Partida Rol por web

A paso lento, cruzas las calles de Paris hasta sus afueras. Allí donde termina la ciudad pones a la yegua al trote y, unos kilómetros más adelante, le subes el ritmo hasta que galopa.

Tres horas después has llegado hasta el lago Carouge. Te has cruzado con varias personas por el camino; personas con carros transportando grano hacia París, algunos campesinos que iban andando hasta las tierras que iban a trabajar e incluso un carruaje que llevaba pasajeros.

Es mediodía ahora. Paras cerca del lago para que el caballo beba y tú comas algo. Cuando llevas allí unos minutos escuchas los cascos de dos caballos que se acercan...

Consigo llegar hasta París, incluso cruzar la ciudad, ha pasado poco tiempo pero en mi mente todavía resuenan los cascos, un tanto paranoico pensando que quizá me persigan todavía.

Atravieso la ciudad y apenas salir me echo a un lado junto a la yegua, ocultando mi propio rastro y aguardando unos largos minutos, tanto para que la yegua descanse como para dar tiempo a que quien me persigue nos alcance, o al menos poder verlos, aunque lo más probable es que no me siga nadie.

Si no aparece nadie, continuaré presto. Si aparecen y puedo emboscarlos lo haré, si no, trataré de poner tierra por medio, discretamente en caso de ser posible, en cualquier caso intento identificar quién me sigue y poder actuar en consecuencia.

Tan rápido como puedes, buscas un lugar para esconderte tú y el caballo. Tienes que alejarte un poco ya que necesitas una zona frondosa de bosque para que no se os vea, sobre todo al caballo.

Desde el sitio donde te escondes, ves a dos hombres embozados que paran junto al lago. Ambos llevan sombreros de ala ancha y el rostro tapado hasta la altura de la nariz. Mientras los caballos beben, ellos revisan el suelo buscando huellas.

Entre los altos arbustos que habías localizado, tanto tú como el caballo, no sois visibles. Desde donde estás observas unos segundos a los dos hombres, el tiempo suficiente para averiguar qué armas llevan y si podrían venir más detrás de ellos. Cuando tienes claro que sólo llevan espadas y que nadie más viene detrás suyo, sales de entre los arbustos, ya con tu espada desenfundada, aprovechando un momento en que ambos están de espaldas.

-On garde!!- exclamas para avisarles y que se coloquen en posición. No eres de los que atacan a traición salvo que no exista ninguna otra opción de salvar la vida.

Ellos desenfundan e intentan rodearte para dificultar tu defensa. Pero se nota que no están entrenados en este tipo de enfrentamientos. Quizás son matones de taberna, quizás soldadesca que ha luchado en un par de batallas de las que son refriegas. Pero, desde luego, no son contrincantes para un Guardia Real.

Te situas con el lago a la espalda, de manera que esa zona quede cubierta, y pegado a dos grandes robles por el flanco izquierdo, de forma que ellos sólo pueden atacarte por el derecho, tu mejor lado. En cambio ellos están demasiado juntos. Entre su torpeza y su falta de orden, no te cuesta nada despacharlos. Uno de ellos huye, raudo, en cuanto le haces el primer corte. Pero el otro sale peor parado, le desarmas, con una herida en la mano. Cuando estás a punto de preguntarle, un disparo, que no sabes de donde proviene, le da en la espalda y el hombre cae, muerto, a tus pies.

Te ocultas rápido,  mientras varios disparos más, vuelan a tu alrededor.

Me coloco bien.

Les derroto bien.

Les disparan bien.

Me pongo a cubierto bien.

Pero saco información mal.

Muy mal.

Miro alrededor para tratar de analizar la situación. Soy diestro... pero son balas.

¡Merde!

Mascullo. ¿Cómo diablos puede ser esto de tanto interés? ¿Quién infiernos...? Pero lo primero estaba claro: sobrevivir. Cojo una piedra y la hecho al bolsillo, busco a mi montura, tratando de buscar un camino para subir y montar y tratar de perderles usando lo que la naturaleza me de, o quizá los restos de algún viejo muro.

