Partida Rol por web

El rechazo al pacto quedó marcado en piedra cuando Leopold y Vennegor, atacaron, el guerrero hundió sus espadas en el torso pétreo de la vampiresa, arrancándole un grito gutural. El eco de ese rugido reverberó en las paredes como si la propia cripta maldita se estremeciera.

Pero el precio fue alto: la criatura se giró con furia, golpeando a Leopold con fuerza suficiente para hacerlo tambalear, y hundiendo sus colmillos otra vez en el cuello de Vennegor. El guerrero exhaló un alarido ahogado y se desplomó, el suelo tiñéndose de rojo bajo su cuerpo.

Nyxaria apretó los dientes con rabia al ver a su compañero caer, mientras Leopold, jadeando y con la piel helada, apenas mantenía la guadaña alzada. Garsendis, con el pelaje erizado y los ojos brillando de ira, se preparaba para saltar, aunque sus reflejos habían llegado tarde en ese intercambio.

Los mercenarios retrocedieron un paso, sus rostros pálidos entre la duda y el miedo. El humano murmuró, incrédulo:
—¿De verdad vais a dejar morir a los vuestros por orgullo? ¡Ella podría habernos hecho ricos!

El semiorco gruñó, aunque más por nervios que por valor. Ambos parecían al borde de desertar, dejando a los héroes frente al monstruo.

La vampiresa, con la sangre de Vennegor escurriéndole por los colmillos, aunque herida de gravedad en su cuerpo pétreo, sonrió con deleite cruel.
—Uno menos… ¿quién será el próximo?

Vennegor lanzó un conjuro de protección antes de que la vampiresa pudiera llegar a morderle y se revolvió contra ella con un movimiento ágil que buscaba su cabeza. Las hojas refulgieron con la luz de la estancia y lanzaron puntuales destellos contra ella recordando su naturaleza mágica.

La runa sobre la frente seguía brillando fruto de su conjuro contra ella y sus ojos también iluminados habían aumentado de intensidad al usar la magia que le había salvado la vida, volviéndose ahora más tenues al terminar el efecto.

Justo cuando sentía la fuerza del impacto de aquel ser sobrenatural se concentró en el poder de la muerte erigiendo una fina pantalla de luz espectral que se rompió con fuerza ante el impacto de la garra, salvaguardando por apenas unos centímetros su piel rojiza. El ruido a cristales rotos resonó dentro de el, debía tener mucho cuidado, solo los dioses sabían que enfermedad podría desatar el toque corrupto de la vampiresa.

Volvió a esgrimir su guadaña, tratando de apuntar mejor, buscando una apertura en sus defensas para poder sajar carne y jade y destruir al fin aquella monstruosidad nomuerta. El sudor corría por su espalda, empapando la seda negra, podía sentir el latido desbocado de su corazón, el olor de la sangre yu los gritos de sus compañeros de batalla. Estaban bailando el complejo vals de la muerte y fallar un paso implicaba caer en sus negras profundidades.

Lanzó su hoja espectral dirijida al pecho de la criatura. Invocó de nuevo el poder de su sangre para hacer estallar llamas naranjas a lo largo de su hoja. El fuego era la mejor purga para los seres manchados por la sombra y la muerte.

- ¡No desfallezcáis, juntos podemos acabar con esa aberración!

La gatita vio caer al compañero y no dudó en acercarse para clavar sus garras apoyándose en el escudo y encarando este para que si mordía, fuera a esa pieza de su equipo que la protegía. Pero vio que el tiempo se doblaba ante ella, no era una acción extra ni pada parecido. Le dio la sensación que el mundo se ralentizaba ante sus ojos y ella misma era capaz de moverse a una velocidad que antes no había podido o sido capaz de percatarse, así que intentó dañar un ojo desde la posición en la que se había conseguido colocar anteriormente.... pero el tiempo le hizo otra mala pasada y recuperó su velocidad normal, frustrando su acción.

Cuando se asoma de nuevo para dispar a la vampiresa, esta se encuentra completamente rodeada, suelta un bufido de pesadez por toda esa gente que no sabe trabajar en sinergia personas en segunda fila disparando. Sin dejar que eso le distraiga, aprieta el paso hasta encontrar un ángulo limpio, casi en la esquina este de la estancia. Apunta dispara, acierta done hay carne y no jade y acto seguido se esconde tras sus compañeros, no vaya a ser de que salga disparada y se le eche encima.

