Partida Rol por web

La Sociedad Fénix

Bailando con mi enemigo (Capítulo 3)

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12/02/2011, 18:13
Sherlock Holmes

Holmes escuchó sus reflexiones sobre la inclusión de tantas personalidades oscuras en el mismo tándem. Personalidades que normalmente tenderían a luchar entre ellas. Dió una calada de su pipa, pensando sobre eso. La posibilidad de que el silencio de Moriarty tuviera esa explicación le sobrecogió de repente. Pudo ver como sus ojos se iluminaban durante un segundo por la combustión del tabaco.

-No es imposible, que cuando alguien poderoso persigue un fin simple y llano, que beneficia a todos los fines malvados, consiga aglutinar a las mentes más perversas de este planeta. La consecución de sus fines personales, pasa por un primer objetivo. Uno para el que no estamos preparados: el Caos.

La observó con un rostro que ahora transmitía melancolía y desasosiego.

-Espero que sus dioses y el mío, nos amparen en esta aciaga hora.

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12/02/2011, 18:20
Director

Había llegado la hora de las pruebas. La primera fue la del receptor. Una de las copias se la quedó Svorowski, y la otra el doctor. Probaron el aparato, distanciándose progresivamente hasta que el ayudante llegó a una distancia de varias manzanas del laboratorio. Fue entonces cuando el joven y brillante científico polaco sintió como un muchacho salía corriendo tras tropezarse con él.

Se giró, tocó sus bolsillos, y se dió cuenta de que le habían robado la cartera.

-¡Filmu! -exclamó en su propio idioma.

El doctor parpadeó, al escuchar en el canal de radio una traducción simultánea. La voz siguió hablando, tanto en polaco como en inglés: "¡Ven aquí, ladronzuelo! ¡Policía, a mi!". Entonces, Ness le transmitió un mensaje.

-Svorowski, ¿Me oye?

El ayudante se detuvo en seco, impresionado. Luego compuso una sonrisa de total sorpresa.

-Alto y claro... ¡Y en perfecto polaco!

Cuando Ness se dió la vuelta, Plantard tenía una corona puesta, y la otra en las sienes de su perro labrador. Ambos se miraron impresionados, con los muy abiertos. Entonces, sus frases se cruzaron casi a la vez.

-¡Increible, un traductor simultáneo!
-¡Increíble, una máquina que lee el pensamiento!

No cabía duda de que los alemanes sabían inventar.

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12/02/2011, 18:30
Inspector LeDuc

El inspector asintió a la pregunta de Adrienne.

-En realidad tengo algo importante que comunicar...

En ese momento, interrumpió uno de los celadores, que acudió a la carrera, jadeante.

-¡Inspector! ¡Debe venir, es el sargento, ha sufrido un accidente!

Y después de que se fueran a la carrera, Adrienne no lo pudo evitar, y se escabulló por los pasillos, yendo a ver de que se trataba.

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12/02/2011, 18:34
Director

Durand se acercó a la cama del sargento, mientras la enfermera abría el armario. Didier tosió sangre, pero aún así consiguió sacar del cajón de la mesita algo parecido a un papel arrugado. Un objeto, que según él, le había robado a su enemigo, aún a costa de su propia salud.

Cuando la mano temblorosa y lívida del sargento se asomó por fuera de la tela protectora, le fallaron las fuerzas en el último momento, y cayó al suelo con estrépito, dando con la cabeza en el suelo. Quedó allí inmóvil, mientras un charco de sangre se definía en el suelo. La enfermera se apresuró a auxiliarle, cuando el inspector LeDuc llegó acompañado de un caballero y una dama, que se apresuró a acercarse a la cama para informar:

-¡Que nadie le toque! ¡Este hombre tiene una intoxación aguda por radio!

El inspector miró al caballero, extrañado.

-¿Radio, señor Curie?

El hombre asintió, despacio.

-Parece que los alemanes saben trabajar con la radioactividad.

En ese momento, el capitán Tupolev y la señorita Sowreston llegaron al lugar, buscando al inspector de policía. Se encontraron con aquella escena, y con Rosseau, que se había agachado a recoger el papel que el sargento había dejado en el suelo, con su último aliento. El ruso y la inglesa se acercaron por detrás, curiosos, mientras él daba la vuelta a la cuartilla, comprobando que se trataba de una fotografía.

