Partida Rol por web

Los primeros rayos de sol que anunciaban un nuevo día cegaron durante unos instantes al joven cuando coronaba la colina. Ante él la maravillosa villa de Cima del Salto. Había oído hablar de ella en innumerables ocasiones durante su camino, rumores sobre su belleza y riqueza llegaron incluso hasta su pequeña aldea.

Nunca en su corta vida había visto tal cantidad de tejados juntos. No era ni mucho menos tan grande como la capitál, o al menos eso le había contado un buhonero con el que compartió hoguera una noche, pero no dejaba de ser impresionante.

El aventurero estuvo tentado de salir corriendo hasta el lugar, pero se contuvo, si quería causa buena impresión y encontrar algún trabajo en aquella ciudad debía comportarse como un guerrero experimentado, o al menos intentar parecerlo.

Tras unos pocos minutos caminando llegó hasta la entrada de la ciudad, no se había cruzado con nadie, pero tampoco le extrañó, al fin y al cabo era el amanecer del domingo y la gente aún permanecía en sus hogares. Por aquí y por allá surgían sonidos de vajilla y olores a pan recién horneado que le indicaba que los lugareños iban a comenzar a desayunar. Aquellos maravillosos olores hicieron que las tripas de Derfel sonasen estrepitosamente.

Como enviada por los mismísimos dioses, tras girar a la izquierda en una estrecha calle, se encontró con la posada "El Hacha de Cobre" al fondo de una plazoleta adornada con flores. Aún sonaban en su interior los últimos coletazos de la fiesta de la noche anterior, aunque en general todo estaba tranquilo.

Derfel empujó la puerta y accedió al interior de la posada.

El lugar estaba tenuemente iluminado, por lo que hasta que su vista se acostumbró a las nuevas condiciones de luz no pudo hacerse una idea real de lo que había en su interior. Aún así, el joven aventurero se encaminó con paso seguro hasta la barra, donde el posadero, un hombre joven que rondaba la treintena, le observaba con interés.

A la derecha casi todas las mesas se encontraban vacías, a excepción de una que aún albergaba a dos paisanos, uno dormido sobre el tablero y el otro apurando su vaso de vino sin percatarse de la llegada de un nuevo cliente.

A la izquierda, junto a la chimenea que ya se había apagado casi por completo, un grupo de tres hombres de aspecto curtído, miraban de reojo al joven. Al guerrero no le pasaron desapercividas las armas que descansaban junto a ellos.

-Buenos días- Dijo acomodándose sobre la barra y dirigiéndose al posadero. -Acabo de llegar a Cima de Salto y me preguntaba si sabe de algún lugar en la villa donde encontrar un trabajo- Nada más terminar la frase sus tripas emitieron un sonoro y prolongado rugido que no pasó desapercibido a ninguno de los presentes. Derfel añadió sonrojado: -También me preguntaba si podría darme algo de comer a cambio de algún servicio que precise, ya que de momento no dispongo de dinero ni para pagar un triste desayuno"- Acompañó este último comentario con el gesto de llevarse las manos a los bolsillos.

El posadero levantó una ceja ante las palabras del aventurero.

-¿Un trabajo? Bueno, eso depende un poco de lo que estés dispuesto a hacer- dijo con socarronería -Supongo que siempre habrá sitio para un mozo de cuadra que limpie la mierda de los caballos... o la de sus dueños-.

-Y seguro que un joven tan apuesto seguro que puede sacarse algunas monedas ayudando a alguna buena señora a aliviarse de su tediosa vida en la ciudad...- añadió con un guiño.

-Aunque por tu aspecto creo que te van más el tipo de trabajo que hacen gente como aquella- comentó en voz baja señalando con la cabeza hacia la mesa situada junto a la chimenea, aquella ocupada por los tres hombres.

-Sientate y come un poco del estofado de liebre de mi esposa. Seguro que después tendrás las ideas más claras-.

Puso un plato de humeante guiso frente al guerrero y se giró para seguir limpiando su vajilla.

Por un momento Derfel se vio estampando toda su mano abierta contra la cara del posadero. Estaba cansado y no tenía ganas de pitorreos, pero el último comentario del hombre junto con el aroma que provenía del plato que le había acercado le aplacaron los humos y fue notando como la calma volvía a invadirle. Desvió la mirada del posadero y tomó el plato empezando a comer enseguida como si hiciese años que no lo hacía. No levantó la vista de él hasta que no dejó ni una gota del delicioso guiso. -Felicite a su esposa- comentó dirigiéndose de nuevo al posadero -Sin duda es una gran cocinera-.

En ese momento recordó otro de los comentarios del posadero y limpiándose la boca con el dorso de la mano se acercó a la mesa en la que se encontraban los tres hombres sentados: -Buenos días- Dijo subiendo el tono para intentar reclamar la atención de los tres hombres sentados a la derecha de donde se encontraba. -¿No sabrán por casualidad dónde encontrar un trabajo por la zona con el que poder ganar unas monedas?-

De los tres hombres, dos de ellos encapuchados, lo cual no permitía verles el rostro, solamente uno se dignó en mirar a Derfel, el más menudo de los tres y el único que no llevaba el rostro oculto en las sombras.

