Partida Rol por web

Todas las sendas confluyen en este preciso instante, hollando el fango entre los rescoldos que ha traído la tormenta.

Todo acaba aquí, se repite varias veces de camino a casa de Dina. En más de un sentido, probablemente.

Su misión en Novokovo se ha tornado en un viaje personal al Infierno. No sabe con certeza si habrá retorno para él. Ni siquiera sabe si desea retornar. Demasiados recuerdos, demasiado dolor aflorando de su pétreo corazón, ahora resquebrajado, astillándose, repartiendo esquirlas por su pecho... Y peor aún: en su mente.

Irónico.

Un espejo.

La profetisa ha visualizado la debilidad del príncipe demoníaco.

Un espejo.

Gherim se pregunta si él mismo reconocería la imagen que la pulida lente le devolvería al observarse en ella.

Quizás, ahora, por fin lo haga.

Durante el trayecto, silencioso y adusto, el Rostro de Plata se zafa sin ceremonia alguna de la capa raída que se agenció en el Alacrán y se ajusta su capa púrpura, la capa de un Ejecutor de la Inquisición. No la portan los soldados. Solo está reservada para los cazadores más inmisericordes.

En su fuero interno, dos pulsiones colisionan como el fuego lo hace contra agua. Antagónicas. Viscerales.

Es él quien llama a la puerta de Dina.

* * *

* * *

La mirada melancólica de Dina subleva algo en su interior. Algo puro, algo muy humano. Recuerda bien el dolor de esta mujer. Es un tormento que le hermana a ella. Un lejano sentimiento de justicia se instala en su psique. La promesa caída en desgracia de un nuevo amanecer. Es en este momento cuando el deber aísla la rabia y el remordimiento.

El príncipe demonio reclama su presa afuera. Se sabe inevitable como la Muerte misma.

Donde sus hermanos de armas escuchan un coro de voces ultraterrenas, él escucha algo diferente, algo perturbador y pavorosamente familiar.

La Voz del Padre.

Heinrich abre fuego con su mosquete. Dice que les dará tiempo. Elige sacrificarse. Bravo y necio hasta el final. Gherim le observa en lo que puede ser su último instante de vida sobre la tierra. Él, de entre todos los presentes, es muy consciente del poder de Belatsunat.

—Tenemos un duelo pendiente, Von Bassenheim. Espero que no faltéis a la cita —Van Wayden sonríe con débil sorna, casi un atisbo de sincera camaradería. Un tributo entre hombres de armas: valor para los valientes en la Hora Final. Luego asiente, pues sabe que Heinrich es rápido. Sabe que les dará tiempo. También sabe que no llegará a la cita. No en esta vida. No en este mundo.

Gherim van Wayden desenvaina sus dos aceros con elegancia. De repente, ha olvidado sus nombres. Una de sus espadas parece tener grabada en su dialecto nativo una palabra que le produce un ciego helor en la frente: MATASANGRES. La otra se presenta a sí misma con un susurro: CONDENA. El Ejecutor aprieta los dientes y se maldice a sí mismo en silencio. Terrores nocturnos para el hombre que atisba la Noche Más Oscura. Así sea. Los lobos aúllan a la luna para darse ánimos. Él no será menos.

—Necesitamos un espejo. Es cuestión de vida o muerte. ¿Sabéis dónde podemos encontrar uno? —Dirige sus palabras a Dina. Su voz tiene la firmeza de una hebra de acero. —Necesito que encuentres a la niña de Marya y Gavril... Sácala de aquí. Como sea.

Ni siquiera pregunta si podrá hacerlo. Apela a la fortaleza oculta de esa mujer por la que siente una muda empatía.

Acto seguido mira a Laurien. Sus ojos refulgen como los de un animal acorralado en un verde esmeralda.

—No permitiré que te coja. Aunque sea lo último que haga en esta vida.

Tras Laurien, una sombra, señalándole, acusadora.

Hilde.

—Tú me dijiste eso la última vez... Tú lo dijiste... ¿Recuerdas?

Terrores nocturnos.

En la Noche Más Oscura. 

Laurien miró a los dos hombres y se acercó primero a Heinrich, acarició la mejilla de este y besó su frente con dulzura.

