Partida Rol por web

Detrás del resentimiento que anida tras los ojos de la niña, aún quedan trazos de ternura y piedad. Restos de un alma no corrupta, que sin embargo se hunde en las sombras a cada segundo que pasa, a cada muerte que ocasiona con su tormenta. Vuestras palabras hacen mella en Nika, y esto se observa en que las velas que flotan a su alrededor, por un momento, titilan.

Las dudas carcomen a la bruja. Está contrariada.

—¡No! ¡NO! Stanislav nunca me manipuló. ¡Es de los pocos que fueron buenos conmigo! Es... es como un padre para mí. El padre que me arrebataron. Mis amigos... mis amigos entenderán —responde a Laurien—. Están asustados, pero entenderán... tienen que entenderlo. Ellos son huérfanos como yo. También han sufrido por culpa de esta aldea. La venganza es de todos nosotros... es la venganza de los huérfanos.

Nika da un respingo cuando Laurien dice que otros niños y niñas han muertos por su culpa, y la sola mención de que por su culpa muchos otros han quedado huérfanos la deja boquiabierta. Algo tan elemental como eso aquello no se le había ocurrido.

—Yo... yo no... ¡Mientes! No asesiné a ningún niño. Me cuidé de no hacerlo. Solo maté adultos, personas responsables de alentar la guerra. La guerra que se llevó a mis padres. No he matado a ningún niño... ¿o sí? —se pregunta, al tiempo que la culpa hace su efecto. De sus ojos enrojecidos brotan algunas lágrimas. 

Heinrich se ofrece a deponer las armas y desobedecer al Dicasterio, aun a riesgo de su propia vida. Nika no puede creer lo que escucha.

—¿Q-qué? ¿Salir de aquí? ¿Me permitiríais huir? ¿Después de todo lo que he hecho? ¿De todo lo que estoy haciendo? Es mentira... tienes que estar mintiendo... ¿Adónde me llevaríais? ¿Qué haré después de esto? No soy ciega. Sé lo que estoy haciendo... sé que he causado mucho mal, todo el mal necesario para conseguir mi venganza, como me dijo Stanislav. Pero... sois inquisidores, ¿cómo sé que puedo confiar en vosotros? ¿Por qué vosotros confiaríais en mí? ¡El Dicasterio os perseguirá!

Gherim van Wayden es una hierática efigie de obsidiana en el umbral, silente y terrorífica.

Sus ojos de gárgola escrutan a Timur (Waldo) como el que hiende el velo de la ignorancia, conocedor de su más celoso e infame secreto. Casi puede saborear el miedo aletear en el espeso aire que flota entre ambos, su olor a sudor rancio y su mirada acuosa.

Está aterrado, pero del monstruo incorrecto.

—Soy yo —confirma el enmascarado con una indiferencia glaciar.

—Rostro de Plata —corrige por última vez a aquel imbécil, su brazo firme, tensándose, notando su espada de doble filo una prolongación de su ser.

Gherim recorre el brazo de Waldo y observa la pistola mientras una sonrisa se dibuja con un escalpelo invisible en las comisuras de sus labios. Sus ojos destilan un brillo dorado por un fugaz instante.

—¿Ah, sí? Interesante. ¿Mis hermanos te han salvado la vida? ¿Y a quién más? —Heinrich, claro. Se está revelando como un cazador más competente de lo que él mismo creía en un principio.

Gherim agarra la bolsa ensangrentada de su cinto, la que cubre la cabeza decapitada de Shadha al Qanan. La arroja con un golpe seco sobre la mesa, delante de Waldo.

—Sí... Podría decirse así... —Replica cuando un dubitativo Waldo le pregunta si fue él quien liberó a la extranjera. —Le he ofrecido una eternidad de libertad... —Dice dejando escapar una risa de satisfacción. —Ábrela, sacerdote.

No es una sugerencia. Exhorta. Es una orden imperiosa.

—Así que eres el improvisado centinela, ¿eh? Dime. ¿Dónde está Heinrich?

Gherim aguarda pacientemente a que el ceniciento, cariacontecido Waldo vea con repulsivo horror el rostro desfigurado de Shadha.

