indicaba que todos ellos eran extranjeros en estas tierras. Al final era cierto lo que le habían dicho, esta taberna era un oasis en el desierto de la indiferencia y el odio que cubría esta ciudad.
Por ahora ninguno de ellos parecía ser una amenaza, pero Mara no se confiaba de las apariencias. El único del que sospechaba era del muchacho de la puerta, ya la había mirado de arriba a abajo al llegar, con una lujuria nada disimulada. Si no fuera porque necesitaba dormir aquí le habría reventado las pelotas de una patada.

Aprovecho para pedir una frasca de vino rojo y una pieza de carne servida con sopa caliente. El sabor era agradable, y reconciliaba así su hambriento estomago con el resto del cuerpo. Pero este gasto menguaba mucho su bolsa de monedas. Necesitaba encontrar trabajo mañana, tal vez podría volver a hablar con el mercader.

Entonces escucho la voz del muchacho, intentando engatusar a la joven muchacha ligera de ropa. Cuando escucho el ruido de la bebida al caer al suelo levanto la vista, permaneciendo más atenta a la conversación.

Orchild:
— Venga, bebe. Esto saciará tu sed mejor que el agua. Ya es hora de que alguien te reciba como debe ser en la ciudad. ¿No crees?

Mara hizo un movimiento rápido, un cuchillo se materializó de repente en su mano y lo lanzó hacía la mesa. El cuchillo se clavó en ella, quedando entre el vaso y la mano de la muchacha.

Muchacha, piensatelo antes de beberte eso - dijo Mara mientras se levantaba para recoger su cuchillo. Yo de ti no bebería nada que te ofrezca esta sanguijuela de cabellos dorados.

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07/01/2018, 14:53
Ulrika leonoha

Aquella manana habia vuelto a dormir en la arena, seguia de cerca a un grupo de comerciantes que habian permitido de alguna manera que los siguiera hasta Zamboula, pero no dejaron que compartiera con ellos fuego y comida. No me importo demasiado aunque tambien tenia algo en mi interior que me daba la espina de que habia tenido suerte.

La sensacion de paz, silencio y nada me llenaba los ojos y me rebosaba el corazon. No tuve tiempo de recolectar nada, apenas unas semillas que reconoci como comestible y comi al poco tiempo. La ciudad era una maravilla de la zona seguro, nunca habia visto nada asi, pero por extrano que fuera habia mas comerciantes fuera de la ciudad que dentro, compre algunos viveres lo justo viendo los precios comparados con mis escasas posesiones. Entre en la ciudad buscando cualquier sitio donde descansar, sin encontrarlo. Despues de muchas vueltas habia tenido que zarandear a un mendigo pero me dieramas informacion, le costo escupirme un simple aviso. Me senti ciertamente culpable por aprobecharme de alguna manera, pero me era mas tranquilido dormir a cubierto.
Me bastaba para pasar la noche y poco mas, si asi era, alli habia un hombre ofreciendo sucios negocios, lo ignore directamente no solo no me parecia de fiar sino que alli adentro veia mucha angustia. Entro un grupo grande de personas, al parecer el que cuidaba la puerta siempre hacia el mismo comentario hasta que el jefe daba el visto bueno. Se me quedo clavado en el recuerdo el enorme muro que lo rodeaba, sus fuertes ventanas y gruesas puertas. Yo solo queria descansar al menos una noche, o encontraba lo que queria o me plantearia dar la vuelta por donde mismo habia venido. Mire de reojo a los transeuntes, me hizo especial gracia al que se llamaba oso, un nino en comparacion a los hombres de Asgar, pero igual podria brindar con el.

Fui directamente ha hablar con el dueno del local, habia escuchado muchas cosas de esta ciudad pero yo venia por mis propios asuntos, fuera se levantaba una tormenta pero la ignore completamente acostumbrada a tormentas de mi tierra natal:
-Da! Vengo de lejos me llaman leo, quiero preguntar por las minas de sal, me han dicho que estan por aqui cerca, tienes alguna informacion al respecto?-clave mis ojos verdes sobre los de aquel jovenzuelo, seguro que sabia mucho de la zona, aunque no fuera de aqui.-tambien queria ofrecer mis servicios como sanadora en su local, compartiria mi ganancia en una parte frente a tres, es un trato justo.- espere a que levantara la vista de aquel enorme libro de cuentas, no hubiera entendido nada ni con toda la paciencia del mundo.

En ese momento comenzo a formarse un murmullo, una muchacha a la que no habia prestado atencion lanzo un cuchillo contra la mesa. Aquello era serio al parecer, y procure no dar la espalda ha aquel hecho.

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07/01/2018, 15:52
Matténbaán

Al momento de haber dirigido la palabra hacia la mujer de cabellos rojos no recibí respuesta, esperé durante unos momentos, ella me vio una vez de manera fugaz y siguió callada. El tabernero se acercó con comida para la mujer, era un plato de carne. La mujer sacó pan y un cuchilló cortó junto a la carne al pan, entonces la mujer me señaló con el mismo cuchillo el asiento que daba de frente a ella, me senté y ella me ofreció la mitad de lo que había cortado.

Luego de unas palabras más de parte de ella alcancé a ver cómo la mujer se ponía roja como la sangre, no entiendo la razón. Tomo lo que ella me ofrece sin dejar de pensar en cuál habrá sido la razón de que su cara se haya vuelto del color de su pelo.

La mujer toma un trago y entonces me dice su nombre y me invita a comer junto a ella.

