Partida Rol por web

Un viajero estelar tarda mucho en acostumbrarse al uso de un motor de Deriva. La sensación mientras el motor, híbrido de magia y tecnología, se calienta, se prepara, el cambio en el aire, que crepita con energía, la vibración que sacude la nave de un extremo a otro, la magia envolviendo el casco como un galvanizado eléctrico, el ligero olor a ozono en el aire...

Y luego, por supuesto, el salto. El mundo se dobla y se comba como si fuese un extraño espejo cóncavo, o como un plástico que se arruga deformando la luz. El paso a la Deriva no abre un portal, como con otros planos, un umbral que se cruza simplemente, sino que la Deriva tira de la nave y la atrae como un magnetismo planario hacia su interior. No hay portal, no hay umbral, simplemente pasa, un momento en el Plano Material y al siguiente en la Deriva. El mundo fuera de la nave parece alargarse y estirarse como una goma, mientras las tripas te dan un vuelco y se te encogen al tamaño de una nuez. Y finalmente, sin más, la sensación desaparece y el piloto se encuentra en aquella nada absoluta, un espacio infinito y plateado de luz ambigua que sale de todas partes y ninguna. Y es mejor así: en la Deriva hay cosas a veces, pecios, trozos de edificios, fragmentos de tierra, criaturas amistosas y no amistosas... cualquier viajero de Deriva reza por no encontrarse nada más que esa nada plateada durante sus viajes.

Y eso fue lo que le pasó a Kerry: durante dos días enteros, no vio absolutamente nada mientras navegaba, guiada por el ordenador de la nave, a través del Plano. Finalmente, con un tirón y un estremecimiento iguales a cuando entró, fue expulsada de la Deriva, y se encontró de nuevo en el espacio real, solo que tremendamente lejos de donde había partido. Ante ella, se desplegaba, azul y verde, Castrovel, el planeta selvático, hogar de lashuntas, elfos, formícidas y tantas otras razas. Naves pequeñas, grandes o gigantescas salían y entraban de su atmósfera como si el planeta estuviera sufriendo una lluvia de meteoritos.

El ordenador le indicaba el camino a Qabarat, y tras la accidentada reentrada en la atmósfera, que siempre hacía traquetear y temblar la nave, se encontró sobrevolando la impresionante jungla de Castrovel, un manto verde que bullía de vida, con grandes aves volando en bandadas, ballenas saltando en las aguas azul zafiro de sus mares y aquí y allá, una sombra o un movimiento que dejaban ver durante un instante alguno de los famosos integrantes de la megafauna de Castrovel, tan hermosa como peligrosa.

Llegó a Qabarat en una hora, tras esperar en las congestionadas vías aéreas de acceso a la ciudad. Sus murallas brillaban blancas, altas y gruesas contra el verde de la jungla, unas murallas nada ornamentales: eran para impedir el paso de animales y otros pueblos con los que la paz era siempre frágil. Qabarat era gigantesca, y al ser uno de los mayores espaciopuertos del planeta, tremendamente bulliciosa, llena de color, vida y algo que echaba de menos cualquier viajero espacial: sonido. Tras el viaje espacial, los sonidos de la jungla, la gente y los motores eran abrumadores. Tras recibir la autorización, se le asignó un hangar, y Kerry aparcó con dificultad en un hueco enano entre un rozasoles modificado del Archipiélago Ardiente y un enorme guardacolmenas de Iiu¹.

Los paneles de neón advertían a todos los viajeros que llegaban, en enormes letras azules en varios idiomas:

CUIDE SUS PERTENENCIAS 

CIERRE SU NAVE

BIENVENIDOS A QABARAT

COMPRE LOS MUSLOS DE AADERO DE TRIM

RECUERDE PAGAR EN CAJA SU ESTANCIA

PINTURAS DE NAVE VIRADEN: NUNCA EL ESTILO ESTUVO TAN AL ALCANCE DE SU BOLSILLO

Y cien mensajes más. Podía ser bastante agobiante ya que los mensajes publicitarios estaban entremezclados con la información realmente importante, como la indicación para llegar a la caja donde pagar su estancia. La seguridad era discreta pero visible: aquí y allá, elegantes lashunta con trajes oscuros de aspecto caro y grandes bultos en la cadera, donde llevaban las pistolas y las porras eléctricas. Los castrovelinos no se tomaban a broma la seguridad de su espaciopuerto.