Una fotografía donde aparecía Klaus von Krauser, de pequeño, vestido de cazador en las faldas de un bosque de la selva negra alemana. A su lado, su padre, bastante más jóven, y tal y como él lo recordaba en su breve encuentro infantil, posando junto a él, orgulloso. Al fondo, había un impresionante castillo en lo alto de una loma.

-La guarida del enemigo -susurró el francés.

Luego, mientras los servicios sanitarios acudían para atender al sargento, madame Curie, agachada junto al cuerpo, miró en dirección al maestro de esgrima, y negó con cierto pesar. En ese momento, Durand supo que, antes, dos héroes de la República habían coincidido en la misma habitación.

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12/02/2011, 19:35
Director

4 de julio de 1897, 22:00. Castillo de Neuschwanstein, Baviera

El zeppelin llegaba al castillo, orientado por los gigantescos focos dispuestos en el patio de armas. Lentamente, se detuvo en la vertical, y el sistema hidráulico del gancho comenzó a bajar el vagón, sobre el que se encontraban dos figuras de pie, una masculina y otra femenina.

Los soldados con uniforme prusiano que se encontraban en el patio se cuadraron cuando Helmut apareció bajando las escaleras con el sonido acompasado de su bastón con cabeza de águila. Le acompañaba un hombre de pelo blanco, vestido con una bata blanca abotonada a un lado del pecho.

La maniobra de atraque concluyó, y Klaus miró hacia el zeppelin cuando los soldados desengancharon el vagón. Hizo un gesto circular con el puño, y mientras el conductor del dirigible recogía el arnés de transporte, saltó al suelo del patio. Un segundo después, lo hizo Helga con una grácil pirueta.

Ambos se volvieron a levantar, hirguiéndose a la llegada del barón, en posición de firmes. Este se limitó a mirarles con una media sonrisa, indicando al hombre que le acompañaba:

-Proceda a la apertura, doctor.
-
Ja, vohl -respondió.

Él asintió, con una leve inclinación del torso, y luego los soldados emplearon un soplete para abrir la puerta, que cayó en un momento. Entraron luego, mientras los soldados y el doctor abrían la caja fuerte por medios mecánicos. Helmut repiqueteaba los dedos índice y pulgar en la cabeza del águila de su bastón, impaciente.

Al cabo, la caja cedió, y uno de los paneles fue arrancado de cuajo. Los soldados sacaron la caja de madera con los objetos, y la abrieron. El barón de Krauser sonrió entonces por primera vez, como un viejo lobo, y se inclinó a recoger el famoso espejo de John Dee, un portal entre ambos mundos. Lo examinó, y al cabo parpadeó, incrédulo.

-Revíselo -dijo al doctor.

Todos se quedaron mirandole, y él insistió. Luego, el hombre del bigote blanco pasó sobre la pieza una especie de detector portátil, que no emitió más que una leve reverberación que indicaba que estaba encendido.

-El detector psiónico no indica actividad, señor -anuncio.

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12/02/2011, 19:54
Helmut von Krauser

Con una fuerza impropia de su edad, el barón lanzó el objeto de madera contra la pared, furioso. Su rostro reflejaba rabia, odio y orgullo en una mezcla que haría enmudecer al más osado.

-¡Falsos! ¡Habéis robado unos objetos falsos!

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12/02/2011, 19:57
Klaus von Krauser

Conocía bien la ira de su padre, así que se apresuró a atemperarla. No era el único que había sido engañado. Dió un paso al frente.

-La culpa no es mía, padre. Me ordenaste robar estos artefactos, y eso hemos hecho. Había agentes de la Sociedad Fénix a bordo, los vi. Déjame volver a París. Les encontraremos, les capturaremos y les torturaremos. Nos revelarán el paradero de los auténticos artefactos.

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12/02/2011, 20:00
Helmut von Krauser

Sonrió ante aquel comentario, con una ironía ofensiva. Se acercó a su hijo, y le tocó el pecho con el dedo índice, de forma insistente.

-Claro que es culpa tuya. Te ordené robar las piezas de John Dee, y me has traído unas baratijas.