Sorprendentemente tu caballo, pese a no ser tu perfectamente entrenado compañero habitual, no ha salido al galope con el ruido de disparos. Se le ve asustado pero no se ha movido. Cuando te aproximas se deja montar sin problemas y salís de allí al galope.

Unos minutos después te das cuenta de que no te siguen, al menos que tú puedas verlo. Decides no correr riesgos y continuar tanto como te sea posible aunque a un paso más lento.

A la altura de Méréville te ves obligado a parar a cambiar de caballo y a comer algo. Han sido casi 40 km en apenas 2 horas. Vas muy bien pero si sigues así necesitarás 20 caballos para llegar a España.

El cambio de caballo no te supone demasiado problema. Aprovechas para comer un poco de estofado en la misma casa de postas en la que haces el cambio de caballo.

El posadero, el muchacho que le ayuda y un par de viajeros es todo lo que hay en el local.

Acaricio el lomo del caballo, un poco apenado por haber tenido que dejarlo atrás.

El estofado caliente sienta bien, calienta el estómago... y da energías. Pero aún me queda bastante, y no puedo detenerme.

Se me ocurre entonces un brillante plan, o no tanto, pero al menos a mí me lo parece.

Alquilo una habitación y dejo una propina generosa, diciendo luego que sencillamente voy a dar una vuelta, que tengo que buscar a alguien.

Y entonces salgo... para no volver. Con suerte eso les hará perder como poco medio día. Sonrío. ¿Qué podría salir mal?

El dueño de la posada te pide que le acompañes y te muestra la habitación tras cobrartela. Cuando le dices que sales un momento te comenta
-Claro Señor. Cuando vuelva puede entrar directamente o pasar por la cantina para cenar si vuelve cerca de la hora de la cena-
Las habitaciones no tienen cerradura por lo que no necesitas que él te abra al regreso, te comenta.
Baja a seguir atendiendo a los clientes.

Unos minutos más tarde, bajas y haces un gesto mientras comentas -Ahora vuelvo- asegurándote que cualquier oido que esté escuchando te oiga bien.

Luego te acercas discretamente a las cuadras donde pones tus cosas sobre el nuevo caballo que has cogido. Sin subirte en el caballo lo sacas llevándolo de las riendas. Cuando estás algo alejado montas y pones al caballo al trote.

Tres horas después estás a las puertas de Orleans. Un poco antes de llegar, en una zona cubierta de arboles, haces un alto. Acabas de gastar el dinero que tenías para dormir esta noche en una cama decente. Empiezas a plantearte si vas a dormir hoy al raso o lo vas a posponer para hacerlo otro día. Y también deberías plantearte si entrar dentro de la ciudad de Orleans a comprar provisiones. Aún te queda de lo que compraste pero tienes que valorar el riesgo de que te quedes sin ellas en medio de la nada.

Durante todo el tiempo has estado atento para asegurarte que nadie te seguía. O bien no lo hacían o bien tu treta ha dado sus frutos.

Estoy llegando a un nuevo lugar, sin embargo el dinero se acaba.

Aunque por fortuna no es la primera vez que tengo que pasar una noche sin recursos, tampoco soy alguien particularmente exquisito.

Lo primero es buscar un buen lugar donde pasar la noche.

Lo segundo preparar alguna trampa para conejos.

Lo tercero hacer una fogata para dormir. Y para cocinar.

Ni siquiera te planteas entrar en la ciudad. Al menos por hoy, te mantendrás alejado.

Desde donde estás te parece distinguir un recodo en una gran roca. Al acercarte ves que, efectivamente, queda bien guardada del viento y, con el saliente superior estarías, incluso, a salvo de la lluvia si le diese por llover.

Lo primero que haces es preparar, en el bosquecillo en el que paraste, una trampa para algún animal pequeño. Mientras esperas a ver si te sonrie la fortuna, preparas un fuego con algunas ramas secas que has localizado.

