Te despediste de Ginia y de Sirya y, tras dejar a Spotty encerrado en la vieja casona, te pusiste a dar una vuelta por el pequeño mercado de Fairhill. Las noticias volaban en un pueblo tan pequeño, y todo el mundo parecía saber quién eras y qué habías hecho. Todo el mundo te sonría, los niños correteaban a tu alrededor, y todos los tenderos competían por su atención. Te regalaron un par de botas nuevas, un kilo de naranjas, una docena de margaritas, una trucha de más de diez kilos y un sencillo brazalete de cuero labrado con motivos vegetales.
Aturdida por tanta atención y sin saber muy bien qué hacer con la enorme trucha que te habían regalado te dirigiste a la herrería. Te encontraste la puerta entreabierta, las ventanas cerradas, el interior sumido en las sombras. La fragua estaba apagada, y olía a destilería en vez de a herrería.
—¡Está cerrado! —gritó una voz pastosa y destemplada, decididamente femenina, procedente del interior del edificio.
Durante unas horas, olvidó las penurias mientras caminaba por el pueblo de Fairhill y se sintió como una persona normal. Que la gente la felicitara o la saludara sin conocerla le daba un poco de vergüenza, pero también subía su ánimo. Había hecho lo correcto y los aldeanos parecían felices, aunque en el fondo ella sentía que no había hecho gran cosa, tan solo rescatar a una niña. Y matar a un nigromante, lo cual también debía aliviar bastante la presión en la comarca. Bueno, y gracias a eso, no habría una alianza con los bandidos y los nigromantes. Así que, en resumen, había ayudado un poquito a aquellas gentes. Hablar con Balder también le había venido muy bien, se había quitado un gran peso de encima, sentía que podía volver a respirar.
Cargada con una bolsa de naranjas y la trucha, las botas nuevas y la pulsera, intentaba no destrozar el ramo de margaritas llevándolo bajo el brazo. Pensó que debería llevarlo a la casa antes de que hubiese algún problema, como le hizo notar Balder, que por cierto no podía ayudar porque no tenía manos con que sujetar las cosas. Tyris estaba pensando en ponerle la trucha encima, pero al final decidió llevarla ella misma mientras iba a la herreria.
-¿Cómo que está cerrado?
Depositó la bolsa de arpillera donde llevaba las naranjas en el suelo, encima la trucha, encima el ramo. Se sacudió un poco la ropa y llamó a la puerta. Estaba entreabierta, pero aún así no traspasó el umbral.
-Disculpe, ehm, señora. Necesito comprar hierro. ¿Va todo bien? ¿Puedo ayudar en algo?
Abrió la puerta para acceder al interior.
En el interior de la herrería, encorvada en una mesa, estaba la mujer más fuerte que habías visto jamás. Sus espaldas eran tan anchas y tenía tal cantidad de musculatura en el cuerpo que parecía capaz de cargar una vaca a cuestas. Tenía el cabello de un llamativo color rojo, los ojos verdes y la piel llena de pecas.
La mujer dejó un vaso de licor encima de la mesa y se levantó, aunque con su notable estatura y corpulencia uno habría dicho que se desplegó. Se levantó, tambaleándose, y arrastró por el suelo un enorme martillo a dos manos.
—¿Te parece esto una mina? —te preguntó. Su aliento apestaba a alcohol—. Ah, ya sé quién eres. Esa aventurera recién llegada, de esas que arreglan todos los problemas de la gente.
Te dedicó una mirada de desprecio.
—Luego los críos piensan que pueden hacer lo mismo, y ocurre una desgracia —dijo y apretó los nudillos en torno a su martillo—. Estoy tan harta de aventureros...
Tyris se tensó ante la mujer, desprendía más hostilidad de la que esperaba, más por sus palabras que sus gestos. El dolor era visible en toda ella y se podía oler en el ambiente. Balder entró detrás de la paladín, pero permaneció un poco más atrás, sin intervenir.
-Disculpe -dijo, levantándo las manos desnudas. Ella también era alta y fuerte, aunque no tanto como lo era la herrera, pero estaba desarmada. Lanzó un suspiro-. No soy ninguna aventurera, solo una chica con una espada. Buscaba restos de forja que no le sirvan o descartes, piezas de las que quiera deshacerse. Se las compraré, no quería molestarla.
Cogió aire antes de hacer la pregunta.
-¿Qué desgracia ha sucedido?