- Que la gracia de Fenre os guíe hermano von Bassenheim. - Una lágrima resbaló por su rostro, la recogió e hizo el símbolo de Fenre en la frente de su hermano, dedicándole una cálida sonrisa - Volveremos a vernos...

Tras despedirse de él fue hacia Rostro de Plata, mirándole a los ojos con dulzura y afecto. Colocó bien uno de los mechones de su cabellera, acarició su rostro con una de sus menos sin dejar de mirarle.

- Que la gracia de Fenre os guíe e ilumine hermano Rostro de Plata... - Pegó su frente a la de él y le dedicó una cálida y tierna sonrisa - Gracias... Por todo... Y no te preocupes por la niña, está a salvo - La sonrisa le indicaba sinceridad, hablaba con el corazón sabiendo que lo que decía era cierto - Regresad a mi... Ambos...

Sabía que el demonio la buscaba a ella, que podía usarse a ella misma como señuelo y es lo que haría... Cuando tuviera un espejo en sus manos... Su vida a cambio de las almas de cientos de inocentes... Sin duda alguna aceptaría sin pensárselo pero ellos no podían saberlo...

Se separó de sus hermanos y continuó buscando un espejo que sirviera.

¿La niña... está a salvo?

Gherim asintió despacio, extrañamente aliviado ante las inesperadas noticias de Laurien. Las palabras de la joven le traspasaban esa calidez que acompaña a la honestidad. Tal fue el efímero remanso de paz en el que le embargaron que no tuvo tiempo de reaccionar ante la muestra de dulzura de Laurien.

A su espalda, el espectro, cetrino, real. Marcas negruzcas en su cuello. Musita:

—Eso no bastará... Sabes que no lo hará.

Decide ignorarlo... Fracasa.

Tiene razón. Hilde tiene la maldita razón.

Vuelve la mirada a Dina una vez más.

—Un espejo. ¿Dónde podemos conseguir un espejo? —Su voz rezuma esa calma tensa que enfatiza al soldado curtido. Jugo de resolución para las almas más débiles. Gherim sabe que Dina no se quebrará tan fácilmente. Ha paladeado las fúnebres mieles de la Muerte demasiadas veces. —Te necesitamos... Piensa.

En la vorágine desatada de sentimientos, Dina se erige en una baliza de luz para él. La última. Como la joven Laurien. Como el jodido batidor Heinrich.

La visión de la garganta cercenada de su albina yegua le nubla la vista por un instante. Ahora no... AHORA NO.

—Agárrate. Agárrate. Es tu último faro en la penumbra. Agárrate. Tras ella, solo espera la oscuridad.

>> ¡AGÁRRATE Y LUCHA! —piensa a toda velocidad, espantando sus visiones.

Rostro de Plata trata de elucubrar el próximo movimiento de la criatura para concentrarse. ¿Irá directamente a por Laurien? ¿O decidirá jugar con Heinrich? El tiempo es un recurso escaso. Y en la guerra, desaparece a la misma velocidad que el aliento de un hombre.

Dina mira a aquel ser infernal parado fuera de su casa. Palidece, y mira a Rostro de Plata, sin entender bien qué es lo que sucede. Pero esta mujer es fuerte y ya conoce el infierno: inmediatamente vuelve a sí.

—Un espejo... un espejo, un espejo, un espejo —repite en voz baja mientras rebusca entre las estanterías de su cocina y luego en el dormitorio—. Los espejos son objetos de lujo, hermanos, y el lujo me es ajeno. Esto... esto es todo lo que tengo.

El estruendo del mosquete de Heinrich llena la casa. El familiar olor a pólvora se expande por la estancia. Los sabuesos no paran de ladrar. El batidor sale de la casa y vocifera para llamar la atención del monstruo aunque manteniéndose a una distancia prudente.

El disparo de Heinrich se hunde en el pecho de la criatura, allí donde debería estar el corazón. La bala penetra la carne y hace manar un líquido negruzco y burbujeante que asemeja a la brea. Los jirones de piel humana que rodean al monstruo absorben el plomo [1].