—Ahora que lo mencionas, he visto algo por el estilo acechando en la campiña. Debo advertírtelo, Waldo...

Ámbar líquido baña sus ojos.

*CHACK*

Repentino e inopinado vuela un golpe seco que secciona la muñeca hábil del clérigo impostor. Castigo se precipita como un halcón de brillante acero desde un risco con destino al corazón de un ratoncillo incauto. Mana indómita la sangre. El lobo anhela más para su bautismo de fuego.

—Tenéis al demonio en casa.

El segundo tajo cae vertical sobre la frente del cobarde traidor, hendiéndose con suficiente fuerza para abrir una prominente brecha en el robusto cráneo de Waldo. Gherim aprieta los dientes de pura rabia y su descarga de acero provoca un espeluznante crujido en el hueso, vaciando la masa encefálica por las mejillas del malogrado sacerdote, derramándosele por la papada en una aberrante visión de violencia descarnada y demente.

—La Eisenzahn recuerda a los desertores —dice admirando el cuerpo sin vida de ese cerdo. Escupe sobre su túnica antes de proseguir su ritual paterno.

*CHUCK*

Otra cabeza para el cazador.

*CHACK*

Qué gran noche.

*CRACK*

¡Qué gran noche!

Heinrich asumió la situación, complicada sin duda, y habló.

-La venganza es de débiles Mika, y lo único que genera es daños colaterales para gente inocente. Es lo que la vida me ha enseñado. Ojalá pudiera volver al pasado para cambiar cosas de mi propia vida, pero no puedo. Sin embargo tú, estás a tiempo de hacer algo con tu vida, de salvarla. Olvidar la venganza y centrarse en vivir y hacer vivir a otros mejor, eso es la auténtica valentía. 

Dicho esto, Heinrich suspiró.

-Yo no puedo llevarte a ningún sitio, Nika, y aún no se como lidiar con lo que me viene encima. No sé si puedo taparlo - dijo mientras miraba a Laurien- o si tendré que huir lo que queda de mi vida, mientras se me permita vivir. Pero si puedo ponerte en manos de amigos, amigos que no saben nada de tu verdadera identidad, ni lo sabrán, y procurarán que no te falte nada. O quizá quieras quedarte, y seguir con la vida que tenías, pero sin Stanislav. Sea cual sea la alternativa que escojas, deberás prometerme que renunciarás a la magia, para siempre. El precio a pagar por que vuelvas a ella, es mi vida, directamente. Si voy a hacer lo que voy a hacer, necesito eso en cambio. O nos salvamos los dos, o morimos los dos. Nuestras vidas están en tus manos, pero debes decidir ya, nos quedamos sin tiempo.

Laurien no estaba convencida, no creía que dejar que se marchara indemne fuera la solución pues había causado daños, daños irreparables... Había segado vidas solamente por sus ínfulas de vengadora, sin pensar en la cantidad de gente inocente a la que había asesinado por el camino pero ella no tenía la fuerza para hacer algo, simplemente rezar para que Fenre le mostrase el camino... 

¿Merecía aquella niña el perdón? ¿Merecía marcharse? ¿Quiénes éramos realmente nosotros para decidir quién muere o  quién vive? ¿Debíamos ser nosotros quienes la juzgáramos o debería ser el propio Fenre quien lo hiciera?

Demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas pero fuera lo que fuera las muertes debían terminar.

- Basta ya de muertes Nika... No seas como las personas que les hicieron aquello a tus padres y a los de tus amigos... Eres mejor que todo eso... 

En su fuero interno, Waldo sabe que algo está mal. Sobre uno de los bancos del templo hay una petaca de vodka. El falso párroco ha estado bebiendo otra vez. Pese a que sus sentidos pueden estar algo nublados por el alcohol, Waldo no ha sobrevivido a una deserción y a cinco años impostando una identidad en vano. 

—Rostro de Plata. Ea. Rostro. Rostro y no Cara. Tenéis razón, qué os voy a corregir yo, si es vuestro nombre, qué carajo —dice, con cierto nerviosismo impregnado en la voz—. Vuestros hermanos... —se aclara la voz—. Vuestros hermanos, eh, sí, han hecho una gran obra, sí. Erik y su grupo se rebelaron y asaltaron el ayuntamiento. Vuestros hermanos les mataron antes de que tocaran un solo pelo al alcalde. Que de todas formas recibió una buena tunda, para qué te lo voy a negar, pobre Minsky.

