Partida Rol por web

Cuando el teniente Carlisle se reunió con el resto y se aseguraron de llevar ropa abrigada el grupo avisó a las mujeres de que irían hacia el norte por la costa hacia uno de los lugares que las mujeres les recomendaron durante la cena de la noche anterior. No debían prepararse demasiado pues el plan era salir de Port Couvreux unas horas y volver al atardecer cuando las mujeres tuvieran la cena lista. 

El día estaba nublado, y frío, pero que no lloviera ya era motivo suficiente para poder decir que "era un buen día para pasear". El grupo comenzó a andar, todos menos Maurice Lavalle que prefirió quedarse en las casas al resguardo del frío. Desmarais no se quejó pues así podría estar unas horas lejos de su ayudante. Se llevaban bien, pero también necesitaba su espacio. 

El cabo Kersaint miraba hacia la vasta extensión de islotes que salpicaban la cara Norte de las Kerguelen. El punto más oriental de la península de Couvreaux. Tras poco más de una hora caminando por la playa vieron un gran montículo de piedras que destacaba en el paisaje. Este montículo sustentaba la envejecida asta de bandera que dejó allí la tripulación del navío militar Eure, enviado en 1893 para afianzar la soberanía francesa. 

Según comenzaron a caminar, en cuanto hubieron salido del marco de visión del "poblado" el Teniente se acercó a unos arbustos frondosos y sacó de ellos su petate. Sonrió al grupo.

- Siento la artimaña durante la comida. Salí de la casa para poder preparar la bolsa con algunos objetos que nos puedan ser de utilidad. - sonrió al grupo con esa sonrisa entre infantil y despreocupada.- Señores ¿Qué sensaciones tienen ustedes? ¿Alguno cree que hay cosas que encajan de forma extraña?

Quiso preguntar a ver si alguno más de sus compañeros (aparte del profesor) pensaba que había cosas raras entre quienes estaban en esa isla. 

Desmarais va abrigado hasta arriba de igual forma que el día anterior al desembarcar del Austral. Se frota las manos y una bocanada de vaho sale de su boca a cada palabra que da. Nunca ha sido especialmente amigo del frío. El clima en La France es suave y uno se acostumbra rápido.

—Me alegra no ser el único que piensa así—admite el funcionario ante las palabras del teniente—. Hay algo extraño en esa caterva de mujeres. Esos cristales no me gustan nada, y mucho menos el estado psicológico de madame Le Galloudec—se frota las manos de nuevo y anda un rato en silencio, dejando que sus palabras calen en sus compañeros—. Sin embargo, ¿se han fijado ustedes en que madame Petit no lleva esos cristales? Es extraño, aunque la mujer es bastante agradable. Quizás la que más —admite para sí—. Esos cristales... Probablemente el matrimonio De La Rue haya venido por ellos. A propósito, ¿alguien les ha visto hoy?

Mientras anda, Desmarais observa a sus alrededores, maravillado por la sordidez y la aridez de los paisajes, tan diferentes de los verdes y vegetados paisajes de su madre patria. No sabe qué busca, tal vez esos cristales, alguna montaña más grande que otra, alguna cueva misteriosa, algo con lo que satisfacer su curiosidad.

Al ver la bandera, Marc-David se maravilla y la examina como si fuese un monumento patrimonio de la humanidad.

Irving se encontraba dubitativo al respecto de las mujeres, pero no tenía ninguna duda de que ese matrimonio de la Rue ocultaba algo.

- Efectivamente, ese matrimonio nos oculta algo. Yo había leído alguna información de que venían aquí en busca de recursos mineros, pero ellos dijeron que buscaban fósiles. Y esa forma de partir sin apenas equipamiento es muy sospechosa.

Dijo mientras paseaban.

- Monsieur Desmarais, tengo entendido que la expedición de estaba patrocinada por el Ministerio de Colonias francés, ¿no tenía usted por casualidad información sobre esa empresa?

Al ver el promontorio con la bandera subió con el resto del grupo y preguntó al Teniente también sobre el matrimonio.

- Teniente, ¿puede recordarnos por donde se fueron? Quizás desde aquí se pueda obtener algún indicio de su destino.