El río de todo tipo de criaturas, desde lo claramente humanoide hasta lo ni remotamente humanoide, conducía a Kerry hacia la caja, una fila de cuarenta puestos en los que dependientes humanos, lashunta y shirren cobraban a los viajeros. Cualquier protesta era solucionada con rapidez y discreción por la aparición de dos guardias trajeados. Tras casi media hora de espera en la abarrotada cola, Kerry llegó frente a un lashunta con el aspecto aburrido de quien lleva ocho horas repitiendo lo mismo.

Tras preguntarle el código del hangar, que le habían dado al aterrizar, el lashunta dijo mecánicamente:

-Cinco créditos para los primeros siete días, por favor. Si desea estar más de siete días, son diez créditos adicionales por cada siete días adicionales.

Le tendió un aparato donde introducir un creditdrive. Si pagaba sus cinco o más créditos, según había podido ver mientras hacía cola, el cajero le señalaba la zona de las puertas, que entraban ya en terreno de la ciudad.

¡Qué hermoso que era Castrovel! Estaba lleno de frondosa vegetación y exótica fauna. Había más vegetación que cualquier jardín, y era de un vivísimo color verde. Había un dicho muy común que rezaba que un planeta es algo muy pequeño en comparación con la inmensidad del espacio, sus planetas, sus vidas. De hecho, en las escrituras de Weydan aparecía esta frase, también justo lo completo contrario a continuacón. El espacio era muy pequeño en comparación con la inmensidad de un planeta. Ambas frases, aunque contrapuestas, tenían todo el sentido del mundo (o del universo), y especialmente en aquel momento, en el que la Kerry.Co entró en la atmósfera cambiando radicalmente de paisaje y ambiente.

Y eso no era todo. Cuando tras sobrevolar por la naturaleza llegó al fin a la brillante Joya del mar occidental, Qabarat, vio si cabía un paisaje aún más hermoso. Unas enormes murallas blancas simples y funcionales, protegían la ciudad de la megafauna y cualquier otra amenaza. Puede que no tuvieran ornamentos, pero eso no quitaba que, al menos para el extranjero, le parecieran igualmente bonitas. No le importó tener que esperar una hora en aquel atasco de naves entrantes y salientes, y de lo único que se arrepintió es de no habersele ocurrido abrir las compuertas de la nave y dejar que entraran el aire fresco y los olores de la selva.

Finalmente aparcó, cogió sus cosas, salió y cerró la nave. Tras un largo rato en la cola en la que Kerry tuvo tiempo hasta de aburrirse después de mirar todas las naves que había aparcadas aquí y allá, y también a los distintos tipos de gente, le llegó la hora de pagar el aparcamiento del hangar. "Cinco días." asintió, y introdujo el Credit Drive, la cantidad y pagó.

Bien, hora de buscar esa dirección y ver al cliente...

Nada más cruzar las grandes puertas hidráulicas del hangar, la ciudad de Qabarat se despliega ante Kerry con todo su esplendor. Es una de las ciudades más importantes de todo el planeta, y su prosperidad se ve en cada edificio y cada calle. Ante ella se alzan enormes construcciones de imitación de piedra blanca, o de acero y cristal, que albergan tiendas, pisos, oficionas y todo tipo de servicios. Pasa junto a dos hoteles estratégicamente situados cerca del hangar, donde humanos y lashuntas con elegantes trajes reciben a los huéspedes. Las calles son anchas, llenas de color, luminosas y bien empedradas. Un río de coches y otros vehículos más exóticos pasan por las carreteras, en un tráfico fluido y bastante silencioso. 

Gracias a la infosfera local, a la que no tarda en conectarse, puede ver perfectamente la ruta que tiene que seguir hasta la dirección proporcionada por el cliente. Está algo lejos, según las estimaciones de su unidad de navegación tardaría aproximadamente una hora y media o dos horas caminando. 

