Partida Rol por web

Mantengo mi sonrisa cuando el alguacil me indica que no hay ningún plan más que movernos por el río hasta que algo quiera matarnos. Me parecía que sería así aunque dudo mucho que sea un buen plan.

"Puede intentar matarnos algo y no ser eso lo que ha hundido los barcos anteriores. Por otro lado, si somos dos barcos llenos de guerreros, puede que decidan no atacarnos. Es lo que haría cualquier pirata cobarde."

Pero hacer esas planificaciones no es mi trabajo, sino matar a lo que el alguacil me apunte. Asiento conforme a sus palabras y me embarco en la primera de las embarcaciones, notando que parece ser como una suerte de "equipo de élite" pues aparte del alguacil y yo mismo, el enano y otros tipos mejores armados que el promedio van en él. En el otro barco, con más personas, no parece destacar ninguna de ellas.

La lluvia cae con fuerza y es considerablemente molesta, pero es algo muy natural en esta parte del Imperio. Jamás esperé que nos tocase mejor clima para este trabajo pero me parece apropiado: Muchos de los barcos atacados fueron en climas como este, replicar las condiciones aumenta las posibilidades de ser atacados.

Busco alguna parte con techo para poner sobre mi cabeza y algo firme en lo que afirmarme para el viaje pues puede que sea largo.

Estaban tan apretados que el enano tuvo que alzar su cabeza hasta el cielo par alcanzar la altura de aquél hombre. A juzgar por su gran anzuelo y su lanza a su disposición, sabía que se trataba de un pescador. Desde esa posición, no se le veía tan feo, aunque estaba acostumbrado a ver horripilantes en su tierra.

—¡Yar! He venido a reventar a esos malnacidos. Me acompaña una historia lamentable con esas bestias, más allá de mis antepasados... —dijo a regañadientes. Cada vez que recordaba a su madre se enfurecía.

Creyó ver algo en el mar, bajo la lluvia y apuntó con su ballesta emocionado.

—¡Allá! Pescador, marinero, ¿qué es eso de allí? —Preguntó, sin saber su nombre todavía. Algunos de los presentes también miraron donde indicaba.

Gorst frunció el ceño cuando el enano le señaló algo a través de la densa lluvia, que hacía casi imposible ver nada. Allí no había nada que el pescador pudiese ver, solo árboles empapados, un río crecido, y más y más de esa maldita lluvia.

- ¡No veo una mierda! - gritó - ¡Mi nombre es Gorst, por cierto! ¿Cuál es el vuestro, maese enano?

La oscuridad del agua y el ambiente turbio generado por la lluvia engañaron los ojos enanos confundiéndose con uno de esos odiosos goblins. Por poco dispara. Al acercarse más a la barcaza se dio cuenta que las protuberancias del objeto que venía a toda velocidad no eran las pústulas de los pieles verdes, sino las hojas arremolinadas de un arbusto.

—¡Diantres! Este río está arrasando con el valle...

Miró de reojo a Gorst y se presentó de nuevo.

—Nombre parecido al suyo: Horr, o Harr, como prefiera. —Se dio media vuelta hacia donde estaban el resto de los navegantes. Por un lado el joven encapuchado y muy silencioso, por otro lado el greñudo que se parecía a un joven enano gigante, entre otros hombres a bordo. Prefería darles nombre—. Buena idea eso de las presentaciones. ¿Sus nombres? o acabaré llamándoos por motes, como prefieran.

Lamentablemente para mi plan, no hay una puta lona en la que cubrirse del agua que cae con furia sobre nuestras cabezas, por lo que comienzo a mojarme como un vil idiota. Supongo que en esta circunstancia no hay otra opción que esa y solo espero que no termine muriendo de un resfrío si sobrevivo a las armas de los asaltantes.

Estoy concentrado mirando alrededor de nuestra embarcación cuando escucho las palabras del enano, que pide los nombres de los presentes. Le respondo, lo más educado que puedo:

 - "Mi nombre es Leopold, maese Hårr."