El doctor Waechter paseaba, agitado por el viento, cuando sus compañeros empezaron a hablar de "cosas extrañas".

—¿Pero de qué demonios hablan ustedes ahora? Yo no he visto nada raro en sí mismo, más allá del hecho de haber querido vivir aquí donde Cristo perdió el gorro. Eso sí que es raro. Y viendo este lugar, lo que me extraña es que no estén todos igual de idos que la señorita Adéle. Lo cual, por cierto, puede ser simplemente una esquizofrenia común y corriente sin tratar. Ya se lo confirmaré cuando la examine, pero dudo que su estado no mejore con un tratamiento adecuado.

Se habían puesto de repente a hablar sobre el matrimonio De La Rue, como si ser un fanático de los fósiles ahora fuera algún tipo de delito o actividad sospechosa.

—¿Son ustedes de algún club de investigadores amateur o algo así? —bromeó el doctor.

Obvió por completo al profesor. 

- Fueron en ese sentido - dijo señalando hacia el interior -  pero desde aquí no sabría llevarles. El camino que siguieron lo vi desde el pueblo y aún no conozco lo suficiente la isla.  Su comportamiento fue anómalo en todo momento, no solo porque pudieran ser unos ladrones de joyas sino por la premura que tuvieron en todo momento. Por otro lado los objetos que portaban no eran para nada acordes a lo que dijeron que iban ha hacer.

Paró unos segundos para mirar alrededor.

- Creo que tienen una base o cabaña que han usado en otras ocasiones ya que, con lo que llevaban encima, habría muerto en la primera noche de frío, prácticamente. Hay algo raro en esta isla y en esos cristales. Ni siquiera hemos podido entender cómo los cortaban con el instrumental vago que tenían.

Dejó que el resto del grupo entendiera lo dicho.

- Sugiero ir a buscar al matrimonio y, con un poco de suerte a ver si nos encontramos con esos hombres y esas ovejas. 

- Monsieur Desmarais, tengo entendido que la expedición de estaba patrocinada por el Ministerio de Colonias francés, ¿no tenía usted por casualidad información sobre esa empresa?

—Lamentablemente, no dispongo de muchos más datos, profesor—admite el funcionario, dolido—. En mi departamento no se tratan estas cosas y debería ir al archivo a consultarlo con un buen motivo. Allí no dejan entrar a cualquiera, ¿sabe? Es una habitación con temperatura controlada y luz baja. ¡Y tan baja! —exclama, subiendo el tono—. ¡Como que he estado un par de veces, y ahí no se veía tres en un burro! ¡Maldita sea, se creen que vemos en la noche como los gatos!

El hombrecillo comienza a divagar y pronto se encuentra hablando solo, como en muchas otras ocasiones. Menos mal que las afirmaciones del teniente le devuelven a la realidad.

Sugiero ir a buscar al matrimonio y, con un poco de suerte a ver si nos encontramos con esos hombres y esas ovejas. 

—¡Já! Empieza usted a caerme bien, teniente—dice con una sonrisa y unas fuertes palmadas en la espalda—. Admito que no daba un duro por usted, pero tiene buenas ideas —dice con poco tacto—. No le hagan caso al doctor, es un hombre de ciencia. Intenta buscarle la razón lógica a todo, pero yo sé que usted hace caso a su corazón antes que a su cerebro. Apuesto a que su corazón le ha sacado de más de una situación de vida o muerte en la guerra —hace una pausa repentina y frunce mucho el ceño—. Porque ha ido a la guerra, ¿verdad? No será usted otro chupatintas que se hace llamar militar, ¿no?. En fin, qué más da, ¡que yo también he tenido esa corazonada! ¡A buscar a ese dichoso matrimonio se ha dicho! ¡Muy buena observación la de la cabaña!

Poco a poco, quien parecía un serio Marc-David Desmarais en el camino en barco y en la llegada a la isla, comienza a soltarse. Empieza a mostrarse como un tipo demasiado hablador, con muy poco tacto, de convicciones firmes y un tanto supersticioso. Sin ninguna duda, su ayudante Lavalle ya conoce esa faceta suya desde hace años y debe estar ya muy cansado de ella.

