Partida Rol por web

Irina se lanza a rebuscar por el varadero y, quizá por costumbre, sus manos han acabado en los bolsillos de los orientales caídos. De ellos extrae unos papeles.

Observo como Irina empieza a dar vueltas por el sitio, como un gato encerrado y lo revuelve todo. Cuando saca algo de los bolsillos del muerto me acerco por su espalda y miro por encima del hombro de la mujer.

-¿Qué es?- pregunto, interesado. A ver si es algo que nos permita delimitar el área de búsqueda de la dichosa fábrica de lotos (o con un logo de flor o a saber qué significa).

- Creo que es una dirección. 

Digo, mientras le tiendo el papel a Currie para que lo vea. 

Cuando Irina extiende el pequeño papel a Leroy, los demás, Ezekiel y Flora, dirigen también sus miradas sobre él. Se trata de una dirección manuscrita correspondiente a una zona industrial de Nueva York.

- Creo que es un interesante siguiente paso en la evolución de este misterio. Qué opinan, señores, hermana.

-Que sin que sirva de precedente, no puedo estar más de acuerdo- contesto, no sin poner una pose de “ni se te ocurra decir un te lo dije”.

-Una zona industrial es un sitio perfecto para esa fábrica de lotos y…- hago una leve pausa dramática –Para una trampa mortal. Vayamos, pero no sin antes armarnos debidamente. Incluso no descarto que no requiramos cierta ayuda y apoyo por parte de la policía. No sabemos a quién podemos encontrarlos allí. O a qué.

-Concuerdo, mas no sabemos tampoco si la policía puede estar de su parte, tengamos eso en cuenta. Está claro que es una organización poderosa y con mucha influencia en los bajos fondos. Actuemos con cautela. Lo primero, como dice nuestro buen amigo Leroy, es armarnos nosotros. Ya vimos cómo se las gastan los amigos. No escatimemos en munición ni en armas de filo. Y desde luego, ocultas. ¿Podemos contar con algún policía de comfianza? ¿,Quizás el que nos ayudó al comienzo de este embrollo? ¿Qué os parece?

No estaba mal contar con gente que supiese qué íbamos a hacer y en qué estábamos metidos, por si las cosas se torcían. Pero levantar demasiado la liebre también hace que los perros puedan salir huyendo.

Curiosa disyuntiva.

Saqué la pistola que había usado con tanta fortuna contra los asiáticos, y me aseguré de ponerla de nuevo a buen recaudo y fácil de sacar si fuese necesario.

-No tenemos tiempo que perder, vayamos entonces a hablar con aquel poli que conocimos, es mejor que nada. Seamos cautos en lo que le decimos y revelamos, que nuestro esfuerzo nos llevó lograrlo. ¿Vamos, pues?

Se hace tarde y la ciudad se vuelve en tonos más fríos. El comisario Ballentine os recibe en un despacho inundado de papeles. En un rincón de su mesa tiene una pequeña colección de tazas de café vacías y un todavía humeante cenicero plagado de colillas impregna la estancia con olor a tabaco. Os ofrece asiento en un sofá que tiene en un rincón, pues no tiene sillas suficientes en su escritorio. Os ofrece café, y por sus gestos, os insta a que empecéis a hablar.

-Buenas tardes, comisario- me adelanto a mis compañeros, saludando al policía con un entrechocar de manos. Me acomodo en una silla y dejo el sofá para las señoras. Acepto el café porque nos espera una noche complicada y requeriremos estar muy despiertos y dispuestos a todo.

-Venimos por dos temas: el primero, pedirle información y el segundo, solicitar su posible ayuda esta noche.

- Ya decía yo que estaban ustedes "muy silenciosos". Finalmente, han venido en busca de ayuda. - El tono del comisario no suena en absoluto arrogante, sino paternal y conocedor que ha llegado el momento de arrimar el hombro cuando se le requiere. - Está bien, amigo, dígame qué han averiguado y qué necesitan del cuerpo.