Sus ojos centellearon en la penumbra del vagón.

-Pero tienes razón, no es solo tu error -dijo, caminando unos pasos hacia la puerta- He sido demasiado blando al educarte...

Antes de que respondiera, se volvió para mirarle.

-Volver a París. ¡Disparates! La policía estará avisada, y esos agentes estarán alerta en todo momento. ¿Acaso la educación que te di no basta para entender que no debemos dar pasos que el enemigo conozca de antemano? Ya habéis estado a punto de iniciar un incidente internacional en el tren.

Volvió a acercarse unos pasos, sonriendo de forma maquiavélica.

-Sí. ¿Creíais que no me iba a percatar? Vuestras órdenes eran eliminar a los testigos, explotando el tren dentro de aquel túnel, y rematando a los supervivientes. Ahora toda la maldita prensa de París hablará de una máquina con un símbolo prusiano atacando el Orient Express.

Hubo un pesado silencio.

-Te estás volviendo torpe, hijo mío. Tantas victorias te han hecho descuidado. Ahora, usa la cabeza por una vez, y anticípate al enemigo. Pasemos al Plan B, los objetos alternativos. Tu irás a buscarlos. Comienza por las pirámides, y llévate a unos hombres desde Tanganika. Pero recuerda, la paciencia del canciller no es eterna. Ni la mía. No falles.

Comenzó a caminar hacia el exterior, donde se había desatado una tormenta eléctrica.

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12/02/2011, 20:13
Klaus von Krauser

Aquello era un ultraje, pero no dejaba de ser lo común. Su padre había sido así, desde que era pequeño. Maldito viejo. Mientras se marchaba, y él y Helga se quedaban solos dentro del vagón, sonrío de medio lado.

-Algún día... -susurró.

Luego, miró a Helga. Sabía que cuando su padre decía que se marcharan, se refería a que lo hicieran cuanto antes. Iban a perderse la fiesta, la gran fiesta anual del castillo. Eso era sumar un ultraje a otro. Pero pronto se terminaría el agachar la cabeza.

-Estás pensando... ¿En la venganza? -preguntó.

Se refería a lo de Willhem, su esposo. Cayó en el tren, según confirmó uno de sus hombres. Le dispararon por la espalda.

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12/02/2011, 22:21
Director

 

La revelación la sorprendió y su semblante se ensombreció. No se lo esperaba. Habían sido burlados. La muerte de su esposo era un mal menor, puede que necesario, pero que la Sociedad Fénix la hiciera quedar como una incompetente era algo que no estaba dispuesta a dejar pasar.

Se mantuvo con la cabeza erguida, silenciosa, escuchando los descargos del baron, pero en su fría mirada podía adivinarse que algo se fraguaba en su mente.

-Estás pensando... ¿En la venganza? -preguntó Klaus cuando el baron les dejó solos.

Se volvió a mirarle, clavando sus ojos en los de él. Seguía seria. Parpadeó despacio, la herida que Durand le hicera no dolía, pero no dejaba de ser una molestia. Se llevó entonces la diestra a la cara, pasando con delicadeza los dedos por la brecha que Adrienne le había dejado, casi como si de una caricia se tratara.

-¿Tú no? -preguntó con un rictus dibujado en el rostro- Me han estropeado la noche y encima ahora me veré forzada a prescindir de alhajas y escotes durante el tiempo que dure el luto... Terminaré lo que empecé, pero esta vez acabaré con ellos.

Su rostro volvió a adquirir una expresión seria, sombría, pero al mismo tiempo cautivantemente amenazadora.

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12/02/2011, 22:33
Klaus von Krauser

Sonrió por aquellas palabras, acercándose más a ella. Aquel tipo de actitud era justo lo que gustaba.

-Además -susurró- Ahora que él ha muerto...

Acarició su pelo, con una sonrisa enigmática.

-No tendremos que disimular. Nunca más. El futuro es nuestro.

Se besaron en la intimidad de aquel vagón. No les cabía duda que, desde aquel momento, iban a dar rienda suelta a sus sueños más peligrosos: unos sueños que hablaban del dominio del mundo, y la exterminio de otras razas.

A lo lejos, un relámpago iluminó brevemente la escena.