El batidor está fuera de la casa, vociferando al demonio, llamándole, atrayendo su atención. Belatsunat permanece inmóvil, plantado en su posición, ladeando la cabeza con curiosidad hacia Heinrich. La maniobra tiene éxito: el monstruo desaparece y, un pestañeo después, reaparece justo detrás del batidor. Mide más de dos metros y le lleva dos cabezas; su brazo se alza y deja ver unas afiladas garras ensangrentadas, que descarga sin contemplación sobre el cuello de Heinrich.

Los instintos del batidor están afilados, y apenas percibe cómo el viento se corta tras de sí, se agacha justo a tiempo para evitar que las garras le decapiten. Se da la vuelta y queda frente a frente con Belatsunat. Otra vez arremete el monstruo, esta vez el golpe va dirigido al vientre, pero Heinrich desenfunda el estoque justo a tiempo, y la mano del monstruo queda momentáneamente atrapada en el acero. La hoja de la espada corta la carne del monstruo, y arranca gotas de sangre negra y putrefacta [2].

Las mil voces del engendro sueltan un alarido que hace reventar los ventanales de las casas cercanas. Los añicos de cristal salpican a Laurien, a Rostro de Plata y a Dina. A pocos metros de donde se libra el combate está el orfanato, y una parva de niños ojipláticos está agolpada frente a las ventanas destrozadas, observándolo todo.

—Hein... rich. Hein... rich. Inquisidor. Hijo de la guerra. Hijo de la derrota. Hein... rich. Hein... rich.

Heinrich está forcejeando, imprimiéndole todas sus energías a su estoque, para librarlo de las carnes del demonio. Súbitamente la voz infernal muta y pasa a ser una voz de mujer.

—Qué dulces sois antes de morir los sacerdotes.

Heinrich escuchó aquella frase hace años, cuando se topó con un sacerdote combatiendo con brujas [4]. El batidor siente al demonio hurgando en las profundidades de su mente, robando recuerdos y memorias, alimentándose de su dolor y sus traumas. Belatsunat cierra las garras sobre el estoque y se dispone a partirlo en dos... y entonces, tres cuervos descienden desde el cielo y van directo al rostro del demonio [3].

Belatsunat suelta la espada, de un manotazo coge un pajarraco y lo estruja hasta hacerlo reventar en un estallido de vísceras. El batidor se aparta justo cuando desde arriba un rayo parte el aire y cae sobre el monstruo. El trueno que sigue a continuación tapa todos los sonidos. Pero el demonio ha frenado el relámpago: lo absorbe en su mano y luego lo lanza a un lado, hacia la casa de Dina.

Una explosión sacude la vivienda, y de pronto todo el frente ha quedado completamente destruido. La madera salta por todos lados, achicharrada y llameante. Toda la delantera del hogar ha desaparecido, y dentro se puede ver a Laurien, a Dina y a Rostro de Plata, tumbados en el suelo por el sacudón. Belatsunat posa sus ojos vacíos en la hechicera.

—Lau... rien. Lau... rien. Ven. A mí. Lau... rien.

Lo que Dina le ha entregado a Laurien es un pequeño espejo de tocador. Es un objeto viejo, gastado, y no refleja todo lo bien que podría. Las imágenes que devuelve se ven difusas, borrosas, grises.

Es todo lo que tenéis y todo lo que podría salvaros.

Heinrich, que se mantenía activo por la adrenalina del combate y el instinto de supervivencia, no podía evitar sentir miedo al ver el poder de aquel monstruo. Sus ataques no habían servido de nada. Se había concentrado en el disparo, lo había ejecutado a la perfección, y aquel ente, no había recibido ni un rasguño. No solo eso, si no que haberlo atravesado con el estoque...no le había hecho nada tampoco.

Eso cambiaba mucho su forma de plantearse aquello. No iba a poder matarlo, no iba a poder ganar aquel baile, pero si podía mantenerlo distraído mientras Nika y Laurien lo volvían a encerrar. Si podía distraerlo. 

-Yo soy tu rival, maldito bicho inútil. Hein...rich, Hein...rich. ¿Recuerdas? Bailemos...

Dicho eso, Heinrich apuntó con su estoque al cuello del demonio, adquiriendo una postura amenazante, aunque su idea era simplemente distraerle, no atacarle, y procurar estar lo suficientemente pendiente como para esquivar esas mortíferas garras. Un error, y estaría muerto. Un error, y ya no podría conseguirles mas tiempo a su hermana y a Nika. No podía permitirse un error.