La mujerona ignoró tu propuesta. En su actual estado, ebria, furiosa, dolida y amargada, no parecía tener mucho interés en venderte los restos de la forja. Es más, no parecía muy dispuesta a venderte una puta mierda.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo, utilizando el enorme martillo para mantener la vertical—. ¿Crees que eres mejor que los demás? ¿Que puedes triunfar donde los demás hemos fracasado?
La herrera ensayó un escupitajo como gesto de desprecio, pero lo cierto es que la mitad de la saliva se le quedó en la barbilla. El patetismo le puso aún más furiosa.
—Mi marido también lo creía, y ahora está muerto —te increpó, como si tú tuvieras la culpa —. Mi hija también lo creía, y probablemente haya sufrido el mismo destino que su padre.
Tyris tragó saliva, pero no se amedrantó, la mujer estaba muy dolida y se había dado a la bebida. Había perdido a un marido y seguramente a una hija. No podía evitarlo, tenía que saberlo y sí, tenía que arreglarlo si era posible, porque a la vista estaba que solo ella podía solucionar los asuntos más peligrosos.
-¿Qué le sucedió a tu esposo? -preguntó con suavidad-. ¿Y dónde está tu hija?
La herrera perdió todo el fuelle, se dirigió hacia donde había estado sentada y se derrumbó sobre su asiento. Cogió el vaso.
—Escuchó hablar de un oráculo. Respondía a todas las preguntas que se le hicieran a cambio de oro y gemas —dijo, y le pegó un trago a su bebida—. A él no le importaba que le desvelaran las tinieblas del destino. Solo se preguntaba dónde iba a parar todas esas riquezas. Fue allí con los chicos, cuando yo estaba embarazada.
Volvió a beber.
—Solo uno de ellos regresó con vida de aquel agujero. Fue él quien me dijo que mi marido había muerto, y me habló de que dos miembros de la expedición sufrieron una maldición que hacía que los ojos se cayeran de las cuencas. Debí haber estado allí con ellos. Habría evitado que hicieran estupideces aunque hubiera tenido que pegarles un martillazo en la cabeza.
Bufó como un uro.
—Pero no lo hice. Y di luz a mi hija, que era la viva imagen de su padre, en todo. No aprendí la lección. Dejé que hiciera su vida como yo había hecho la mía, olvidando que no solo era sangre de mi sangre, sino que también era la de su padre. Ella y sus amigos escucharon hablar de un ettin llamado Girbolg que había estado atemorizando a los granjeros de los alrededores. Y un día, sin más, se marchó a buscarlo.
La herrera suspiró y negó con la cabeza.
—Lo más probable es que hayan muerto todos, como en la Caverna de los Secretos.
Tyris ha descubierto dos localizaciones:
Caverna de los Secretos 06.09
Girbolg el ettin 03.02
Tyris se acercó a la herrera, no sabía si tocarla la reconfortaría o la pondría más furiosa, pero parecía que la ira había dado paso a la tristeza, de modo que le dio un leve apretón en el hombro.
-Lo siento mucho -fue todo lo que dijo.
Balder entró en la habitación, derramando su brillo por la sala, mientras Tyris inspeccionaba por encima todo lo que veía. La fragua y el espacio de trabajo estaba limpio, pero todo estaba lleno de botellas vacías. Se fijó en la bebida en la que se ahogaba la mujer y apartó la botella de su alcance como quién aparta algo que le estorba para pasar, cogió un cubo y comenzó a recoger las demás botellas para poner un poco de orden.
-Me llamo Tyris, por cierto, y sirvo a Mitra. Él es mi compañero, Balder. Ni siquiera soy una aventurera, solo estoy de paso, pero parece que a la gente le gusta considerarme una especie de heroína. Ni siquiera estoy alentando ese comportamiento, pero no me escuchan, prefieren creer que soy su salvación. Por un lado, está bien que lo crean si eso les ayuda; pero por otro, ¿qué pasará si no cumplo con sus expectativas? ¿Dejarán de considerarme su salvación y me convertiré en su ruina? ¿Acaso importa lo que yo piense al respecto?
Cuando adecentó un poco la estancia, le sirvió a la herrera un vaso de agua y se lo dejó sobre la mesa.
-¿Cuánto hace que se marchó tu hija? Dame una descripción y la buscaré.
La herrera frunció el ceño, y el peligro centelleó en su mirada cuando le apartaste la bebida y recogiste todas las botellas de la habitación. Pero fue un relámpago solitario en una noche de verano. Soltó un hondo suspiro y enterró la cara en las manos grandes. Aceptó el vaso cuando se lo tendiste, y se lo bebió.
