Partida Rol por web

Radovick no captó nada extraño en la historia del hombre, que se apresuró a contestar:

-Hemos matado a Balthar el Destripador -explicó Zarek-, que intentó abordarnos hace unas horas. Me alegra poder decir que esa alimaña ya no anda por el oceáno gracias a mí. Pero por favor, ayudadnos y os contaré el resto de la historia personalmente.

Venga ya, si dice la verdad le pego un lametón a la borda de su barco.

Iba a decir que sí, a ver qué tramaban esos bellacos, y entrar directamente al barco a ver a esos 'heridos'. Pero recordó una cosa. ¡Eran los De Graff! Nadie pensaba que fueran buenas personas.

- Oh, no veo por qué no, yo sé algo de medicina. No les dejaré como nuevos, pero probablemente sobrevivan gracias a mi ayuda. Pero los útiles necesarios para curarles los tenemos en el interior, de modo que tendrán que traer a los heridos hasta aquí, de otra manera será imposible conseguir algo útil con ellos. - dijo el novel, con aquella sonrisa tan elegante que ponía cuando se le antojaba. - Como ha dicho mi hermano, buscamos a una famosa pirata llamada Ran. Tenemos asuntos que tratar con ella. Mientras traen a sus hombres... ¿nos diría algo, si es tan amable, señor conde? -

El conde se rascó la cabeza.

-Si movemos a los heridos puede que les causemos daños muy graves -dijo él-. Pero... bueno, si no podeis venir, iremos nosotros, no os preocupeis.

Los barcos se unieron por las bordas y dos marineros procedieron a transportar a un tercero en una parihuela improvisada. El segundo entró en el barco poco después. El conde pasó después de este. De cerca era un hombre con un rostro singular, no exactamente atractivo pero con un toque burlón. Ponía su mano en el pomo de la espada que tenía en la cadera, como si no se fiase exactamente de ellos, pero sonreía.

-Si estais buscando a Ran, os recomendaría que os armaseis hasta los dientes. No es una mujer fácil de derrotar. Tiene a su cargo a muchos piratas, y, lo que es peor, domina la magia negra.

Ensombreciéndose el gesto al oir las palabras del conde Zarek

¿Magia negra decís? ¿Es una información ciertera o simples rumores que corren de boca en boca para hacer más grandilocuentes las historias de marineros borrachos?

Parece que no me he tomado nada bien bien la posibilidad de que fuerzas malignas también estén en juego ya que mi tono se vuelve algo más grave. Intentando aclararme un poco, vuelvo a la tanda de preguntas

Supongo que una mujer como ella también tendrá enemigos, los cuales desearían verla destrozada, a ellas y los suyos, más que otra cosa sobre este mundo, ¿verdad?

Las palabras de un pirata, y más si ese pirata era noble no es que me sirvieran de demasiado, sobre todo, teniendo en cuenta que seguro que sería capaz de vender a su madre, como todos los malditos piratas que llenaban este mar. Al menos, a Rembrandt se le veía con la suficiente sangre fría como para decirle que haría algo por sus heridos siempre y cuando él respondiera a unas cuantas preguntas sobre la pirata a la que estábamos buscando.

No sabía de qué pirata estaban hablando, al que habían derrotado, pero al parecer mi compañero sí le conocía y di por supuesto que sería alguno importante, sobre todo para causar tantos estragos en un barco como este.

Lo que ya me gustó bastante menos, fue el hecho de escuchar que la mujer a la que buscábamos, Ran, sabía de magia.

- ¿ Magia negra? - Sonreí irónicamente como diciendo que ahora ya sabía por qué la gente la temía tanto. - La cosa no va a resultar nada fácil ni aunque consigamos acabar con todos sus malditos piratas. El problema más pero más grave va a ser hacerle frente a ella.

Ahora sí, habían conseguido que me pusiera nerviosa, aunque no por los hombres que teníamos delante, que esperaba que no intentasen nada malo, sino más bien que ya estaba pensando en cómo nos las íbamos a arreglar contra la pirata. Lo veía todo muy pero que muy negro.

- Magia negra... bueno, la magia le servirá de poco cuando se encuentre con una flecha clavada en su cuello. - dijo Rembrandt con toda tranquilidad, haciéndole un gesto de cabeza a los otros dos, a modo de saludo. - Pero gracias por el aviso, aunque ya tenemos constancia de lo peligrosa que es. -

Entonces miró a aquel que tenía la mano en la espada, con una mirada interrogante. - ¿Aún nervioso por el combate, marinero? -

-Como comprendereis no suelo fiarme de cualquiera, y menos en estas aguas. Si estos hombres no estuviesen con las tripas fuera no me habría molestado en pediros ayuda. Pero teneis razón, estamos entre amigos y no hay motivo para dudar, ¿verdad? -contestó Zarek-. En cuanto a la pregunta de los enemigos... Bueno, quizás el mismo diablo. O alguno de los Reyes Pirata. O la Inquisición. Elegid quien más os guste y pedidles ayuda.

Los cuatro marineros que habían traido las dos camillas dejaron a los heridos en la cubierta. Habían sido tapados con una manta hasta el cuello y en sus rostros se veía el horror y el dolor congelado. Probablemente eso los hubiese dejado inconscientes, porque no se movían ni gimoteaban.

Miraron a los dos hermanos y a Ayan y se cruzaron de brazos.