Kimberly dejó en la nevera de la nave las asquerosas y correosas raciones de campaña. También dejó ahi el pack de cocina: después de todo las bolsitas LPC ya venían con utensilios para comer. Tenía la mochila cargada de 'trastos' pero no sabía qué más podía soltar. Los textos sagrados y el diario personal tampoco pesaban tanto, y el resto eran kits de herramientas e higiene, las armas y poco más. Enganchó la mirilla telescópica al Rifle láser de manera que no tuviera que sacarlo de la mochila, pero aún así de igual forma probable necesitaría sacar las herramientas de francotiradora de la mochila cuando tuviera que hacer el trabajo... ...Y eso suponiendo que el trabajo pudiera hacerse de dicha manera.

Tenía dos opciones, ir andando o pedir un robotaxi. La verdad, andaba muy justa de dinero, así que aunque se moría de ganas de llegar al destino y conocer los términos de la misión, Kerry decidió ir andando. Así estiraba las piernas, paseaba por la ciudad... Según parecía tardaría unas dos horas en llegar pero no parecía que fuera un problema para ella.
 

Kerry echa a andar, ignorando los robotaxis y gravitrenes para ahorrar dinero, y disfruta de la animada y brillante Qabarat mientras sigue las indicaciones de su unidad de comunicaciones, que le marca el camino. Se cruza con seres de todas las razas, aunque predominantemente lashuntas. Pasa por todo tipo de negocios, tiendas de animales exóticos, tiendas de armas, talleres de reparación, bares, restaurantes y casas de placer. Todos los servicios están disponibles para el viajero en Qabarat si tiene el dinero para pagarlos. Por supuesto, también encuentra una terminal de AbadarCorp, donde puede realizar el pago de su préstamo sin problemas. 

Por fin, tras dos horas de caminata, notando ya el peso de su repleta mochila en la espalda, que pesa considerablemente por llevar casi todas sus pertenencias, llega por fin a la dirección. Nota las piernas como si fuesen de madera, y protestan al ver que, para subir hasta la puerta, tiene que ascender un buen tramo de escaleras. Aunque la caminata ha sido agotadora, parece que ya ha llegado a su destino. Ya ha dejado atrás las zonas céntricas más ricas de Qabarat, y aunque donde está no es un suburbio, sí es una zona mucho más humilde, residencial y tranquila. 

Tras subir las escaleras no le cuesta mucho encontrar de entre todas las puertas la marcada con el número que se le indicaba en la petición. Cuando llama al timbre, no tardan en abrirle la puerta. 

Al otro lado, hay una habitación ridículamente pequeña, de unos cuatro metros por cuatro, con una pequeña ventana y una minúscula mesita circular en el centro. Bajo la ventana hay una esterilla en el suelo, y una mochila junto a ella. Por lo demás, está vacío, aunque es tan pequeño que solo con eso ya parece abarrotado.

Quien le ha abierto la puerta es un elfo anciano, y Kerry sabe bien que para que un elfo parezca anciano tiene que tener muchos, muchos años, no menos de setecientos. Su pelo fue negro en algún momento, pero ahora ha encanecido completamente, y tiene la constitución delgada y espigada de toda su raza. Sus ojos, como todos los de sus congéneres, no tienen pupila, sino que son de un color sólido y continuo, como gemas incrustadas en las cuencas. A pesar de ello, sus facciones son amables, y la saluda primero en castrovelino, para luego pasar al común al ver que no le entiende. 

-Buenas tardes, ¿Qué desea? Disculpe, estoy esperando a alguien.

¡Caramba! ¡Un elfo anciano! ¿Cuántos años habría vivido? ¿Milenios? ¿Habría perdido muchos recuerdos por culpa del Intervalo? Seguro que pasar un día explorando su sabiduría y escuchando sus historias bien podría ser una experiencia inolvidable. Pero ambos tenían prisas y a juzgar por el mensaje que dejó, podría ser asunto de vida o muerte. Mejor sería ir al grano... siempre y cuando, claro, que él fuera de verdad el cliente al que andaba buscando. Encajaba con el perfil, desde luego, especialmente porque se notaba que el piso alquilado era temporal. Pero nunca se sabía. Decidió intentar ir al grano pero de forma sutil, sin revelar demasiado, en un primer tanteo de la situación.

"Buenas tardes. Weydan es dios de todas las razas. ¿Hablo con Varen?"

El elfo frunció el ceño y la observó con renovada atención, probablemente dándose cuenta por su equipo y su aspecto que no es ni una vendedora puerta por puerta ni un vecino pidiendo azúcar. 

