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La Sociedad Fénix

Bailando con mi enemigo (Capítulo 3)

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18/10/2011, 22:00
Don Antonio de Brea

El esgrimista español salió entonces al patio, acompañado por un grupo de soldados alemanes (tres en total), que les apuntaron inmediatamente con sus armas, cortándoles así la huida por la retaguardia. El español sonrió, balanceando su bastón, que seguramente cargaría dentro con un letal estoque, y se acercó a los que se hallaban en mitad de la plaza.

Entonces, Rosseau miró a los ojos a Prue, y supo que la pobre niña no iba a sobrevivir. Tan joven, tan inocente... le habló con un hilillo de voz, como disculpándose. Pero apenas pudo oirla sobre el sonido de los gritos y las carreras.

-Rosseau -dijo entonces- Es usted un caballero. Debería saber cuando rendirse. Entregue las armas, y mandaremos un doctor para que se haga cargo de la niña.

Adrienne sabía que no iba a hacerlo, que era un pretexto para asegurarse su sumisión. Y se lo comunicó a su marido cruzando una rápida mirada.

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20/10/2011, 20:05
Adrienne Rosseau

Eran muchas las veces que Adrienne se había enfrentado a la muerte, bien avanzando hacia ella o retrocediendo si la situación lo exigía. Era temeraria, pero no estúpida. Sí, había corrido y huido en más ocasiones de las que pudiera esperarse de un temperamento fogoso como el suyo, pero jamás había corrido como este día, bajo una tormenta de balas y el trueno interminable de la pólvora.

En su carrera, aferraba la mano de Prue como si se tratara de un precioso regalo, preocupada ya no solo por su propia seguridad sino también por la de aquella muchacha cuyo arrojado carácter tanto la había sorprendido y que estaba en clara contradicción a sus finos y delicados rasgos. Sentía las palmas sudorosas y la presión sobre la mano de Prue probablemente estuviera cortándole a la adolescente el flujo de sangre, pero no estaba dispuesta a soltarla a romper aquel corto cordón umbilical que eran sus manos y brazos. Por ello, cuando Prue, que corría tras ella, recibió el disparo pensó que ésta estaba sacudiéndose de la incómoda presa. Un medio giro de su cabeza, con el ceño fruncido y una mirada furibunda, le sirvieron para comprobar que nada más alejado de la realidad. Una flor roja se abría en su pecho y el gesto de su cara, mostraba el miedo y la estupefacción que sentía.

Durand, rápido de reflejos como siempre, la protegió con su cuerpo. Adrienne sintió que las fuerzas le fallaban, que empalidecía y su carrera se detuvo casi de inmediato. Miraba a Prue, con una tristeza infinita bailando en sus ojos, los brazos caídos, respirando agitadamente, impotente, deseando gritar. Entonces los focos terminaron por iluminarles, en una escena congelada que parecía haber sido recreada como la trágica escena final de un drama teatral. Pero no llegaron lo aplausos ni los vítores. Solo los gritos de sus enemigos, el acre olor de la pólvora quemada y el avance de los soldados. Se vio a sí misma alzando las manos y dejando caer el arma a sus pies, como si efectuara un vuelo astral y fuera un testigo anónimo de sus propios hechos. Alzó el rostro, en una muda súplica dirigida a un dios que debía velar por aquella muchacha cuya vida no había hecho sino empezar. Su mirada, fija en algún punto del oscuro y encapotado cielo, registró entonces el movimiento del ornicóptero y sintió que, de algún modo, aún había esperanza. Bajó la mirada agradecida y su esperanza naciente creció con fuerza cuando, sorpresivamente, vio a Artemis y Candence parapetadas y listas para al acción.

No hubo tiempo a palabras ni a gestos o acciones. Todo movimiento fue cortado en seco con la presencia en aquel lúgubre escenario del esgrimista español con el que se había cruzado en el salón principal. Su voz, seca y rotunda, llenó el silencio que había sucedido a la salva de disparos de hacía unos instantes, con promesas que ella sabía eran baldías, falsas, deshonestas. Cerró un instante los ojos, semejando dolor y frustración, aunque se concentraba en Tupolev.

- Capitán, Artemis y Candence a las cinco y media. Ness sobre nosotros. Debemos pelear y salvar a Prue. Dé la señal para actuar.

