Partida Rol por web

No hubo ninguna emboscada nocturna. Casi parecía mentira que no les hubieran asaltado de noche, pero así fue. Las guardias transcurrieron con normalidad y a media madrugada, la hoguera que se veía en la lejanía pareció apagarse. Eso puso en sobre alerta a Jotnar, que era quien estaba montando guardia en ese momento, pero al no ver movimiento en la zona, tampoco despertó a sus compañeros.

Desayunaron de forma frugal y recogieron el campamento antes de ponerse en marcha. Habían dormido pocas horas y el sol tan solo despuntaba la línea del horizonte, pero estaban inmersos en una carrera por alcanzar a la caravana donde se había enrolado el hijo de su contratante, aquella gorda y desagradable mujer, y tenían que recortar distancias. Por ello, no perdieron tiempo y montados sobre sus dromedarios, comenzaron la persecución.

Cosa de diez minutos tras desmontar el campamento, se encontraron con lo que debían ser los restos del campamento vecino. La hoguera, si bien no tenía llama, todavía seguía caliente. El suelo estaba lleno de desperdicios. Huesos de algún animal bien limpios y mondaduras de fruta en su mayor parte. Olía también a heces y a orín, por lo que estaba bastante claro, que quien había montado allí campamento, no se había preocupado demasiado de enterrar sus necesidades.

Fue de nuevo Lurzca la que encontró un rastro. Se trataba de pisadas, posiblemente de las personas que habían montado aquel campamento. La mestiza se agachó para mirarlas bien y pronto dedujo algo.

- Son pisadas de animal... - Dijo entonces. - Como de perro, pero muy grande. - Se encogió de hombros. - No veo marcas de botas, ni nada parecido...

Y así hubiera pasado todo aquello en medio de aquel desierto de no ser por la temeridad de una mujer que moraba entre la vida y la muerte, pero no fue así. El equilibrio del universo es sin duda muy inestable, sobre todo si el dios del multiverso que vela por dicho equilibrio, es un mastodonte de ciento veintisiete kilos que duerme con un macaco que le provoca, en ocasiones insomio y que durante su desvelo mueve en ocasión los hilos. 

Amessis era una mujer inconsciente. Un ser que moraba entre la vida y la muerte y que en ocasiones se arriesgaba en demasía por mera curiosidad. Esa fue una de aquellas veces.

La nigromante no trató de ser silenciosa y desde luego no lo consiguió. De hecho, antes de poder siquiera saber a qué se estaba enfrentando. Quien fuera que había montado el campamento vecino, ha sabía que alguien se acercaba. 

De pronto Amessis comenzó a escuchar unos aullidos similares a una risa. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca vio algunas figuras humanoides que caminaban de una manera que se asemeja al de bestias.  No distinguía con claridad de quién se trataba debido a la oscuridad, pero estaba claro que se acercaban hacia ella. Dichas figuras portaban de una cadena a dos enormes bestias que por su silueta parecían perros enormes.

Amessis no veía nada. No solo era humana y no veía en la oscuridad, sino que tanto tiempo a oscuras había mermado su percepción*

-Buenas noches -saludó la nigromante-. ¿Hacia dónde van? Disculpen, no veo nada. Vengo sola, ¿qué hacen por aquí?

Como respuesta Amessis tan solo escuchó una serie de ruidos guturales y risas histéricas. Sin embargo, lo que si le quedó claro fue que aquellos seres no parecían amistosos y comenzaron una carrera hacia ella. No menos de seis criaturas humanoides y dos de sus enorme perros corrían ahora hacia ella. Quizás no había sido buena idea ir a saludar.

La nigromante lanzó un suspiro. Gnolls. Esperaba que fuese algo más interesante. O divertido. Allí corría peligro ahora mismo. Se arrancó un pedazo de la túnica y recitó un conjuro en voz baja, llenando la zona de oscuridad mágica absoluta. Luego comenzó a caminar hacia atrás. No veía un pimiento, de modo que tras retroceder unos pasos, dejó caer el pedazo de tela al suelo y corrió hacia la hoguera de sus compañeros. A pocos metros de llegar, se detuvo para recuperar resuello y disimular.

Fuera por la oscuridad o por otro motivo, Amessis pudo regresar hasta el campamento sin mayor problema. Si que escuchó en la lejanía extraños sonidos, risas nerviosas parecidas a aullidos y también pasos. Pero por suerte, lo suficientemente lejos como para estar segura de que llegaría al campamento con las suficientes garantías como para poder alertar a sus compañeros de lo que estaba sucediendo.

Cuando por fin alcanzó el lugar escogido para descansar aquella noche, sus tres compañeros seguían durmiendo. Jotnar, pero sobre todo Lurzca, roncaban con avaricia, mientras que Nepthis dormía boca arriba y con las manos entrelazadas a la altura del vientre. Todos ellos todavía en el interior de sus sacos y sin percatarse lo más mínimo de lo que había sucedido en su ausencia.