En el momento en que voy a responder oigo cómo algo ocurre en la taberna, volteó a ver estoicamente hacia el lugar de origen del ruido, el hombre del cabello rubio le ofrecía bebida a la jovencita, pero la otra joven, la armada, le advertía del peligro.

Mis ojos se fijan en el acontecimiento y digo:

-Lo único que hoy debería alterar el corazón de los hombres es la tormenta de arena que se avecina, cuidador-digo sin levantarme.

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07/01/2018, 22:21
Brianna

Brianna salió del agua del pequeño riachuelo del oasis junto a las murallas de Zamboula. La sacerdotisa había terminado su ritual, su oracion a Isthar según las tradiciones marcadas. Se purificaba antes de cruzar la puerta de un lugar depravado como el que tenía ante sus ojos. Lo había percibido mientras se encontraba desnuda, sumergida hasta el cuello y tiritando de frío por la temperatura.
La joven posó suavemente su pie derecho sobre la arena, percibió el calor que comenzaba a evaporarse por la pérdida de La Luz y que aún así era un claro contraste con la frialdad del agua del que salía. Llevaba su pulsera en la muñeca y una esclava similar, salvo por unos pequeños cascabeles, en su tobillo. Se colocó su roída capa, un cinturón con unas pequeñas tiras de tela roja que le servían para cubrir mínimamente su sexo y su culito. Saco otra tira de tela para poder tapar sus pequeños pechos, que en lugar de colocársela en horizontal, se la cruzó por detrás del cuello, simulando un sujetador. Notaba como las gotas de agua continuaban descendiendo por su piel y muchas no llegaban al suelo, se evaporaban antes por el calor que aún hacían a pesar de la hora. Antes de encaminarse a la ciudad, volvió a decorar sus brazos con la tinta que siempre portaba, respiró profundamente y salió del oasis.

Zamboula apestaba a sudor, orines y escrementos de animales. Nunca había visto tantas personas reunidas en un mismo lugar, los colores de las vestimentas, gorros, armaduras, bigotes, trenzas. Todo era diferente para ella que estaba acostumbrada a la seguridad de su templo y las efímeras salidas a pequeñas aldeas para realizar los mandatos de sus superioras, ellas le habían dado algunos consejos, como que se tapase más y por ello se pusó el cinturón y la banda cubriendo sus pechos, algo que no le gustaba.
Inocente no dejaba de mirar en todas direcciones, conocía la esclavitud pero nunca había visto hombres de piel negra. Eran fuertes y atléticos con los músculos bien definidos y la curiosidad le llevó a su primera trifulca en la ciudad. Todo por intentar tocar uno de esos hombres negros. Ella no se había imaginado que su dueño se enfadase tanto. Brianna tuvo que salir corriendo por el laberinto de calles hacia una zona aún más tumultuosa.
Allí le pareció que pasaba más desapercibida, algo difícil por su semidesnudez. En varias ocasiones notó alguna mano sobre su culo, pero volverse para mirar, solo encontraba gente, más y más gente que transitaban por la ciudad.

Le costó encontrar la posada de Berem Karas, el lugar que le habían recomendado en el largo camino. Saludó en la puerta y dio un primer pasó miedosa por tocar la madera con su descalzos pies. La joven había cometido un error, había pensado que la ciudad olía mal pero se había equivocado, mal olor era lo que percibía dentro de este lugar abarrotado. Sentada en una mesa, apartada de los demás, no había hablado con nadie hasta que ese hombre se le acercó. Era amable, le sonreía y le invitaba a beber, sin duda sería una buena persona -Eres muy amable, beberé gustosa contigo- Una amplia sonrisa apareció en su rostro y sus ojos se iluminaron con auténtica alegria por encontrar a lo que ella pensaba que era un nuevo amigo. Todo cambió al notar la mano sobre su muslo y como ascendía recorriendo su piel. Calló rapidamente y su sonrisa desapareció -Ahhh!!!- Un gritó salió de su boca y se tiró al suelo al ver como se clavaba el cuchillo en la mesa -Yo... Yo no...- Se incorporó mirando a ambos lados tanto a Mara como a Orchild -Me he debido de tropezar, será por la tormenta que se aproxima- Dió varios pasos alejándose de Orchild y acercándose a Mara -La
Posada está triste, si hubiese música yo podria bailar y así la espera para que amaine la tormenta será más liviana-
Había recuperado algo la compostura y su sonrisa afloraba nuevamente cerca de Mara

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08/01/2018, 03:24
Mara

Mara recupero su cuchillo y sonrío ante la reacción asustadiza de la muchacha. Después volvió a su mesa, pero sin dejar de mirar al joven de cabellos dorados. Esperando con ansia su provocación.

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08/01/2018, 03:28
Fraudir

Mattenbaan se habia sentado frente a ella, y mientras Fraudir se sentía cada vez más y más tonta por no saber que decirle al extraño hombre, el inconfundible sonido de una rencilla un par de mesas más allá de donde se encontraba la hizo levantar la vista, se quedó boquiabierta, con el trozo de carne entre su mano y su boca entreabierta, mientras miraba como con una presteza que no habia visto antes, la mujer castaña arrojaba un cuchillo con violencia, a la mesa donde el joven Orchild estaba con nada más y nada menos que la chica nudista. La muchacha había caido al suelo, y se levantaba nuevamente, para acontinuación aproximarse a donde estaba la dama que ahora recogía el cuchillo que había lanzado.