Miró de arriba a abajo al joven que se había presentado ante ellos con una cara que dejaba claro el desprecio que sentía hacia él y un exacerbado sentimiento de superioridad.

-Vaya... ¿Qué tenemos aquí?¡Un cachorro!- dijo desperezándose, estirando sus brazos y mostrando sus dientes. Después su mueca cambió a una especie de gesto depredador.

-Claro que tengo un trabajo para ti... Justo aquí- añadió señalando su entrepierna -No hace falta que te quites las espinilleras de la armadura, te vendrán bien durante el rato que estés arrodillado ganándote unas monedas- sonrió amenazante como un gato que se regodeaba al saber que tenía acorralado al ratón que quería que fuese su cena.

Poco a poco Derfel notó como le iba invadiendo la ira. Nunca había sido amigo de los enfrentamientos, pero tampoco le gustaba que le tocasen las narices y se riesen de él. Apretó los puños con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos y cogió aire. En esas pocas décimas de segundo tomó la decisión de ignorar al hombre y dar la vuelta para marcharse. Consideró que no era buen comienzo empezar su primer día en el lugar protagonizando un altercado, así que sin decir palabra se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la puerta.
 

Mientras caminaba en dirección a la salida con los puños apretados hasta el punto de que casi se hizo sangre en las palmas con sus uñas un objeto pasó silbando junto a su oreja derecha, tan cerca que notó como le rozaba suavemente el lóbulo. Justo después notó como una gota de sangre caía por su cuello mientras se percataba de la daga que se había clavado profundamente en el marco de la puerta.

Algo dentro del joven le dijo que si seguía vivo, o incluso si conservaba la oreja no había sido por falta de puntería, si no por decisión de su atacante.

-Oye tú- dijo una voz a su espalda -nadie te ha dado permiso para irte. Aún tienes un trabajo pendiente, y gracias a tu insolencia la paga va a ser mucho menos generosa- era la voz de aquel hombre, el que mostraba su rostro.

El sonido de una silla al arrastrase indicó al aventurero que aquel tipo se había puesto en pie, estaba claro que no le iba a dejar salir de allí tan fácilmente. Otro sonido, el de una puerta al cerrase tras la barra dejó constancia de que el posadero y los dos parroquianos, que se tambaleaban de camino a la cocina, tampoco iban a ser de ninguna ayuda.

Derfel se quedó congelado donde se encontraba a la vez que aguzó todos sus sentidos preparándose para lo que ya era inevitable. Creó una imagen visual en su mente con la disposición de sus ahora atacantes, la distancia que le separaba de ellos y todos los detalles que recordaba que le pudieran ser necesarios. Mientras con la mano izquierda desclavaba la daga que segundos antes acariciaba su oreja, con la mano derecha ya tenía preparada la suya propia para ser lanzada. Se giró rápidamente y lanzó ambas armas hacia los dos contrincantes más cercanos preparando su mano a continuación para desenvainar su espada.

El movimiento imprevisto del muchacho piló desprevenido al mercenario que se encontraba en pie, pero por inesperado fue igualmente ineficaz, uno de los cuchillos se clavó en la mesa que ocupaban los encapuchados, que ni siquiera movieron un musculo de su posición sedente, mientras que el otro rozó levemente la hombrera de su agresor sin causarle ni un rasguño.

Éste, tomó la acción del joven como una declaración de guerra y desenfundó dos nuevos cuchillos largos como la mitad de la longitud de la espada de Derfel y se agachó levemente en una posición que podía ser tanto ofensiva como defensiva, mientras se lamía los labios curvados en una siniestra sonrisa.

-Vamos chico... Termina lo que has empezado- dijo en voz baja y monocorde.

El asunto estaba claro... empezaba el baile, y toda la intención inicial de Derfel de entrar con buen pié en Cima del Salto se iba a ir al garete, pero lo primero era lo primero... y conservar el pellejo era en ese momento la mayor de sus prioridades. Con un rápido gesto descolgó el escudo que llevaba colgado a su espalda y blandió su espada mientras se encaraba a su enemigo. –Por supuesto... será un placer- Respondió Derfel mientras tomaba la iniciativa en el ataque.

La expresión divertida de la cara del mercenario desapareció en el momento que el filo de la espada del guerrero trazó un arco mortífero de arriba a abajo que le alcanzó en la clavícula, partiendosela y descendió pos su pecho dejando un profundo tajo en su blanda armadura de cuero del que empezó a brotar la sangre.

Lleno de ira y con la adrenalina por las nubes, aquel personaje se lanzó en un ataque ciego. Su primer tajo estuvo muy lejos de llegar siquiera a incomodar al muchacho, el segundo, mucho mas controlado se clavó violentamente en su escudo arrancando astillas que volaron por el aire.

–Parece que ya no nos reímos tanto- Pensó Derfel mientras su ira iba en aumento. Ver cómo brotaba la sangre de su atacante hacía que la adrenalina corriese por su cuerpo. Sin dudarlo lanzó otro tajo con la espada aprovechando la debilidad del hombre.