Una cálida sonrisa de agradecimiento se dibujó en el rostro de Laurien mientras tomaba aquel pequeño espejo entre sus manos. El cansado y joven rostro de Laurien se reflejó en el espejo y entonces lo entendió, entendió cuál era su misión.

- Vamos pequeña, eres la esperanza de mis hermanos, no dejes que caigan, redimete de tus pecados con esta última obra y toma mi lugar como su guardiana y su voz...

Laurien soltó el brazo que llevaba en cabestrillo, tomó el símbolo de Fenre entre sus manos, uniéndolo al espejo y mantuvo cerca el puñal que siempre llevaba con ella.

Ayer el sol no salió.

Perdí todo cuanto no pude tener.

Quiero poder descansar

de toda la pena y el llanto

que al despertar

ahoga y cierra mi mente.

Pido perdón por su odio,

por las lágrimas de su obsesión.

Tanto sufrir para nada.

Ya sólo podemos partir.

Llega el momento final.

Un último aliento queda respirar.

Una lágrima más

empieza a caer de mis ojos.

Al fondo una luz seca mis penas y llantos.

Pido perdón...

En busca de razones, la llama dejó de alumbrar.

¿Dónde van las almas rotas, imposibles de salvar?

Quizá conmigo al cielo, donde no tienen lugar,

y se pierden en la inmensidad.

Laurien mantenía el espejo fuertemente tomado con sus manos, unido al símbolo de Fenre mientras las carmesí lágrimas de sus ojos resbalaban por sus mejillas.

La explosión provocada por el inenarrable poder del demonio lo funde todo en un devorador negro que amenaza con engullirle para siempre. Como si de una efímera ensoñación se tratase, Gherim van Wayden atisba entre la negrura el rostro lívido y la mirada verdiazulada del espectro, su frío dedo inmaterial volcándose sobre él, dibujando con precisión los contornos de su mandíbula mientras trata en vano de acariciarle.

—No hay redención. No para ti.

Abre los ojos con el corazón en la boca.

Laurien está en pie, expuesta, desafiando al demonio. Heinrich resiste. De alguna manera resiste. Provoca a la Bestia. Demente bastardo... Le juzgó mal. Siempre le juzgó mal.

En su fuero interno, el Rostro de Plata sabe bien que todo acabará en cuestión de segundos.

Vuelca una última mirada a Dina, desvanecida en el suelo. Aún respira.

El enmascarado aprieta los dientes, se alza sintiendo el mudo chillido de sus músculos tras la sacudida. Sus manos se funden con las empuñaduras de sus espadas, sus colmillos. Está preparado. Todo lo que puede estarlo.

El Ejecutor carga contra el demonio que para él tiene carne y hueso con un sincero odio inflamando su mirada esmeralda, arremetiendo contra él con una andanada de destellante acero. Cada golpe arrebata el aliento. Su esgrima es veloz y elegante, pero a la vez posee la contundencia de una guillotina al caer sobre el pescuezo de un reo. Y a pesar de su fuerza y su técnica, la gracilidad preternatural de la criatura le hace prácticamente imposible dañar... hasta que la hoja del Ejecutor cruza en un ángulo engañoso su torso, derramando su sangre.

¿Puede un hombre vencer a su demonio interior?

Gherim jadea por el esfuerzo, mas no tiene visos de detenerse. Su voraz odio, toda su inquina, está condensada en este momento, este preciso instante.

—Tú y yo, Padre... —sisea mientras una lágrima recorre macilenta su mejilla derecha, oculta bajo la máscara.

Una lágrima de sangre.

—Tú y yo...

El frente de la casa de Dina ha desaparecido en una explosión. Una combinación de chispas y astillas vuelan por los aires, mezclándose con la fina película de lluvia que impregna Novokovo. Los perros de Dina han retrocedido en temor, y rodean a su dueña, que yace semidesmayada en el suelo.

Rostro de Plata desenfunda sus espadas gemelas y de tres grandes zancadas cubre el espacio que lo separa de la criatura. El demonio está parado delante de los restos del frente de la casa. Con sus cuencas vacías atraviesa a Laurien, su objetivo, su deseo, su alimento.

