Partida Rol por web

-Horas... -Hakan torció el gesto, con una sonrisa y la vista gacha. Horas. Y mientras Thomas se hacía con el maldito clavo, pues eso era lo que había conseguido sin duda, él estaba matando a una pobre muchacha. La furia se apoderó de él y sus músculos se tensaron enormemente. Comenzó a emitir un gruñido que pronto se convirtió en un ladrido de frustración que no difería en absoluto del que habría proferido un lobo.

Y, sin embargo, la misma idea que había tenido la noche anterior con Rosalía podía suponer una gran ventaja en ese momento. Porque bien podía no conocer la esencia de Thomas o de aquella zorra... Pero aquel incienso era algo increíblemente característico y pegajoso. Alzó la vista y miró a Rosalía.

-El olor de este incienso aún tiene que permanecer en sus ropas. Puedo seguirlo.

-Adelante, Hakan, sigue su rastro -asintió antes de señalar a Socto-. Que él te acompañe para avisarnos si dais con ellos. Nosotros registraremos esto, tal vez no hayan sido suficientemente cuidadosos. Suerte -se despidió del Gangrel.

Sin esperar a comprobar que en efecto abandonaban la iglesia se acercó al altar y se arrodilló junto a él para observar las piedras a sus pies. Con delicadeza pasó la mano por varios de los cascotes y el pulido mármol del ara y cerró los ojos.

La Toreador se acercó al altar. A los bordes había unos socavones, no muy profundos, y algunas de las piedras habían sido removidas y apartadas a un lado. Sobre el atril, un voluminoso tomo abierto con una página a medio arrancar en la que sólo podía leerse lo siguiente:

"27:3 Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, 
27:4 diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! 
27:5 Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. 
27:6 Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. 
27:7 Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. 
27:8 Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre..."

Al tocar la piedra fueron millares las imágenes que se abalanzaron sobre la consciencia de Rosalía. Siglos de fervor religioso, imágenes de fervor religioso, la angustia de la plegaria de cientos de mortales que frente a él clamaban por el favor divino y por último, casi como una forma translúcida, unas manos arrancando los bordes de la página abierta. Las manos de Thomas Daister...

-Ahora Socto -retumbó una voz desde el coro.

Tras el sonido, la puerta del templo se cerró desde fuera, antes de que Hakan, aún dilucidando sobre el comienzo del rastro pudiera escapar...

El amigo de Christian Adler se lanzó de improviso sobre el Gángrel a una velocidad antinatural y hendió sobre él los colmillos sometiéndolo al éxtasis del beso. 

Rosalía interrumpió el contacto con la piedra, guiada por la sensación de peligro que la hizo advertir la lámpara de aceite que caía hacia ella...

La Toreador evitó que la lampara la golpeara, pero al impactar contra el suelo, el cristal se rompió y una creciente llamarada se se contagió por la piedra, extendiéndose desde el altar hasta la nave mayor, y prendiendo los bancos y todo a su paso. 

Rosalía dio un salto al lado cuando la lengua de fuego se cernía sobre ella pero no fue suficiente. La llama prendió en su ropa prendiendo rápidamente su carne no muerta.

-¡Maldición! -juró en rumano el Vampiro antes de evitar que las llamas le golpearan por un margen muy ajustado.

Hakan apretó los dientes, tratando de liberar su consciencia del agónico éxtasis del beso mientras cómo la Vitae era drenada de su cuerpo muerto. Un pasos por más allá, Christian Adler saltaba entre los bancos para evitar el flamígero abrazo del fuego, que ya había hecho presa en Rosalía junto al altar...

Lo único que Rosalía pudo pensar cuando la voz de Thomas los sorprendió y de soslayo vio cernirse sobre ella la lámpara ardiente fue que deberían haberlo previsto. No podía ser tan fácil. Era imposible ir un paso por delante de él.

Chilló al sentir las llamas morder sus tobillos y extenderse por su carne, y demasiado aterrada y dolorida para pensar corrió hacia uno de los tapices que decoraban los muros del templo. Sin detener su carrera lo arrancó para cubrirse con él y de un ágil salto atravesó el ventanal más cercano haciendo añicos la vidriera.

Sólo cuando, ya fuera y protegida del fuego, apagó la última llama que castigaba su cuerpo, lamentó haber destruido dos obras tan hermosas.

Rosalía cruzó el ventanal y se posó grácilmente sobre el suelo, con la abrasadora sensación todavía surcando su piel. Su vestido era ahora un escaso jirón ennegrecido y su carne estaba horadada por las quemaduras.

Apenas le dio tiempo a pensar cuando a pocos metros una figura bajó de un salto desde lo alto de la iglesia. Era Thomas, envuelto en una capa negra. Al verla se la quedó mirando fijamente.