—Se llama Yulienne —dijo la herrera—. Tiene dieciochos años, para diecinueve. Cabello rojo como el mío, pero complexión ligera como la de su padre. Tiene una voz muy bonita, talento para la música y la poesía, y sabe una pincelada de magia.
Se levantó.
—Si vas a ir a buscarla, te acompañaré. Esta vez no me quedaré sentada mientras otros libran mis batallas —dijo, y se limpió las mejillas relucientes de lágrimas—. No me mires así. Sé machacar cráneos con este martillo, además de dar forma al metal. No es la primera vez que peleo.
Te tendió la mano para que se la estrecharas.
—Yo me llamo Melleah, de Puerta de Bardo.
"¿Dieciocho años? Pero si yo pensaba que era pequeña como Arpad. ¡A esa edad ya puede tomar sus propias decisiones!" Pero Tyris no expresió aquel pensamiento en voz alta, solo se frotó la sien y lanzó un disimulado suspiro de resignación. Ya se había metido en otro compromiso.
Aún así estrechó la mano de Melleah con fuerza y aceptó su compañía.
-Mañana saldremos de viaje hacia la guarida de ese ettin. Tengo que hacer algunas compras y preparativos antes de abandonar el pueblo, me dirigía al noreste, a unas ruinas élficas, cuando tuve que regresar a Fairhill. Le prometí al magistrado que comería en su casa, por la tarde haré inventario y saldremos al amanecer. ¿No te echarán de menos aquí? ¿No necesitan tu forja? Ah, sobre lo del hierro y eso que te he comentado antes...
—Ah, el Magistrado Arlen te ha invitado a comer. Con Shandril, supongo. Querrán que te encargues del asunto de los gusanos —dijo Melleah, suspiró y sacudió la cabeza—. Mal asunto, ese. Yo estaba allí, en El Barril y la Jarra, a las tantas de la noche, cuando la chiquilla bajó las escaleras gritando. Subimos, y vimos que al resto de su familia le habían chupado la sangre mientras dormían.
»Los responsables son gusanos. Bastante grandes, por cierto, pero afortunadamente se los mata de un martillazo. Y lo peor es que a aquellos a los que le chupan la sangre, se levantan como muertos vivientes días más tarde. Creo que Shandril había determinado de dónde venían.
La herrera se encogió de hombros.
—Al amanecer me parece bien. Tendré que arreglar y adecentar mi vieja armadura, de todas formas —te dijo y gruñó—. Supongo que podría acompañarte también si vas a por esos gusanos.
Se rascó la cabeza.
—Hace días que no trabajo la forja, pero me quedan varios lingotes. ¿Para qué quieres el metal, exactamente?
-Pues verás, en la guarida donde encontré a Arpad había una criatura amistosa que ha resultado ser un monstruo devorador de hierro -dijo rascándose la cabeza y sonriendo de forma culpable-. Y necesito alimentarlo, no me gustaría despertarme un día y ver que se ha comido mi armadura, ¿sabes? Sé que suena extraño, me sigue a todas partes y cuando le doy de comer se pone muy contento. Es algo así como una mascota.
Ni siquiera Balder creyó en las palabras de Tyris, pero era lo que había.
-Sí, el magistrado quería presentarme a Shandril, así que me imaginaba que sería para pedirme un favor, encargarme de algún asunto que hasta ahora no haya podido solucionar. El asunto de los gusanos suena bastante mal, ¿no será una plaga o algo por el estilo? Estaré encantada de que me acompañes, Melleah, pero antes de nada, has de saber que tengo otro asunto que resolver, muy peligroso, en esas ruinas élficas que te he comentado. Estoy buscando a un sacerdote que traicionó a los nuestros y me... nos destruyó -rectificó rápidamente-. Destruyó nuestras esperanzas y asesinó a un hombre en su huida. Es extremadamente peligroso, si por casualidad damos con él, seré yo quién luche contra él, ¿de acuerdo?
Pensó en decir algo más, pero finalmente decidió que era momento de marcharse.
-Muchas gracias por todo, Melleah. Estaré en la casita que hay junto a la del magistrado, por si quieres pasarte por allí antes de que nos marchemos a buscar a tu hija. No soy quién para invitar a la gente a casa de nadie pero ¿querrías acompañarme a comer con el magistrado? Ya que a fin de cuentas nos vamos a pegar contra esos gusanos, qué menos, ¿no?