Partida Rol por web

Ella rió afanosamente cuando fue prendida

-En verdad eres uno de los Malditos, igual que nosotras. Me has atrapado, así que te regalaré mi nombre... Somos Alana Bradin y nos llaman loca... Quizás por eso sea que he ido a dar contigo...

-¿Una loca maldita que busca a un maldito loco? Decidme, ¿ha sido cosa vuestra u os manda alguien?

Ella rió ante el juego de palabras de Yurev.

-Ha sido una feliz casualidad... Vine aquí a buscar cosas brillantes. A las voces de mi cabeza les gustan

Yurev arqueó una ceja con escepticismo. Le costaba creer en las casualidades, más desde que moraba en las tinieblas. Generalmente todo lo que se vestía de locura y azar eran pocas veces locura y azar; siempre había una intención y una mano detrás de todo lo que aspiraba al caos.

-Ya veo... Pues entonces ha sido una feliz casualidad, porque tú me has encontrado a mí y yo he sido encontrado por ti, lo que significa que tú has encontrado algo brillante y yo un poco de entretenimiento -Yurev comenzó a pasear fingidamente distraído-. ¿Qué más te dicen esas voces? Porque las mías no dejan de preguntarme cosas y yo no sé qué responderles.

Repentinamente la expresión de su rostro cambió y miró en derredor como si temiera que alguien la escuchara.

-Me dicen que escondes un secreto

Yurev soltó una carcajada y miró casi con compasión a la mujer.

–Querida... todo yo soy un secreto que brota a la superficie y regresa hacia dentro para esconder nuevos secretos –agudizó sus ojos casi con frialdad-. ¿Sabes qué me dicen mis voces? Que tú escondes muchos, y que alguien te ha enviado a sacarme los míos...

-Sois precavido -dijo con un tono de voz más grave, como si fuera otra mujer-. Y también paranoico. Debéis de haber sufrido grandes traiciones en vuestras noches. Os aseguro que no sabíamos de vos antes de veros entre estas carrozas.

Los agudos ojos de Yurev la escrutaron valorativos desde debajo de la fina línea de sus cejas. ¿Podía ser realmente una casualidad?

-Me preocupan esas voces tuyas... Te han traído hasta aquí, en mitad de la nada, para encontrarte conmigo. ¿Tú crees en la casualidad? -dio un paso hacia ella-. ¿Crees en la casualidad de que dos impensables casualidades me golpeen a una misma persona en muy poco tiempo? -insistió con el recuerdo del Tzimisce en su cabeza y sus perturbadoras revelaciones.            

-¡Para! ¡Nos das miedo! -protestó dando un paso atrás-. ¡Tú tienes mis problemas y yo los tuyos!

-¿Qué está pasando? -se escuchó advertir a uno de los gitanos que se acercaba.

Yurev cerró los ojos y suspiró, una manía que nunca había querido quitarse. Lo último que necesitaba eran complicaciones. Cerró los ojos y se giró con gesto malhumorado; debía desplegar todo su talento "bufonesco".

-¡¿Es que un hombre no puede tratar asuntos con una mujer en soledad sin que se acerque nadie a molestar?! ¡Por los clavos de Cristo!

Dos hombre se acercaron dubitativos.

-Sí, claro. ¿Pero quién es esa paya y qué hace aquí tan de noche?

-Se perdió entre los campos y la atrajeron las luces. Ahora yo me hago cargo, marchaos y descansad -les dijo Yurev con autoridad-. No es cuestión que deba preocuparos; a ninguno.

-Tiene razón -dijo uno al otro. Ambos se marcharon,

Yurev los siguió con la mirada hasta que desaparecieron y después se volvió hacia Alana, pero al hacerlo, la Vampira había desaparecido. Miró en derredor, girando sobre si mismo y entonces divisó algo entre la maleza, en el lugar en el que ella había estado. Un pañuelo con un dibujo bordado: La imagen de hombre con la piel azulada, sentado con las piernas entrecruzadas y cuatro brazos extendidos. 

