Partida Rol por web

Siento el frescor en mi rostro, me encuentro bajo el agua, bañándome en un rio. Nada ha sido real, todo ha sido un desagradable sueño. He regresado Pas de Calais, con Robert, todo es normal de nuevo. Estoy deseando contarle como me ha ido en la universidad, y luego en el ejercito. Como he logrado cumplir mis sueños. Tenias razón Robert, lo logre. El agua me molesta en los ojos, y los cierro mientras nado hacia la superficie. Esta demasiado lejos.

Abro los ojos y veo a Jean-Pierre, el bueno de Jean-Pierre. Como me gustaría contárselo todo. Hablarle de Robert, de mis padres, de mi vida y de mis sueños. Pero algo está mal, porque esta Jean-Pierre en Calais, ¿qué hace aquí?

Lentamente el velo protector desaparece. Las sensaciones amortiguadas comienzan a volverse reales y comprendo que sigo dentro de la pesadilla. No puedo reprimir un estremecimiento, y las palabras comienzan a salir de mi garganta sin ningún control.

Tenemos que irnos de aquí. Tenemos que volver al campamento. Debemos regresar, ¿es que no te das cuenta?

Cuando el teniente llega al lado del doctor, ve como Jean-Pierre ya lo esta socorriendo, mojando su cara con agua. El doctor finalmente se levanta.

-Bien, me alegro de que se recupere doctor.- Dice con sinceridad. En la situación que estaban, el doctor era una pieza importante para el devenir del grupo.

Luego busca al guía bereber.

-Que me puedes decir Abeillut? Sabes donde estamos o hacia donde avanzar?-

Ese ejercito de tiempos pasados era realmente inquietante. Pero el no creía poder hacer mucho más, prefería que los expertos sacasen sus conclusiones sobre lo que había pasado allí. Además, temía que si se ponía a pensar demasiado al respecto, acabaría por volverse loco, y eso era algo que no se podía permitir en esos momentos. Prefería centrarse en su misión, que era sacar a esa gente con vida de ese inhóspito desierto.

Descoteaux se agacho para observar aquellos restos de hombres que sin duda alguna vivieron hace ya siglos mientras otros componentes de la expedición trataban de socorrer al ahora perturbado Dr.Leblanc. Tras unos instante se alzó y sin dejar de mirar los cuerpos el capellán hablo.

- Dios miresicordioso.... no cabe duda, son cruzados de la santa iglesia.... y por la heráldica es posible que fuese el ejército perdido de Ricardo corazón de León. - empezó a explicar el capellán, docto en asuntos teológicos - según las crónicas de la época desaparecieron buscando una reliquia de Dios..... ¡hay que buscar la cruz! - casi ordenó el capellán, quien inmediatamente se puso a buscar entre las pertenencias de aquellos cadáveres.

- Muertos, muertos, todos muertos. Ellos, nosotros... todos... - emito una risa debil y luego una carcajada mas fuerte - La cruz, la cruz de los cruzados, claro, la cruz... seguro que tienen cruces, por eso son cruzados.

Me incorporo y observo al padre Descoteaux.

- Busque padre, busque. Dios le salvara. Dios les salvara a todos... o a ninguno.

Nuevamente la confusión hizo acto de presencia en aquella trampa mortal conocida como desierto. Mientras Abeillut intentaba buscar el camino que los devolviera a casa - de forma hasta el momento infructuosa- Barraud y Lacroix se hacían cargo de aquellos que parecían estar más afectados por las siniestras revelaciones que hasta el momento se iban sucediendo.

Descoteaux junto a Vivant, pasaron minutos revolviendo entre aquellos níveos cadáveres, en busca de lo que creían era la reliquia que los liberaría de aquella pesadilla, pero toda su búsqueda fue estéril. Entre aquellos finados hallaron múltiples cuerpos estrujados por una fuerza colosal. Algo muy parecido a lo que le sucediera a los soldados de la expedición. Un escalofrío recorrió el espinazo del monje y el noble diletante. Aquella coincidencia era terriblemente inquietante. Desistieron, pues allí sólo había muerte y terror. Terror plasmado en las últimas muecas de aquellos que creyeron luchar por su dios y fe... Dios que no tuvo compasión de abandonarlos en aquel campo de arenas doradas.

...............

Pasaron las horas. Decidieron continuar el camino. No podían permanecer allí. El bereber guiaba a los supervivientes sobre las dunas de aquel mar infinito. Todos deseaban borrar lo visto y vivido, pues no existía explicación humana capaz de argumentar lo que allí había sucedido.

Poco a poco cayó la noche. Decidieron montar una tienda, sobre todo aquellos que estaban más enteros. Leblanc, Duvaquel y Galindeau eran temblaban como una hoja bajo una bocanada de viento. Su mente estaba rota. Dividida por algo que eran incapaces de creer, pero que habían vivido con sus propios ojos. 

