Partida Rol por web

- Ya hemos unido los caminos. - Remarcó lo que ya todos sabían. - Creo que podemos seguir investigando un poco más antes de tener que descansar. Me gustaría ver a donde conduce el puente suspendido. - Afirmó. 

Entonces miró a Mayra.

- ¿Podrías volar hasta allí arriba y lanzarnos una cuerda? - Le pidió.

Me faltan conjuros prolongados! Los que están en negrita.

Vika 51/52 - Bendecir, elation, favor divino, detectar magia, cuchichear mensaje, Visage of the deity, vigor menor en grupo 

Arcturus frunció el ceño cuando Eldrid dijo que aún era útil.

—No eres un objeto, Eldrid. No necesitamos que seas útil—le dijo a la mujer tigre—. Eres una persona, una compañera de armas. Lo importante es que estés bien. Si necesitas descansar o volver, sólo tienes que decirlo.

La verdad es que era algo realmente llamativo ver al campeón de Manaheim tratando así a la mestiza. Entre su voz ronca y áspera, su tono hosco y su pasado sangriento e inhumano, cualquier se extrañaría de ver al hombretón tratando con esa empatía a nadie.

No, pero no hay nada de malo en desear ser útil a otros, repuso Tobías. En lugares como aquel, donde el peligro acechaba en cada rincón, había poco espacio para la debilidad. Retirarse y planear un nuevo asalto era a veces la mejor estrategia, aunque implicase pérdidas. Con más razón en un grupo como el que ahora integraba, que nada tenía que perder; las entrañas de Thracia se abrían ante ellos sin más resistencia que la incertidumbre del camino desconocido. Podemos retroceder y regresar mañana, dijo.

En cuanto a nuestros siguientes pasos, añadió, también podemos volver a la plaza del templo. Recuerdo que dejamos atrás un pasadizo oculto sin explorar. Y podría haber más; apenas investigamos el lugar.

Mayra se acercó con la intención de abrazar a Eldrid, pero se contuvo, sintiendo aprehensión ante la posibilidad de que las esporas del moho amarillo aún pudieran contagiarla. La maga temía las consecuencias que esas esporas podrían tener en ella, considerando cómo habían afectado a la robusta mujer tigre. Optó por expresar su cariño con una sonrisa.

—Así es: valoramos tus habilidades en combate y apreciamos lo que aportas al grupo, pero te queremos por quién eres y por cómo eres.

Arcturus era aún un recién llegado, pero era cierto que le había cogido cariño a sus compañeros, especialmente considerando la incipiente relación con Tobías. Aunque estos sentimientos complicaban las decisiones tácticas en combate, Mayra no los cambiaría por nada.

—Eso puedo hacerlo —respondió la maga de la torre de la Espiral Negra a la sacerdotisa de Lucifer, descolgando su mochila y extrayendo de ella un rollo de cuerda de seda—. Pero solo tengo 15 metros de cuerda, a lo mejor son insuficientes. Alternativamente, podría volar hasta el puente e intercambiar nuestras posiciones con la varita de transposición benigna si queréis más seguridad.

Ya que estamos aquí, investiguemos esta parte. Creo que necesitaremos al menos dos cuerdas para salvar la distancia. Y recuerdo lo de la varita por si no lo sabíais / recordabais.

- Como consideres mejor. - Respondió Vika. - ¿No crees que podríamos necesitar esas cargas más adelante? - Le preguntó. - Igual no podemos conseguir ese tipo de objetos en un lugar tan incivilizado como éste... - Se encogió de hombros. - Aunque si te quedan muchas cargas, evidentemente será más rápido y sobre todo menos arriesgado usar la varita...

—No, no hay nada de malo, Tobías. Pero que no lo diga como si fuera una herramienta.

El hombretón rebuscó en su mochila, para sacar la cuerda que el mismo llevaba.

—Debería ser suficiente, aunque estoy con él—dijo señalando con la cabeza al explorador—. Es más efectivo explorar lo que todavía tenemos a mano antes de seguir internándonos en este lugar.

Las herramientas no pueden decir nada, replicó, ni decidir. Eldrid había hecho ambas cosas. Comprendía lo que Arcturus quería decir, pero él todavía no conocía a la mujer bestia, y ninguno de ellos podía ponerse en el lugar de alguien que había vivido la vida que le había tocado en desgracia.