Fraudir volteó a ver a Mattenbaan, temerosa de que una trifulca comenzase en ese momento, asintió a las palabras, puso su blanca mano, acabada en uñas finas y ligeramente alargadas, sobre el antebrazo del hombre lobo, con mucha suavidad, para no molestarle, tratando de indicarle que lo mejor era no iniciar una trifulca, no dudaba que lograra defenderse, pero si el giganton obeso, y el abuelo musculoso decidían pelear, dudaba que durara mucho en pie...además tenía que pagar su mitad de la cena!. Habló en un tono de voz la mar de sereno y tranquilo, para que solo el lo escuchara. -No Maese Matt, los lobos no se inmiscuyen en correrías de...chacales.- tras decir aquellas palabras, habia movido la cabeza ligeramente señalando a Berem y a Orchild. -No es buena idea iniciar una trifulca con la tormenta acercándose y cobrando fuerza...Si disculpa mi curiosidad, podría saber que lo trae por estos rincones del mundo?.- termino la mujer pelirroja, retirando su mano con rapidez del antebrazo de Mattenbaan, y dando un largo trago a su cerveza, sintió un calorcillo cosquilleando por su vientre, y subiendo lentamente por su pecho y sus mejillas, haciéndola sentir ligeramente acalorada, y pese a sentirse aun cohibida por la presencia del imponente señor lobo, se sintió unpoco mas en confianza, aunque no dejaba de mirar por el rabillo del ojo al posadero, su ayudante, la chica desnuda, y la mujer lanza cuchillos.

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08/01/2018, 14:23
Matténbaán

La discusión se desarrolla y culmina con la jovencita pidiendo disculpas. Mientras los observo siento algo en mi antebrazo, es Fraudir, la mujer de cabellos rojos, me dice...¡que no inicie una pelea!

¡Una pelea!, no me imaginaba que mis palabras iniciaran la pelea, las personas se vuelven cada vez más y más volátiles

-Fraudir, mi intención no era la de pelear sino apaciguar.

Por cierto...se asombraría al ver a un chacal en una manada de lobos y a un lobo junto a chacales

Tras decir eso suelto una carcajada, hacía mucho que no pensaba en cosas así. Mis risas se ven entrecortadas cuando recuerdo la anterior frase de la mujer roja.

...¿qué significa "Maese"?, Fraudir.

Inmediatamente pienso también en si debería decirle o no mi misión, aunque realmente no tengo un objetivo sobrenatural, no hay peligro si le cuento.

-Fraudir, yo viajo con el objetivo de encontrar paz en el caos. He llegado a Zamboula por esa razón, aunque pienso partir hacia algún otro lugar en cuanto pueda, aquí sólo parece que la princesa pueda hacer eso en cierta manera...

Dicho eso río de nuevo. La mujer de cabellos rojos parece buscar la paz también.

-¿Y usted, Fraudir, ¿qué hace por aquí?-ella se ve inquieta y además emana un aire de desconfianza, al igual que un animal que huye del peligro. En ese momento me doy cuenta de algo sobre ella:

Ella huye...

-He sentido que huyes de algo-le digo entre susurros.

Dicho eso la veo a los ojos mientras mi expresión cambia a una de compasión.

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08/01/2018, 20:49
Al-Mukar "La Vibora de Arena"

El fuego había anidado dentro de la piel de Al-Mukar, alguna ampolla había empezado a florecer en la piel desnuda de sus brazos, los pies le pesaban como el plomo y cada paso era más lento y más doloroso que el anterior pero a estas alturas el dolor era bueno, la única sensación que le recordaba no estaba muerto. Había vagado tambaleándose sin vida como un espantapájaros durante casi dos días por los confines del tórrido desierto de Shem, rodeado de buitres a la espera de darse un festín con sus pobres despojos; pero el tozudo muchacho no les iba a dar tal satisfacción. No había sobrevivido tanto tiempo luchando contra su destino para terminar en la panza de un vulgar carroñero cualquier.

Cuando vio Zamboula recortada en el horizonte pensó que sería un espejismo, que el calor le había vuelto loco, al acercarse poco a poco empezó a percibir la sensación de humedad y la presencia de agua en el ambiente. La enorme sensación de alivio empezó a jugar en su contra, las fuerzas parecieron abandonarle de golpe y el escaso recorrido que le conduciría a la salvación se le hizo increíblemente arduo. Le dolía todo el cuerpo, todavía podían apreciarse unos gruesos moratones en sus tobillos y muñecas, fruto de las gruesas sogas con las que esos despojos del desierto le habían atado; sonrió cínicamente para si pues a pesar de todo aquella tortura estaba vivo. Vivo donde muchos otros habrían muerto y ese era el don con el que Anu había bendecido a la víbora de arena, sobrevivir a cualquier precio. Muchos decían que había ido al Arallú y había vuelto en más de una ocasión.

No era la primera vez que pisaba la ciudad, aquel podrido lugar fruto de la corrupción estaba a punto de estallar como una fruta madura a causa de la multitud de facciones que en ella estaban medrando: una princesa loca, guardias de tres naciones distintas y un pueblo oprimido con muy poco aprecio por los forasteros. Tambaleándose a penas sin fuerzas consiguió arrastrarse hasta el único lugar donde sabría que tal vez obtendría cobijo, la posada de Berem Karas. No sabía muy bien como pero aquel Hyrkanio había conseguido no solo sobrevivir a la "hospitalidad" de Zamboula, sino prosperar contra todo pronostico. Eso, en cierto modo, atraía la gracia y el respeto de Al-Mukar. Nada más llegar se desplomó rendido en el abrevadero de los caballos, bebiendo como sino hubiera un mañana, nunca el agua lodosa había tenido un sabor tan dulce, nunca un improvisado baño había devuelto tanta vida.

