Partida Rol por web

Lew casi levanta la pistola y apunta al hombre que está en los servicios cuando a su espalda Richard Bradshaw lo reconoce.

El detective baja el arma y mira con intriga a ese ser.

Sus palabras dejan a las claras que no está en sus cabales, pero hay varias cosas que cuadran con todo lo que está pasando en el teatro y, visto lo visto, ya no hay lugar para creer en las coincidencias.

- Eso, ¿quién mora entre las bambalinas? ¿y quién es el que ha creado la "música" si no es Zann?- preguntó Lew directamente al tipo y no a Richard Bradshaw.

El señor Church clava sus ojos en los de Lew Harper, y deja pasar unos cuantos segundos en los que sólo se escucha su respiración agitada. Podéis notar un leve tembleque en sus puños. Parece esforzarse por mantenerlos quietos.

—La música de Zann no es nada... Nada... Ella fue quien le dio todo su talento, todo. Me lo ha susurrado esta misma noche, porque es la noche de su regreso... —Cuando el señor Harper menciona al ser que mora entre las bambalinas, el hombrecillo deja escapar una sonora carcajada— ¡El ser entre las bambalinas! ¡Qué nombre más elegante, sí, sí! Vino a buscarme a mí. A mi propia agencia. Me ofreció quinientos de los grandes por encontrar el maldito libreto de Zann... Pero su señora me encontró a mí antes...

El señor Church comienza a dar vueltas sobre el mismo punto en el suelo, murmurando incoherencias que no lográis distinguir. La saliva escapa de las comisuras de su boca y se lleva las manos a sus cabellos... Arrancando un puñado. Su cuero cabelludo, bastante maltratado ya, comienza a sangrar.

—Tru´Nembra... Tru´Nembra... El estúpido de Zann creía que podría contenerla... Pero ya la ha palmado... Sí, sí, la ha palmado... Uno, lo entregarás a la música y sellará tu arte con su sangre... El otro, se lo ofrecerás a ella... Y ella vivirá a través de él y estará siempre contigo... ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!

- Señor Bradshaw ... este loco ... ¿Es peligroso?

Obviando la pregunta de su socio, Lew siguió preguntando a Robert Church.

- Pero ¿quién es "ella"?- preguntó muy despacio para que el tipo supiera que hablaba con él y continuó-. Y ¿por qué Zann quería contenerla?.

- ¿Quién es el otro que se ha de ofrecer a "ella"?- pese a que intuía la respuesta, quería dejar bien claro a quién se refería.

Está claramente poseído - dijo Flickerman saltando a escena - pero no se preocupen, he sido testigo de este suceso maligno en más ocasiones de las que creen, con una tasa de supervivencia del paciente óptima.

Acercándose al sujeto, comenzó a gesticular ominosamente y a recitar palabras con una voz grave y potente, muy diferente a su voz habitual - Señor Chuuuurch...Señor Chuuuurch.....cálmese...vuelva atrás...cálmese...atrás...escuche el sonido de mi voz.... escuche mi voz.... vuelva a antes del teatro... vuelva a su agencia...a su cliente... ¿quién le encargó esa tarea? ¿Quién es ese ser entre bambalinas? ¿Qué sucesos nos depara esta noche?

Richard titubea levemente. Su labio inferior tiembla ante la pregunta de Seamus. No obstante, no aparta la mirada, ni por un segundo, del señor Church. Sigue metódicamente cada movimiento, cada gesto que su paciente realiza.

—No es peligroso —Dice, despacio y vocalizando, asegurándose de que cada palabra cala—. Ha sufrido un shock, un shock muy grande. El señor Church necesita ayuda, no se encuentra en sus cabales en estos momentos...

En ese momento, Harold comienza a hipnotizar al desquiciado, hablando con una voz grave y mesada.

—Por el amor de Dios... —Susurra, volviendo su vista hacia el parapsicólogo— ¿Qué está haciendo?

El señor Church se detiene en seco cuando Harold comienza a hablarle, y mantiene su mirada fija en el nudo de la corbata de este. Cada paso que el parapsicólogo da hacia el ser, es un paso que éste retrocede. Parece aterrado y completamente perturbado por las palabras del señor Flickerman.

—Mi agencia... Mi cliente... Es guapa... Algo madura para mi gusto... —Su voz es monótona y temblorosa, y su mirada parece la de un muerto— Pero quinientos mil dólares no es moco de pavo... Se llama Darlene Brönte... Es curioso... Había oído que tuvo un accidente y estaba en coma, en cuidados intensivos.

El hombrecillo, derrotado, cae de rodillas. Sin apartar sus ojos de cadáver del nudo de la corbata, que en su mente cada vez crece más y más, ocupando todo su campo de visión y reduciendo el baño a un color chillón semejante a la nada.

