Partida Rol por web

Michael agarró fuertemente el cuchillo y lo lanzó sobre la cucaracha que Norman se había quitado de encima. Con suerte clavaría a aquella criatura en el suelo y la mantendría inmóvil unos instantes, aunque le supusiera perder su cuchillo. El cuchillo atravesó una de las patas de la criatura y un poco de esa sangre negra salpicó sobre la pierna de Michael. Pero aquella criatura no parecía inmutarse, trataba de liberarse incluso a riesgo de perder una de sus ocho patas. ¿Qué clase de criatura era aquella?

Aquellos monstruos eran espeluznantes y Meredith era la primera en sorprenderse por el arrojo que una dama como ella estaba demostrando al hacerlos frente, pero ese no era el momento en pararse a hacer un estudio psicológico sobre las posibles motivaciones que llevaban al subconsciente a hacer actuar así a las personas. En ese momento tenía que darlo todo para acabar con esos bichos y mostrarles que ella no era el apetitoso e indefenso bocado que habían esperado.

Encontró algo de sangre fría y decidió apuntar a la criatura que la había atacado, para descerrajarla unos cuantos gramos de plomo en dónde suponía que debería de estar su cerebro. Iba a disparar, cuando a su marido pareció entrarle un ramalazo caballeresco y la empujo para apartarla del peligro.

– ¿Pero que haces, Ho…

No termino la frase pues su pie se enredo en una de las sabanas que había en el suelo y cayó de culo, disparando por encima de las cabezas de los presentes y abriendo un nuevo agujero de ventilación en el techo.

Norman estaba muy dolorido, y apenas podía sostener el revólver en alto. Sin embargo, él era de los que no dejaban de dar golpes hasta caer en la lona. Con el sudor cayendo por su rostro y la punta de su arma oscilando en el aire, apretó el gatillo contra el insecto más cercano.

El cuchillo se clavó en la pata de la cucaracha que se detuvo cuando intentó moverla y ver que no podía. Para sorpresa de Howard y Norman esta siguió su camino dejando atrás su extremidad, clavada en el suelo y salpicando a los dos con aquel líquido negro. Era espeso, más que la sangre, y estaba frío. Y a pesar de su baja temperatura comenzó a evaporarse casi al instante al contacto con la piel y ropa de ambos. Daba la impresión de que su propia piel desaparecería con aquel líquido... aunque enseguida vieron que lo único que se evaporaba era la sustancia negra.

Para desgracia de Norman erró su disparo; aunque el tiempo que Michael le había otorgado fue suficiente para poder esquivarla en el último momento. La cucaracha se estrelló contra el suelo de madera, haciendo retumbar toda la estancia. No parecía que le afectara el golpe, pues se levantó de nuevo mirando a los dos hombres y emitiendo un chillido agudo.

Unos pasos a la izquierda, Howard saltaba sobre su mujer para intentar apartarla de la criatura con la mala suerte de atraparla justo en el momento del disparo. Este se perdió tras agujerear el techo de la mansión. Logró salvarla de la criatura, pero fue él quien se llevó el bocado de la cucaracha que además quedó enganchada con sus mandíbulas al abogado...

La enfermera cayó al suelo tras tropezarse con la sábana, y pudo ver como su marido quedaba "enganchado" a la criatura. Aquel bocado iba dirigido hacia ella, y su marido la acababa de salvar sacrificando su propia integridad física.

Cuando vio a aquel repulsivo ser clavando sus mandíbulas en el brazo de su marido, no pudo evitar lanzar un grito. Era asqueroso y quien sabía si su saliva no sería capaz de transmitir algún tipo de enfermedad.

No podía disparar. No ahora que el gigantesco insecto estaba tan cerca de Howard. Pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados y ver como aquella alimaña se alimentaba de su marido.  ¿Qué hacer entonces?

La sabana con la que había tropezado la dio la respuesta. Hasta que no les habían quitado las piezas de tela de encima, los engendros habían permanecido tranquilos. ¿Y sí al taparles los ojos les dejaban atontados o desorientados? ¿Y si con algo tan sencillo eran capaces de calmar a las monstruosas cucarachas?

Algo tenía que hacer. No perdía nada por intentarlo.