Suspiró y tomó a Prue de entre los brazos de su marido.

- Déjamela a mí, Durand - le dijo, cruzando una mirada con él, donde le hablaba de las mentiras del esgrimista, de la necesidad de luchar, de la esperanza que no debían perder -. Debo tumbarla. Prue, querida, resiste. Resiste - le susurró con cotenida pasión, con la voz de una madre dispuesta a pelear por sus hijos hasta la última gota de sangre. La reclinó suavemente sobre el suelo tras dar con ella un paso, y la tumbó casi encima del arma que ella mismo había dejado caer y que ahora quedaba cubierta por el amplio vuelo de la falda. Con su mano izquierda acarició los cabellos de la muchacha, mientras su mano derecha aferraba con fuerza el colt "Thunderer".

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21/10/2011, 15:16
Artemis Marie Sowreston

Bajaron las escaleras corriendo hacia donde creía que se encontraba el punto de encuentro, intentando orientarse en aquel laberinto del mal gusto. Pronto empezó a escuchar un zumbido suficientemente artificial como para recordarle el extraño invento de Ness. Mierda, lo que daría por no volver a subirme en ese trasto... La escena se completó en seguida por un número excesivo de gente para su gusto, tenían más enemigos de los que en principio podían encargarse y a pesar de la presencia del Doctor no veía cómo extraer al grupo que estaba en medio del patio. Los disparos sólo hacían aquello ligeramente más complicado.

Tardó unos segundos en comprender lo que acababa de pasar, aun cuando el hombre de extraño acento estaba explicando claramente la necesidad de un médico. Parpadeó intentando aclararse las ideas y miró a Candance, esperando que le negara lo evidente.

- Maldito... malditos hijos de puta... - dijo en un jadeo entrecortado - Voy a acabar con todos, ¡lo juro!

Sus ojos no se apartaron de Prue durante unos segundos que se hicieron eternos y una parte de su mente le confirmó que lo que vendría a continuación sería una venganza más que un rescate. Apretó los puños, intentando concentrarse en su siguiente movimiento. Apenas lograba entender las palabras del hombre que fanfarroneaba delante de los Rosseau, pero le quedaba muy claro que era él quien dirigía la encerrona.

- Candance, en cuanto dispare, quiero que suelte las llamas más grandes que haya hecho nunca contra esos soldados. - ordenó mientras alzaba su rifle y apuntaba a la cabeza del hombre aquel - Y prepárese para quemar como no ha quemado nunca al resto de bastardos. - su dedo accionó el gatillo mientras su cabeza imaginaba ya los sesos desparramados por el suelo.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Uso Heroicidad y gasto PA!

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26/10/2011, 15:36
Candance Urquart

Candance esperó la señal (que no era ni menos que el disparo), y se concentró acariciando el colgante. Podía ocuparse de los soldados de la almena, con una bola de fuego. Pero podía hacer más. Esos focos les estaban apuntando, y los filamentos de las bombillas podían reventar muy fácilmente si se sobrecalentaban.

Se concentró y cerró los ojos, estirando la mano hacia donde se encontraban soldados y focos.

- Tiradas (2)
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26/10/2011, 16:00
Director

El disparo de Artemis dió en el blanco, haciendo surgir una lluvia de sangre que se difuminaba desde la nuca del español, salpicando a los soldados que les apuntaban. El cuerpo tardó en caer, y antes de que lo hiciera, las luces de los focos se apagaron súbitamente.

Una bola de fuego surgió desde las almenas, y prendió a varios soldados en unas llamas con tanta intensidad que calentaron la piedra, y les hicieron aullar de dolor al no solo quemarse, si no fundirse. Algunos de ellos se tiraron al patio de armas, enloquecidos de dolor.

Lo siguiente que vieron fue un fogonazo, el de un pistoletazo a bocajarro dado por el capitán Tupolev, que tumbó a uno de los soldados.

-¡Corred! -gritó.

Los disparos comenzaron a iluminar la noche, mientras Rosseau corría con la niña moribunda en brazos, y su esposa descerrajaba otro tiro a uno de los soldados más osados, que quería cortarles la retirada. En un momento, el castillo se volvió un ir y venir de disparos y carreras, mientras los miembros del comando se replegaban hacia la torre.