En el momento en que Orchild iba a llamarle la atención el Shemita clavó sus ojos en él con tanta rabia que hasta el bobo matón pudo entender que aquel hombre no tenía nada que perder y no hay peor adversario que aquel que no teme a lo muerte. Así pues dejo pasar la invisible afrenta e informó a Berem Karas, quien pareció reconocer al shemita-Haz lo que quieras Al-Mukar, mientras no traigas aquí tus líos y no mees en el abrevadero.-dijo riendo pesadamente mientras volvía a sus tareas. Una vez recuperó sus fuerzas y se hubo secado un poco al sol entró cojeando en la posada, sentándose en la barra junto a él, se contaron viejas y vacuas historias hasta que el shemita saco, los dioses saben de donde, unas monedas para pagarle una habitación. Subió para descansar un rato, refrescarse y bajar luego con la única muda que tenía, el resto de ropas se las dio echa jirones para que la quemara o la convirtiera en trapos.

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Caída la tarde parecía que los fortunas se habían emborrachado jugando a los dados, pues en la vida había visto tanta mujeres en aquel antro, menos aún tan llamativas. Estaba sin blanca, no podía permitirse a ninguna de aquellas fulanas pero de pronto el Oso empezó a bramar y a él acudió como un nuevo amigo, la ausencia de monedas hace la necesidad una cena y unas cervezas no era un mal comienzo a cambio de darle conversación a aquel héroe borracho. Le hizo un pequeño gesto de complicidad a Berem Karas para que le fuera cobrando las cervezas pero que a él le sirviera agua, ya discutirían más tarde como repartirse aquello.-¡Loado sea el Oso de Aquilonia, por sus cervezas, sus gestas y su generosidad!-brindó con él sentándose en su mesa, para dar buena cuenta de una cena gratuita.-¿Qué te trae tan lejos de tú madriguera Gunderson?¿El Oso ha venido a pasar calor en invierno?Jajaja. Cuéntame amigo¿qué te trae por estas tierras?La paga debe haber sido harto generoso para que llevarte tan lejos.-por un momento se hizo el silencio cuando la daga de aquella mujer interrumpió el burdo coqueteo de Orchild. Eso auguraba bronca, poco le importaba mientras no fuera con él por tanto agudizó sus sentidos para tratar de estar al tanto de su alrededor.-¡Buen lanzamiento muchacha! Pero dejemos a los tortolitos en su salsa ya que ella parece saber donde se mete. Siéntate con nosotros y comparte tú historia junto a una buena cerveza, ya has dejado claro que no llevas las armas solo de adorno sino que sabes usarlas. Ven únete a las historia del Oso, seguro que nos sorprende con algo asombroso, total, no tienes nada que perder.-dijo dirigiéndose a Mara. Al menos aquel beduino no parecía tener ningún tipo de actitud libidinosa, más bien parecía cansado tras un largo viaje por las arenas ardientes.

La pelirroja y el hombre con la piel de lobo flirteaban en un rincón, la ramera ya tenía cliente si es que aquello no estalla en una pelea, un viejo mercenario estaba en la barra charlando con Berem Karas y por ultimo se unió una mujer a la conversación, una curandera eso si que era interesante. Se levantó con la excusa de ir a buscar otra cerveza a la barra, evitando así estar en el centro de la posada si todo aquello explotaba, sentándose cerca de la mujer.-¡Eh Berem!No es mal negocio el que te propone la mujer, he oído sobre ella y dicen que no trabaja mal¿por qué no la pones a prueba y si cumple cerráis el trato?he llegado hecho unos zorros del desierto¿por qué no me hecha un vistazo?y si puede aliviar mis dolencias daré la cara ante Berem por ti ¿qué te parece mujer?-se escupió simbólicamente sobre la mano para ofrecérsela a Ulrika.

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09/01/2018, 01:56

Turno 2.

El viento aumentó sus arremetidas contra la posada, los postigos chasqueaban en la oscuridad y la madera gimió como una prisionera a la que se estuviera torturando de forma brutal. De no ser porque sabían que estaban en mitad del desierto, el repiqueteo incesante que empezó a caer sobre el establecimiento hubiera sido confundido con lluvia.
—Arena —masculló Berem Karas levantando su vista del libro de cuentas, contemplando con preocupación el techo, igual que si pudiera ver la demoniaca tormenta que empezaba a desatarse —. Ésta va a ser de las malas.

—Yo te saludo, Furan —el grueso posadero estrechó el antebrazo del fornido Furan; una forma de saludarse entre guerreros de la vieja escuela. Al hacerlo, el mercenario pudo notar que Berem Karas no había perdido la forma física que debió tener en su juventud —. Zamboula es una letrina en mitad de la nada. Olvidada por los estigios durante años, tomada recientemente por los turanios. Es tierra de nadie, a la vez, es una joya. Se pueden hacer negocios aquí —arrugó el rostro cuando la gruesa puerta de la entrada petardeó con el envite del exterior —. ¿La princesa? Su familia gobernó la ciudad pero ella se dedica a saltar de una cama a otra, mientras deja que su gente se saque solas las castañas del fuego —cruzó sus brazos sobre su grueso pecho de toro —. Los soldados creen que gobiernan la ciudad. Si les preguntas a los turanios te dirán que es su capitán, ese tal Lekk. Si hablas con cualquier estigio te dirán que es Sesset. Pero a la hora de la verdad, están empatados. Nadie quiere hacer el primer movimiento. Sesset sabe que si asesina al capitán turanio para tomar la ciudad el imperio de Turán caerá sobre él y su gente. Y un imperio es más jodido de manejar que un solo capitán —comentó mientras sus ojos pasaban del mercenario a los crujientes postigos de una ventana cercana. Se acercó y aseguró el grueso cerrojo de uno de ellos —. Pero si te gustan las historias, cimerio, hay un nombre que se susurra en la oscuridad. Dicen que ciudad la gobierna un mago —la burla asomó entre sus labios —. Gente que no quiere aceptar la realidad. Tarde o temprano habrá sangre. Alguien matará a la princesa y una familia turania ocupará su lugar, o alguien echará a los turanios de aquí y entonces habrá guerra. Dudo que los príncipes oscuros de Estigia quieran pelear por una ciudad tan alejada de su reino así que…estaremos solos —se encogió de hombros —. El mejor momento para hacer dinero es antes de una guerra, durante y después —una sonrisa codiciosa afloró en su rostro; poseía un poco de demencia, pero también de inteligencia —. Siempre es buen momento para hacer dinero.