Encendieron un fuego y sacaron algunas viandas. Debían alimentarse para proseguir su camino. Camino que parecía llevar hacia ningún sitio. Intentaron hacer piña. Reunirse alrededor de un fuego. Hacía frío. Más que de costumbre, y resultaba curioso como el calor de un fuego podía consolar a aquellos desesperados que se colocaban a su alrededor...  

Despues de buscar un buen rato desisto de encontrar la cruz.

Sólo era un leyenda... Muy adecuado después de lo vivido aquí. Leyendas sobre ilusiones. Ilusiones y falacias. Extraños monstruos de nuestra imaginación. Sí... Es eso...

Pienso, evitando la certeza de esos cuerpos estrujados como un limón.

Aquí hay muchos objetos de gran valor histórico...

Por lo que después de la búsqueda de la cruz decido coger algunos objetos que sean valiosos a nivel histórico... Pendones, y otras cosas como los objetos de tela cuya conservación es tan difícil.*

Cuando cae la noche me arrimo al fuego, en silencio, y saco una vez más los documentos que me confió Bonaparte.

Espero que aquí exista alguna respuesta a todo esto...

Parece que no hay muchos ánimos para hablar, y me contagio del ambiente. He perdido muchas cosas ya, aunque aún conservo mi cordura... No como otros, cuya mirada extraviada me hace sentir pena por ellos.

Algunos de los compañeros estaban claramente afectados por el horror vivido.
Jean-Pierre trataba de hecerles ver que debían reemprender la marcha, que debían escapar de aquella pesadilla cuanto antes; no obstante, vio como el sacerdote y el señor Vivant revolvían entre los cuerpos intentando hallar una cruz.
Barraud no daba crédito, estaban todos en peligro de muerte y al cura sólo se le ocurría buscar una reliquia olvidada.
Por suerte, pronto desistieron y pudieron retomar el camino.

La noche les sorprendió y decidieron levantar un campamento. Compartieron la poca comida que aún les quedaba y se apelotonaron todos junto al fuego para mantener el calor.
El galeno parecía el más afligido de todos ellos, en algún momento puntual despegaba los labios para decir incoherencias. Durante el campamento, Barraud se acercó a él y le palmeó con energía la espalda, para sacarle de su ensimismamiento; si seguía con el ánimo tan bajo, terminaría por caer enfermo.
- ¡Señor Leblanc! ¿Cómo se encuentra? ¿Soy el único de por aquí que mataría por un buen copazo de aguardiente?
El joven dijo la primera estupidez que se le pasó por la cabeza, su intención era sacarle una sonrisa. Si lograba apartarlo de su amargura, tal vez volvería a ser el de antes.

Llegó la noche y el variopinto grupo montaron un precario campamento. Todos estaban alrededor de un fuego improvisado para escapar del frío. Como puede hacer tanto frío?

EL teniente se puso a observar al resto de personas arremolinadas alrededor del fuego. Pobres, la mitad se están volviendo locos, tendría que decir unas palabras o algo para animarlos, soy el de más alto rango que aun esta cuerdo... Cuando su mirada se posa en Dominique, que esta sacando los papeles que le entregaron al empezar la marcha.

Con curiosidad, se acerca a él.

-Disculpe, señor Vivant. Nos puede decir que es lo que exponen esos papeles? Supongo que si era un secreto, se perdió en la arena con el resto del ejercito...-

Me encuentro al lado del fuego, forzando la vista para poder estudiar los documentos cuando se acerca Lacroix. Apenas noté su presencia hasta que me habló. 

¿Secretos? Oh... No, no lo creo... Capitán.

Le digo, mirando sus galones y sin estar en absoluto seguro de su rango.

Habla... Mmmm... Es complicado decir de qué habla. No es un texto sencillo. Trata de un faraón niño. Uno poco conocido. Tut Ankh Amon. Asesinado, al parecer, por los propios sacerdotes de Amon... Curiosa ironía del destino, tenienod en cuenta su nombre, supongo... todo indica que querían recuperar su poder esos sacerdotes. Ese faraón niño adoraba a una deidad desconocida. Que habitaba en la constelación de Tauro.

y de golpe como una inspiración, miro al cielo estrellado. Un cielo limpio como solo lo puede ser el del desierto. Un cielo siempre limpio de nubes.

Oh... ¿Usted sabe algo de estrellas? Sabe donde está Tauro? Quizás esa sea la dirección a seguir. Bueno... Es una locura, pero no estoy muy seguro de que el guía sepa donde estamos. No ha dicho gran c osa pero con la cara paga.

Abeillut! Grito para hacerme oír hasta donde está el bereber. ¿Sabe usted reconocer la constelación de Tauro?