—Tanta hambre —repite.

Heinrich acomete al monstruo con una táctica defensiva, estorbando y amagando con golpes de estoque que finalmente no se concretan para distraerle, al mismo tiempo que Rostro de Plata descarga una lluvia de acero. Un golpe vertical al cuello; Belatsunat desaparece y reaparece detrás del enmascarado. Gherim se da la vuelta trazando un arco horizontal, pero el demonio ya no está allí, y ahora está a cara a cara con Heinrich, tan cerca que el batidor puede sentir el hálito congelado que emana de su faz, y el nauseabundo aroma a podredumbre que expele su vestido de pieles humanas.

Heinrich amaga con penetrar su cuello; Belatsunat lo evade desapareciendo. Reaparece al lado de Rostro de Plata, que esta vez es más rápido que el demonio, y describe un tajo ascendente que va de la ingle a la clavícula derecha. La sangre negruzca sale volando hacia arriba y se pierde entre las gotas de lluvia. El corte es profundo, el líquido que asemeja brea es espeso y abundante, y se derrama sobre el suelo [1]. Justo entonces, otro rayo cae sobre él, esta vez la criatura no tiene tiempo a moverse, y el impacto lo hace sacudirse y temblar durante unos instantes.

Laurien junta el espejo y el símbolo del Dicasterio y eleva su plegaria. Es el último ritual, el máximo sacrificio, y las lágrimas de sangre manan por su rostro como nunca lo han hecho. La luz baña sus manos, toca la superficie del espejo, se expande por su cuerpo. La profetisa se ha convertido en un sol viviente; la Visión de Fenre dispone el resto de sus energías mágicas a abrir un portal con el espejo, uno al que desterrar al demonio que nunca debería haber escapado de ese averno [2].

Por primera vez, Belatsunat parece sorprendido, no por el daño que ha recibido, sino por lo que está haciendo Laurien. Una columna de humo, producto del rayo, sale de él. La piel robada que lo abriga ahora está gris y chamuscada. Se gira bruscamente hacia ella. Rostro de Plata levanta un mandoble por sobre su cabeza y lo descarga sobre el monstruo. La mano reseca y húmeda de la criatura se adelanta y coge el antebrazo de Gherim, deteniendo el golpe. Aprieta, hunde las garras en su carne, toca el hueso, lo comprime [3].

Y entonces, Belatsunat cambia de apariencia.

—Gherim

Donde antes había un monstruo ahora hay un hombre. Es alto, musculoso, sus ojos son dos piezas de ámbar que brillan en la oscuridad de Novokovo, y tiene la mejilla desgarrada por una fea cicatriz. El parecido con Rostro de Plata es inocultable.

—Gherim —repite el hombre, todavía atrapando el brazo del enmascarado—. ¿Me matarías, Gherim? Hónrame. Honra a los Colmillos de Hierro. Termina con ellos, con los traidores. ¡Ahora!

Con un rápido movimiento, el hombre corta el saco que Rostro de Plata llevaba atado a la cintura. 

Y luego desaparece.

El saco ensangrentado de Rostro de Plata, aquel que contenía dos objetos esféricos, está destrozado. Las cabezas caen a sus pies. Una de ellas es la del párroco Timur, o Waldo. No solo ha sido decapitado, sino que un espadazo le ha partido la frente al medio, desparramando materia gris sobre sus mejillas.

La otra cabeza es la de Shadha al-Qanan. Pereció en silencio, segura de sí misma. No hay dolor en sus ojos.

Cuando el monstruo regresa, no es ya ese hombre tan parecido a Rostro de Plata, sino el demonio en su forma verdadera, herido, sangrante, quemado, pero hambriento, voraz, malvado. Se manifiesta frente a Laurien.

—Lau... rien. No más prisiones. Sacia el hambre. Seamos uno.

Las garras del monstruo se mueven hacia el espejo y hacia la hechicera.