-Puede que te hayas confundido de puerta. Aquí no hay ningún Varen... a no ser que quieras decir Veren, ese soy yo.-dice amablemente pero con cautela.

Varen, Veren, ¿qué más daba, pensaréis? ¡Pues mucho en realidad! Era como si a ella la llamaran Korry o Kamberly, o Camembert o algo así. Uy, ahora le había entrado hambre. ¡En fin, que no molaba! Vaya una primera impresión que le había causado al pobre elfo... Pero aún estaba a tiempo de arreglarla. Kimberly asintió como si nada y continuó. "Sí, exacto. Sólo quería asegurarme de que hablaba con la persona correcta. Veren, quién envió una transmisión con cierta petición a cierta nave de Iomedae. Veren, el elfo que espera visita de humanos. Yo soy esa visita. Puedo darle todos los detalles si quiere... sé que no tengo pinta de lo que estaba buscando." Kimberly miró a su alrededor "...¿Imagino que querrá usted hablar de este asunto en privado? Si no, puedo informarle en silencio y por comunicador." después, le dio una reverencia de cabeza al uso mientras se presentaba, ofreciéndole la mano para estrecharla. No estaba segura de si los elfos estrechaban manos pero lo bueno de que este hubiera vivido tanto era que seguro debía estar acostumbrado. "Soy Kimberly Hart. Mécanica a domicilio... pero ese no es mi único trabajo."

El elfo la escuchó y la observó un instante con expresión inescrutable, de tal forma que era difícil decir si estaba sorprendido o no. Finalmente, con un gesto, la invitó a pasar, apartándose de la puerta. Si Kerry pasaba, cerraría tras ella. 

El apartamento era muy pequeño, de tal forma que con solo dos personas ya parecía abarrotado. El elfo se sentó con las piernas cruzadas en la esterilla, dejando a Kerry con las opciones de o bien sentarse en el suelo o bien permanecer de pie, a no ser que quisiera sentarse en la mesita circular del centro de la sala. 

-Para ser sincero, no esperaba a una mecánica, esperaba a sus Caballeros, a más de uno, de hecho. No es una tarea sencilla, y en realidad no creo que se requiera para ella conocimientos mecánicos. Por tus armas puedo deducir tu otro trabajo... lamento decir que se acerca más a ese que al de mecánica. Si no eres una Dama de Iomedae, ¿cómo te has enterado de mi petición? Aprecio tu iniciativa, pero interceptar comunicaciones es un delito en Castrovel y a los Caballeros no les hará gracia. 

Ella permaneció de pie, aunque dejó reposar la espalda en la pared. Sentarse en la mesa habría sido rudo, y si el elfo no le había ofrecido asiento era porque probablemente no pretendía quedarse mucho tiempo charlando con ella. Bueno, o eso, o que el anciano milenario para los años que tenía no sabía ya tratar las visitas. Vete tú a saber. Quizás fuera costumbre élfica pedir asiento o algo... Ella no entendía mucho de la cultura élfica, pero estaba muy feliz de estar hablando con uno. Quizás cuando acabase la misión pudiera preguntarle todo tipo de cosas. ¿Qué coméis los elfos? ¿Qué persona de todas las que haya usted conocido le marcó especialmente más, y para bien? ¿Es verdad eso que dicen de que los elfos seguís aprendiendo tiro con arco hoy día? ¿Cómo es vivir tanto tiempo, qué se siente, qué añora?

Sí, quizás al terminar la misión. Kimberly estaba tranquila, su pasión era la mecánica pero eso no significaba que no le hubiera cogido el gusto a su otro trabajo. Lo que más le gustaba del mismo no era precisamente el fragor de la batalla... sino el conocer los clientes. Intentaba siempre no servir de ayuda a malenantes, Sarenrae lo impidiera. En ocasiones, el dinero escaseaba y no tenía más remedio. En esta ocasión no parecía ser ese el problema... sino que para el encargo necesitaría a más de un individuo. ¡Rayos!

¿Interceptar comunicaciones y ofrecer su ayuda? ¡Caramba con el elfo, que se las sabía todas! La regañina calmada le recordó a las que el Inspector Warren les daba a los Rainbow Rangers por meterse a ayudar donde no les llamaban. Buenos tiempos aquellos. Sí, Kimberly había interceptado comunicaciones más de una vez para eso mismo, aunque particularmente más para ofrecer sus servicios de mecánica más rápido y a mejor precio. Por fortuna, en este caso, ella no se había enterado de la petición de socorro así.