El grupo, encendido por la rabia y la desesperación, descargó todo lo que le quedaba contra la abominación. La guadaña de Leopold brilló en un arco sombrío; Nyxaria, rápida como un suspiro, disparó con precisión; Garsendis lanzó un rugido, sus garras brillando con luz sagrada; y aun tambaleante, Vennegor levantó una última defensa mágica antes de hundir su acero con toda la fuerza que le quedaba en los brazos.

Los golpes se sucedieron como un martillo inexorable. El cuerpo de jade de la vampiresa, que había resistido lo indecible, terminó por ceder. Con un estrépito seco, la estatua se quebró en pedazos, estallando en una lluvia de esquirlas verdes que se esparcieron por la sala.

La criatura se convulsionó un instante y luego su forma se disolvió en un torbellino de bruma oscura. Una niebla fría y densa se derramó sobre la cámara, extendiéndose entre los héroes. El vaho tenía un hedor metálico, como sangre vieja, y se arremolinaba lentamente en círculos.

El humano, con el rostro desencajado pero los ojos brillando de codicia, murmuró en voz baja:
—¿Y… y esto qué demonios significa? ¿Está muerta… o no?

El semiorco, aún con el arma en mano, dio una patada a un pedazo de estatua, que se astilló contra la pared. Su expresión era dura, pero también había un deje de temor en sus colmillos apretados.
—Sea lo que sea, no podemos quedarnos aquí esperando. ¡Saqueemos lo que haya de valor antes de que vuelva a levantarse!

Ambos intercambiaron una mirada ansiosa, el brillo de la avaricia superando a la prudencia.

Vennegor tampoco se fiaba de que esa criatura pudiera volver a levantarse pero parecía que su cuerpo material ya no le serviría. Vio a los hombres comenzar a buscar qué llevarse y estaba tentado de hacer lo mismo pero su instinto de guerrero le obligaba a seguir alerta por toda la estancia, no siempre los enemigos se mostraban directamente y podría haber algo más ahí oculto.

Sin mirar echó mano a su mochila y sacó uno de los viales de curación que reconoció por el tacto, llevándoselo a la boca hasta vaciarlo.

Leopold pudo ver como el cuerpo de la vampiresa de jade era sajado, aunque un humo extraño y malsano salía de su cuerpo. Algo no encajaba ¿Podría volver a recomponerse si un loco le erigía otra estatua desde la que alimentarse de los vivos? Apenas recordaba nada de sus lecciones en la academia, la dejó demasiado pronto por culpa de su herencia de sangre maldita. 

- Podemos rebuscar en los aposentos del clérigo. Tenemos derecho de saqueo así que todo lo que encontréis es nuestro. Id con cuidado, luego nos repartiemos el botín aunque yo solo estoy interesado en los textos y grimorios de este malnacido.

Tras decir eso se pudos a registrar al clérigo y la sala en busca de conocimientos sobre el plano de la muerte y aquel ser espectral.

La búsqueda entre los restos del estudio no tardó en dar sus frutos. Los héroes revolvieron mesas volcadas, papeles chamuscados y libros desperdigados, hasta dar con un conjunto de manuscritos atados con cuerda ennegrecida por el humo. Eran los escritos de Ozymandias, repletos de notas febriles y diagramas perturbadores.

Las páginas, manchadas de sangre seca y ceniza, revelaban la verdad: durante años, el clérigo oscuro había preparado aquella estatua de jade como receptáculo. Cada rito, cada sacrificio, cada palabra a la diosa de la penumbra había estado dirigido a un solo propósito: darle de nuevo un cuerpo a la vampiresa.

Los héroes comprendieron entonces lo que sucedía. Durante décadas, la criatura había estado atrapada en el templo, reducida a niebla incorpórea, incapaz de escapar ni de alimentarse. La estatua había sido su única oportunidad de recuperar fuerzas. Ahora que el receptáculo había sido destruido, la vampiresa estaba condenada a lo mismo: volver a la niebla, sin forma propia, flotando sin rumbo en lo que ahora eran unas ruinas.

El remolino oscuro que giraba en el centro de la cámara encajaba perfectamente con lo descrito en los escritos. No era otra cosa que ella, reducida otra vez a su estado espectral. No muerta del todo, pero incapaz de seguir suplantando la carne.

- Necesitamos purificar este lugar. No está en mi mano hacerlo pero según estos escritos es la única manera de acabar con la maldición... otros pueden venir y continuar lo que no ha podido terminar ese clérigo.

Señaló al hombre muerto en el suelo.