Heinrich se paralizó por un momento ante los cambios de forma del demonio, y más aún, si cabe, ante la caída de las dos cabezas. Se esperaba que una fuera la de la extranjera pero...timur...Aquel mensaje de los Colmillos de Hierro parecía querer aclararle algo al batidor. Si el demonio había sacado lo del sacerdote y las brujas de su cabeza, seguramente también podría haberse metido en la de Rostro de Plata. Pero no había tiempo para eso. Había sido un error dedicar un segundo a esos pensamientos, pues en ese segundo, el demonio se acercó a Laurien con sus garras, y estaba apunto de atacarla, rompiendo así seguramente su hechizo. No podía permitirlo. Echó a correr.

-Te he dicho que no me desprecies como rival, hijo de puta.- Alcanzó a decir mientras se interponía entre el monstruo y la Voz de Fenre.

Y allí se quedó, inmóvil, más atento a donde iba a reaparecer el demonio que a donde estaba. Tenía que evitar, aún a costa de su propia vida, que aquel engendro interrumpiese el ritual que estaba elevando Laurien. Les iba la vida en ello, no solo a ellos, si no a la humanidad de bien...y a Nika. Fatigado como estaba, se atrevió a lanzar un desafío, el último desafío, para bien o para mal.

-Para tocarla a ella, tienes que matarme primero ¿serás capaz?- y sonrió, viéndose ganador, ya fuera vivo o muerto.

La joven continuaba recitando, juntando aquellas dos piezas mientras su voz iba alzándose al cielo. Sabía que había llegado el momento, conocía el precio a pagar, era la hora de que su poder sirviera para un verdadero fin. Era el momento de poder darle a aquel lugar lo que merecía, la paz... Y para ello debía hacerse un sacrificio...

Sintió el pérfido aire, la sombra moviéndose cerca de ella y alzó el rostro hacia la criatura... Sus ojos estaban enrojecidos por la sangre, en su mirada había una determinación que asustaba y mientras el demonio hablaba ella le sonreía con cierto aire de triunfo, era casi como si lo retara... 

Una presa soy, una pieza a cobrar
siento ya tu aliento junto a mi piel
creerás vencer y no, nunca lo harás
está ante ti y no lo entiendes

Pobre demonio, planteaste el juego en mi tablero
error fatal, confundir al lobo con un cordero

Pobre torpe y confiado,
creíste tenerlo todo bajo control
pensaste que el triunfo era tuyo, gran error
no soy la presa, yo soy la cazadora...

Entonces la figura de Heinrich se posó entre ellos y Laurien lo miró, esperando que su hermano entendiera que solamente necesitaba un poco más de tiempo y que cuando todo estuviera listo tenía que dejar que él fuera hacia ella...

Ahora estas frente a mí, veo el miedo en tu mirar
Sientes lo que yo sentí, temes lo que pasará

Y cuando salga de aquí, volveré a ser una más
Por fin yo seré feliz, nada ya me asustará

El camino es muy corto, el tiempo muy largo
Tan sólo un destino, he venido a morir

Respiró, tomó la daga que llevaba y la colocó frente al símbolo y el espejo, con la punta de esta apuntando a su joven y puro corazón.

Como alguien caída del cielo
he surgido en esta tierra
soy aquella que trae consuelo
trae paz en vez de guerra

Un soldado sin armas
Un reino sin fronteras
no mas muertes, no mas miedo
no mas hambre ni miseria

Cuando todo esté perdido
siendo imposible vencer
llámale desde el silencio
a nuestro lado luchará

Soy la última esperanza
soy la extrema solución
soy la guía del sendero
soy una revolución
por que en este mundo de odio
nadie por ti velará
soy la que da su vida
solo para no darte un día más.

Clavó la daga en su pecho, dejando que la sangre manara hasta el espejo y el símbolo de Fenre para después abrir sus brazos esperando recibir al demonio. Un último acto, unas últimas palabras con el deseo de que el mal fuera sellado por siempre...

Podemos cambiar el mundo
conocemos la manera
como el agua hace arena
hasta la mas dura piedra
el secreto de esta fuerza
no se encuentre en la violencia
mucho mas simple que eso
el secreto es la insistencia

Soy la última esperanza
soy la extrema solución
soy la guía del sendero
soy una revolución
por que en este mundo de odio
nadie por ti velará
soy la que da su vida
solo para no darte un día más.