"No se preocupe por eso. No es el caso, mire." negó con la cabeza, sacando la memoria USB que le entregaron y enseñándoselo, poniéndolo en la mesa. No por el contenido digital, sino por el emblema de la orden que figuraría en él ¹. Aunque por desgracia no figuraba el nombre de la nave, así que no era una prueba perfecta. "Le contaré los detalles. Es una historia un poquito larga, pero intentaré resumir. Me envía la Arcediana Danora, de la Ira del Sol, sí, aunque es cierto que no formo parte de la Orden de Iomedae ni les represento ni nada de eso. Sólo soy una cazarrecompensas que casualmente pasaba por el sector... ¿cómo era?" la chica se llevó dos dedos a la sien activando su implante exocortex para buscar el nombre exacto del lugar. Mientras lo hacía frente a ella apareció un pequeño holograma azulado que simulaba una pantallita con símbolos sin significado pasando. Era una convención que se había inventado hacía mucho para mostrarle a los interlocutores que el otro estaba buscando datos. "Ah, aquí está. Sector XC7.Verces-95J." leyó, desactivando entonces la búsqueda y también el holograma. "Me encontraba hace dos días viajando por allí, algo después de terminar de ayudar a reparar un desastre a una nave que me había llamado. Recibí una transmisión por banda ancha transmitida a todo el sector: La Ira del Sol había bloqueado los saltos de deriva hasta dar con tres cazas eoxianos de la Flota Cadáver. Los cazas me encontraron a mí, y... bueno, al rato apareció la nave catedral de Iomedae al rescate. Hehe. No quiero presumir demasiado, señor Veren, pero le aseguro que cuando llegaron yo ya los había despachado. Me envalentoné y solicité subir a la nave para ofrecerles mis servicios como piloto o francotiradora, y... me echaron pronto porque habían recibido otra solicitud de auxilio aún más acuciante que la suya. Pero me dieron ese USB con los datos de su llamada de auxilio, dándome vía libre para atenderle, si quería y podía, en su lugar."

Suspiró y asintió, sabiendo por boca del propio cliente que éste esperaba una compañía, no un solo individuo. "Siento no traer un escuadrón conmigo, señor Veren. Casi siempre trabajo sola."

El elfo escuchó a Kerry con atención y tranquilidad, y con esos ojos inquietantes y fijos de color sólido. Conectó el USB a su unidad de comunicaciones y revisó el contenido, pero tampoco había nada que probara especialmente que no había interceptado aquellos datos. Escuchó su historia sin dar muestras de si la creía o no, manteniendo la misma expresión todo el tiempo. 

-He visto en las noticias el ataque a una cantina espacial, y que luego fueron allí los Caballeros.-suspiró-Bueno, no puedo saber si lo interceptaste, pero en realidad, siendo egoístas, es tu problema. A mí me es indiferente quién atienda mi petición, mientras lo haga alguien. Si digo lo de que esperaba que no fuese uno, es por ti, no por mí. El encargo es peligroso. 

Por desgracia, tengo que decirte que no has hecho muy buen negocio. No tengo casi nada para pagarte. En metálico solo puedo ofrecerte cien créditos. Es una cantidad ridícula por poner tu vida en riesgo, lo sé, pero no tengo más. Sin embargo, puedo ofrecerte otra cosa. Primero, por supuesto, todo lo que puedas encontrar durante el transcurso de la misión, y segundo, un número de comunicador. Hace unos años le hice un favor a un semielfo, que trabaja para una gran corporación. Me ha comunicado que ahora necesitan a alguien para un trabajo discreto y peligroso, en concreto a alguien que sepa de mecánica pero también que pueda defenderse en un combate. Las corporaciones suelen pagar bien, y discúlpame, pero no parece que te sobre el trabajo ahora mismo. Si cumples mi encargo, te pondré en contacto con él.

El elfo abrió los brazos, como indicando que eso era todo. 

-Así que esta es mi oferta: cien créditos, lo que puedas encontrar, y una posibilidad de un trabajo para una corporación. Es todo lo que puedo ofrecer. ¿Te sigue interesando?