Asomó la cabeza más allá del muro ilusorio y comprobó, como esperaba, que daba al mismo abismo que el otro. Se preguntó si era una trampa, o si el responsable del espejismo era mejor ilusionista que albañil.

Tengo más cuerda, dijo. Y un gancho de escalada. Pero allí, añadió, no tenemos donde retirarnos si nos encontramos con peligro. Tenedlo en cuenta.

Mayra carraspeó.

—En realidad… —objetó la maga, algo azorada por contradecir a Tobías—, sí que podemos. Puedo regresar inmediatamente teleportándome a donde estamos ahora y llevarme a dos de vosotros conmigo. Y volver a por los otros dos. Solo necesito ver a dónde debo dirigirme y que me compréis algo de tiempo.

La mujer tigre volvió a sumirse en ese silencio introspectivo que ya conocíais, un silencio que ponía en funcionamiento su cerebro, al que le costaba mucho asimilar todo lo que le decíais. Lo que Eldrid sentía difería de lo que había vivido toda su vida, lo que vosotros expresabais le causaba recelo natural debido a su carácter forjado en violencia y menosprecio. Sentirse útil era lo que ella consideraba más importante y sin duda, una de las razones por las que seguíais siendo su amiga.

-No necesito descansar -anunció, poniéndose en pie con dificultad. Tenía el cuerpo flojo, se sentía demasiado frágil y eso la desconcertaba-. Compañera de armas. Amiga. Yo también os aprecio. No seré una carga. Uhm... Gracias.

Mayra voló hacia la escalera suspendida en la parte superior de la caverna con la cuerda en la mano. Durante el recorrido, divisó el techo de la cueva plagado de murciélagos de tamaño más que considerable, que descansaba entre las rocas y hacían ruiditos que le ponían los pelos de punta. Sus leves chillidos le dejaban la piel erizada pero desechó aquellos pensamientos mientras volaba.

El enorme agujero de la cueva, una sección desplomada del complejo que había hecho desaparecer los antiguos pasillos thracios, le permitía ver el piso inmediatamente inferior, donde un río subterráneo discurría con fuerza. Se había construido un puente de piedra para salvar el paso y por los alrededores divisó cajas, barriles y lo que parecían tiendas de campaña y petates. Determinó que se trataba de viviendas, había luces, alguna que otra estructuras de madera y utensilios. Cuando llegó al puente, se posó sobre él guardando el equilibrio. Era un puente de cuerda y madera, muy rudimentario, pero resistentes y fuerte. Tanto en un extremo como en el otro, las aberturas en la roca daban continuidad a nuevos pasillos de paredes y suelos oscuros con la misma decoración que todas las salas anteriores, aunque no había nada a la vista que pudiera ser peligroso.

Mayra aseguró la cuerda y cada uno de los integrantes cruzó al otro lado. Las maniobras fueron arriesgadas y peligrosas, aunque la situación se saldó con unos raspones en las manos y algo de taquicardia debido a la tensión. No obstante, sus movimientos no pasaron desapercibidos: en el piso inferior comenzaron a aparecer individuos para mirar lo que estaba sucediendo en las alturas y en poco tiempo, un grupo de curiosos les estaban observando.

No eran calaveras porque no vieron sus tatuajes de cráneos o pinturas distintivas de huesos, pero eran humanoides, y contemplaban vuestro progreso con mucha atención. Tampoco eran gnolls u otras bestias, porque lo más llamativo del grupo de curiosos eran los colores de sus pieles: algunos individuos tenían zonas escamadas de brillante rojo y otros las tenían verdes. Sus ropas eran muy humildes, pantalones y camisas de sobrio tono marrón y ninguno iba armado. No parecían alarmados pero sí inseguros.

Vuestras maniobras se perciben en la parte inferior, donde se encuentra el río, y veis a un grupo de personas -hombres, mujeres y niños, alrededor de una docena- que salen de las chabolas para observaros. Son dragones, verdes y rojos. 

Mayra devolvió la mirada a los dragones. ¿Vivía toda esa gente, ahí abajo, en un ensanchamiento de la gruta? Ensayó una sonrisa y sacudió la mano en el aire, a modo de saludo.