Fraudir y Matténbaán se habían encontrado entre la multitud de la posada. Ambos parecían torpes en el trato humano pero a veces las palabras no eran necesarias. Él sentía una cercanía hacia ella que no era propio de él. Antaño había sentido cosas similares ante presencias bien distintas; el ciervo blanco de las Marcas, la mariposa con alas de Arco Iris de las selvas pictas…guías. Ella sentía al hombre como no sentía a ningún otro. Los hombres y mujeres con los que se había cruzado Fraudir eran civilizados, dados a la organización, las leyes, el dinero o las armas. Aquel que se había sentado enfrente de ella era diferente. Un hombre, si, pero uno que no parecía estar anclado a ninguna civilización.

—¡Da, Leo![/B] —Saludó Berem Karas con su mejor sonrisa ante la mujer nórdica dejando de lado su libro de cuentas —. ¿Minas de sal? Creo que un comerciante estigio me habló una vez de ellas, pero están secas ya. Ahora traen la sal de Punt. Es preferible que la compres en el mercado, yo no viajaría a los Reinos Negros —se golpeó la pierna con fuerza —. Esos malditos por poco me dejan cojo del todo.
El posadero escuchó la oferta de la mujer, la paladeó entre sus gruesos labios y luego se mesó uno de sus bigotes, como si todo aquello formase parte del proceso que le ayudaría a tomar una decisión.
—Mi casa es una posada y la mayoría de las noches las habitaciones están vacías. Mi casa también es taberna, y solo los muy desesperados se atreverían a comer a uno de mis guisos. ¡Qué diablos! Si consigues que la gente quiera venir a mi casa a curarse tenemos un trato…
Entonces todo se precipitó. En la mesa cercana Orchild había pasado una barrera. Una muy incómoda para Brianna. No hubo respuesta por su parte ya que el centellante acero de Mara salió despedido de su mano con rapidez. Y destreza. El cuchillo se clavó en la mesa igual que una esquirla arrancada de la luna. Brianna se echó al suelo y Orchild se puso en pie igual que si el cuchillo le hubiera alcanzado en el trasero. Dada la sorpresa, tropezó con la silla y a punto estuvo de darse de bruces contra el suelo.
Orchild llevó torpemente la mano a su espada mientras que Brianna había logrado acercarse a Mara. Desde el mostrador Berem Karas resopló como un toro y pidió disculpas a Ulrika por dejarla con la palabra en la boca. Para cuando el posadero se colocó entre los dos focos del conflicto tratando de que éste llegase a mayores Al-Makur ya había soltado su retahíla de palabras. Berem Karas arrojó una poco amistosa mirada a su conocido huésped. Aquello no era asunto suyo.
La casa de Berem Karas no servía el mejor estofado, tampoco poseía los colchones más mullidos o la cerveza más fresca, pero era segura.
—Orchild, ve a la cocina a fregar platos —gruñó el posadero, su tono era tan rígido como el de un sargento.
—Pero ella…casi me mata. Y yo solo estaba…—trató explicarse pero Berem Karas le cortó.
—Ya sé lo que tratabas de hacer. A la cocina —volvió a ordenar —. Te pago por trabajar.
Orchild dudó durante unos momentos pero el aspecto imponente de su patrón no poseía fisura alguna por la que colar su torpe retórica. Asintió de forma queda, alejó la mano de la espada, la cual nunca había llegado a posarse sobre ella y lanzó una mirada significativa a Mara. Se perdió con paso rápido detrás del mostrador.
Berem Karas recogió el puñal de Mara y se acercó a ella y a Brianna.
—Las provocaciones son respondidas con más provocaciones, y entonces todo se complica. Este es un establecimiento pacífico —explicó, trataba de ser amable pero no había perdido del todo el tono autoritario utilizado con su subalterno —. Muchacha, si vas provocando, la gente como Orchild se te acercará con esas intenciones. Y tienes suerte, es tan tonto que no te habría hecho daño, sino todo lo contrario. Pero en Zamboula hay gente que te hubiera hecho algo peor que invitarte a un trago. Así que tápate —luego se giró hacia Mara, era evidente que la mujer no le caía bien como cualquiera que fuera capaz de sacar su acero con tanta habilidad y prontitud. Personas con tanto nervio eran malas para el negocio. Le devolvió el cuchillo —. Una mujer aparece prácticamente desnuda en una posada. Cuando un hombre se le acerca, otra le lanza un puñal. No me gustan los juegos. No seré yo quien eche a una ramera de mi casa pero si tu chica no quiere trabajar, que se tape —hizo una pausa en la que cogió aire —. Hace una noche horrible ahí fuera, lamentaría tener que echaros —sobretodo porque entonces dejaría de ganar una pequeña suma —. No voy a hacerlo. Pero nada de bailes ni de provocaciones. De ningún tipo.