—Ella... Tru´Nembra... Es la música... Un ángel. Zann... Hizo el pacto... Ella me lo dijo, me lo ha dicho todo... Pero cuando las condiciones no le convienen... Quiere acabar con él... Pero no. No ha podido ser. Lo que acecha en bambalinas nunca ha podido acercarse a ese viejo precavido... Pero ahora se acabó, se acabó...

Sonríe de oreja a oreja, feliz.

—¿Que qué nos va a pasar? Que vamos a contemplar su obra. Vamos a contemplar la obra de aquella que es música de por sí ¿Y qué sería de una estrella sin espectadores? Yo he venido esta noche para ver la vuelta por todo lo alto... Por todo lo alto....

De repente, y sin dejar de mirar a Harold, las facciones de Church se contorsionan en una mueca de horror, tan rápido que parece que su sonrisa se ha invertido automáticamente. Las arrugas precoces convierten su rostro en la parodia de un anciano. El miedo demencial se acumula en sus ojos, antes muertos, que ahora bullen de terror.

—¡Dios tenga piedad de mí! ¡Oh, Señor, ten piedad de este pobre siervo! ¡Pues he sido tentado! ¡HE SIDO TENTADO Y HE CAÍDO EN LA TRAMPA DEL DIABLO!

Rápidamente, el ser se pone en pie y, aprovechando el hueco entre Richard y Harold, corre, como un violento torbellino, fuera de los servicios. El grito de Dorothy, el de Agatha y los insultos del señor Goldan son perfectamente audibles, así como los pasos apresurados del loco que se dirigen hacia la puerta principal.

Seamus sigue a Church.

- debemos detenerle, se puede hacer daño.

- ¡Cierto!- contesta a su socio-. ¡Corre, voy detrás de ti!.

- ¡Los demás volved con los otros, no debemos separanos...!- grita mientras sigue a Seamus pasillo adelante.

Con premura, os abrís paso entre los anonadados espectadores y chocáis contra la puerta entreabierta de los servicios. Fuera, el señor Goldan, la señora Davis, Samiel y Dorothy miran, horrorizados, hacia la misma dirección en el pasillo. La misma que seguís como una exhalación.

Vuestros pasos resuenan como disparos en los recovecos oscuros y barrocos del pasillo del Kursaal. Pasáis por delante de la habitación del señor Zann y giráis el recodo para encontraros con el señor Church, que, ante la mirada de aproximadamente unos cinco tramoyistas que parecen haber cesado en su intento de romper las cristaleras, se queda congelado, mirando, uno a uno, a todos los que integran la peculiar escena.

De repente, el señor Church desenfunda un revólver desde el cinturón y apunta, con una mano temblorosa, a todas las personas reunidas.

—¡Es inútil! —Grita con una voz aguda y temblorosa que no se corresponde con su tamaño— ¡Es inútil, no nos va a dejar marchar! ¡Tenemos que quedarnos en el Kursaal y presenciar la obra hasta el final!

Diríase que sus ojos, abiertos como esferas, están a punto de escapar de sus órbitas. Mantiene el arma alzada.

—¡MÍRAME, TRU´NEMBRA, YO TAMBIÉN TE SIRVO, TE OFREZCO EL SACRIFICIO DE ESTOS IMBÉCILES, PERO DEJA QUE CONTEMPLE TU OBRA HASTA EL FINAL!

Y aprieta el gatillo. Con un horrible estruendo, la bala sale disparada del revólver humeante y corta la distancia con una eficacia letal, para incrustarse en el estómago de uno de los infortunados tramoyistas, que, con una mueca de sorpresa y espanto, se aferra la herida de bala y permanece observando la sangre manar por entre sus dedos un par de segundos antes de caer de rodillas.

El señor Church ríe a carcajadas maníacas mientras su objetivo cae derribado al suelo, y, seguidamente, se da la vuelta para apuntaros a vosotros dos.

—¡Mis colegas! ¡No es nada personal! ¡Sólo quiero vivir, quiero escuchar la música!

El tenor Angelo Leone, que se encuentra, también, frente a la cristalera, traga saliva y se dirige de puntillas hacia el señor Church. Parece que trata de hacerse el héroe, pero, habida cuenta su envergadura, no sabréis si logrará acercarse lo suficiente antes de ser detectado...

Seamus intento un truco muy viejo. Pero eso no lo hacia menos efectivo.

Miro detras de Church (pero donde no hubiese nadie, si no hacia arriba).

- ¡No se le acerque es peligroso!