Le quitas la montura al caballo y lo dejas pastar tranquilo. Te preparas un sitio para dormir aprovechando algo de hojarasca que has encontrado y la manta que llevas siempre que sales de viaje. Te acercas hasta un riachuelo que habias visto al venir y que te queda sólo a unos cientos de metros y coges agua.

Para cuando vuelves a revisar tu trampa, una sorpresa te espera. Una liebre ha caído. La preparas sobre las brasas. Está muy buena o tienes mucha hambre.

Cuando terminas te acuestas a dormir después de haber comprobado que es imposible verte a tí o a la hoguera desde el camino.

El día siguiente amanece soleado. No tienes demasiados problemas para recoger todo y ponerte en marcha. Si esto sigue así va a ser la misión más sencilla de tu carrera.

Pasas por delante de Orleans y sigues hacia el sur, camino de Châteauroux.

Pretendía haber pasado Orleans para ahorrar tiempo, pero al final el cansancio me pudo y descansé antes.

Una liebre que me supo a puro manjar.

Y... un día más por delante. Parece fácil, pero estoy seguro de que el camino está lleno de espinas. Le doy fuerza al caballo aprovechando el buen día que hace.

Pasas de largo Orleans y, unos minutos más tarde, te encuentras frente al río Loira. El río baja caudaloso debido al deshielo. En el puente que lo cruza siguiendo el camino que sale de la ciudad, el mismo que tu pretendias usar, está lleno de gente parada.

Preguntas si sucede algo y un hombre vestido de campesino, que va acompañado de un niño pequeño, te dice que hay una carreta volcada en mitad del puente. Todos los barriles que llevaba dentro están desperdigados por el puente, algunos de ellos rotos. La gente está ayudando a quitarlos pero es probable que haya que esperar hasta la tarde para cruzar.

Una carreta volcada es un contratiempo bastante improductivo. En circunstancias normales no tendría problema en esperar, incluso en ayudar, pero... no son circunstancias normales. Y tratar de pasar con el caballo entre los barriles llamaría demasiado la atención, más aún teniendo en cuenta que me siguen.

Por ello decido buscar una zona menos profunda, escupir una maldición en contra de los españoles, dado que por su culpa estoy pasando por esto y encima me voy a calar, como mínimo, los pantalones. Gruñir, y azuzar a mi caballo para seguir todo recto.

Con la gracia de Dios y su Majestad, perderé poco tiempo y podré seguir para cumplir con mi misión.

Mentalmente repaso dónde podré tomar algo caliente después de esto... voy a necesitarlo.

Sorprendentemente encuentras una zona de agua más embalsada, donde la corriente no es fuerte y que tampoco es profunda. Además sólo has tenido que alejarte un poco de manera que cuando sales del agua, apenas si has perdido unos minutos.

Decides seguir hasta Olivet. Esta a sólo 20 minutos y allí seguro que hay una posada donde poder poner las piernas al fuego un rato mientras tu ropa se seca.

Avanzas y, gracias al espléndido día de sol, no te quedas frío pese a que tus pantalones están humedos hasta la rodilla. Es incomodo y desagradable. Y proferir maldiciones dirigidas hacia los culpables españoles sólo te anima ligeramente.

Cuando por fin llegas a Olivet, atraviesas el pueblo buscando una taberna. Casi al final del mismo, lo encuentras. Dejas el caballo al cuidado de un mozo y entras dentro

Un gran fuego está encendido dentro. La escasez de ventanas hace oscuro el lugar pese al día luminoso que has dejado fuera. Una moza sale de lo que deben ser las cocinas, justo cuando tú entras, secándose las manos

-¡Buenos días! ¡Bienvenido viajero! ¿en qué puedo ayudarle?- es solícita y de sonrisa amable.

De la puerta por la que ha salido te llega un delicioso olor a estofado y pan recién horneado

Comida caliente para un desafortunado, si vous plait.

Digo, en cuanto el olor a comida caliente y recién hecha llega a mi nariz. La verdad es que he tenido bastante suerte para lo que podría haber perdido, pero estoy calado hasta las cejas y el calor me vendrá bien. Quizá también descansar un poco... pero tengo que comedir un poco el dinero, no he salido con demasiado.