El ambiente se calmó. Si bien la tormenta parecía más furibunda a cada momento. Entre el crujido de la posada y el azote del viento se podía escuchar una siniestra letanía, como tambores que sonaban en la distancia. El trueno, hubieran dicho algunos, si la tormenta hubiera sido de agua. Pero era la misma tierra la que se estaba desplomando sobre ellos.
Cuando Berem Karas regresó al mostrador, a su charla con Ulrika, el pésimo humor de la tormenta se había contagiado a su temperamento. De nuevo, Al-Makur apareció, casi como una sombra, para aportar su particular visión al negocio que Ulrika había propuesto.
—Una parte de tres —dijo el posadero mirando a Ulrika, ignorando deliberadamente al shemita —. Si quieres hacer tratos con Al-Makur, que sea con tu parte. Por lo que a mi respecta, la palabra de un shemita no vale mucho —le tendió la mano a la norteña.
Trato o no, Berem Karas se giró hacia Al-Makur. Para Berem, el shemita era como hijo que solía volver solo cuando tenía demasiados problemas, y poco dinero. Si bien toleraba la lengua del hombre del desierto aquella noche el ambiente estaba cargado, por la tormenta, y el cuchillo arrojado al aire no ayudó a nada a cambiar el talante del posadero.
—¿Sabes cuál es tu problema, Al-Makur? Que metes la nariz en todos los sitios, por eso siempre vuelves hecho unos zorros —se giró hacia Ulrika —. Puedes tratar de curarle sus heridas, pero no te esfuerces mucho. En unos pocos días tendrás algunas nuevas.

Furan se acercó al Oso de Aquilonia quien ya había perdido la esperanza de encontrar a alguien que bebiera con él. Cuando la sombra del mercenario se perfiló sobre las jaras vacías de cerveza del Oso este llevó por instinto su gruesa mano a la pesada hacha que descansaba a su lado. Gunderson observó a su invitado, sus ojos embriagados pertenecían a un hombre que parecía estar acabado; una barba de varios días, una bolsa prácticamente vacía y un humor febril combinaban con su alegría, que no era genuina, sino el canto desesperado de un hombre que ha tocado fondo.
Cuando Furan explicó que quería aceptar su invitación toda hostilidad desapareció como por arte de magia.
—¡Aquí tenemos un hombre de verdad! ¡Tabernero! ¡Trae más meado caliente para mi amigo y para mí! ¡Ja! ¡Ya casi creía que tendría que beber otra noche más…solo! —eructó, su mirada se tornó bizca durante unos momentos. Se sacudió la cabeza —. No, no, no dejo que mis amigos paguen mientras quede dinero en mi bolsa —rebuscó en un pellejo desinflado y le arrojó varias monedas a Berem Karas—. ¡Más bebida! Ugh…creo que ya se la había pedido. No importa, no importa. Nos beberemos la que pedí antes y la que pedí después. ¿Qué te parece?
Tras aquello, sin venir a cuento, empezó a narrar una campaña que había empezado, según él, con una tormenta de arena tan feroz como la que ahora medraba en la noche.
Al-Makur, nuevamente, decidió unirse a la mesa del Oso. Se mostró amigable y el aquilonio lo celebró golpeando la mesa con ambos puños; las jarras saltaron y el plato de estofado a punto estuvo de precipitarse por el borde de la mesa.
—¡Así se habla! ¡Otro hombre de verdad aquí! ¡Más cerveza! ¡Este antro está lleno de valientes! ¡Ja! —vació una jarra de una sentada y se echó otra casi por encima —. ¡Vine aquí con una partida de aquilonios! Buenos hombres, bravos…—se calmó un poco —. Perros que me dejaron atrás. Viejo, dicen, torpe. Que el Arallu se lleve sus huesos. Formaré mi propia compañía de escoltas. Si, ¡Eso es! No necesito a esos perros —volvió a mirar su bolsa, prácticamente vacía —. Durará, lo que dure la noche. ¿A quién le importa el mañana?
Pidió más cerveza, no sin que antes Berem lanzase una mirada reprobatoria sobre Al-Makur. Las narices en todos los agujeros. El Oso se arrancó de nuevo con una historia, había sido escolta junto a sus compañeros, esos chacales traicioneros, de una duquesa en Messantia…Su historieta no duraría más que otras dos jarras de cerveza tras las cuales, el obeso Oso de Aquilonia se desplomó sobre la mesa. ¿Muerto? Imposible, ni siquiera un auténtico oso roncaría con tal gravedad.

Furan tuvo que ayudar a Berem Karas a trasladar el pesado cuerpo de su amigo Oso a la primera habitación del piso superior. Su espalda por poco se parte ante tal coloso peso. Lo descargaron no sin mucho sudar sobre la maltrecha cama que se hundió debido a las carnes del aquilonio y de su acero. Berem Karas se quedó con su hacha.
—Será mejor que le guarde esto durante la noche, no me gustaría encontrármelo en el pasillo, demandando un trago más con esto en la mano —le confió a Furan —. Mañana se lo devolveré, cuando la jaqueca le convierta en alguien más vulnerable.