Por fin a solas Yurev se quedó ensimismado contemplando la extraña figura. ¿Quién era ese hombre y cómo había llegado hasta allí? Sin duda tenía que ver con su misteriosa visitante, pero no terminaba de ver los lazos detrás de los sucesos de aquella noche. De lo que sí estaba seguro es que no había sido una casualidad.

Un tanto malhumorado por no terminar de ver lo que sucedía a su alrededor, se encaminó de regreso al campamento con una afilada sonrisa asomando a sus labios. El no saber también alimentaba su profunda e incansable curiosidad.

Las noches se sucedieron una tras otra. Las dudas y el desconcierto en la mente del Ravnos fueron con el tiempo domadas por la rutina de los nómadas. El Vampiro los observaba, en ocasiones participaba de sus tradiciones y ellos lo alimentaban conforme a lo pactado. Como un renacimiento o un nuevo punto de partida, se sintió miembro de algo. Así, se adentraron en la antigua Persia, que se erigía un puente de comercio entre Europa y Asia derivado de la dinastía turco-mongola de los Timúridas. Una situación productiva para los gitanos y más segura que los convulsos Cárpatos.

Fue entonces, paseando por una noche entre los carros, a las afueras de Damasco, cuando el curioso caminar de Yurev, cuando vio a uno de los niños de su Kumpanía fuera de su tienda contemplando un pequeño pergamino con una figura dibujada. El hombre azul, sentado, con los cuatro brazos extendidos. 

 Yurev no dejó de sorprenderse por el hallazgo... ¿Casualidad? Parecía que aquella efigie le persiguiera, o le marcara un camino.

-¿De dónde habéis sacado esto? -preguntó a los niños.

Los niños lo miraron con curiosidad y recelo.

-Nos lo han regalado en la ciudad... un grupo de mercaderes de la India.

Tal vez fue sólo darse un instante de pausa, un rato para dejarse afectar por lo que percibían sus sentidos, o tal vez sólo tenía una noche melancólica, pero aquella representación le llevó lejos al pasado. Fue un viaje largo y extraño, un vuelo a otra vida y otras conversaciones que sin embargo duraron un parpadeo.

Anil, Anahi, Dadán y las charlas en el carromato escuchando historias legendarias, contemplando embelesado a la shilmulo mientras narraba su viaje desde oriente y las guerras en la India; contemplar los amaneceres sobre el Ganges en los bordados de la alfombra que cubría el suelo del carro... 

Oriente de alguna manera siempre había sido un hogar al que le habían llevado las historias de sus padres, sus otros padres, y sin embargo nada sentía más lejano y alejado de sí que la India. Su corazón de niño no podía evitar sentir que nunca había sido tan feliz como cuando compartió aquellas noches con Anil, Dadán y Anahi. Tuka, le llamaba...

-Escuchadme -les dijo a los niños poniéndose en cuclillas junto a ellos, como si fuera a compartir con ellos un secreto-. Mañana volved a la ciudad y decidles a esos hombres que un amigo vuestro quiere hablar con ellos por la noche; que quiere darles las gracias por haber tratado bien a su gente...

Les devolvió el bordado y tras dedicarles una sonrisa volvió al campamento.

-¡Vale!- respondió animado uno de los niños. Después alzó la cabeza y miró a Yurev con gesto de extrañeza-. Has dicho por la noche ¿verdad?. Tú sólo sales de noche. Vale.

Lo niños marcharon a acostarse.

A la noche siguiente buscaron a Yurev.

-Han dicho que te recibirán esta noche, pues se vuelven a su tierra en dos días. Están acampado cerca de la muralla, hacia el este. ¿Vas a llevarles un regalo? -le contaron.

Yurev esbozó media sonrisa.

-No tengo nada que llevarles -dijo el gitano alejándose del campamento mirando a los chiquillos-, tan sólo algún truco de magia.

Y con aquellas palabras dejó atrás a los Rom y se dirigió hacia la ciudad para escabullirse de noche en su interior. No sabía por qué, pero temía que no volvería a ver a esas gentes.