Digo imitando bien la entonación de la lengua Khazalid para pronunciar el nombre. No sé hablar esa lengua ni por casualidad, pero mi maestro era bien majadero con el saber pronunciar bien las cosas. Al fin y al cabo, es el secreto más pragmático a la hora de realizar magia.

"Un poco más o menos nasal, un poco más o menos de epíglotis puede hacer la diferencia entre crear luz o estallar en llamas, decía mi maestro."

Luego continúo:

 - "Es un placer conocerle. Igual a usted, Señor Gorst."

Digo "señor" pues mi maestro también insiste mucho en las formas. Siempre dice que son los modales los que hacen al hombre distinto de los animales y, aunque en mi infancia no fui mucho más que una bestia, si espero ser aceptado algún día en un Colegio de Magia, debo parecer más que un granjero con magia.

Gorst sentía la helada lluvia calándole hasta los huesos, pero no era el peor día que había pasado. Sabía que luego le dolerían con ganas. Suponiendo que sacara el pellejo de aquel río por su propio pie. Aún por encima de aquel frío, no pudo evitar cierta inquietud cuando aquel al que decían hechicero le dirigió la palabra. La superstición y el temor a todo lo relacionado con la magia no eran menores en Gorst que en cualquier otro lugareño, y en general de estas dos tenían para dar y tomar. Con todo y con eso, Gorst contestó. Mejor estar bien con este también - pensó para sí mismo.

- ¡Encantado, hombre! - gritó a través del estruendo - ¡Aunque de señor, aquí hay poco, don Leopold! ¡Sólo un triste pescador al que esos asquerosos bandidos han arruinado el negocio!

Después de haber gritado todo aquello, se agachó un momento para evitar que una ola fluvial le barriese por completo la cara.

- ¡Por todas las putas del Imperio! - maldijo - ¡Espero que esos cabrones estén cerca, o nos vamos ahogar nosotros solos!

¿Y para qué coño iban a salir a buscarnos? - pensó el pescador - Con que esperen podrán saquear nuestros cuerpos sin mover un dedo.

Tantas maldiciones no podían sentarle bien ni a un dios, por lo que, tras navegar horas bajo el aguacero, por fin dejó de llover. No fue de repente, sino lentamente, quedando una fina llovizna llamada "mojabobos" por aquellos que creían que esa poca agua no era capaz de hacerles daño, pero tras un rato terminaban calados hasta los huesos.
Las nubes grises, del mismo color que el plomo, os recordaban continuamente que podía volver a llover otra vez si querían, y cuando menos os lo esperarais. 

Tras una breve pausa, en la que os amarrasteis a la orilla para tener mas estabilidad en la barcaza, el alguacil repartió pescado en salazón, pan y con un viejo pellejo de vino al que disteis buena cuenta. Todo eso se guardaba en una caja que había cerca del timonel, excepto el pescado que estaba guardado en un barril. La otra barcaza hizo lo propio, y poco rato después, con el estómago lleno y la sangre caliente por el vino, continuasteis la patrulla río arriba.

Una hora después de parar a comer la luz comenzó a menguar. El sol debía estar cerca del horizonte y aún no había señales de ningún pirata. Tan solo matojos de hierba, ramas podridas arrastradas por la corriente y mucha suciedad.

-Estad alerta. Ahora es cuando más les gusta atacar-. Con una señal indicó al timonel que se centrara en el río, de esa manera, viniera de donde viniera, un ataque tendría mas posibilidades de fallar que cogiéndolos desprevenidos cerca de la orilla.

-¡ESTAD ALERTA!.- Gritó a los de la otra barcaza, que comenzaron a moverse inquietos. Una sonrisa burlona asomó a los labios del alguacil. -Como ratones atrapados en una jarra-.  