Tump. La bolsa con la cabeza de Shadha golpea la mesa. Un escalofrío recorre el cuerpo de Waldo. La bolsa está húmeda y rojiza. El párroco se aferra con ambas manos a su pistola, pero se queda quieto donde está, petrificado, incapaz de moverse. El corazón golpea con fuerza su pecho. ¿Qué va a hacer? ¿Disparar a un inquisidor? La última vez que Waldo se sintió asíde nervioso fue hace cinco años, cuando se presentó en Novokovo por primera vez, alegando ser el hermano Timur, designado sacerdote de la aldea por orden del Dicasterio. Lo que siguió a aquella ocasión fueron los mejores cinco años de la vida de Waldo. Lo que ocurrirá ahora, en cambio, será su abrupto final.

—¿Heinrich? —repite Waldo, luego de tragar saliva—. Heinrich... dijo algo sobre el boticario. Laurien y él estuvieron revisando los libros del archivo parroquial. Unos viejos libros de nacimientos, fallecimientos, bodas, y sandeces así, y luego dijeron que iban a hablar con Stanislav.

Mientras dice todo esto, Waldo retrocede lentamente, hacia la bolsa, sin darte nunca la espalda. Obedece y abre la bolsa. Y lo que ve le deja la mandíbula colgando. Su rostro se deforma tanto como el de la difunta Shadha al-Qanan. Waldo dispara, sí, pero la bala se pierde en algún lugar de la parroquia. Castigo nunca erra, y Waldo observa cómo su mano derecha se precipita al suelo.

—¡HIDEPUTA! ¡HIDEPUTA! ¡MI MANO, HIDEPUTA!

Hay gritos, sí, pero poco estridentes, dadas las circunstancias. Por alguna razón, en el exterior los rayos han cesado. La lluvia se percibe más suave, lejana a la inclemencia de hace unos minutos. Otro golpe, y ahora Castigo está incrustada en la frente de Waldo. El blanco de sus ojos se tiñe de rojo. Las piernas le tiemblan incontrolablemente. El ojo izquierdo parpadea con frenetismo. Ríos de sangre caen desde sus fosas nasales. Un líquido grisáceo se desparrama allí donde el acero destrozó su cabeza.

La mente destrozada de Waldo lo devuelve al día en que decidió desertar. Es un recuerdo incoherente, desordenado y entrometido, digno de quien muere en trauma. Aquel fatídico día, en medio de la Guerra de los Destronados, Waldo se dijo a sí mismo: las armas no son lo tuyo, ¡espabila, tonto, si te quedas en la guerra morirás! Una vida pacífica, eso quería Waldo. ¿Y quién lleva una vida más apacible que el párroco de una aldea ignota? Waldo estaba equivocado, pero ya no importa: está muerto, y Timur también.

Los ojos de Nika van de Heinrich a Laurien y de Laurien a Heinrich. Había cosas con las que la bruja no esperaba encontrarse. Compasión. Perdón. El único futuro que vislumbraba Nika era el de perecer en medio de su propia tormenta, luego de haberse vengado de la aldea. Aquello era para lo único para la que la había preparado Stanislav: una masacre y un suicidio. Ahora, la plena conciencia de lo que está haciendo la golpea como un mazazo. Se mira las manos, que están limpias, pero que también están llenas de sangre. ¿Cuántas decenas de personas murieron por su culpa? ¿Cuántos nuevos huérfanos ha creado?

Los rayos se detienen. La densa lluvia amaina poco a poco hasta convertirse en un fino manto de lluvia. La niebla empieza a retroceder.

—Quiero irme. Lejos de Novokovo, lejos, todo lo lejos que se pueda. No quiero volver nunca aquí. Yo... lo siento. Pensé que esto era lo correcto, Stanislav... Stanislav me dijo que esto era necesario, y le creí. Estoy cansada de vivir así —dice a Laurien—. No quiero más venganzas. Me iré con tus amigos y prometo que renunciaré a la magia. 

