Partida Rol por web

Tras pedir indicaciones el el pueblo y descansar para reponer vuestras mermadas energías, recorreis el largo camino que os separa de la Cueva del Deva.

Oculta por un frondoso bosque, la entrada de la caverna del Deva se encuentra al pie de un pequeño monte. Mientras seguís el camino que atraviesa el bosque y os guía hasta la caverna, un anciano os sale al paso. Viste una túnica gris con una capucha excesivamente grande que le cubre parcialmente el rostro y se apoya en un bastón retorcido en el que están posados 7 canarios dorados.

Disculpad que os importune, estimados viajeros, pero ¿seríais tan amables de indicarme a dónde os dirigís? - el anciano os dedica una cándida sonrisa - Actualmente resido en este bosque y temo que pueda ser peligroso para viajeros inexpertos o poco preparados.

- Buenos días buen señor. Yo soy Menelpar, de los mil dioses. ¿Cómo me puedo dirigir a usted?

No me fio demasiado e intento ganar tiempo antes de decir a dónde vamos e intentar saber si realmente es quien dice ser.

Oh, no soy más que un viejo druida en busca de una unión más cercana con la madre naturaleza - las palabras del druida te transmiten confianza, o al menos no dan lugar a recelo -. Decidme pues, Menelpar de los mil dioses, ¿qué os trae por estas alejadas tierras?

Le echo una mirada a Axelos para ver que opina de si decir nuestro verdadero destino. Si es posible por la distancia entre nosotros le susurro:

- Tss, ¿se lo decimos?

Nosss dirigimosss a la Cueva del Deva - responde Axelos mientras asiente sutilmente a tu pregunta.

¿La Cueva del Deva? ¿Puedo preguntar qué asuntos os requieren en tal lugar?

Necesssitamosss cambiar de plano y hemosss oido que en esssa cueva habita una criatura capaz de ayudarnosss a ello - responde escuetamente el dragonborn.

Debo advertiros de que esa cueva es un lugar más peligroso incluso que este bosque. La caverna sirve de morada no solo para la criatura que buscáis, sino para todos aquellas criaturas sin un sitio al que pertenecer o un hogar al que volver. Es un lugar repleto de trampas y engaños - el anciano se mesa la barba unos instantes -. ¿Estáis seguros de querer adentraros en ella?

Buen hombre, sabremos estar a salvo - interviene Suara con evidente impaciencia -. Le agradecemos enormemente su preocupación, pero es del todo innecesaria. Puede usted regresar tranquilamente a su arbol a... - mira al anciano de arriba a abajo - dar de comer a sus pajaros.

El druida levanta una mano en señal de paz tras pillar la sutil indirecta.

Si tal es vuestro deseo, permitidme entregaros algo que os sirva de protección o ayuda en el interior de la caverna.

De entre sus ropas saca un escudo de aspecto oxidado y te lo alcanza.

Extiendo la mano para recibir el regalo.

- Muchas gracias noble señor. Permitame que insista en su nombre para poder orar por usted a Silvanus.  - hago una pausa pensando en lo que acaba de ocurrir - Qué casualidad que llevase ese escudo guardado y nos lo regale.

Oh, no es casualidad, Menelpar de los mil dioses - responde el anciano dándose la vuelta para adentrarse en la maleza -. Mantened siempre la mente alerta - añade justo antes de desaparecer entre el denso follaje.

- Sin lugar a dudas el anciano era una deidad de la naturaleza que nos ha bendecido con su presencia. Guardaré el escudo como un regalo de los dioses se merece.

Toco el escudo suavemente para palpar su procedencia y material. Cuidadosamente me lo echo al hombro.

Una deidad o un viejo senil - murmura Suara -. Deberíamos avanzar antes de que se nos haga de noche. Últimamente no soy muy fanática de la oscuridad.

- Sí, avancemos.

La entrada de la caverna, una amplia apertura excavada en la pared, parece señalada por dos estatuas de piedra, una a cada lado de la entrada. Las estatuas representan a unas criaturas humanoides con alas en la espalda.

- Mmm, quien viva aquí no parece un cualquiera.

Aún sigo sorprendido que hayamos sido bendecidos por la presencia del mismo Silvanus. Estas estatuas...

La entrada de la cueva es una abertura excavada en la pared que continua en un largo túnel que se oscurece allá donde la luz del exterior no alcanza. Las dos estatuas, situadas sobre sendos pedestales justo en el umbral de la entrada, no son más que meras gárgolas, probablemente puestas por alguien que quiso señalizar la cueva. Si representan a algún dios o deidad menor, está claro que no lo contemplas en tu amplio panteón personal.