***

Con las cenas servidas y la noche siendo ya la lujuriosa compañera de baile de la tormenta, el cansancio empezó a apremiar a los viajeros. Berem sirvió diligente bebida y comida y cogió todas las monedas que le fueron entregadas. De vez en cuando Orchild se dejaba ver, recogía platos y jarras vacías, pero se mantuvo callado. Una decisión inteligente.
La noche era señora de Zamboula y tomaba sus corazones como una copa que bebiera con labios de ébano.
Berem Karas les enseñó las habitaciones; eran todas idénticas. Cuchitriles alargados con una única cama, de aspecto desvencijado pero grueso colchón de paja, un arcón a sus pies y poco más. Destacar el hecho de que ninguna habitación poseía ventanas, aunque si un cerrojo más que considerable en cada una de las puertas. La única ventana se encontraba en el pasillo del cual surgían las habitaciones, extendiéndose a cada lado en dos hileras. Al menos estaban limpias y los malos olores no eran tan penetrantes allí arriba.

Notas de juego

Gunderson ocupará la habitación número 1. El resto podéis elegir. El comerciante shemita se quedará con una de las habitaciones que le dejéis. Si, es hora de irse a dormir y ya mañana será otro día.

Bueno, venga, ya que estamos haced una tirada de Percepción (o habilidades derivadas como Alerta, Sentidos Agudos, etc) para ver si escucháis algo más durante la noche que la propia tormenta.

Por supuesto, antes de iros a la cama podéis terminar vuestras conversaciones, tratos y demás, tanto con otros pj´s como con los pnj´s.

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09/01/2018, 07:02
Fraudir

-Es una palabra utilizada para referirse a una persona mayor, no necesariamente de edad, pero si a alguien que posee cierta "maestría" o conocimientos superiores en algo, no es difícil deducirlo, con solo escucharle hablar y moverse...bueno, es que me gusta observar a la gente.- explicó Fraudir con cortesía, se habia sacado ambos guantes de las manos, y los doblaba con cuidado uno sobre el otro, tomó la jarra de cerveza, y dio un largo trago, bebiendose lo que quedaba de golpe.

"El también viaja para encontrar paz en el caos...casi tanto como yo, aunque yo viajo para alejarme del caos, estas tierras ya no son seguras...me pregunto si en algun lugar de este mundo, existirá un lugar que lo sea." Se reclinó sobre la mesa, poniendo los codos en la madera, y recargando su mentón sobre el dorso de sus dedos delicadamente entrelazados, mientras dedicaba una mirada profunda con aquellos ojos verde agua a Mattenbaan, le habia agradado su risa, hacia tiempo que no escuchaba a nadie reir tan franca y despreocupadamente, ladeó su cabeza un poco como un gato curioso observando algo que llama su atención. Y entonces el le devolvió la pregunta. Fraudir se enderezó de su postura, y su semblante pasó del timido-curioso, a uno serio y bastante inexpresivo, levantó una ceja, mientras sus labios se tensaban ligeramente.

-Me dirigía al norte, a los territorios fríos, pero soy estúpida, y terminé dirigiendome a esta parte del mundo, en vez de a donde pensaba debía ir, mi madre era Estigia, y por ende yo también, aunque debo reconocer, que ni ella, ni yo, luciamos demasiado como el común de la población de ese reino, no hay demasiada gente blanca, pelirroja y con ojos de color. ¿Me entiende?.- Dijo Fraudir, intentando adoptar un aspecto despreocupado, y procurando que solo Mattenbaan, la escuchara, y entonces el hombre lanzó su siguiente comentario, le dedicó una mirada extraña...Casi tanto como la mirada de alguien mirando a un animal muerto de hambre, sintió una ligera molestia, pero no se atrevió a espetarle que "no necesitaba la conmiseración de nadie, porque era una mujer fuerte que se sabia valer por si misma", sobre todo porque Matt lo único que habia hecho hasta el momento era mostrarle cordialidad. Además, dudaba que los inquisidores enviasen a alguien tan...extravagante para buscarle, y sobre todo, no tenía la pinta de ser un sacerdote sethita.

-Son tiempos peligrosos, sobre todo en Estigía maese Matt, quizá ya esté enterado, pero en estos días y por estos reinos es muy fácil ser considerado hereje, no se equívoca mi señor, estoy escapando de mi...de mi pasado...literalmente...mi "pasado" está intentando aniquilarme- habia inclinado la mitad de su cuerpo sobre la mesa, y habia aproximado su rostro al de Mattenbaan, tomandole nuevamente del antebrazo para acercarlo a ella, pudo aspirar aquel aroma viril brotando del cuerpo de aquel hombre, sus cabellos rojos hicieron cosquillas sobre el cuello de Mattenbaan mientras la chica hablaba, acontinuación se despegó de el lentamente, al termino de su frase, con un movimiento de su torso y hombros que bien hubiese emulado al de un felino estirandose.

Desvió la mirada en dirección a donde el posadero Berem reñia a la mujer lanzadora de cuchillos, y a la nudista, y Fraudir estaba a punto de decirle que no son tiempos tan "pacíficos", como para permitir que cualquier niñato con problemas para controlar sus erecciones se quisiese propasar, pero era cierto, mejor no echar leña al fuego.

Se estiró en su aciento, produciendo un suave gemir al hacer que sus articulaciones liberasen por unos segundos el cansancio y entumesimiento, y entonces prestó atención a un extraño ruido, en medio del furioso bramido de la tormenta, sonaba algo más...algo como ¿tambores?, y ese algo sonaba bastante siniestro, y sumamente antinatural, Fraudir no se lo guardó y dijo sin voltear a ver a Mattenbaan. -Llámame chiquilla ignorante...pero no sabía que durante las tormentas de arena, fuese tradición salir a tocar tambores...- Tras un par de horas, el cansancio se hizo presente, y Fraudir se dirigió a su habitación, no sin antes despedirse de Mattenbaan. -Buenas noches Maese Matt, estaré en la habitación...si necesita algo, no dude en llamar a la puerta.- Fraudir se levantó y se dirigió a su cuarto.