Estaba claro que necesitábamos la información que aquel tipo pudiera proporcionarnos y viendo que aquí siempre funcionada el ojo por ojo, decidí meterme al fin en aquella conversación en la que no había querido inmiscuirme, ya que Rembrandt parecía desenvolverse bastante bien con las palabras.

- ¿ Conoces el paradero de esa mujer?

En realidad era lo único que nos importaba, no cuantos malditos piratas morían o vivían mientras se daban " cariño y a mor " entre ellos.

Me mantuve en el mismo lugar en el que estaba tras mi pregunta, que aunque no había querido estar delante junto con los hermanos, tampoco es que me hubiera escondido en ningún momento.

-¿Qué más da? -dijo Zarek desenvainando la espada-. Si os vamos a abordar antes de que podais llegar a ella.

Uno de los marineros se abalanzó sobre Radovick intentando cogerle desprevenido y rajarle la garganta, pero el guerrero acróbata se percató de ello y tuvo oportunidad de volverse. Todo había sido un engaño y no quedaba sino luchar.

Rápido como una exhalación, el pirata lanzó una estocada a Rembrandt que le cogió por sorpresa. Hundiéndole el acero en un costado, impactó contra las costillas y el novel recibió un grave daño. Perdió la fuerza en las piernas y cayó al suelo sin poder sostenerse.

Sintió como si un frío metal entrara por su costado y se clavara en sus costillas... ¡Joder, era un frío metal entrando por su costado y clavándose en sus costillas! El nivel de adrenalina en sangre del chico subió a niveles desorbitados y la cabeza se le nubló. Sólo había una posibilidad en mente: correr.

Y, ya medio muerto, no supo hacer otra cosa que dar la vuelta, echar a correr y lanzarse por la borda sin mirar siquiera atrás. Si se quedaba arriba, moriría. Si se tiraba al mar, quizás también. Pero era mejor un quizás que un 'sí'.

Me esperaba algo así, este encuentro en alta mar era demasiado raro desde el comienzo...

Cuando uno de los marineros del traicionero Zarek se me echa encima intentando degollarme como se hace con el ganado, me aparto de la embestida con dos rápidos pasos laterales e, intentando aprovechar el mismo impulso del tipo, lanzo un golpe lateral con la intención de que se empale con su propia inercia mientras macullo

Ratas...

Tal y como pretendía Radovick, el marinero se empaló en la enorme espada que portaba el guerrero. Se desclavó de ella con un grito y se desplomó en la cubierta del barco en un mar de sangre. Ese ya no se levantaba.

Sin embargo, los otros tres se mantenían vivos y coleando, y ya habían sacado sus armas: uno llevaba un garfio y los demás cuchillos largos. El del garfio se abalanzó sobre Radovick tan pronto su compañero caía al suelo. El guerrero acróbata lo esquivó sin problema alguno, mientras el segundo atacaba a Ayan buscando apuñalarla en el pecho y el tercero se caía al resbalarse con la sangre de Rembrandt.

Ayan no logró esquivar el ataque del pirata y recibió una puñalada en la clavícula que por suerte no llegó a tocar el pulmón. Un chorro de sangre manó automáticamente de la herida y ella gritó de dolor. Pero aún tenía oportunidad para vengarse.

Observando por el rabillo del ojo, cuando me aparto de la embestida del pirata del garfio, de que otro de ellos ha conseguido apuñalar a Ayan, siento una especie de calor pesado que me sube por la columna.

Aprovechando de que los dos piratas restantes están recuperándose y sin actuar, respectivemente, de improviso me abalanzo sobre el tercero de ellos con la intención de acabar por la vía rápida.

¡Deja a la muchacha, malnacido!

La enorme espada oscila de un lado al otro, silbando de manera igual a una guadaña al segar trigo en el campo.

La espada de Radovick trinchó al hombre como había hecho con el anterior y lo dejó malherido y sollozante. Zarek, por su parte, se balanceó y aprovechó que Radovick estaba ocupado con el otro hombre para lanzarle una estocada feroz. El guerrero no pudo detener la hoja de la espada larga que produjo un corte a lo largo de su antebrazo.

El otro pirata intentó clavarle el garfio en el costado, pero Radovick lo esquivó y descubrió una brecha en su defensa.

La rata de Zarek parece que no piensa estarse parado, aún teniendo esbirros sobre la cubierta de nuestra nave, y el corte recibido en el antebrazo es una prueba fehaciente de esto.

En un momento dado me veo obligado de nuevo a evitar la acometida de último de los piratas. Aunque el ataque es veloz, no es en absoluto acertado y termina por dejar una abertura en la defensa del tipo. Intentando aprovechar este error arremeto contra él.

Tenía que hacer algo si no quería que se acabara aquí nuestro viaje, y quizás algo más que todo eso, como nuestra vida. La verdadera lástima es que mi primera corazonada sobre todo esto fue acertada y no eran trigo limpio, pero suponía que tenía la esperanza de que por una vez todo no se viera del color negro que lo veo siempre todo y se viera un poco más gris como lo vio Rembrandt en ese momento.

Al menos Radovick seguía fuerte e incansable y ahora, tenía que ayudarle porque estábamos en inferioridad. Una vez hube canalizado la suficiente energía, me moví lo justo para que mi ataque no pudiera dar a ninguno de los hermanos y levantando la mano, la bajé velozmente haciendo que un silbido, como el de un objeto afilado, surcara el aire, en dirección al jefe de aquellos malnacidos y si me llevaba a alguno de los hombres por el camino, pues mucho mejor.