Partida Rol por web

O de como por fin una parte de los magistrados alcanzan el castillo tras un largo viaje.

Bajáis las escalinatas rodeados del aletear de los cuervos, que parecen molestos por no haber encontrado ningún cuerpo al que poder despojar de su suculenta carne. Os da la impresión de que piden la vuestra, hasta que os dejan de molestar al volver a retomar el camino hacia Kyuden Senaka.

Keiji-sama marca el paso, vivo y exigente. Sin apenas pausas que os permitan recuperar el aliento llegáis a las estribaciones donde el monje señalaba que estaba el castillo de su familia. Cruzáis numerosas aldeas arrasadas y donde no hay señales de vida, lo cuál os pone más nerviosos, pero la fría determinación del Dragón os empuja hacia adelante.

Tras la montaña que Keiji-sama nombra como la Abrupta Flor, divisáis una fortaleza, escondida entre ésta y la otra montaña que el monje llama la Flor de Fuego. Kyuden Senaka que alza en un risco, como una lanza de verde deslustrado entre la nieve, rodeada de una pequeña ciudad que parece abastecerla.

De lejos apreciáis que los campos de cultivo circundante parecen estar quemados, hay barricadas en el camino que serpentea hasta sus inaccesibles murallas. De lejos no podéis apreciar correctamente si hay movimiento o signos de vida dentro del castillo, ni a quién pertenecen los estandartes que se ven en lo alto de sus murallas.

El joven monje parece desinflarse por unos instantes, pero retoma aire y continúa con su paso en dirección a Kyuden Senaka.

Los últimos tramos de ascensión hasta la ciudad se os hace lo más duro de todo el trayecto. Pasáis bajo numerosos arcos torii, bajo cada uno de los cuales Keiji-sama alza una plegaria, demasotrando el caracter religioso del clan. Pero bajo el último, ya cruzados los devastados campos de cultivo donde aún se contemplan marcas de batalla, podéis por fin claramente distinguir los estandartes. Un dragón de cabeza ovalada que sujeta entre sus largos colmillos una esfera roja os contempla desde la Fortaleza.

Los ojos del joven monje parecen desencajados en su rostro, el labio inferior le tiembla frenéticamente, sus puños se sacuden. Y un grito salvaje, gutural sale de su garganta, tan fuerte y contundente que a vosotros que estáis al lado casi os derriba.

-¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

Las montañas se hacen eco de su voz y retumban, amenazando con soltar alúdes por doquier.

Si aún no se habían percatado de vuestra presencia, es seguro que ahora lo han hecho.

El grito de Keiji-sama me llega hasta lo mas hondo de mi ser. No puedo ni imaginar como me sentiria yo si volviera a mi tierra y viera que esta ha sido destruida y conquistada, y aun mas por un enemigo invisible... Pero pronto me doy cuenta de que quien haya echo esto, no es ni mucho menos invisible, ya que recuerdo aun el ataque en el desfiladero. Son hombres, y pronto los encontraremos... o nos encontraran.

Miro a mi alrededor extrañado, intentando encontrar cualquier signo de vida en los alrededores. Todo me parece muy extraño.

-¿Ningun cuerpo? ¿Ningun guardia enemigo? ¿contra que, o quien nos enfrentamos? ¿donde estan los habitantes?

Parece que en las cercanías de la puerta de la ciudad, no hay nadie, ni soldados ni campesinos, pero en las torres si que distingues figuras, ya en el castillo.

El grito de Keiji-sama parece haberlos alertado y puesto en movimiento. De hecho ves lo que parece una patrulla, a quinientos metros, salir de un edificio que debía ser una casa de té. Tus compañeros no parecen haberlos visto. Distingues al menos 6 figuras, armadas todas.

El grito de Keiji-sama parece alterar a aquellos que ahora moran el castillo, ya que por las puertas derruidas podéis ver que comienzan a salir soldados, aunque aún están muy lejos, casi a un kilómetro. Os parece oír el sonido de tambores.

El joven monje desenvaina la katana, dejando libre la hoja Kakita que reluce en las últimas horas del sol. Su aspecto es fiero y terrible, con una determinación grabada en su rostro: matar hasta morir.

Con un rapido movimiento desenvaino mi katana,

-¡Cuidado! Ahí viene una patrulla, desde la casa del té- digo mientras señalo en la dirección de lo que parece una casa de té- Y en las torres del castillo hay mas guardias... y ya saben que estamos aquí.

-Nos hemos metido en la boca del lobo...

Costernado por los acontencimientos, Ukide murmura con la katana en la mano y con amargura en sus ojos, mientras intenta no pensar en el sufrimiento exteriorizado de Keiji-sama:

- Esto pinta mal, pero para estos imprevistos estamos aquí. Preparémonos y lleguemos al final de esto, tenemos que descubrir qué pasa aquí y por qué. El enemigo está a la vista. Para bien o para mal encontraremos respuestas.

Ukide se posiciona al lado de sus compañeros y Keiji-sama a la espera de la llegada de la patrulla.

Había sido su opción, y había sido tomada desde la cabeza, y desde el corazón, no tenía por tanto ninguna duda al respecto, ni vaciló en el momento de situarse junto al Monje, y desenvainar también su katana.

Inspiró profundamente, serenando su espíritu al hacerlo, vaciando su conciencia de todo lo superfluo, las sensaciones engañaban, no las necesitaba. Iba a luchar desde el vacío de su alma. Sólo esperaba que la muerte no llegara de su mano si no era imprescindible. No deseaba morir. Pero no deseaba matar...