—¡Buenos días! —les deseó—. Somos amigos, de Miinavaos. Le ayudamos a escapar de estas cuevas, a ella y a sus hombres.

- Y podemos ayudaros a vosotros también, si es lo que deseáis. - Intervino Vika, sorprendiéndose a si misma, pues nignún pensamiento xenófobo había aparecido en su mente al ver a gente tan diferente a ella misma; algo que no hubiera sucedido semanas atrás, cuando todavía vivía bajo el amparo del poderoso y racista Imperio, al que todavia le era fiel. - Allí donde llevamos a vuestros congéneres, podréis estar seguros y formar parte de una comunidad que aumenta cada día. Una comunidad próspera y multicultural, donde nadie está por encima de nadie. - Aquellas palabras tampoco eran típicas de ella. No obstante, el haber conocido tan bien a Eldrid como ahora creía conocerla, habían causado un profundo cambio en sus creencias. - Ni siquiera el idiota de Luisus, o Steinheil, son más importantes que cualquiera del resto de integrantes del campamento... - Aquello último lo dijo en un susurro casi imperceptible. Lo dijo para sí misma, pues todavía estaba tratando de asimilar aquella realidad

Al ver a los desconocidos, Arcturus se llevó la mano al hacha. Pero al ver la reacción tanto de Mayra como de Vika, la quitó y se quedó en silencio viendo como se desenvolvían los acontecimientos. Cierto era que a diferencia de la mayoría de lo que se había encontrado en Thracia, no parecían hostiles.

Los dragones os devolvieron el saludo, animados, pero se miraron unos a otros ante la mención a Miinavaos y vuestras palabras causaron una visible consternación entre ellos. Temerosos de vuestra presencia y aún más asustados por lo que habíais dicho, se escabulleron por la caverna y desaparecieron de vuestra vista.

De modo que seguisteis adelante, no había mucho más que hacer en esa situación, colgados de aquel puente. Avanzasteis, con Tobías a la cabeza buscando posibles trampas, hasta llegar a una nueva encrucijada, otro puente bajo el cual visteis el río y la continuación del piso inferior. En aquella sección no veíais tierra firme y solo se escuchaba el rumor de la corriente. Tobías se adelantó y regresó enseguida para informar que más adelante, había visto a alguien.

- ¿Te ha visto él? - Le preguntó la sacerdotisa. - ¿Te ha dicho algo? ¿Qué hacía? ¿Guardia o simplemente estaba pasando por allí? 

Vika cerró la boca. Demasiadas preguntas. Ella no era así, no al menos hasta que su mente había cambiado al conocer aquella nueva realidad thracia. Ella solía ser más callada y cuando hablaba iba al grano. No obstante, empezaba a gustarle su nueva idiosincrasia. 

Mayra estaba enfurruñada por haberse equivocado al mencionar el nombre de Miinavaos. Habían perdido, por su culpa, la oportunidad de entablar contacto con los dragones. Debía de haberse callado, haber esperado a mencionarla a más adelante, cuando se hubieran ganado su confianza. Se echaba la culpa de aquella imprecisión al plantear la situación y casi se sobresaltó cuando Tobías regresó informando de que había visto a alguien.

Vika ya había hecho las preguntas pertinentes, así que aguardó la respuesta de su amante.

Tobías comentó que lo había visto, se había apartado a tiempo, aunque evidentemente no podía estar del todo seguro. Informó que el desconocido estaba haciendo guardia, al menos esa era su hipótesis porque lo había visto parado en mitad del pasillo; iba armado con una lanza y una armadura, aunque no le había dado tiempo a ver qué tipo de armadura era, sí que había visto la calavera pintada en su superficie. Un Caminante, sin duda.

—Pues vamos a hablar con él, ¿no? —murmuró Mayra a través del conjuro—. Esta vez no demos ninguna información de entrada sobre nuestro contacto con los Calaveras en la superficie, vaya a ser que nos pase como con los dragones.

Arcturus asintió con la cabeza a la pregunta de Mayra.

—Vamos allá—murmuró mientras agarraba su hacha.

- Bien... - Murmuró Vika soltando las correas de seguridad de la vaina de su mandoble. 

Aquello no podía acabar bien, aunque tratarían de evitar una masacre.