La frustración del bereber era evidente. No podía encontrar referencia alguna que les ayudase a saber dónde estaban, siquiera a guiarse ligeramente. No es que pareciesen estar en otro punto del desierto: aquello parecía un desierto diferente, irreal, ilusorio. Los peores temores del supersticioso bereber tomaban forma en su mente, mientras él se esforzaba por, al menos, mantenerlos a todos con vida hasta que hallasen un modo de descifrar lo que ocurría.

De ese modo había transcurrido la jornada: una penosa marcha al calor del sol, sin saber a dónde iban, sin dirección. La noche se presentaba del mismo modo, en el momento en que Vivant llamó al bereber, sacándolo de su ensimismamiento. Los franceses discutían en su idioma, y Abeillut con frecuencia se perdía en sus divagaciones.

- ¿Tauro? No sé... - dijo - Constilaciones de niombre raro, friansés. Niosotros no usar esos niombres.

La palmada de Jean-Pierre me cogió por sorpresa haciendo que me desequilibrase momentáneamente.

- No… yo…. - Comencé a decir, pero ni siquiera sabía que responder.

Cerré los ojos y volví a abrirlos.

- Gracias. La verdad es que temo que todo esto me está afectando más de lo que esperaba. Necesito descansar.

-Teniente. -

Escucha con atención las palabras de Vivant.

-Mmmm... Pues no me suena de nada- faraones niños, deidades desconocidas? Y esto de que nos sirve?

-Y...porqué eran importantes estos papeles? Que se supone que tenia que hacer con ellos?-

-Pues no soy demasiado bueno guiándome por las estrellas, lo siento.-

 Igualmente, el teniente levanta la cabeza y se queda mirando las estrellas durante un momento.

Chasqueo la lengua con desagrado ante las palabras de Abeillut.

Si supiera describirle como es la constelación de Tauro... Lástima.

Luego escucho con atención al cap... Teniente, y me encojo de hombros, no sin cierto asombro, por su peregrina pregunta.

Bueno, teniente... Supongo que ahora poco importa, pero estos documentos hablan sobre lo que era el destino de nuestra misión. Soy consciente que ahora lo prioritario es saber donde estamos pero pensaba que quizás no estábamos muy lejos de nuestro destino... Ojalá esté cerca el valle de los Reyes... Aunque supongo que eso es casi un sueño, no?

Le digo con una sonrisa entre pícara y triste.

Quizás existiera una relación entre lo ocurrido hoy y ese faraón. Quizás, quizás... 

Desde luego la situación actual me desbordaba, pero quería crearme un oasis de racionalidad en aquel mar de caos. Creer que aquello podía aportar alguna pista me ayudaba a pensar que todo estaba bajo control.

El señor Vivant estaba comentando con el teniente Lacroix algo acerca de los documentos que portaba. Escuchó que decían algo referente a faraones y constelaciones. Si el guía estaba en lo cierto y se encontraban lejos del lugar donde empezaron la expedición, debían encontrar cuanto antes el camino de vuelta.
Era muy posible que en los documentos pudiesen hallar alguna respuesta, pero estaban agotados y necesitaban descansar. Barraud removió el fuego, manteniéndolo vivo.
- Mañana lo veremos todo más claro - rumió no sin cierto pesar.

Nuestra misión? Ir a un valle perdido a buscar la tumba de un faraón? Para que quería Napoleón enviarlos allí? Acaso no eramos el invencible ejercito francés? Y no una vulgar panda de ladrones en busca de unas antiguallas? Yo me aliste para defender la libertad que Francia había conseguido,  'liberté, égalité, fraternité'!

-Gracias por la información señor Vivant. Quizá mejor que descansemos y mañana veremos que hacer.-

Poco a poco, los ánimos parecieron relajarse. Con el estómago lleno las cosas se veían de otra forma, aunque era una misión titánica apartar de la mente todo lo contemplado en aquel lugar. Varias conversaciones se anduvieron durante la frugal cena. El interés por conocer el contenido de los papiros entregados a Vivant fueron uno de los puntos tratados en el devenir de la misma. Varios fueron los que escucharon las palabras del diletante, mientras que otros proseguían ensimismados en sus propios miedos e inquietudes.

De repente unos ruidos similares a chapoteos llamó la atención de la gran parte de los supervivientes. Barraud, Lacroix, Abeillut y el doctor Leblanc fueron partícipes y coincidían en aquellos ruidos. Miraron a un lado y a otro, pero no parecían discernir nada. Vivant, que proseguía con sus elocuentes charlas, detuvo su verbo fácil para atender lo que sucedía.

Sin pensarlo, varios de ellos cogieron sus armas y se pusieron en pie en actitud expectante, mientras seguían oteando entre las dunas. 

Súbitamente todos pudieron contemplar las siluetas de personas embozadas en ropas de tela. Eran un trío y se escurrían entre las dunas con presteza, mientras daban muestra de su endiablada agilidad, ya que se desplazaban dando potentes saltos...