Tal y como os advierte el Akodo, un grupo inferior se acerca por un lateral, saliendo de una desastrada casa de té al final de una calle en cuyo cruce os encontráis vosotros. Son seis y van armados. Tardarán un minuto en daros alcance, mientras que los del castillo llegarán unos cuantos después, ya que la calle es sinuosa hasta su puerta.

El corazón os palpita aceleradamente ya que es una docena los que están descendiendo hacia vosotros, hacia las puertas de la ciudad. En total docena y media los que se encaminan hacia vuestras espadas desenvainadas. Arqueros y espadachines. Notáis presión en la boca del estómago pues no tenéis ni oportunidad de sobrevivir allí, a plena vista, sin más estrategia que plantarles cara en medio de un cruce de dos calles.

La joven Emiko-san se coloca cerrando el arco de espadas, al lado de Yugure-san.

La Grulla miró a la Grulla, un brevísimo instante, apenas un cruce de miradas, un afianzamiento de intenciones, un mútuo reconocimiento. Hermanas, también ahora. Sobre todo, ahora.

Por las calles desiertas avanzan a paso vivo vuestros enemigos. Cuestra respiración acelerada y el aullar del viento acompañan los lejanos tambores que se oyen desde el castillo, cruzando el pueblo.

El leve viento soplaba de dirección norte cuando se cruzaron las miradas de las dos damas vestidas de azul. El pelo blanco de una y el pelo oscuro de la otra se agitaban de forma similar al ritmo de sus corazones, irregular y descompasado. Con la katana en alto, y lanzando una plegaria a los antepasados de su familia y a los ancestros que vivían en su hoja se dispuso a hacerla cantar otra vez... con la danza de la sangre.

La tensión inundaba el cruce de caminos como una bruma invisible, acentuada a cada paso de los enemigos, a cada golpe de tambor. A pesar de ello, o quizás por la estraña serenidad y paz que Doji Ukide presenta, exclama una idea en alto:

- Esas pequeñas casas que vemos a nuestra izquierda nos podría ayudar en nuesto inminente encuentro. Los callejones extrechos que sin duda se ocultan entre ellas puede darnos una ventaja estratégica ante la superioridad numérica de los adversarios.

¿Qué opinará Keiji-sama? ¿Qué opinarán mis compañeros de este aciago viaje?

- No me parece tan buena idea escondernos entre las casas - dijo Emiko-san - Seguramente lleven antorchas y dudo mucho que tengan el reparo suficiente para no quemar las casas de los que vivían aquí con tal de atraparnos. Creo más bien que deberíamos separarnos en grupos de dos. Su superioridad numérica no les dará tanta ventaja si tienen que separarse para capturarnos a todos.

-Quizá deberíamos correr hacia la casa de té, y afrontar ese primer grupo, repartiéndonos como dices, en una pareja y un trío. Y acabar con ellos antes de que el segundo grupo, el del castillo, llegue a nosotros. Además, si vamos hacia la casa de té, para cuando los demás lleguen, podemos usar la estrategia de perderlos por los callejones,  sólo que los de ese lado, y no el otro... Pero es Keiji-sama quien ha de decidir. Habla, estamos en tu tierra, este es tu pueblo, tu gente. Te seguiremos, amigo...

- Emiko-san, pensaba más en el tamaño de los callejones, que podría dificultar al enemigo poder rodearnos y atacarnos con todos los efectivos a la vez. No caí en la cuenta que la situación se nos pueda volver en contra, aunque a su vez podría servirnos como cobertura para escapar si la situación se vuelve irremediablemente mala. Separarnos en dos grupos es una buena opción, quizás la única que debemos hacer seguro. E ir a por el primer grupo también es otra opción, Yugure-san, aunque dudo que podamos dar esquinazo al segundo grupo, desde aquí no parece que la densidad de casas y calles sea suficientemente alta. Pero acercarnos a ellos nos permitiría ganar algo de tiempo y una posición que podría mejorar nuestras posibilidades de cara a la siguiente batalla.

El momento de actuar es iminente. Ukide-san, pesaroso, se mentaliza intentando no pensar en fantasmas del pasado, aunque apenas lo consigue.

Explícame lo de la tirada que no me ha quedado claro. Cómo y cuándo la puedo usar? :P

El joven monje parece reaccionar de pronto y darse cuenta de los enemigos que se acercan y de las pocas posibilidades que tenéis frente a ellos. Tras escuchar vuestras opiniones, toma el mando.

-Seguidme, les cortaremos el paso a los que se acercan desde la casa de té y ya nos encargaremos de los que vienen del castillo. Tal y como decís nos dividiremos.

Avanzáis por la calle principal hasta el primer callejón, donde indica a Emiko y a Yugure que rodeen las cuadras para poder flanquear a los enemigos cuando se dirijan hacia Kaeshi, Ukide y él. Entonces guía a éstos y a la mula y al caballo de Natsuki por entre unos talleres hasta quedar en los límites de una plaza, desde donde son visibles a sus enemigos, pero tendrían que rodear los edificios para cogerles por la espalda.

Los pasos de los soldados están cada vez más cerca, sus miradas hambrientas de pelea se clavan en el joven monje, el bushi león y el ronin, acompañadas de fanfarronadas y promesas de dolor y muerte.

La proximidad del conflicto te altera el pulso, casi te marea. Tu respiración se vuelve incontrolable, aunque fuiste entrenado para manejarla a la perfección de pronto los recuerdos de aquella fatídica batalla mellan tu voluntad y te devuelven a ella. Pero la nieve, que comienza a caer, te devuelve a la realidad. Te das cuenta demasiado tarde de que si les hubiéseis interceptado en el camino de la casa de té sólo podrían haber atacado de dos en dos, pero demasiado tarde. Ya están aquí.