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12/02/2011, 22:38
Director

El vuelo del murciélago no se veía interrumpido por el aguacero. El animal entró por una ventana de una de las altas torres, hasta una habitación decorada con un ataud y muebles de aspecto muy antiguo. El murciélago se transmutó, convirtiéndose en un vampiro: el conde Homolka. Refunfuñando, se tocó el rostro, todavía en proceso de regeneración. Tenía dos manos marcadas en él, quemadas sobre la piel. Las manos de Candance.

En ese momento, algo se descolgó del bolsillo interior de su chaqueta. Un ser pequeño y metálico, que esquivó su pierna cuando se removió, y se escondió detrás de unos vasos canopes dispuestos sobre una mesita. Ciego de rabia, Homolka volcó la mesa, y el robot tuvo que surfear sobre ella, esquivando los artefactos que caían, para luego corretear entre los muebles, aprovechando cuando no miraba en su dirección, hasta colgarse de la lámpara.

El ser mecánico esperó hasta que el vampiro abandonó la estancia. Entonces, asomándose con mucha prudencia, fue hasta la ventana, y se descolgó por ella. Afuera, un rayo le hizo temblar un momento, asustado. Luego, recuperando la valentía, descendió hasta la ventana inferior, asomándose. Una figura pasó por allí en ese momento, y conversó con otra en alemán. Al volver a asomarse, vió a dos criados con librea cogiendo enormes pilas de platos y cubertería, como si estuvieran preparándose para una cena multitudinaria.

Entonces, en un descuido, entró en la habitación, y se escondió detrás de una pila de platos, hasta que uno de los criados fue a cogerla. Afortunadamente, su compañero le habló en ese momento, y él giró el rostro, mientras el robot subía por dentro de la manga de su chaqueta. Al sentir que se le había metido "un bicho", el criado chilló, se retorció y tiró los platos de forma accidental. Su compañero se acercó, y una tercera persona, con aspecto de mayordomo iracundo, abrió la puerta, y comenzó a increparle.

Cuando se fue, volvió a cerrar la puerta. Y al otro lado, ya en el pasillo, el pequeño ser metálico se asomó tras la cortina.

-Topus ññfiltrado -dijo.

Y tenía toda la razón. El señor Octopuss estaba ahora infiltrado tras las líneas enemigas.

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12/02/2011, 23:24
Director

5 de julio de 1897, 20:30. Plaza de los Vosgos, París

Artemis se sentía incómoda con aquellos zapatos de tacón. No sabía muy bien que le había impulsado a comprárselos. Quizá quería tener un recuerdo de París más "a la moda", o quizá le hacía gracia llevárselos de vuelta a Kenia, y enseñárselos a las mujeres de la tribu. La verdad es que no sabía por que se había dejado aconsejar por Adrienne, recién salida del hospital, para el conjunto que iba a lucir esa noche. Pero a decir verdad, era muy bonito y fresco para esa época del año, hecho de tonos blancos y gris claro.

A su lado, caminando con su brazo cogido, el capitán Tupolev, muy conjuntado con ella por llevar un uniforme blanco de paseo de la Armada Rusa. Los dos se habían vuelto muy buenos compañeros desde la escaramuza en el tren, y eso se notaba. En realidad, formaban una pareja cuanto menos curiosa.

Por detrás, el siempre elegante Durand Rosseau y su esposa, que a pesar del bonito vestido negro con sombrero a juego, todavía tenía una leve cojera debido a la contractura muscular que le había provocado su herida en la espalda. Él la ayudaba a caminar dejando que se apoyara en su brazo, mientras taconeaba alegremente, como solía, con su bastón.

Por detrás, el doctor Ness, que caminaba con un atuendo de gala escocés, con kilt y chaqueta, peinándose los bucles rubios mientras pensaba como iba a tener el valor suficiente como para entregarle aquel ramo de flores a la señorita Candance.

Los primeros en llegar al portal de la casa de Candance, donde estaban todos invitados, en principio para una cena, fueron el ruso y la británica, que no perdió tiempo para darle al timbre. Tardó un minuto en abrirles una chica de ojos azules, con un extraño turbante en el pelo. Les habló en francés, con sorprendente acento parisino.

-Pasen, por favor. La señora les está esperando.