¿Cien créditos? ¡No era agarrado ni nada el elfo viejales! ¡Eso no daba ni para unas pastillas! ¡Cualquiera que se preciara habría rechazado el trabajo! Pero ella no podía permitirse el lujo de hacerlo... "Arriesgar la vida por cien créditos, ya..." ¡cuán bajo había caído! Kimberly chasqueó la lengua, no ocultando su descontento. Negó con la cabeza, con una mirada y tonos de voz mucho más fríos. Los que, en realidad, normalmente tenía cuando hablaba con los clientes. Pero con la emoción de visitar Castrovel, y ver a un elfo compañero de culto de Weydan le hizo caer en el equívoco de que el hombre sería alguien mínimamente decente. ¿Cien créditos? ¿Para una misión tan peligrosa que requeriría un escuadrón? "Cien créditos es una miseria, y lo que pueda o no encontrar no sería de su propiedad, no dependería de usted, así que no me lo venda como si fuera parte de la recompensa." suspiró. "Pero tiene usted razón, no me sobra el trabajo ni el dinero ahora mismo. Y esa llamada, sí que podría compensar el esfuerzo." Se reajustó el rifle que colgaba de su espalda. "De todas formas, Weydan y Sarenrae son mis divinidades favoritas, y no podría mirar a otro lado mientras desecran los templos del Horizonte Sin Fin. Acepto. Infórmeme de la situación y exactamente qué pretende que haga, por favor."

Tuvo ganas de añadir que si no era ella, no encontraría a nadie más para ayudar, desde luego no por esa miseria de pago. Pero tomó aire y se dijo a sí misma que se trataba de un elfo, de un anciano, y además de un problema en los templos de Weydan. El propio Weydan ya se encargaría de recompensarla. Quizás el viaje, la mera misión, valiera de por sí la pena. Quizás sí que encontrase algo de valor que llevarse, como las armas de los enemigos. Aunque no es que tuviera mucho sitio en la maleta, con todos los accesorios del rifle de francotirador, las armas, la armadura, y las herramientas ya llevaba una buena cantidad de peso encima...

La expresión del elfo se volvió triste según hablaba Kerry, triste e impotente. Parecía arrepentido de su escasa oferta. Sin embargo, cuando Kerry dijo que aceptaba alzó la mirada con alivio y contento. 

-Lo siento, de verdad. Siento no poder ofrecer más, es de verdad todo lo que tengo. Ese es el motivo de que no pudiera ir a la guardia ni a las seguridades privadas de la ciudad. Por eso llamé a los Caballeros, que trabajan desinteresadamente. 

Te agradezco enormemente que aceptes ayudarme-El elfo metió la mano por el cuello de su camisa y sacó un colgante, el símbolo sagrado de Weydan tallado en madera-Soy un sacerdote de Weydan, y espero que su luz guíe siempre tu camino por este favor que haces a su Fe. 

La tristeza vuelve a cruzar sus rasgos mientras cambia de posición sobre la esterilla y comienza a hablar de nuevo. 

-Somos... éramos una comunidad de clérigos ascetas, dedicados a Weydan, pero no a viajar como la mayoría de sus feligreses. Verás, antes de todo esto-hace un gesto como abarcando toda la estancia, o toda la ciudad tal vez-, antes del Intervalo, cuidábamos un templo, un templo muy antiguo en mitad de la jungla. Cuando lo único que guiaba al viajero era su memoria y las estrellas, orientarse por la jungla era difícil, peligroso y arduo. Es como viajar por el mar, o por el desierto. Según los retazos de leyendas que conservamos, muchos de los nuestros se perdían en los viajes, y rezaron a Weydan para que les ayudara. 

El resultado fue la Luz de Weydan, un artefacto que actúa como un faro místico que guía al viajero en la jungla, si sabe cómo conectarse a él, cómo sentir su energía. En el pasado, todos los elfos e incluso otras razas sabían como hacerlo. En aquellos tiempos, el templo era grandioso, el más importante de todos, y nuestra comunidad grande y poderosa. Ningún enemigo habría podido derrotarla. 

Pero los años pasaron, vino el Intervalo, arrancándonoslo todo, nuestros recuerdos, nuestra identidad, y los elfos dejamos de viajar, nos recluimos y, salvo los Abandonados, dejamos de querer interactuar con nadie más. 