En mi garganta se aglutinan ciertas palabras de cortejo para entrar en calor de otros modos... pero tengo una misión, de modo que sencillamente las palabras se transforman en una sonrisa pícara que no pasa de ahí.

Mi lengua humedece mis labios. Hambre. Frío.

-¡Claro! Inmediatamente- te responde la mujer fijándose en tus pantalones que gotean -¿Porqué no se acerca al fuego para secarse? O, si lo prefiere, le podemos preparar un baño arriba y poner a secar los pantalones y las botas ahí, al fuego, hasta que salga del baño. Va a coger una pulmonía- te pregunta la mujer con gesto de franca preocupación.

Mientras te deja decidir, vuelve sobre sus pasos hacia la cocina. Unos minutos más tarde sale con un gran cuenco de estofado y una rebanada de pan que deja sobre la mesa.

Gracias.

Respondo a su preocupación, antes de caminar hacia el fuego para permitir que su calor penetre en mí y cerrar los ojos para disfrutar de los aromas de la madera quemada instantes antes de volver al maldito mundo real.

Pero el olor de las brasas se mezcla con las grasas del cuenco que me traen... y mi estómago ruge como si hiciese días que no como nada de verdad. Y por Dios que he comido. Sin embargo tomo el cuenco y asiento agradecido.

Si me trae un poco de vino especiado para acompañar le agradeceré.

Le guiño un ojo y miro el estofado que tengo. Meto la cuchara y comienzo a disfrutar, mientras hecho cuentas de los trayectos que aún me quedan y del tiempo que tengo de ventaja... o de desventaja. Sinceramente el Rey está bastante loco para una misión así... y más loco aún para encargármela a mí. Algo en mi cabeza no termina de encajar...

La camarera te mira un poco preocupada pero asiente y te dice que te traerá el vino. Entra en la cocina por la misma puerta que viste antes.

Comienzas a comer mientras tus ropas se secan.

Estás sentado comiendo cuando dos tipos entran en la taberna. Se sientan en la mesa contigua a la tuya. Durante un rato no sucede nada. Parece que estuvieran esperando a la camarera. Pero al cabo de un tiempo empieza a preocuparte que ella no vuelva y los tipos tampoco se extrañen de que nadie vaya a servirles. Están sentado quietos, ni siquiera se han acercado a calentarse al fuego. Te fijas en sus ropas y ves que están mojadas, como las tuyas hasta la rodilla. Cuando levantas la vista, tu mirada cruza con la de uno de ellos que te está observando

-Tienes algo que alguien quiere. Nos han encargado que lo recojamos y se lo llevemos. Así que, si eres tan amable de dárnoslo, nos ahorraremos mucho tiempo- te dice, con gesto serio.

La calma precede a la tempestad. Es una verdad ineludible, natural.

Y aquí está... el silencio mientras como, mientras me seco. Mientras espero mi vino.

Dos hombres, y más silencio. Demasiado silencio, hasta que se deciden a romperlo... y alucino. Sencillamente alucino. Les sacaba ventaja, crucé el río del modo más rápido... tan sólo una breve parada para tomar el aliento. Y me han alcanzado, reconocido. No, esto no es una simple sospecha, saben perfectamente de qué va todo esto... y se están dejando sendos recursos. Maldito sea el Rey y su enorme bocaza, que seguro que con alguna ramera que se ha acostado se habrá enterado y así están las cosas...

Pero no importa, despacio me pongo en pie y les observo a ambos, colocando el cuenco con cuidado sobre la mesa.

Lo lamento, señores, pero no puedo devolverle la pureza a la hija de vuestro jefe. Pero es bastante accesible, incluso para un par de orangutanes como ustedes... ¿por qué no se van y disfrutan un rato?

Y maldita sea mi bocaza que no sabe controlarse...

Llevo una mano a la empuñadura de mi arma, preparado para la batalla si tal se cerniese, aunque una parte de mí realmente espera dar su merecido a estos dos...