Penetraron en el recibidor, que colindaba con un invernadero ajardinado. Les sorprendió el estilo oriental de aquella casa, ya que por fuera era como las demás de la plaza. La muchacha les guió por unas escaleras, hasta una puerta doble con cristal traslúcido, tras la cual vieron luz encendida. Al entrar, se toparon con un elegante comedor de resonancias turcas.

Allí, sentados, aguardaban la señorita Candance y un caballero con el pelo algo desordenado, vestido en ese momento solo con camisa y chaleco. Tenía un aire algo ausente, como distraído, pero se fijó en ellos cuando llegaron.

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13/02/2011, 11:59
Candance Urquart
Sólo para el director

Fuera de todo pronóstico Sherlock Holmes había despertado en ella un profundo sentimiento de compasión.

Había sido una tarde... dificil, por definirla de alguna manera. La mirada del detective la impresionó igual que si le hubieran clavado un puñal, Holmes esperando la ayuda divina...

Después de mucha charla, anécdotas comparadas y algo más de confianza, el único consuelo que pudo ofrecerle fue estar junto a él mientras se disolvía en el humo de las drogas, que ella ya no tomaba, intentando reconducir su alma. Finalmente se quedó dormida en su regazo, agotada físicamente de la guardia en el hospital y psicologicamente de la conversación con Sherlock. Le entendía bastante bien y le preocupaba sinceramente, él no disponía de la longevidad de ella para poder tomarse su tiempo en recular.

…...............oOo…...............

Fue él mismo quien la despertó a tiempo de poder arreglarse adecuadamente para la velada, bajo aviso de Amina. Se sintió un poco mal por haberla dejado sola durante la tarde organizandolo todo pero realmente necesitaba dormir y aquel sueño fue de lo más reparador.

Notas de juego

Ahora pondré otro post ya público para los demás jugadores.

Si este no t gusta o no t cuadra, si kieres lo borro

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13/02/2011, 15:37
Madame Alika

Esta vez decidió vestirse como lo haría Madame Alika para tal ocasión, exótica pero cómoda, nada excesivamente espectacular (para su forma de entender la espectacularidad, claro está). Disfrutaba enormemente de esta clase de rituales, era una mujer increiblemente coqueta y amaba la moda.

Usó de base un vestido entallado color hueso adamascado sobre el que colocó un caftán de brocado violeta con mangas de boca ancha, todo ceñido por un largo fajín, con doble vuelta, de moaré oro viejo. Un turbante, poco ortodoxo pero muy artístico, de gasa rallada le enmarcaba la cara junto con un “sencillo” aderezo de plata, perlas y cristal de roca. Pensando en el descanso de su piel procuró que el maquillaje fuera mínimo y para finalizar el arreglo se dio unos estratégicos toques de almizcle.

Los tatuajes empezaban a estar desvaídos, pronto debería volver a hacérselos.

 

Durante la espera, se cubrió con un manto de seda melocotón tornasolada que le gustaba mucho.

 

Estaba nerviosa, era la primera vez que recibía invitados y quería estar a la altura, deseaba reconfortar a sus compañeros después de la experiencia del tren, aunque le preocupaba la presencia de Holmes. Debían compenetrarse como grupo, tomar aliento y ánimos para lo que se avecinaba y el detective no es que se encontrara en su mejor momento.

 

Cuando sonó el timbre dio un pequeño respingo en el asiento “Ya están aquí” ¿Como se encontraría la señora Rosseu? ¿Rompería Artemís algo? ¿Vendría el doctor? Esperaba especialmente que esta última cuestión tuviera respuesta afirmativa. Se miró en el reflejo de un cristal para cerciorarse de que estaba perfecta y luego miró a Holmes. En el instante que entraron en el comedor se levantó para recibirles con una enorme sonrisa.

-Bienvenidos a mi hogar. Veo que ya conocen a Amina, mi discípula, ella les atenderá en todo lo que necesiten, sientanse como en casa.

A continuación puso su mano izquierda sobre el hombro de su compañero

-También les presento al afamado detective Sherlock Holmes, se encuentra aquí por el mismo motivo que nosotros, ha llegado hoy adelantandose a la llegada de las piezas originales.