Se sentó en la cama, aun inquieta por el ruido de los tambores que sonaba junto con el rugir de la arena, la cual parecía lluvia, se desabotonó la blusa, pero no se la quitó, dejando su vientre blanco, suave, y la abertura entre sus pechos redondeados visibles. No se sentía agusto, el ambiente estaba cargado de algo extraño, cerró los ojos, y con las manos comenzó a trazar unos patrones extraños en el aire, hubo un cambio en la habitación, pues pareció que el ambiente se sumiera en una inusual serenidad, mientras un suave susurrar se dejaba sentir adentro de la estancia, Fraudir habia puesto especial atención en colocar la puerta, recordando los movimientos somáticos de un conjuro que hacia tiempo no practicaba, pero recordaba más o menos.

"vengan a los brazos de su sierva, concedanme su gracia", terminó las palabras en su mente, al mismo tiempo que habia terminado de trazar con su brazo izquierdo una complicada floritura...

Se recostó en la cama, la paja era suave, y el cansancio se apoderaba de ella, los párpados le pesaban y pese a todo, intentaba percibir cualquier sonido extraño, apoderandose de ella un sueño extraño y sobresaltado.

 

- Tiradas (3)

Notas de juego

Me escojo la habitación 10.

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09/01/2018, 19:59
Furan

Como lo suponía, el altercado de la daga en la mesa había quedado en la nada. Furan solía leer bien ese tipo de situaciones. Lo máximo a lo que hubiese llegado eran heridas menores. Nada de lo que preocuparse. Aunque pensó que el asunto había estado mal manejado, y no sería tan fácil que el tal Orchild se tragara su orgullo. Su mano había ido demasiado rápida hacia su acero.  No, aquel asunto no había terminado. Miró a la chica de los cuchillos, y si en algún momento cruzaban miradas intentaría hacerle algún gesto de advertencia hacia el rubio. Si no lo hacía, estaría con el oído atento por la noche. No porque fuera su asunto, pero  si la cosa no había terminado allí, la retribución sería traicionera, y eso si que el cimmerio no lo toleraba.

Escuchó de buen grado las historias del Oso. Incluso aportó alguna historia de su pasado, cuando era un pequeño acompañante de su tribu natal, el Clan del Búho Negro, y como sus compañeros aniquilaron a todos sus enemigos pictos menos a uno, para que sea su primer muerto en combate. Furan tenía 13 años.

Pronto la tormenta se hizo sentir en las ventanas, y de alguna manera la violencia del viento afuera pareció aquietar los ánimos adentro. El cimmerio observó las reacciones de los presentes, en especial del shemita que no había emitido sonido, aunque quiso ver quien se atemorizaba y quien no. Luego ayudó de buen grado a cargar al aquilonio a su habitación cuando el alcohol logró su efecto.  

Al final pagó al posadero y se dirigió a su habitación.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Supongo que tiro 1d10, no tengo habilidades escogidas similares a "alerta" y no sé si corresponde por profesión. Si fuera así luego tiro el/los dados que falten.

 

- HABITACIÓN 7

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09/01/2018, 20:02
Furan
Sólo para el director

Sentado sobre la cama, Furan se concentró en darle una solución a su problema. De eso dependía mantener la cabeza sobre sus hombros.

Las posibilidades eran variadas, y difíciles de abordar. La primera era sumar uno mas uno, y asumir que el mujeriego capitán habría logrado agitar las sábanas de la lujuriosa princesa, y algo mas, algo que no gustaba de ser agitado. Y con eso se había ganado algún problema serio.

Otra posibilidad era que a algún grupo bienintencionado de estigios no le gustase que un capitán extranjero ande metiendo las narices en asuntos que tenían bien ordenados, y aunque eso no se podía descartar, en ese caso Sesset no hubiera necesitado un mercenario como él, o al menos eso pensaba el cimmerio.

Una mas podía ser algo relacionado con la posada donde estaba. Era un lugar donde se alojaban extranjeros, y el teniente parecía suponer que no ser local abriría alguna puerta. 

La última posibilidad era la que le erizaba la piel. Si era cierto que la ciudad la gobernaba un mago en las sombras, no era descabellado pensar que no le gustara la ocupación turana y decidiera tomar cartas en el asunto, por ejemplo haciendo desaparecer al capitán enemigo. Furan deseaba que no fuera esto. Con hombres y con bestias se podía luchar. Sangraban, golpeaban, podían tener mas o menos habilidad, pero las sorpresas eran moderadas. En cambio con alguien sin alma que podía realizar cosas imposibles, las cosas cambiaban. Para mal. Y por eso nunca mas volvería a la oscura Shadizar.

Finalmente desistió de avanzar más en sus elucubraciones, él era un hombre de acción. A la mañana siguiente tomaría una decisión y comenzaría a investigar alguna de las opciones. 

Pasó el cerrojo y dejó su espada larga sobre el suelo, con la parte del filo trabando la puerta. La espada corta bajo la cama, a mano, y la daga debajo de la almohada. Nunca se podía estar demasiado prevenido en una ciudad como aquella. Y si bien era cierto que la posada parecía lo suficientemente segura, la experiencia le había enseñado que nunca se podía bajar la guardia.

Cuando cerró los ojos no pudo evitar imaginarse los malignos ojos del dichoso mago observándolo desde las sombras, y concluyó en que su descanso no iba a ser completo.