- Garsenis, igual tus poderes son suficientes.

Leopold asintió en silencio, aunque dudaba que quemar las piedras sirviera de nada. La esencia corrupta de la vampiresa seguiría recorriendo esos valles hasta que alguien cometiera la insensatez de volver a entregarse al poderoso ser de pesadilla en busca de poder. Guardó los documentos.

- Quizas sea mas efectiva la oración, aunque el fuego nunca está de mas. Yo guardaré los textos del clerigo, me encargaré que nadie pueda volver a cometer tal aberración guardándolos a buen recaudo. Cuando acabemos nos espera un barco y una recompensa por librar esta isla de la influencia corrupta del sacerdote de la diosa oscura y su orden sacrílega.

Dicho esto se apartó, dispuesto a abandonar ese lugar.

La sacerdotisa había estado también interesada en el conocimiento, y ayudó en la búsqueda de esos documentos y libros. - Creo que lo más fácil es enclaustrarla en una piedra y encerrarla en la mazmorra más alejada y oscura de universo. Sentenció con un odio que nadie se esperaba de ella. Ni si quiera Garsendis se esperaba oir de su boca esas palabras, y claro, abrió mucho los ojos. Pero tampoco era mala idea. Tenerla encerrada en un pilar, sin que pueda alimentarse, pero tampoco moverse o hablar, le dificultarían mucho la actividad... y dejaría de ser un riesgo a la gente ... y a la naturaleza.

¿Pues hacer eso ? -Preguntó a la tabaxi dudando de sus capacidades y si lo dijo por decir algo o si de verdad ella iba a hacerlo.

Dejando por un momento ese tema, se interesó en seguir abriendo puertas por si de casualidad encontraban algo parecido a un tesoro, algo que compensara tanto esfuerzo. Con cuidado eso si, nunca se sabe que trampas mágicas o físicas podría haber. 

El aire seguía impregnado de aquella niebla oscura, como una presencia acechante, pero los héroes ya sabían que la criatura había sido reducida a su forma impotente. Garsendis, con el ceño fruncido y las garras aún manchadas de la sangre de la batalla, trató de invocar la fuerza de su fe para disolver la maldición. Sin embargo, ni sus plegarias ni sus conocimientos bastaban. La revelación era inapelable: la vampiresa quedaría atrapada en aquel estado obsceno de bruma, condenada a vagar eternamente sin ataúd ni cuerpo, prisionera en aquella sala.

Explorando con calma las salas colindantes, hallaron restos de la vida que los cultistas y mercenarios habían sostenido allí. Barriles de carne en conserva y cerdo salado, bolsas de frijoles, arroz y harina, junto con útiles de carpintería: sierras, martillos, cepillos. Incluso un barril lleno de clavos. También había material para sobrevivir en la oscuridad: tres linternas, diez frascos de aceite, dos rollos de cuerda de cincuenta pies y veinte antorchas.

Entre todo aquel desorden, lo más valioso apareció en un pequeño cofre: cuatrocientas monedas de oro, cuyo brillo parecía fuera de lugar en aquel subterráneo de muerte.

Sobre el propio cadáver de Ozymandias encontraron un medallón dorado, marcado con runas sutiles. Leopold, con un vistazo experto, detectó el pulso arcano: era un talismán mágico que protegía contra los no-muertos. Ironicamente, el clérigo lo había usado para resguardarse de sus propias creaciones.

El viaje de regreso al pueblo fue pesado, con el mar en calma extrañamente respetuoso tras la sangrienta victoria. Cuando llegaron a Faroescama, el alcalde los recibió en la plaza, escuchando incrédulo cada detalle de la historia: el culto oscuro, la estatua, la vampiresa sin cuerpo. La verdad era tan macabra como liberadora. Por fin comprendían la causa de tantas desapariciones en las aguas cercanas. Era ella, alimentándose de marineros y piratas, extendiendo el pavor gracias a su nuevo cuerpo de jade.

Esa noche, la taberna se llenó de rostros agradecidos. Los héroes recibieron las dos mil piezas de oro prometidas, además de la paga extra negociada, y se convirtieron en los nombres en boca de todos. Habían resuelto el misterio, salvado a los marineros, y traído la calma a la isla.

Todo apuntaba a que poco más podían hacer en esa sala. La criatura si es que aún podía llamarse así no iba a ser derrotada por un grupo de aventureros improvisados, no sin pagar un precio demasiado alto. Quizá, en otro momento, clérigos más sabios y con fe inquebrantable vendrían a terminar aquel trabajo maldito.