Notó un hormigueo en el estómago cuando vio aparecer a Irving, y le asombró lo preciosa que estaba Artemís así vestida, parecía toda una señorita del brazo del capitán.

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14/02/2011, 00:47
Doctor Irvin Ness

Ness se acerca a su amigo Durand y a la mujer de él, y los saluda afectuosamente.

- Señora Rosseau, me tenía preocupado por la herida que sufrió, no sabe cuanto me alegra verla aquí. ¿Esta ya completamente recuperada?

Cuando se abre la puerta, el doctor se queda completamente sorprendido por los atuendos de Candance. Jamás había visto nada semejante.

- E... encantado de conocerle, señor Holmes. Me llamo Irvin Urquart. - Dice estrechándole la mano.

Luego, hace una torpe pero educada reverencia a Amina.

- Encantado.

Luego va hacia la anfitriona, y la ofrece el ramo de flores.

- Señorita, pensé que estaria bien traerla un regalo, por invitarnos y por lo del tren. - Dice de carrerilla, pero sonriendo. - Son... son narcisos y orquídeas, espero que sean de su agrado.

El doctor observa de nuevo la indumentaria, le llama poderosamente la atención, pero su mirada se centra de nuevo en los ojos de ella.

- Esta usted preciosa, señorita..

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14/02/2011, 16:27
Madame Alika

No sabía que le impresionaba más, si el ramo de flores o la indumentaria del doctor “Así que eso es un kilt... que extraño sentido de la etiqueta”. Notó que estaba francamente apurado a juzgar por el automatismo trepidante de sus palabras.

-¡Oh! ¿Para mi?

Le habían regalado millones de flores a lo largo de su vida, bueno casi todas habían sido ofrendas del templo, pero en su etapa como “Alika” los admiradores la agasajaban con multitud de ramos, en una ocasión uno de ellos llenó toda su casa de azucenas y nardos. Pero que alguien se lo regalara de forma personal y tan cercana... no le había pasado nunca, se lo regalaban a ella, no a la diosa ni a la leyenda, a la persona. Estaba emocionada ¡era precioso! Y olía de maravilla, seguramente el señor Urquart ignoraba el significado de esas flores, pero parecían un mensaje del cielo...

Acogió el ramo entre los brazos con sumo cuidado y aspiró su perfume en profundidad

-Mmmmmm delicioso. Son preciosas ¡Me encanta!

En ese instante se percató de la cálida mirada del doctor, parecía hechizado, deslumbrado y esas palabras hicieron que un relampago le recorriera el pecho. Se quedó muda por un instante mientras notaba como le hervían las mejillas

-Gr...gr...gracias doctor...q...qqq...que galante es usted...

Fugaz pasó por su mente la locura de besarle. Parpadeó entre coqueta y perpleja.

¡Por Dios Candi contrólate!” se grito a si misma mentalmente.

Al momento pidió a Amina que se acercara, le dio el ramo y unas breves instrucciones en voz baja de donde debía colocarlo, la sirvienta pareció sorprendida. Antes de que se lo llevara tomó una orquidea y la prendió por dentro del turbante sobre la oreja izquierda.

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14/02/2011, 17:38
Adrienne Rosseau

La contractura que sufría no iba a impedir que pudiera lucir esos zapatos negros que tanto le gustaban, con ese tacón que hacía disimular la diferencia de altura entre su marido y ella. Y no era la primera vez que le pasaba algo parecido, aunque en esta ocasión fue más grave, podría haber sido peor.

Saludó a Artemis que iba tambien guapisima. Pero de quien no pudo apartar la vista, fue del doctor con aquel atuendo. Por mucho que viera a los hombres así vestidos, no podía evitar sorprenderse y resultarle de lo más gracioso ver a los hombres con falda. Le sonrió cuando se acercó a preguntar que tal se encontraba.

- Merci.. Perfectamente, une petite contractura, mais eso no ser nada.

Se agarró nuevamente a su esposo del brazo y siguieron caminando cuando la sirvienta de Candance les permitió pasar. Allí estaba Candance, vestida de forma totalmente distinta a la que la había visto antes, muy exótico, unas telas preciosas, y la verdad es que con esas ropas la mujer estaba preciosa. Sonrió al verles y se fijó en el hombre que estaba a su lado. A ese hombre le conocía, había oído hablar de él y poco tardó en averiguar quien era cuando dijo su nombre.