La voz del elfo arrastra una tristeza antigua, pura y auténtica como un helado manantial de montaña. Es nostalgia, dolor, frustración, todo ello arrastrado y enquistado por el paso de más años de lo que es capaz de procesar una mente humana. Kerry lleva año y medio viviendo con el dolor, y ya ha sido una experiencia que solo la fe (y alguna pastilla) le ha hecho sobrellevar. ¿Cómo sería llevar no uno, sino trescientos años con ese dolor?

-Mi corazón está dividido desde entonces, desgarrado en dos. Por un lado, Weydan llora cada día porque los elfos hayan dejado de viajar, de aventurarse, de vivir. La vida que viven ya no es vida verdadera, es miedo, odio y rencor, estancamiento. Por otro lado... entiendo a mi raza, entiendo su decisión y su reclusión. Tú... ningún humano vivo lo ha vivido ya. Pero tener tus recuerdos arrebatados, tu identidad, olvidar no solo lo que ha pasado, sino a tus amigos, a tu propia familia, olvidarlo todo... Y tener, en el fondo de tu mente, la certeza, la seguridad de que durante ese tiempo, otra raza traicionó a los elfos... ya no sabes en quién confiar. 

El elfo sacudió la cabeza y pareció volver al presente. Miró a Kerry de nuevo, como recordando por qué estaba allí. 

-Lo siento. Me estoy desviando, y esto no tiene que ver con tu misión. El caso es que cuando los elfos dejaron de necesitar la Luz de Weydan, y las otras razas desarrollaron otros métodos para orientarse, como la geolocalización, se olvidaron de nosotros. Dejaron de necesitarnos y nuestra comunidad fue decayendo. Muy poca gente nos recuerda siquiera ya. Y ahora... ahora es posible que solo quede yo. Mientras estaba fuera, buscando provisiones, el Culto del Devorador atacó nuestro templo. Poco pudieron hacer mis hermanos, que solo eran una docena, tan ancianos como yo, contra ellos. 

Por lo que pude ver sin arriesgarme demasiado, eran ikeshti, esos reptilianos de escamas rojas. Creo que el líder es uno de ellos, uno humanoide que domina la tecnomancia. Le acompañan varios de su propia raza pero muy diferentes, enormes y bestiales. Ese es el núcleo del culto, pero junto con ellos hay toda una tribu de goblins del espacio. Han debido de atraerles con su fuerza, que es lo único que respetan. Pude ver cómo los goblins se divertían matando a mis hermanos y destrozando nuestro templo mientras el líder se dirigía a las profundidades del templo, donde se guarda el altar sobre el que se halla la Luz de Weydan. Ya no la siento, así que han debido de desconectarla... espero que solo sea eso y no la hayan destruido. 

Por favor. Esa Luz es una reliquia de Weydan, un regalo de su misma mano. Puede que ahora no sea muy útil, pero he dedicado mi vida a ella y aunque mis hermanos hayan muerto... me gustaría que se restaurara. 

Ese es el encargo. Ir al templo, te proporcionaré un mapa. Elimina o haz huir al culto y restaura la Luz. La reconocerás cuando la veas, es una esfera grande en cuyo interior se agitan luces purpúreas, como un mar embravecido. Hay que colocarla sobre su pedestal para restaurarla, que se halla en el sótano del templo.

Buena suerte. Que Weydan te guíe. 

No pudo encontrar palabras para tratar de aliviarle, pero podía empatizar con el dolor del anciano. En Arcadis manipularon sus pensamientos y emociones, su identidad. Pero al menos ella podía disfrutar de la luz de Weydan. En cambio a ellos se las había arrebatado El Devorador y su culto. Gente lagarto, con un líder tecnomante, y una escolta de bestias reptilianas. Acompañadas de toda una tribu de goblins espaciales. ¡Uuuf! Sí, el trabajo le venía muuuuy grande. Pero tampoco podía contratar a nadie para ayudarla, ya que estaba seca de dinero. Para colmo el templo sin duda sería un sitio cerrado. No sería tan fácil como esconderse en la jungla y disparar 'el tiro al plato' a diestro y siniestro.