– ¡Aguanta cariño! – gritó a Howard. Recordaría siempre la expresión de dolor de su marido.

Esperaba no equivocarse. Tenía que funcionar.

Norman agitó su cuerpo como un perro mojado, tratando de sacarse ese repugnante líquido de encima. Tuvo que reprimir una arcada pensando que este pudiese haber entrado por su boca o nariz.

Entonces, el chillido del insecto le devolvió a la realidad. La maldita cucaracha parecía dejar bien claro que no iba a detenerse. Norman tampoco.

Volvió a apuntar su revólver al bicho que había frente a él y disparó.

Michael se sacudió esa sangre o ese líquido viscoso con las manos. Era muy espeso y acabó pringando varias partes de su cuerpo. Finalmente logró deshacerse de él en su propia ropa.

Se acercó a donde había quedado el cuchillo clavado y lo recogió del suelo, liberando así la pata inerte de la criatura. Con él en la mano se lanzó hacia la criatura cubierta por la sábana de Meredith. Gracias a esa sábana podría agarrar a la cucharacha con menos riesgo y apuñalarla para que soltara a Howard. Pero el torso duro de aquella criatura era muy escurridizo y lo movía hacia los lados dificultando la tarea del detective¹.

Meredith agarró una de las sábanas y la arrojó no sin ciertos problemas sobre la cucaracha. El polvo que había levantado le afectó tanto que comenzó a toser. La sábana había caído sobre la criatura si... pero Meredith tuvo que cerrar los ojos por el polvo mientras se cubría la boca.

Norman reacciono como era de esperar de alguien de su trayectoria y experiencia. Hastiado de aquel combate levanto su revolver y abrió un agujero entre los dos ojos de la cucaracha que quedó congelada unos segundos y finalmente cayó al suelo de madera; retumbando por todo el ático y levantando una espesa capa de polvo. Rápidamente giró y disparó contra la otra... por desgracia no pudo apuntar igual de bien al estar cubierta por la sábana y enzarzada con Howard quien parecía se había quedado petrificado ante el mordisco de aquel bicho.

Tras ver que una de las cucarachas había caído el investigador se lanzó a liberar a su compañero. Con un certero tajó cortó una de las mandíbulas de la criatura, haciendo que Howard quedara libre. La cucaracha, cubierta por la sábana se revolvió sin poder quitarse la sábana golpeando a Michael que se golpeó contra la esquina de uno de los muebles de aquel ático.

Howard se vió liberado, aunque todavía tenía clavado un pedazo de las mandíbulas en su brazo. Chorreaba una mezcla de sangre y líquido negro.

Michael se puso delante del grupo y empezó a dar empellones con el cuchillo sobre la criatura envuelta en la sábana. Cada puñalada empujaba a la criatura hacia atrás separandola del grupo y aumentando la desorientación de ésta. Un par de puñaladas atravesaron el cuerpo quitinoso de la cucaracha y la sábana comenzó a impregnarse de su sangre negra.

Howard pareció salir de su repentino ensimismamiento para agarrar un espejo de pie cercano y golpear con él contra la criatura. Esperaba que el golpe y los cristales rompiéndose hicieran daño al engendro.

Cayó de nuevo al suelo con los ojos y la nariz llenos del polvo acumulado en la habitación y los muebles por largos lustros sin conocer un paño. Empezó a toser de manera incontrolada, con la garganta irritada y los ojos rojizos, llorando de manera refleja para intentar eliminar las partículas extrañas.

Pensó que ya estaba, que no podrían salir con vida de esta casa y tanto ella como su marido acabarían en los estómagos de aquellas criaturas infernales. Sus pensamientos se centraron entonces en sus hijos y las lagrimas que derramó entonces fueron sentidas.

Cuando por fin pudo abrir de nuevo los ojos y percibir figuras y contornos a su alrededor, descubrió que uno de los dos grandes cuerpos quitinosos yacía en el suelo y el otro estaba siendo acuchillado con primitiva pero efectiva violencia por Michael. También esta cucaracha termino por caer.

Meredith, aún sentada en el suelo, continuó llorando.