El saqueo del lugar, en cambio, sí estaba a su alcance. Entre cofres y objetos profanados, un colgante atrajo la atención de Nyxaris. Lo sostuvo unos segundos, girándolo entre sus dedos, como si midiera su peso más por lo que representaba que por el oro que pudiera valer.

—Tengo especial interés en este —dijo al fin, sin levantar demasiado la voz—. Mi oficio me lleva a cruzarme con no muertos más a menudo de lo que desearía. Lo intercambio por mi parte de las monedas. Si os parece.

El acuerdo quedó sellado con un silencio práctico. 

El regreso a Faroescama no le resultó grato y no fué por el oleaje. Entre vítores y jarras alzadas, los aldeanos celebraban la hazaña como si hubieran traído la mismísima cabeza de un dragón. Nyxaris se mantuvo en la periferia, esquiva, soportando la atención como quien aguanta un vendaval frío en la cara. Ella era feliz con sus setecientas monedas y los objetos saqueados: tesoros tangibles, no promesas huecas.

En su mente, aquellas piezas eran ladrillos de algo más grande: una nueva hoja encantada, tal vez, o la compra de un lugar propio donde no tuviera que compartir techo ni destino con nadie.

Días después, cuando la resaca de la fiesta aún recorría las calles de Faroescama, la elfa ya no estaba. No dejó nota ni explicación.

En algún momento Vennegor se encontró un discreta nota doblada en cuatro sobre su pecho al despertar.  Al abrirla se encontró un guiño, un cierre de ciclo de una corta pero intensa historia. 

Gracias por salvarme en las dunas. 
Bien hecho, chico humano.

Garsendis tenía ahora otra misión más. Había fallado en la eliminación total de aquella alma, de aquel ente que vagaba por la isla sin cuerpo, temerosa de la luz, oculta en una cueva, viendo los restos del sacerdote que se estaba convirtiendo en sus salvador y del cuerpo pétreo que había perdido, destrozado por unos aventureros que estaba muy faltos de los conocimientos necesarios para llevar aquella misión, pero, la habilidad de unos y la suerte de otros había sido más que suficiente para alcanzar los objetivos. Incluso esos tres mercenarios que encontraron por el camino fueron suficiente ayuda como para sobrevivir.

La sacerdotisa quedó fuera de la celebración. Buscaba los lugares donde podrían enseñarle a expulsar esa "bruma" en lo que se había convertido. - Estas monedas ayudarán a pagar los conocimientos que me faltan. Pensaba para si, a sabiendas de que si no antes, después, tendría que venir a terminar lo que habían empezado. Le enseñaron a hacer las cosas bien, a esforzarse al máximo, y en esta misión había sido más una ayudita que una ayuda en si. Quería ser algo más. Necesitaba ser algo más, y la forma, sería aprendiendo, regresando y expulsando para siempre a esa niebla etérea que era habitada por una vampiresa sin cuerpo. Desde fuera, por la ventana, veía la celebración del interior. Sonrió y se dio la vuelta, para continuar su camino, viajando, curando a los pobres desgraciados que no tenían más que un plato de sopa caliente para subvencionar las sanaciones que necesitaban, y ahora, buscando un conocimiento que le faltaba.

- Volveré.

Sus pasos eran acompañados por el tintineo de las monedas que ahora mismo le pesaban más que su fracaso en expulsar un ser malvado del plano de los vivos. Pesaban tanto como lo fracasada que se sentía, pero, equilibrada por el firme propósito de terminar algún día lo que entre cuatro habían empezado.

Se animó a si misma: - Volveré.

La isla ya no suponía ningún peligro como demostraba el viaje de vuelta, tranquilo y sin oleaje. La calma había anticipado su llegada y la gente del pueblo se agolpó para escuchar cómo habían podido superar la maldición, aunque aconsejaron vigilarla debido a la naturaleza del alma que ahora había quedado atada allí.

Vennegor se dejó llevar por la fiesta, siempre era bueno celebrar las victorias y no sabía si sobreviviría a la siguiente campaña. Desde que dejó la vida de soldado deambulaba de un sitio a otro sin quedarse mucho tiempo en ningún lugar.

Pero esta noche no, disfrutaría y no pensaría en nada más. Además tenía pendiente un asunto de ojos verdes.

Al día siguiente despertó y leyó la nota que tenía sobre sí esbozando una sonrisa.

- Volveremos a vernos.- Masculló antes de levantarse.