Partida Rol por web

Los golpes al aire se suceden hasta que Ingela ve un descuido en uno de los rufianes... momento que aprovecha para lacerarle el muslo.

Uno de los tipos descuidó su defensa, cosa que aprovechaste para herirle. Pero eso dejó libre tu lateral, que aprovechó también el rival para hacerte un corte.

Ingela encaja muy bien el ataque del rufián y a penas la roza, contestándole en ese momento con otro ataque. Le roza con la guarda del arma... 

Esta vez, le hieres levemente, pero logras defenderte de los dos ataques.

Ese rufián estaba ya cansado, no dejaba de fallar sus ataques, mientras que el otro no parecía muy diestro. En ese momento, Ingela suelta un cimitarrazo a la altura del cuello rozándoselo un poco, lo suficiente como para que de repente una abundante sangre brote de él. El combate se detiene durante unos instantes, y mirando al que queda le dice...

- Serás el siguiente.

El rival que estaba herido recibe un tajo mortal y cae al suelo muerto. EL otro tipo se lanza contra ti, pero logras parar su débil ataque.

Ese rufián que quedaba parecía que no tenía tanta experiencia como sus compañeros ya fallecidos... a si que otro ataque fugaz fue a darle en el hombro de lleno.

El combate parecía que se estaba declinando a tu favor, ya que habías abatido a dos de los tres tipos que se habían enfrentado a ti. Con una buena maniobra, logras herir al último de los rufianes. Él no logra herirte.

El rufián estaba en clara desventaja. Sólo se apoyaba en los otros y no servía más que para hacer bulto. En vez de adoptar una posición claramente defensiva, éste se lanzó al ataque y dejó perfectamente su pecho al descubierto.

Una finta bastó para hacerle perder la verticalidad y tirarlo al suelo. Tras desarmarlo, Ingela lo miró con ira en sus ojos.

- Debiste de huir. - dijo mientras le rajó la garganta.

El combate había acabado... o eso parecía e Ingela había sufrido heridas. No eran muy graves, pero si algo preocupantes.

Decidió registrar los cuerpos en busca de monedas.

La prostituta sale corriendo y grita sin que nadie le haga el menor caso. El borracho y sus secuaces yacen en el suelo como muñecos rotos mientras su sangre se mezcla con la inmundicia del suelo fangoso. Las heridas te escuecen pero no les prestas demasiada atención. Limpias el arma con los ropajes de los fiambres. Miras a tu alrededor. Las personas transeúntes parecen indiferentes a la situación pero no sabes cómo reaccionaran si hurgas entre los muertos.

Al ver que la única persona que parecía importarles huía, Ingela se agachó a registrar los cuerpos. Alguna moneda tenían que tener.

Antes de agacharte, vuelves a echar un vistazo a tu alrededor. Todo el mundo sigue con lo suyo, entre gritos de júbilo y canciones bravuconas. El borracho insolente no lleva nada de valor, pero sus compañeros llevan una espada oxidada cada uno. Uno de ellos, además, lleva una pequeña bolsa de cuero atada a su cinturón. La palpas y notas la forma dura del metal. Al abrirla, encuentras 6 monedas.

-Algo es algo. Piensas mientras te levantas.

Caminas esquivando vómitos, ratas como conejos que chillan con los puntapiés de los viandantes y personas caídas, inconscientes o muertas, qué más te da. La peste del vino agrio y la cerveza se mezcla con el hedor de los cuerpos sudorosos que te rodean. De las ventanas rotas y las puertas entreabiertas de las tabernas se escapa un estrépito de jarras y puños golpeando contra las mesas y un guirigay de cantos desafinados e incomprensibles.

Echas un vistazo a los antros de la esquina más concurrida. Te llaman la atención dos tabernas: una cuyo cartel tiene un caballo rampante al que se le ha roto la cabeza y otra cuyo nombre, La Mofeta, está escrito en un rótulo con letras herrumbrosas.

- Por fin un par de tabernas más.

Ambas parecían concurridas pero esa cabeza rota… la llamó más la atención a Ingela, a si que se dirigió directamente a la taberna del Caballo Rampante.

Bajas los escalones desgastados de la entrada con cuidado para no resbalar con la mugre. El aire es espeso y el local está bastante concurrido. Avanzas con dificultad entre las mesas, esquivando jarras y otros objetos contundentes que vuelan por el aire. El techo bajo y manchado de humo y grasa hace retumbar las voces del gentío. Ves una mesa libre en un rincón y te sientas en ella. Al ver pasar un tabernero, le llamas y acude.

-¡Hola, guapa! ¿Qué te pongo?

Alguna de las heridas de Ingela era visible, a lo cual el tabernero se había dado cuenta al hacer la pregunta.

- Necesito algo para curarme un poco, después tomaré algo.

El muchacho se echa a reír.

-¡Ja, ja, ja! Las heridas te otorgan atractivo, pero bueno, si quieres, puedo vendártelas... y algo más.

-Muchas gracias, mozo, pero prefiero vendarme yo.

El tabernero parece contrariado y, antes de desaparecer por una puerta lateral, te echa un último vistazo. Al cabo de un rato vuelve con un manojo de tiras de ropa grisácea y una jarra de cerveza.

-Aquí tienes las vendas y algo para calmar la sed. Son 2 monedas.

- Gracias tabernero… pero tengo otras formas de pagar si os apetece. - dijo Ingela mientras abría un poco las piernas.

Al ver que el tabernero tenía claro que lo que quería eran las monedas, se llevó la mano a una bolsa de cuero en la que tenía alguna perdida. Sacó dos, y con desgana se las dio al tabernero.

- Una lástima… - dijo mientras veía como esas dos monedas se marchaban.

Depositas las 2 monedas en su mano.

-Gracias. Si necesito algo más, ¿a quién debo llamar? Le preguntas.

-A Ilomir. Te contesta.

-Muy bien, Ilomir. Bebo a tu salud.

Alzas la jarra y bebes un trago. Luego echas cerveza en tus heridas y las vendas con cuidado y firmeza. No sabes si tendrás que salir corriendo de allí.