- Bonsoir

Saludó inclinando la cabeza hacia la anfitriona y el hombre que estaba a su lado. Pero la escena que estaba ocurriendo en ese instante delante de ellos, con las flores, no le pasó desapercibido.  Observaba la reacción de ambos y se llevó una mano al pecho, mirandolos con ternura, para despues mirar a su marido con una sonrisilla.

- Ohhh.. Que c'est beau l'amour!

Susurró.

 

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14/02/2011, 18:24
Durand Rosseau

El maestro de esgrima estaba cómodo en aquellos ambientes, sin embargo, no es que fuera su lugar idílico para pasar una noche. Realmente, ni aunque quisiera pasaría una noche idílica, no mientras su cabeza trabajaba sin parar (no es que fuera un maestro del conocimiento, pero hacía lo que podía con lo que tenía) con la información que había obtenido del difunto Didier, que dios lo tenga en su gloria.

Pero era un compromiso, además, no podía decirle que no a su esposa, que había estado bastante tiempo encerrada y sabía que ella se moría por ir a esas fiestas, mejor dicho, de comprar atuendos y complementos para las mismas.

La acompañó mostrando su sonrisa, como siempre, su recio brazo sostenía a Adrienne y en la otra se apoyaba en su siempre fiel bastón de caballero.

Hoy había prescindido de sombrero y había escogido un atuendo elegante pero nada pomposo.

Se alegró de ver a sus compañeros por allí. Sobretodo a el doctor Urquart. Lo miró de abajo hacia arriba.

-Irvin, es un placer verle. Conmigo intente ser menos "serio" puede llamarme Durand, despues de las confianzas vividas es lo menos.

Sonrió y le dio un afectivo golpe en el hombro.

-¿Y la señorita Candance?

Inquirió, aunque no obtuvo respuesta.

-Madame Sowreston, Capitán.

Saludó a los otros dos compañeros.

Continuó su marcha junto a su esposa, y no pudo evitar reir al ver la situación que se vivía allí.

-Ni que lo digas, chere, ni que lo digas

Sonrió, torciendo levemente la boca al hacerlo. Todo fachada, pues el fracés aun estaba pensando en los maestros de esgrima, concretamente en uno.

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14/02/2011, 23:43
Artemis Marie Sowreston

La casa le recordaba a las pocas que había visitado hacia unos años en El Cairo, pero esta era con diferencia muchísimo más elegante. Fue señalando al Capitán todo aquello que le llamaba la atención mientras tropezaba una y otra vez con sus zapatos nuevos. Por suerte iba agarrada firmemente a su brazo y disimulaba con gracia los traspiés. O eso creía ella.

Cuando estuvo delante de Candance no pudo evitar llevarse una mano a la boca para ahogar una exclamación.

- ¡Oh, está preciosa! - dijo más bien bajito, temiendo ser maleducada.

El comportamiento de aquella gente era más educado de lo que ella estaba acostumbrada y había decidido hacer un esfuerzo para adecuarse al resto. Sus intenciones, sin embargo, se fueron al traste al ver el atuendo del recién llegado doctor.

- ¡U...! - medio soltó, pero sintió demasiado cerca la presencia reprobadora de Tupolev como para completar lo que iba a decir. Aún así no pudo evitar soltar una risita, que intentó ahogar girándose para saludar a los Rosseau.

- Señores Rosseau - dijo saludando coquetamente, lo más grácil que pudo - ¿Se encuentra bien entonces?- preguntó a Adrienne, siguiendo el hilo de su respuesta al doctor - Sabía que se recuperaría pronto, es usted una mujer dura de pelar. - añadió sonriendo, segura de haber hecho un cumplido.

El caballero que había estado haciendo compañía a Candance seguí callado, parecía un tanto raro, y aprovechó su introvertismo para observarlo sin ningún pudor. Era consciente de que algo estaba ocurriendo entre sus compañeros, que provocaba el sofoco momentaneo de su anfitriona y los comentarios del resto, pero el analizar a un desconocido ofrecía mayor diversión en aquel momento.

- ¿Puede leer algo de ese tipo? - preguntó bajito a Tupolev.