La huída por la base, quedó descartada cuando el barón apareció espada en mano, dirigiendo a un pequeño ejército de soldados armados hasta los dientes. Corrieron escaleras arriba, y Tupolev lanzó una granada hacia abajo por las escaleras de caracol. Gritos y una explosión, más carreras.

Entonces, llegaron arriba, al tejado del castillo, desprovisto del matacán "medieval" de madera, y abierto al cielo de la noche. Dispararon una y otra vez por el hueco de la escalera, pero tras unos instantes, los pasos se renovaban. El vampiro atacó entonces, y pretendió arrebatar a Durand el cuerpo de Prue. El maestro de esgrima, furioso, agarró a la bestia y le clavó su daga de envase, pasándolo de parte a parte. Con ella escapó, renqueando.

Los pasos seguían subiendo, y el Tupolev disparó al rostro del soldado que asomaba con la bayoneta por delante. Desde una torre cercana, sonaron unos disparos.

-¡Mierda! ¿¿Donde está el doctor??

Entonces, el aire se arremolinó en un pequeño torbellino, y el ornitóptero apareció, justo a su lado. La puerta se abrió, y tras de ella se vió la figura de Ness, con sus gafas de aviador.

-¿Me estaban esperando? -dijo con cierto tono triunfal- ¡Suban!

Rápidamente, subieron al aparto mientras los disparos hacían mella en sus cristales. Tupolev agotó el revólver y subió el último cerrando la puerta. Entonces, Ness hizo una caida en picado, evitando los disparos de los soldados, y un centenar de metros más allá, la aeronave remontó el vuelo con elegancia sobre el bosque austriaco, alejándose recortada en el perfil de la luna llena.

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26/10/2011, 16:29
Director

Estaban de vuelta en París, en tiempo record. No había que perder tiempo en la carrera por llegar a Sudán, su próximo destino, y el del enemigo, que ya les había tomado la delantera. Pero algo restaba por hacerse. Fue una ceremonia informal, una despedida de amigos. Recién llegados del viaje, se pusieron sus mejores galas, pero vistiendo de negro y con recato.

Los encargados de recoger el cadáver fueron nada menos que un pelotón de guardias coldstream de su majestad, bajo la supervisión de policías vestidos de gala, estando presente el inspector Le Duc. Dispusieron para ella un féretro de madera suntuosa, con una cruz engarzada de metal. Ella era cristiana, y se merecía un entierro cristiano... con su familia.

Aquello solo era un homenaje, una escolta oficial hasta el Sena, de donde partiría el barco que le llevaría a Inglaterra, al hogar. Las gaitas sonaron, tocando "amazing grace", un himno de piedad y tolerancia compuesto hace décadas en honor al hombre que terminó con la esclavitud en el Reino Unido. Entonces, bajo la farola, enlutada y velada, vieron a lady Talbot, que parecía llevar la procesión por dentro.

Los policías franceses se cuadraron, saludando a la bandera británica que se dispuso en el ataud, que bendijo un sacerdote con una estola funeraria de color púrpura. La comitiva iba a volver a partir, cuando Lady Talbot se acercó para depositar sobre el mismo un ramo de flores. Rompió a llorar entonces, deteniendo a los soldados que se la quedaron mirando. Desconsalada frente al féretro, un hombre rollizo se acercó para sacarla de allí, y confortarla. Era Lord Talbot. Parecía que el suceso había conseguido sacarle de su mansión y haberle hecho cruzar el canal.

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26/10/2011, 17:13
Lord Talbot

El escolta de la reina victoria se acercó al grupo con rostro compungido. Las chicas de la mansión era como hijas para su esposa, pero Prue era especial. Era su ojito derecho, y sabía que aquello era algo que nunca jamás podría olvidar. Ellos no habían podido tener hijos propios, y quizá una cosa había llevado a la otra.

Miró al capitán, quien había perdido a alguien recientemente. Es el que mejor podría hacerse cargo de la situación.

-Caballeros, señoritas... Ruego que no se culpen. La culpa es nuestra, por haber permitido que una chiquilla tan inexperta les acompañara en su viaje. Se que Prue quería ser una más, y que trataron de protegerla, pero no la mataron ustedes, si no la orden de Thule, y sus secuaces.

Les entregó unos documentos, sacándolos de su chaqueta.