Desmarais se acercó a la bandera mientras hablaban y no tardó en fijarse que, enterradas en las rocas había dos cajas metálicas. Una de ellas estaba sellada, pero el teniente Bullard les explicó que esas cajas solían contener los documentos legales del barco y la expedición que habían conquistado aquella tierra. La otra caja contenía alimentos para los supervivientes en caso de un hipotético naufragio. Era una costumbre naval que se solía hacer más por tradición que porque fuera de utilidad.

El grupo continuó caminando por la costa mientras decidían si deberían seguir a la pareja de geólogos que, debido a algo que había recordado el teniente, había levantado sospechas de que pudieran dedicarse a algún negocio turbio aunque la extración de minerales en la isla no estaba prohibida. Pero mientras hablaban de ello el grupo tuvo que parar ante lo que se encontraron unos kilometros más al norte...

En la playa, cerca de un montón de barriles oxidados para almacenar aceite de foca y en mitad de la arena había un enorme bloque de basalto tallado. Esparcidos a lo largo de cientos de metros de playa podían ver huesos de elefantes marinos. Desde allí, al otro lado de la bahía de Beau Temps y mirando hacia el interior de la isla, podían ver claramente una pequeña tienda de lona en la orilla de enfrente, a unos treinta kilómetros de distancia. Demasiados como para hacerlos antes de que se les hiciera de noche.

Waechter continuó, divertido, junto a sus paranoicos compañeros hasta que vieron el gran bloque de basalto.

—Oh... que curioso, ¿no? ¿Por qué tallaría nadie así una roca tan grande? ¿Tendrá alguna especie de utilidad? —preguntó acercándose, sin reparar en la lejana tienda de campaña.

Cuando te acercas observas que en la extraña piedra hay unas muescas recientes, recientes en el sentido de que no se hicieron hace años, así como trozos de tela reseca. Debido a tus conocimientros de Medicina Forense puedes imaginar para que es esa especie de altar y desde luego no es nada bueno.

Al acercarse al monolito de basalto el doctor vio señas de algo que no le gustaba nada de nada.

—¿Pero qué carajo?

Aunque de momento no compartió lo que le hizo sentir intranquilo.

Desmarais se muestra satisfecho cuando el teniente le cuenta acerca de las escrituras del barco bajo la bandera. Al funcionario le gusta el papeleo, y también que su nación se haga grande, así que le maravilla haberlo encontrado. ¡Un hecho histórico!

Sin embargo, la gran roca le sorprende, y cuánto. ¿Puede ser eso obra de un ser humano? Es demasiado grande, demasiado perfecta. Tras pasar tantísimo tiempo mirando las estrellas, uno no puede evitar preguntarse una y otra vez qué hay ahí fuera. Si estamos solos en este universo, si habrá otros planetas habitados, si existirán los alienígenas. Alienígenas, ellos seguro podrían haber tallado esa piedra. Pero no quiere decirlo en alto, pues sus compañeros le tacharían de loco.

—¿Qué ha visto, doctor?—exclama Desmarais cuando Waechter parece sorprenderse con algo.

Y se apresura a su lado para echar un vistazo él también.

El profesor asintió curioso a la explicación de las cajas metálicas puestas bajo la bandera y su instinto de ratón de biblioteca le animaba a abrirlas y saber que había en ellas, pero contuvo su impulso.

Siguieron paseando por la arena hasta que alcanzaron aquella mole de piedra. El instinto científico de Irving le llevó mirar alrededor tratando de entender si tenía algún contexto con el relieve cercano, porque parecía puesto ahí sin sentido alguno, o lo que sería más raro, que viniese del mar.

Después de examinar la piedra su atención se detuvo sobre los restos de elefantes marinos. Examinó algunos con sus manos para saber si tenían marcas que delataran la forma de morir del animal o si llevaban mucho tiempo allí esparcidos.

El profesor Lederman echó un vistazo a la piedra y no le costó calcular que debía pesar al menos una tonelada y que sin duda fue arrastrada desde un risco cercano hasta ubicarla en la línea de la maera alta; además, orientada siguiendo algún patrón astronómico. 