No tenéis dudas de que Nika lo dice enserio.

—Pero... ¿podéis dejar que Stanislav venga conmigo? Tenéis razón... todo esto, todo lo que hice, todo lo que Stanislav quería que yo hiciera... no tiene sentido. Es un camino inútil. Si yo lo he entendido entonces él también puede hacerlo. Yo puedo tener una nueva vida y él también.

La niña no sabe que el boticario yace en su negocio con una bala perforándole el cráneo.

Fuera ya no hay truenos que destrocen vuestros oídos. Es por eso que podéis escuchar un disparo, proveniente de la parroquia. El sacerdote Timur-Waldo estaba encargado de disparar en caso de ver al monstruo que divisó Heinrich en las afueras del pueblo. A pesar de que Nika se ha detenido, Novokovo sigue en peligro.

Tu búsqueda en el archivo da escasos resultados: hay, efectivamente, una unión matrimonial concretada entre alguien de nombre Marya y alguien de nombre Gavril. El casamiento tuvo lugar hace 13 años. No parece que esto esté relacionado con la Rebelión de los Cortacaras, durante la que fue atacado el alcalde Minsky, cuando le arrancaron un ojo: la rebelión ocurrió antes, hace 20 años.

En el añejo libro de registros matrimoniales figuran los nombres de los esponsales: Marya Popov y Gavril Levin. Se casaron hace 13 años en esta misma parroquia. El registro de defunciones indica, escuetamente, que ambos murieron en la Guerra de los Destronados, tres años después de casarse. ¿Marya y Gavril tuvieron hijos? Es imposible saberlo: las páginas que deberían consignar los nacimientos ocurridos en aquellos años han sido arrancadas del libro. Alguien no quiere que ciertas cosas salgan a la luz.

Sin más, te diriges hacia la botica de Stanislav.

La puerta de la botica está abierta. No hay nadie detrás del mostrador. Os dirigís hacia una de las puertas traseras, que da a una pequeña habitación. Allí hay una cama y una estantería repleta de frascos, botellas, ungüentos y algunos libros. En la cama duerme el alcalde Minsky. Algunas vendas cubren la herida de su cabeza y la de su torso.

Pero el alcalde duerme el sueño de los muertos. No respira. Su único ojo mira el techo y su boca está abierta de par en par. Una expresión de espanto le deforma el rostro. Sufrió antes de morir.

El cuerpo de Stanislav yace en el suelo. Los tablones de madera se beben su sangre con paciencia. Una bala perforó el cristal de sus gafas y el ojo que había detrás. Todo indica que el boticario salió despedido hacia atrás con tanta violencia que golpeó la ventana de la habitación, manchándola con restos de materia gris.

Nada hay que indique qué ocurrió aquí. Son dos cadáveres que se niegan a hablarte.

Heinrich contuvo su emoción, pero no evitó darle un abrazo a la joven. 

-No sabes lo que me alegra el corazón lo que acabo de escuchar. Ahora te pido un favor, escapa corriendo al orfanato, y quédate allí, no vayas a ningún otros sitio, al orfanato, directa, y no salgas. Están sucediendo más cosas en la aldea, y solo puedo ocuparme de ellas si sé que me harás caso a pies juntilla. Yuri te espera allí. Si cualquier persona te pregunta, Laurien y yo te rescatamos de una casa en ruinas en la que quedaste atrapada tras el comienzo de la tormenta. Concretamente de la que esta en la 4 bocacalle de la principal*. No digas a NADIE, ni siquiera a Yuri, otra cosa distinta, nuestras vidas, las de los tres, dependen de ello. Cuando todo pase, te llevaré junto a mis amigos. Te doy mi palabra.

El batidor esperó a que la niña escapase, Heinrich entonces, miró a Laurien, preocupado.

-Te he hecho cómplice de algo de lo que no te veo segura hermana. Lo siento. No obstante, mi determinación de salvar esa niña, es firme y pagaré con mi vida si es necesario. Ha sido manipulada, ella, lo has visto, no quiere todo esto. Sería como culpar a la pistola de asesinato, en lugar de al pistolero. Quien urdió toda esta maldad, ha pagado, está muerto. Para mi eso es lo que cuenta... ¿y para ti, como están las cosas?