Cuando Amessis echó la vista atrás, comprobó que en la lejanía se veían sombras acercarse a la carrera y los sonidos de aquellas hienas similares a risas, que cada vez se escuchaban más cerca y con mayor claridad. En poco minutos, sino antes, estarían ahí...

Amessis regresó al campamento con tranquilidad y agitó a Lurzca en primer lugar.

-¡Oye! -murmuró solo para la mestiza. ¿Quién cojones estaba de guardia? Porque ella desde luego no lo estaba-. ¡Despierta! Vienen a atacarnos.

Lurzca se despertó sobresaltada. Nunca dormía de forma muy profunda, pero tenía que reconocer que había caído como un tronco. Amessis hablaba rápido y le costó unos segundos centrarse y ubicarse en donde se encontraba. Fue entonces cuando empezó a analizar el mensaje. 

No se había enterado de una mierda de lo que Amessis acababa de decirle, pero si entendía su lenguaje corporal. Estaban siendo atacados o iban a serlo muy pronto. Por eso no lo dudó, se puso en pie y comenzó a colocarse su armadura y a trabar sus correas.

- ¿Quién viene? ¿Cuántos son? - Preguntó al fin. 

- ¡Despertad! - Lurzca alertó a Jotnar y Nepthis cuando trataban de descansar durante el turno de vigilancia de Lurzca y a la espera de que Amessis regresara de dónde hubiera ido. Por suerte ellos no se habían dormido.

Portaba la armadura colocada a medias  y parecía alarmada. Amessis se encontraba a su lado y también parecía estar preparándose para el combate. 

- ¡Nos atacan! - Advirtió. - ¡Preparaos!

Nepthis tenía el sueño ligero. El sueño no la embargaba como antes, cuando era más joven. Ahora el descanso era un duermevela visitado por el dolor crónico. Se despertó casi de inmediato, con el corazón latiéndole con violencia en el pecho. Por suerte, ella iba ataviada con una armadura ligera, y podía yacer con ella puesta sin que sintiera más dolor e incomodidades a las que estaba de sobra acostumbrada.

—Madre dedicada... Bailarina de la Fortuna... ayuda a los necesitados —empezó a recitar la sacerdotisa mientras echaba mano de su cetro encantado.

—¡Vaya horas de atacar! ¡Los enemigos de hoy día no tienen decencia alguna!

Jotnar se levantó en un remolino de piernas y brazos y sin decir nada más fue automáticamente a agarrar su hacha. A decir verdad lo había sobresaltado más el grito de Lurzca que el hecho de que les atacasen. Si les atacaban y el enemigo era comestible ya tenían para un día de cena extra.

Se aproximó a Nepthis mientras la sacerdotisa derramaba sus artes sobre él y se colocó delante esperando a tener alguien a tiro. Él no sabía de entresijos mágicos pero la sensación siempre que hacía aquello era agradable así que resultaba más que bienvenida.

—Seis o siete gnolls—dijo entornando los ojos para taladrar la oscuridad con su vista de enano—. Y dos o tres hienas.

Amessis no dijo nada, aún no se había quitado la armadura para descansar, de modo que cuando el grupo empezó a prepararse, la nigromante cogió su arma y la desenvolvió como un regalo apartando la tela. Hacia tiempo que no peleaba, estaba un poco perezosa todavía, sacó la guadaña de su envoltorio y la enarboló con cautela. Era un arma complicada de utilizar. Se apartó de sus compañeros, su cuerpo bronceado por el sol del desierto se volvió pálido y una bruma gris comenzó a brotar de su piel, haciendo que su presencia se volviera inquietantemente peligrosa.

Después se situó en un lado y esperó al momento justo para comenzar su convocación. Cogió un hueso tallado que tenía en una bolsa del cinturón, uno de los muchos que había recogido a lo largo de su vida y preparado para ese momento. Lo pasó por el filo de su guadaña para romperlo y lo lanzó frente a los enemigos.

Lurzca aprovechó el tiempo que tenían hasta que llegara el enemigo para acabar de ajustar las correas de su coraza y cuando eso estuvo listo, agarró con fiereza su afilada gran hacha. 

- Cuidado con esas bestias. - Dijo la mestiza. - No son de fiar...

Los cuatro miembros de la compañía se prepararon para el combate hasta que este se precipitó. Desde el noreste aparecieron cuatro gnolls y una hiena y desde el sureste tres más con otra de aquellas criaturas cuadrúpedas. 

- Hkni'ji kiah jiaj... - Uno de los gnolls pronunció unas palabras arcanas y otro de aquellos seres, prácticamente dobló su tamaño.

Acto seguido, aquella hiena humanoide se marchó en dirección norte escapando de la protección de sus aliados.