Al llegar donde estaba el demente Lew se detiene horrorizado al comprobar que el disparo que había escuchado es el de un revolver que ahora porta el susodicho y con el que ha herido a un tramoyista y les apunta en el momento en el que le ven.
Pero su socio Seamus actua con rapidez y le das ntenta engañar para que mire a otro lado. Esta treta ya la habían usado antes con diferente resultado, así que Lew esperó a ver si hacía efecto para abatir él al señor Church.

En cuanto Seamus grita al señor Church, todo parece moverse a cámara lenta. Efectivamente, la distracción funciona y el hombre, con sus ojos inyectados en sangre y la expresión tensa de un loco, se gira... Pero detrás de él sí que hay alguien, el señor Angelo Leone, que intentaba acercarse por detrás para arrojarse sobre él.

Intentaba.

Con un rápido movimiento, suena otro estallido, y una bala se incrusta en el hombro del señor Leone, que no puede hacer otra cosa que trastabillar hacia atrás unos pasos y caer sobre sus glúteos, presionando el orificio de entrada y aullando por el dolor ardiente.

Casi inmediatamente, un nuevo estallido resuena en la sala, pero esta vez proviene del arma del señor Harper. Aprovechando que el señor Church se ha girado, el detective ha llevado su mano, con una rapidez que la ha convertido en un borrón espectral, hasta la pistolera de su axila y ha extraído su pistola con un ruido sordo. Seguidamente, ha apuntado con ambas manos a su objetivo y, en una fracción de segundo, correspondiendo a un latido de su corazón...

pum.

La bala penetra, certera, por las carnes asombradas del costado izquierdo del señor Church, y ésta retrocede unos pasos hacia atrás, asombrado.

Clava una mirada de ultratumba en los ojos del señor Harper... Y le sonríe. Le muestra una sonrisa que oculta en su interior una oscuridad insondable, eterna y retorcida. Su mirada permanecerá en las pesadillas del detective durante bastante tiempo. Su memoria registra cada arruga, cada gota de sudor en su rostro demacrado...

En ese momento, mientras de desangra por un costado, el señor Church vuelve a apuntar con el arma a los dos investigadores.

Oh, no, querido. 

Ya es tarde. 

Te tienen, y aún te resistes a morir. Nuestra Señora no puede permitirte vivir tanto.

Quizás es momento de dormir...

Con un terrible estruendo, la enorme, suntuosa y barroca lámpara de araña que pendía sobre el Hall como una gigantesca espada de Damocles, cae sobre el señor Church, aplastándolo al instante bajo su enorme peso.

El sonido del cristal rompiéndose y del metal golpeando el mármol del suelo es ensordecedor, y durante un momento, todo queda en silencio, en paz...

El charco de sangre que mana del cuerpo destrozado y aplastado del señor Church se hace cada vez más amplio bajo la lámpara.

Lew observa el retorcido rostro del señor Church, algo diabólico, demente, enfermizo muestra en su semblante algo que llega a lo más hondo del detective.

Pero antes de que pueda dar un paso para asaltar a su oponente y reducirlo, la inmensa lámpara del Hall cae sobre el desdichado aplastándolo al momento.

No podía ser una casualidad. No. Dentro del Cursal no había lugar ya a las casualidades. Entonces el detective recordó al "personaje" que encontraron en las alturas. Tras mirar al techo y escuchar atento a ver lo que se podía mover allí arriba, Lew por fin habló.

- ...tiene que haber sido él- comenta Lee a su socio Seamus mirando el agujero donde estaba unida la lámpara al techo-. Tiene que haber sido el...el ser que vimos allí arriba. Sabía que le sacaríamos información y se lo ha cargado- reflexionó en alto el detective.

Seamus palidecio.

- Esta jugando con nosotros. ¿De que hablaba este loco? ¿De una composicion maldita?

Las personas que han observado la escena se hallan con la espalda pegada a la cristalera que, por cierto, no tiene ningún rasguño. Uno comienza a rezar, a otra le han fallado las piernas y cae al piso, temblorosa; otro comienza a mascullar para sí mismo mientras mantiene la mirada fija en el amasijo de hierro, cristal y sangre.

El tenor, Angelo Leone, sigue sangrando por el agujero de bala, sentado y sin poder apartar la mirada del cadáver. Su rostro presenta una palidez que contrasta con el vivo color que encendía sus mejillas cuando lo conocisteis al inicio de la noche.

Todo queda en silencio durante unos momentos, lo suficiente como para que podáis asimilar lo que ocurre. Cada vez hace más frío y, debido a que la araña ya no da luz, la única iluminación con la que cuenta ahora el hall es la tibia luz de luna que penetra a través de las cristaleras. Las exquisitas molduras barrocas que adornan la enorme sala ahora parecen amenazadoras muestras de geometría no euclidiana, y quién sabe lo que acecha tras el mostrador vacío...

La sinfonía de los adioses sigue tocando.