Dicho lo cual salió a la calle. Buscó un cadáver calcinado de los que se habían encontrado previamente, uno de mujer. Luego lo arrastró hasta el portón de la casa donde habían encontrado a Nika. Improvisó una hoguera y puso el cadáver en ella. Le prendió fuego. Miró a Laurien.

-Si has llegado hasta aquí, ayúdame solo un poco más - sacó la pistola y apuntó a la cabeza de la falsa bruja- Grita Laurien, como si te estuvieras quemando, hasta que oigas el disparo de mi pistola, entonces cállate - dicho lo cual esperó a que su hermana gritase, y a los pocos segundos, disparó.

-Este problema está solucionado. Ahora nos toca ocuparnos del demonio de verdad. Junta fuerzas. Nos hará falta.

Laurien permanecía en silencio, escuchando el intercambio de palabras entre la niña y su hermano. Los sonidos del exterior no cesaban, el disparo le recordó que aún quedaba una criatura ahí fuera, una criatura que estaba causando estragos... Antes de que Heinrich dejara a la chica marcharse Laurien la miró con seriedad.

- ¿Qué es esa criatura que has convocado? Está causando estragos entre las gentes de ahí fuera y no parece diferenciar entre adultos y niños... Si quieres enmendar parte de tus errores y tu culpa... Ayúdame a desterrarla... Ni mi vida, ni la tuya ni la de nadie está por delante de la del resto... 

Miró a su hermano con firmeza.

- Si así lo deseas ve y prepáralo todo pero sabes bien que nosotros solos no podemos hacer frente a esa cosa... Si ella es tan poderosa como parece... - La miró - Una última vez, juntas... Desterremos todo el mal que ha asolado este lugar... Purifiquémoslo... 

Al abrigo de las sombras que reinan en la botica, Gherim van Wayden contempla el cuerpo inerte del alcalde Minsky.

Tiene una cosa muy clara: no saldrá reelegido.

Poco antes de morir, Waldo dijo que Erik y el resto de rebeldes le propinaron una buena paliza, pero no llegaron a matarle. Tomando esa aseveración por cierta, la mueca del señor del cabildo resulta elocuente. Ha muerto aquí.

Los ojos del Ejecutor viajan entonces hacia la cuenca ocular ahora expuesta en toda su ósea magnificencia del finado boticario.

Causa de la muerte: disparo a bocajarro.

—Von Bassenheim... —musita Rostro de Plata esbozando una sonrisa lupina.

Se congratula en secreto al percatarse que el batidor también comparte su gusto por el derramamiento de sangre.

Escucha reír a los espectros a su alrededor, incitándole con pulla, espoléandole jactanciosos para que prosiga la masacre. No puede evitar sumarse a ellos ante la constatación de un hecho inconstestable: esta noche la Muerte camina sobre Novokovo. Luego su rista demente se acrecenta al reparar en un macabro y delicioso detalle: Stanislav y Minsky ahora comparten el mal del ojo vago.

Es para morirse, ¿verdad?

Ojos ambarinos tornándose verdiazulados. El Matasangres, así le han acusado, avanza implacable al exterior sin encontrar apetencia por la decapitación de los muertos que no son obra suya. Ese Heinrich parece encerrar a otro demonio en su interior. Bieeeeeeen. Nota el palpitar del corazón en las sienes y en su mandíbula se instala una mueca animal. Encuentra embriagador el olor de la sangre secándose en su túnica, en su coraza, en su piel. Es un recordatorio: debe derramar más.

Decide encaminar sus pasos entonces hacia la casa de las tejas negras.

Allí aguarda una mujer que pudo haber cambiado su destino.

Por alguna razón que no comprende, Crimen y Castigo pesan algunos gramos más a cada paso que da.

La sed, en cambio, le agrieta la garganta. Solo tiene una certeza: no se apagará con agua.

Nika recibe el abrazo de Heinrich con sorpresa, y finalmente con calidez. Obediente y en estado de semi-shock, asiente a todo el plan del batidor.