-Nuevas identidades y pasaportes británicos para el protectorado de Egipto. Según me informaron, el plan del enemigo es llegar hasta Meröe, las antiguas pirámides de la dinastía de faraones negros del reino de Kush. Según nos hemos informado en la Royal Society, es posible que estén detrás de un artefacto llamado "el topacio de Candance", así llamado por la mítica reina Candance de Meröe. Textos antiguos atribuyen a esta piedra el poder de... condensar la energía. Esto estaría en consonancia a los planos que logró rescatar Prue antes de morir, del taller del doctor Driepper, el creador de aquella máquina con la que se cruzaron en el Orient Express. Al parecer, los alemanes desean fabricar una especie de bomba... un arma de destrucción masiva, capaz de matar a millones de personas de una sola detonación. Un arma horrible que pretende condensar energía de este mundo... y de otros, para crear una explosión un millón de veces mayor a la de la más poderosa carga explosiva convencional.

Carraspeó, poniéndose serio.

-Viajarán desde Egipto con un guia de confianza. La razón de que no les desembarquemos directamente en el Sudán es que, como sabrán, la zona está en guerra, y la situación es tensa. Los derviches controlan Jartúm, y ha corrido como la pólvora la noticia de la muerte del general Gordon a sus manos. El mahdi controla gran parte del país, a lo que se suma una columna francesa que ha acudido a reivindicar sus derechos sobre una porción del territorio, y además esperamos que el ejército alemán se haya desplazado desde su colonia del África Oriental. Sudán es la guerra, y la reina victoria ha mandado un ejército desde Egipto, al mando lord Kitchener, con orden de aplastar al movimiento derviche y frenar las ambiciones de las potencias extranjeras. Ustedes deberán encontrarse con el sirdar*. Sus hombres les escoltarán hasta Meröe, esperemos que a tiempo para frenar los planes de la orden de Thule.

Notas de juego

*Sirdar era el título que tenía el comandante en jefe del ejército colonial egipcio, en este caso Lord Kitchener.

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26/10/2011, 17:45
Lady Talbot

Lady Talbot había dejado de llorar. Mientras su marido hablaba, fue adquiriendo el sosiego necesario para mirarles... con una de sus típicas caras de rabia y prepotencia aristocráticas. Parecía lleno de odio y rencor, y nadie dudaba de que así era. De haber estado a solas con ella, les hubiera caido una buena reprimenda, o se hubieran quedado sin trabajo. Quizá su marido lo intuía, por lo que había decidido acompañarla en París.

-Capitán Tupolev... -dijo, mirándole- Prometame que se lo hará pagar caro. No tengan piedad con esos malnacidos, por que ellos no tienen piedad ni con una pobre niña incapaz de hacerle daño a nadie. Encuentre a ese bastardo de von Krauser, y asegurese de que no vive para ver el día de mañana. Cada dia que la orden de Thule sigue existiendo sobre la faz de la tierra, es una afrenta a la memoria de todos los que han muerto a sus manos.

Le tomó de la manga del uniforme, tirando un poco hacia ella, mientras apretaba los dientes.

-Prométamelo. -insistió.

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26/10/2011, 18:02
Director

Tupolev asintió, despacio. Tenía sus propias razones para sentir rencor y tener ansias de venganza, por lo que aquello le vino como anillo al dedo. Luego miró a Artemis, que estaba pensativa, y le hizo una señal. Era en la que más confiaba, realmente, y no sabía por qué.

Caminaron, alejándose del lugar, mientras Candance se quedó un momento más, mirando al féretro alejarse rumbo del vapor que le llevaría a su isla natal, en un último viaje. Acarició entonces la lágrima de Zoroastro, y cerró los ojos. En otro lugar, muy cercano a este, creyó verla caminando detrás del cortejo, mirando a Lady Talbot con cara triste. Era etérea, como los fantasmas que ella podía ver en vida. Se giró un momento, dejando que los soldados pasaran, y le dedicó una sonrisa, antes de proseguir.

Entonces supo que, pasara lo que pasara, ella estaría bien, y cerca de ellos. Sonrió, abriendo los ojos, y caminó sin más hacia las figuras que la esperaban al fondo de la calle. El doctor Ness se sorprendió de verla con un rostro tan radiante, cuando tomó su mano, pero no preguntó. Había cosas más importantes en las que pensar.