Era una comitiva muy grande, ¿y solo para destruir en honra y siguiendo lo que manda el Devorador? ¿Por qué su templo, en el propio Castrovel? Quizás buscasen esa reliquia, la luz de Weydan... ¿Para destruirla? ¿O como herramienta para algo más? Si la necesitaban como herramienta, con suerte entonces no estaría todavía destruida. Quizás pudiera recuperarla. Pero no bastaba con eso, había que recolocarla en su sitio e impedir que volvieran a sacarla. Eso implicaba, naturalmente, que una misión de infiltración, recolocación y huida no era la solución. Hacía falta un equipo de asalto y exterminio. No, no era su especialidad. Si quería tener éxito necesitaba algo más. "Usted conoce el templo, ha vivido en él." dijo Kerry, buscando información útil que pudiera ayudarla. "Sus recovecos, posibles cuellos de botella, pasadizos, trampas... Necesito que me diga y describa cualquier cosa que pueda servirme de ayuda."

Los ojos del elfo se iluminan con algo de esperanza, no sólo ante la perspectiva de poder ayudar en algo, sino ante la idea de que esa pregunta supone, por lo menos de momento, la aceptación de Kerry del contrato. 

-Sí, conozco el templo como la palma de mi propia mano-respondió con seguridad-La verdad es que nunca hubo pasadizos secretos ni trampas, a no ser que las hayan puesto esos salvajes. El templo tenía dos entradas, pero una de ellas está lejos de aquí y además fue sellada hace mucho tiempo por un derrumbe. La única entrada ahora es la puerta principal. El mapa está en tu unidad de memoria. 

Al llegar, verás unos muros blancos de 40' de alto, con una puerta en el centro. Esa da a un patio rectangular con una fuente en el centro, y con amplios soportales a cada lado. Mis hermanos y yo dormíamos a veces ahí, para ver las estrellas. A cada lado de la fuente hay una entrada al interior, y cuando la cruces te encontrarás en una sala muy amplia, también rectangular. Los formícidas la construyeron para nosotros, hace un milenio. Tiene habitaciones pequeñas a los lados y el techo sostenido por grandes columnas. A pesar de las luces, es tan grande que siempre está en sombras, tal vez eso te ayude a pasar desapercibida. Al final de esa sala estaba el altar en otro tiempo, pero lo trasladamos al sótano, por seguridad... aunque no nos ha servido de mucho. 

Esa sala solo tiene una salida: una puerta tras unas escaleras que lleva a un patio trasero. En él no hay nada más que unas escaleras que bajan al sótano. El sótano es bastante grande y tiene un pequeño río subterráneo. Ahí están los dormitorios principales, y también el altar, y, espero, la Luz de Weydan. 

Nada más ver la chispa de la esperanza creciendo en los ojos del elfo anciano era verdaderamente la recompensa, y sí, podía sonar todo lo cursi que quisieran pero así de verdad se sintió Kerry. Escuchó con atención la descripción de templo del anciano, tomando buena nota de ella y especialmente del detalle de que solía estar siempre en sombras, algo que podría definitivamente ayudarla. También a los goblins, pero oye, de ese problema ya se encargaría en su momento. Ahora tenía un mapa del templo, una descripción oral y una posible estrategia. "Muy bien. Entonces, será mejor ponerse manos a la obra." tiró de las correas de su mochila reajustándosela levemente y se dispuso a salir, recuperando la unidad usb de memoria. "¿Tiene un comunicador, Señor Veren? Si no lo tiene, cómprese uno, por favor, y contacte conmigo en cuanto lo tenga, para que pueda registrar. Y si no le queda más dinero, coja algo de los cien créditos de mi recompensa. Necesito tenerle disponible vía texto y voz para cualquier eventualidad ¿de acuerdo?" le pidió. "Mi frecuencia de contacto es FF.142.52. Por protocolo y seguridad, utilizaremos nombres en clave, así que refierase a mi como Francotiradora Fantasma, o Fantasma a secas. Le recomendaría se vaya pensando un nombre en clave para usted. Siempre podemos usar... 'Varen', ¡ja ja!" se permitió bromear y una risita pequeñita, antes de encaminarse a la puerta de salida.

"Pero en serio, cómprese un comunicador. Recuerde, FF.142.52. Le daría una tarjeta de visita... pero estoy tan seca de dinero que se me han acabado."