—Lo haré. Os lo prometo. Me quedaré en el orfanato, con Yuri y los demás. Pero... ¿a qué cosas malas te refieres? Detuve la tormenta. Nada más está pasando, ¿o sí?

Antes de que la niña se marche, Laurien le pregunta por la criatura. Nika se muestra confundida.

—¿De qué criatura hablas? No invoqué ninguna criatura. No sé hacerlo. Puedo hacer otras cosas. Tormentas, animales, muertos, fuego, sanaciones... pero invocar criaturas de la nada, no, eso nunca lo aprendí.

Laurien sugiere que tal vez Nika deba quedarse y ayudar a combatir el monstruo.

—Puedo ayudaros —dice con firmeza—. Todo lo que sea necesario para... para reparar lo que he hecho. Si queréis que me quede con vosotros, así lo haré.

Los ojos del hermano Rostro de Plata brillan en la oscuridad. La extranjera, Shadha al-Qanan, yace muerta a sus pies, decapitada. El hermano Cornelius Kotzträppus anda cerca. No sabes qué ha ocurrido, cuándo ha ocurrido, ni dónde están ahora. Lo único que sabes es que todo huele a muerte.

El cofre que la extranjera guardaba con tanto recelo está allí. Es aquel pequeño cofrecito ornamentado que os advirtió que nunca debía abrirse. Pero se abre, y dentro hay un espejo. Rostro de Plata destroza el espejo con el taco de su bota, y la criatura que estaba sellada en él escapa.

El monstruo que escapó del espejo no tiene rostro. ¿O acaso esa máscara que lo cubre es su rostro? Es una figura andrógina. Su cuerpo está cubierto con algo que parecen vendajes pero un vistazo atento revela como ser jirones de piel seca. Piel humana. El demonio no mira con ojos sino con dos cuencas vacías que no abrigan nada más que oscuridad. Su voz suena como mil voces distintas, femeninas y masculinas, gritando al unísono.

—Hambre —dice, acariciando la mejilla de Cornelius—. Tanta hambre. Tanta prisión. Tantos milenios —se da la vuelta, y pasa sus afiladas garras por la espada de Rostro de Plata—. Hambre. De magia. Hija de Marya, hija de Gavril, hija de nadie, llena de odio. Y saciará el hambre.

La visión se desvanece. No llegas a ver qué le ha sucedido a tus hermanos. Pero ahora el demonio está en Novokovo.

Laurien asintió a las palabras de Nika y mientras Heinrich preparaba las cosas* la joven pensaba cómo actuar contra aquella criatura y entonces sintió la presión en la sien, de nuevo...

Caminó tambaleándose hasta su hermano para apoyar sus manos a los lados de la cabeza de él buscando que él viera también...

Heinrich sopesó lo que se les venía encima.

-Sanaciones...pues podríamos empezar por eso. No estoy en demasiado buen estado, Laurien también ha sufrido, y se nos avecina una batalla gargantuesca.- miró a su hermana y luego a la niña, asintió - Quizá sea cierto eso de que tu poder pueda salvar Novokovo de ese demonio. Pero quizás deberías hacerlo resguardada, como hasta ahora. Que nadie te vea hacer lo que haces. Ayúdanos a matar al demonio, y luego huye al orfanato como hemos hablado. Desde que esto esté hecho NUNCA vuelvas a usar la magia, por favor, o moriremos los tres.

Dicho esto, Heinrich salió a preparar las cosas. Y justo cuando se disponía a disparar al cadáver calcinado, que ya empezaba a arder de nuevo, su hermana salió, tambaleándose y se apoyó en él...

HORROR. Las visiones se agolparon en la cabeza de Heinrich. Aunque ya tenía su idea de lo que estaba pasando...ahora lo sabía con certeza. No tenían mucho tiempo.

- Ya está aquí, y viene a por vosotras. Rápido Nika, cúrame lo que puedas. -Las miró a las dos seriamente - Ese demonio viene decidido, y viene a por vosotras. Yo os haré de dique, y lo contendré físicamente todo lo que pueda, si es que puedo. Vosotras atacadle con todo lo que tengáis, ha de morir aquí. Y que Fenre nos guarde. -dijo como alegato final, mientras mascullaba para si unas palabras hacia la insensatez de su hermano al abrir aquel cofre.