Los huesos de la playa estaban viejos y dañados, pero algunos tenían marcas parecidas a las de la roca aunque no tan recientes como en la piedra negra. 

Hay algo acerca de la posición de la piedra con respecto a las estrellas que no termina de encajarle a Desmarais. ¿Es esa la constelación de Cassiopeia? No, no puede ser. Además, a plena luz del día resulta prácticamente imposible vislumbrar nada.

Se acerca un poco más, dándole vueltas a la piedra, rumiando, muy concentrado.

Tus conocimientos de astronomía te dejan algo claro. Tus compañeros han visto que la posición de la piedra con respecto al mar sigue un patrón astronómico. Algo que puede ver alguien que no supiera mucho del tema. Y tú estarías de acuerdo de no ser... porque la orientación de la piedra no es lunar ni solar, sino que sigue la órbita de Venus en conjunción con el sol.

El funcionario saca su sextante de la bolsa que lleva al hombro. La verdad es que pesa como un muerto, pero nunca sabes cuándo vas a necesitar un sextante en tu vida. Y este es uno de esos momentos: cuando te encuentras una misteriosa roca tallada en la playa de una isla en los confines del mundo. 

Está un rato tomando medidas hasta que... ¡Menudo hallazgo! Y qué buena oportunidad para Desmarais para hacerse el interesante. Justo lo que a él le gusta.

—No es que me las quiera dar de astrónomo, pues no soy tal —dice con muy poca modestia—, pero he escrito una tesis acerca del... —se sonríe, gustándose—. Bueno, ya saben, del fallo en el alineamiento del telescopio de 1876—dice como si fuese algo muy típico y al alcance de cualquiera—. Y se podría decir que algo sé. Y en esta piedra estoy viendo un patrón astronómico. El ojo inexperto podría decir que se trata de una orientación con el Sol o la Luna, pero no padre, no, no, no —hace una pausa, disfrutando del momento—. ¡Se trata de una orientación con la órbita de Venus en conjunción con el Sol! ¡Já! ¡Es increíble, muchachos, increíble!

Seguramente, la euforia no es compartida por los demás. Probablemente, Lavalle fingiría para complacerle.

El teniente miró a los hombres como si hablaran de cosas muy importantes pero, a sus ojos, solo veía una roca extraña que de ningún modo conocido podía alguien haber trasladado hasta allí.

Desmarais, encantado de conocerse, les habló sobre orientaciones Venus - Sol, para el Venus era solo esa chica que conoció una noche en un burdel y ambos se olvidaron del otro al día siguiente pero no era gilipollas y le había llamado mucho la atención Waechter más por lo que callaba que por lo que decía.

- Doctor Waechter ¿Algo que aportar al fascinante descubrimiento del señor Desmarais? - preguntó haciendo ver claramente que era conocedor de que algo callaba. 

El doctor observaba el monolito de cerca, con cara de preocupación. Ignoró, esta vez por concentración y no aposta, la turra de Desmarais, y se giró hacia los demás cuando el militar preguntó por segunda vez lo que ya había inquirido el burócrata antes de ponerse a disertar.

—Miren todas estas muescas. Están en posiciones... digamos que bastante específicas. Algunas parecen antiguas, pero otras tendrán menos de un año. Y hay restos de tela reseca por la roca. ¿Qué clase de ritual...? —se preguntó, pero no llegó a terminar la frase aunque tenía bastante claro de qué podía tratarse.

Irving asistía en silencio al análisis del resto del grupo sobre la extraña piedra. La alineación de la misma parecía seguir un patrón astrológico, según Desmarais, y le extrañaba, pero lo que acabó de turbar al profesor fue la palabra que pronunció el doctor.

- ¿Ritual? - Masculló Irving para nadie en particular.

Restos de leones marinos y la enorme masa de piedra colocada a la altura de la marea. La imagen de alguien sacrificado en esta piedra cruzó un instante por la mente de Irving, pero desechó rápidamente la idea, pensando que no era científico especular con cosas así sin más pruebas que un trozo de tela.