Lleno de una lujuria sangrienta, la espada del chico comenzó de nuevo su danza de muerte, saliendo como una centella hacia adelante, y clavándose profundamente en el pecho del soldado a sueldo. Su gesto se contrajo en un rictus y de su boca brotaron unos espumarajos sanguinolentos mientras se escuchaba un ligero estertor del aire escapando de sus pulmones por el orificio abierto en su pecho.

Derfel pudo observar como su mirada se iba opacando, hasta volverse vidriosa como la de un pez en un puesto del mercado. Tras unos segundos, las piernas de su atacante fallaron y cayó al suelo desmadejado, dejando al joven petrificado en la misma posición.

Si ni siquiera darse cuenta, otro de los mercenarios, un gigante de dos metros se había colocado tras él. ¿Cuándo había ocurrido? Mientras, el otro, que permanecía inmóvil en su silla, coo la cara envuelta en las sombras de su capucha.

-Siéntate- dijo secamente éste. Su voz era suave y exótica, pero también era firme y poderosa.

Por un momento Derfel pensó en no hacer caso al hombre de la silla y marcharse dejándole como presente su indiferencia y el fiambre de su amigo, pero la presencia de la mole que podía notar a su espalda le hizo recapacitar. Todavía se notaba algo tembloroso por dentro, más por la tensión del enfrentamiento que por el desgaste físico, que había sido totalmente asumible dada su constitución, así que decidió aproximarse a la mesa y apartó la silla con intención de sentarse mientras rebuscaba en la ira que había tenido momentos antes para infundir algo de valor a sus palabras –De acuerdo, pero sólo si es para escuchar algo interesante. Si lo que voy a oír son bravuconadas el que escuchará será mi escudo y la que hablará mi espada-

No había terminado de soltar su bravata, cuando sintió sendos golpes en los hombros. No fueron realmente golpes, más bien una presión tremenda, como si callese sobre él todo el peso de la posada, o eso le pareció.

Las enormes manos le clavaron en la silla que tenía detrás.

-Que te sientes- tronó la voz a sus espaldas.

Una vez sentado, a la altura de su interlocutor, éste se retiró la capucha, dejando al descubierto su rostro. Un rostro serio y disciplinado, pero de algún modo amable.

-Has matado a ese hombre- dijo mirando el cadáver rodeado de un charco carmesí, cómo constatando un hecho innegable. -He pagado cinco monedas de oro por sus servicios. Ahora tú ocuparás su lugar... Por dos monedas-.

Estaba claro que aquél individuo estaba acostumbrado a impartir órdenes incuestionables, por lo que no consideró necesario añadir nada más a sus palabras.

Fue una mezcla entre la determinación con la que le habló aquel hombre y la sólida presencia que notaba a sus espaldas lo que le “convenció” para medir sus palabras... estaba claro que con ese tipo de gente no se jugaba. Aún así no pudo evitar responder al hombre: –Esa sabandija ha buscado su muerte, yo sólo le he proporcionado lo que estaba pidiendo a gritos. Debería tener más ojo con el tipo de gente del que se rodea. En cuanto a su oferta, como habrá escuchado estoy buscando un trabajo, así que estoy dispuesto a escuchar su propuesta- 

-Mi nombre es Ashid al-Yasati, sirvo al Visir de Damasco, Guardían de la Sublime Puerta. Me acompaña Osif Kalfreson, guerrero normando de gran valor- se presentó a él mismo y a su compañero mientras éste último tomaba asiento junto a él en la silla que había abandonado para "invitar" a Derfel a sentarse.

Ambos hombres tenían la apariencia de guerreros experimentados y aventureros curtidos por cientos de leguas de camino... Justo lo contrario que el chico que se sentaba frente a ellos.

-Mi señor es un gran aficionado a coleccionar ciertas... reliquias de tiempos antiguos. Hace poco llegó hasta nuestros oídos una información acerca de un espejo que data de tiempos inmemoriales y que según parece se encuentra dentro de una torre abandonada, a las afueras de la ciudad. Por alguna razón que no logro comprender los lugareños se niegan rotundamente a aventurarse en su interior y se niegan a dar ningún tipo de explicación al respecto, por lo que tuve que buscar ayuda de mercenarios venidos desde los lugares más recónditos, como es el caso de Olif, o de Vergo, tu "antecesor" en el puesto- explicó al joven.

-En cuanto acabemos el desayuno partiremos hacía la torre, buscaremos el espejo y, en caso de encontrarlo, lo llevaremos de vuelta a Damasco junto a mi señor- concluyó.

A Derfel no se le escapó el hecho de que el hombre ya diese por sentado que les acompañaría. Lo que le estaba haciendo no era una propuesta... simplemente le estaba informando de los próximos pasos a seguir. También le quedó claro que no tenía muchas más opciones que obedecer, de lo contrarío se tendría que enfrentar a ambos guerreros y sospechaba que el resultado de la lucha no sería muy halagüeño para con su persona. –Encantado, Ashid... Osif...- se dirigió con tono amistoso a ambos hombres inclinando la cabeza a modo de saludo –Mi nombre es Derfel y estaré encantado de acompañaros en esta empresa-.