Ciertamente no sabía que hacer, si esperar, pues el demonio acabaría por aparecer, ya que iba a por las dos mujeres que le acompañaban, o si andar hacia el disparo de Timur, y tomar la iniciativa. Miró a Laurien, interrogante, pues no sabía por qué decantarse. Mientras eso pasaba, su mosquete apareció mágicamente en sus manos, listo para el combate que se avecinaba. Palpó su pistola, estaba lista también. Aseguró que la vaina de su estoque también estuviese en posición de ser blandido en breve tiempo.

Ya no podía hacer más que esperar al combate final de Novokovo...

La visión había mostrado un espejo, el lugar en donde parecía que había estado encerrada aquella criatura.

- Nika... Un demonio se ha liberado y busca lo mismo que buscabas tu... Venganza... Es muy posible que tu padre y tu madre estuvieran relacionados con él de alguna forma y ahora, ahora viene a por nosotras... - Suspiró mientras miraba a su hermano Heinrich - Por favor, sana a mi hermano yo he de reservar mis fuerzas  para lo que tenemos que hacer ahora... Si no podemos exterminar a esa criatura deberemos encontrar la forma de encerrarla de nuevo, de forma que jamás pueda volver a salir... 

Nika posa sus manos sobre Heinrich. Una luz azulada mana de sus dedos hacia el batidor, que se siente reconfortado y abrazado en el calor del hechizo sanador. Las heridas sustentadas en el ataque al ayuntamiento, aquellas recibidas por los muertos resucitados... todo sana. Ya no queda ni rastro de dolor. La magia de Nika es poderosa [1].

Heinrich arrastra el cadáver calcinado hacia una improvisada hoguera. La niña lo observa todo sin poder ocultar la vergüenza y la culpa: esa persona ha muerto por obra y gracia de su tormenta. Permanece cabizbaja, asintiendo en silencio a la petición de Heinrich de no volver a usar la magia tras ayudaros a destruir al demonio. Cuando Laurien dice que es posible que esa criatura esté relacionada con sus padres, Nika se sobresalta.

—¿Qué? ¿Con mis padres? Pero eso... ¿por qué? Mis padres eran campesinos, nada más que eso. Stanislav nunca me dijo nada de un demonio —dice, mordiéndose el labio—. Os ayudaré a destruirlo. Estaré cerca de vosotros, oculta, pero os seguiré con mis cuervos.

>>Y, de nuevo... disculpadme. Disculpadme por todo lo que he hecho.

Las cabezas de Shadha y Waldo pesan en tu cinto. Ya no mana sangre de la testa de la extranjera, pero sí de la del falso sacerdote. La túnica que te cubre está manchada por sangre seca y sangre fresca. Afuera la tormenta ha cesado. Tan solo persiste como una delgada capa de lluvia melancólica. La niebla ha retrocedido, volviendo al nivel del suelo. No hay rayos ni truenos. La tormenta que iba a arrasarlo todo, por alguna razón, se ha detenido, aunque los nubarrones siguen oscureciendo el firmamento.

En algún lugar, no obstante, acecha el demonio del espejo. Pero esa es otra tormenta, un infierno que todavía no se ha manifestado, y que presientes será mil veces más impiadoso que el de la bruja. Quizás, si Cornelius estuviera vivo, podría hacer una apreciación ingeniosa de la situación. Pero no lo está. Le has degollado. Hay algunas gotas de su sangre mezcladas con el barro que recubre tus botas; el maestre nunca ha dejado de acompañarte.

No llegas a dar veinte pasos fuera de la botica cuando te cruzas con Laurien y Heinrich. Están a diez metros de ti, en medio de la calle. Te ven. Los ves. No estás seguro de si te reconocen o no. Los inquisidores vienen caminando en tu dirección. No hay nadie más en la calle, que es un lodazal. El batidor sostiene su mosquete con firmeza. Se lo ve rozagante y fuerte, no así Laurien, que camina con cierta dificultad. Hay tres cuervos sobrevolando vuestra posición.

Nadie sabe qué es lo que está a punto de ocurrir.