Estuve tentada de contestar yo misma al comisario, pero pensé que mejor no tomar ese riesgo y dejar hablar a los hombres, pues entre ellos se entendían mejor. Miré a la hermana Flora, intentando transmitirle esa idea, y sonreí a Leroy para darle pie, ya que del cuarteto parecía ser siempre el más dispuesto a socializar.

-Bueno, nunca fue nuestra intención pisarles los pies al Cuerpo- respondo, con una sonrisa amistosa. Intento controlar mi cinismo habitual. Necesitamos que los “bobbies” estén lo mejor dispuestos posibles. Los vamos a necesitar.

-Hemos tenido una serie de encuentros fortuitos algo… incómodos. Valgue decir que todo fue en pos de ayudar a encontrar al asesino del Sr. Bright, por supuesto- tercio, usando mi voz más amable y mis gestos más campechanos. Dejo de lado mi enorme ego por un rato.

-La cosa es que su criado, bueno, es todo menos un mayordomo ordinario. Más bien es un delincuente. ¡Y con amigos!- alzo el dedo índice ligeramente, a modo de refuerzo corporal a mis palabras.

-Nos mandó a algunos de sus hombres para eliminarnos. Por supuesto, no lo consiguió o no estaríamos aquí- inicio de este modo mi relato pintoresco y banal de todo lo que ha pasado. Un arqueólogo, al fin y al cabo, no es más que otro tipo de cuentacuentos, muy en el fondo.

-Y cuando le preguntamos “amablemente”, nos dijo algo de una fábrica de lotos. Ahí estaría nuestra primera… petición de ayuda. Encontrar esa fábrica de flores o bien un almacén con un logo en forma de loto. No quedó muy claro- me encojo de hombros.

-No le sonará algo que sea similar por un casual, ¿verdad?

Intervine brevemente:

-Como bien ha dicho Leroy, nuestra intención siempre ha sido ayudar a la ley, y encontrar al culpable o culpables de la muerte del señor Bright. Pero sabe usted mejor que nadie que cuando se levanta una alfombra suele salir mucha pelusa de debajo de ella... Algo así nos ha pasado. Necesitamos sus consejos y la información que pueda facilitarnos, y llevaremos a cabo la investigación con la mayor celeridad y eficacia posibles.

La mirada del comisario brilla al escuchar la versión de los hechos que Leroy Currie le cuenta. Afortunadamente, no omitió en la narración el encuentro con la banda de asiáticos y la dirección de una fábrica de la zona industrial, algo que sirve a Ballentine para poner en el ojo del huracán a una de las Tríadas más peligrosas que, asegura, campan en la ciudad.

- La Banda de la Calle Mott. - Dice, lanzando una carpeta sobre la mesa. De ella, asoman varias fichas policiales de sospechosos, y algo que no se le escapa al Profesor Brush es que casi todos son originarios de Birmania.

- Creo que ya sé dónde está esa fábrica de lotos de la que me hablan. - Dice, levantándose y acercándose a un mapa de la ciudad. - ¿Ven aquí? - Dice, señalando con el dedo sobre el plano a un lugar agujereado con una chincheta. - Sabemos de operaciones clandestinas en este lugar por parte de esa Tríada. Se trata de una vieja fábrica en una especie de limbo legal. Hasta ahora, no teníamos nada concluyente, pero parece que ha llegado el momento de hacerles una visita, ¿no creen?

Sonrío satisfecho. Sabía que hablar con el comisario era el movimiento correcto, sólo ellos podían encontrar tan rápido un sitio así. Nosotros habríamos tardado media vida con nuestros propios medios.

“Y volvemos a la maldita banda… Así que al final resulta que el mayordomo es el capo de esa organización criminal de la que nos habló aquel irlandés. Decepcionado, pero no sorprendido”, pienso para mis adentros.

-Si nos deja acompañarles, nos haría un gran favor. Nos encantan los misterios y parece que ahí podría estar la siguiente pieza- sonrío todo lo amistosamente que soy capaz.