Norman jadeaba y temblaba ligeramente. Tuvo que cerrar los ojos y concentrarse unos segundos para recuperar la compostura.

-¿Cuánto nos pagan por esto? Debimos pedir más...

Cargó de nuevo el revólver y movió el candelabro iluminando otra vez la sala de lado a lado mientras apretaba los dientes por el dolor. Quería asegurarse de que no se acercaba ninguna otra monstruosidad de esas.

-Creo que deberíamos volver abajo, vendar las heridas y sopesar seriamente si queremos seguir registrando esta casa del demonio.

La ténue y danzarina luz de las llamas del candelabro iluminaron el ahora silencioso ático. Silencio roto solo por los sollozos de Meredith y los jadeos del resto de hombres que poco a poco recuperaban la compostura. No parecía que hubiese más de aquellas criaturas... o al menos si las había no se movían. La sangre que manaba de los dos cuerpos se expandía por el suelo poco a poco para pasados unos segundos comenzar a evaporarse en un humillo pestilente similar al que había en la habitación del anterior incidente con "la mano".

De momento, Norman se aventuró a salir al pasillo y echar un vistazo a la habitación contigua. Era una de las pocas que quedaban sin registrar en esta planta, si no le fallaba la memoria, y quería acabar cuanto antes el trabajo.

Primero trató de iluminar el interior desde la puerta, sin entrar. Todavía tenía el susto muy reciente, y prefería comprobar si había algo sospechoso antes de poner un pie dentro. Si no observaba nada peligroso, se adentraría en ella.

Pasados unos segundos que se le hicieron eternos, Meredith se levantó, apoyándose en su marido, y recogió la pistola del suelo. Asintió a la sugerencia de Norman de regresar a la planta baja y curarse las heridas. Esa era su profesión y lo que mejor sabía hacer, y sabía que dedicarse a una acción rutinaria como esa, podía ayudarla a relajarse algo.

Siguió a los hombres al exterior y el corazón casi la dio un vuelco, cuando el matón se detuvo delante de una de las habitaciones.

– ¿No… no sería mejor que nos fuéramos abajo?

Sin embargo, esperó paciente a que terminaran lo que tenían que hacer. No pensaba separarse ni un segundo del resto.

—Pero todavía no hemos registado este ático.

El contable echaba un vistazo alrededor. Si hubiese más criaturas ya habrían salido a ayudar a las primeras. Mientras iluminaba los muebles buscando cualquier cosa que le llamase la atención hizo la pregunta que nadie parecía atreve a hacerse.

—¿Qué es lo que realmente está pasando aquí? ¿Qué son esas cosas? Está claro que nuestro contratista estaba al tanto de que pasaría algo así porque fue muy claro: no se puede abandonar la casa hasta completar el inventariado. Pero ¿por qué? Y si sabía que había algo como esto ¿por qué recurrió a nosotros en vez de contratar a un equipo más dotado para la violencia? ¿No os resulta extraño todo esto?

Tanto Norman como Meredith parecían dispuestos a bajar del ático y continuar con el registro del resto de la casa, pero Howard no se iría de allí sin ver que objetos de valor podía esconder aquel lugar... y vaya si había. Encontró una colección de sellos antiguos que comprendía cinco gruesos álbumes. Eran sellos de todo el mundo y de diferentes eras. También había una estatua de Venus exquisitamente tallada en mármol. De unos 50 cm de alto representaba a la Venus clásica, sin brazos aunque con piernas esbeltas. Finalmente sobre una mesa también cubierta por una sábana había un reloj de bolsillo guardado en un fino estuche de terciopelo azul. De posible factura suiza, fabricado en acero y acabado con ribetes de oro. Tenía grabado en su parte trasera las iniciales "J.B."

Una vez el ático quedó cubierto y con la certeza de que no había más de aquellos bichos todos bajaron a la segunda planta para proseguir con el inventario.

-Entonces sólo nos queda el sótano, ¿verdad?-suspiró-. Bien, pues manos a la obra.

Norman estaba decidido. Sabía que si le daba más vueltas a la cosa, lo más probable es que acabara pensando en marcharse de allí.

Con su revólver en una mano y el candelabro en la otra, se encaminó hacia el sótano.