La lluvia amaina y eso nos permite calmarnos un poco. No realmente porque nos mojaremos menos pues todos sabemos que la fina lluvia nos dejará igual o más empapados que la otra, pero por lo menos no es molesta ni entorpece tanto la visión. Aprovechamos para tomar una pequeña comida de pan, pescado y vino. No me gusta beber alcohol pero la verdad es que con el frío que hace, un par de tragos me caen excelente.

Ahora, remontamos mientras la noche cae sobre nuestras cabezas. La oscuridad es realmente el mejor momento para que nos ataquen, aunque eso probablemente aumenta las probabilidades de que nuestros atacantes no sean simples bandidos.

"Desde Pieles Verdes hasta algo más tenebroso. No hay como predecirlo."

La luz comienza a irse y, aunque me tienta utilizar la magia para iluminarme, mi maestro siempre fue enfático en que nunca debo utilizar la magia cuando no tengo otra opción, por lo que espero a que la oscuridad sea absoluta antes de conjurar algo que me ayude. Me mantengo alerta al lado del mástil, tal como el alguacil recomienda, pues el ataque puede caer desde cualquier ángulo.

El descanso sirvió para llenar el estómago y calentar el cuerpo con un poco de alcohol. No era eficiente combatir con la mente y la visión embotada por el vino, pero servía para mantener las extremidades calientes sobretodo con ese tiempo tan frío.

Me acerqué tambaleante por el movimiento del barco al hechicero que se escondía tras su capa y su capucha.

Saludos. Espero que no te molestara la broma en la taberna sobre chamuscarnos las cejas. La verdad es que me siento más seguro sabiendo que tengo un mago de mi parte. Me llamo Ándor

Miré hacia la borda y más allá intentando detectar algún movimiento extraño por las orillas o en la lejanía.

¿Eres capaz de ver en esta oscuridad? No conozco bien los poderes que podeis tener los hechiceros.

El pescador gruñó satisfecho cuando el vino le calentó el cuerpo. Un método viejo pero funcional de sobrevivir al frío.

- Buen caldo, sí señor. - dijo con una risotada - ¡De esos que entonan el cuerpo!

Gorst habría podido seguir bebiendo un rato más, pero el sargento les instó a continuar con su búsqueda. El amainar de la lluvia hizo que Gorst estuviese algo menos molesto, pero la advertencia del soldado le provocó un revoltijo de nerviosismo en las tripas. Se asomó por la borda de la barcaza, oteando la oscuridad en busca de posibles asaltantes u otros peligros de peor índole. Miraba y remiraba, pero no veía una mierda en aquel bosque, y todo le parecían amenazas ocultas.

—¿Snäkker wan'Kazhalid? —Preguntó sorprendido al hechicero, al escuchar cómo pronunciaba su nombre a la perfección. No había visto muchos hombres conocedores de su idioma y éste parecía que ocultaba sabiduría bajo su capucha. Segundos bastaron para darse cuenta de que no sabía hablarlo—. Lo pronunciaste muy bien, muchacho.

Tarde o temprano acabó enterándose de los nombres de todos los navegantes y cierto era que eran demasiados para aprenderlos a la primera, seguro que acabaría usando un mote de vez en cuando. Después de comer el pescado salado acompañado del vino ya se había olvidado de la mitad. Se levantó y miró de nuevo a la lejanía por el borde de la barcaza, asomando la nariz y dejando pasar el tiempo.

Miró a los lados, buscando jarras cuando él tenía un pichel. Miró de nuevo dentro de su pichel buscando ratas, no entendió nada de lo que decía ese anciano. En cualquier caso, había dicho de estar alerta y que los nauseabundos atacarían pronto.

Estaba preparado para el ataque.

Cuando el enano me pregunta en su idioma lo que creo entender como "¿Hablas Khazalid?" pues reconozco el nombre del idioma en medio de los sonidos que pronuncia. Niego con la cabeza antes de responderle en el viejo Reikspiel:

 - "No, maese Hårr, no hablo vuestro nombre idioma. Quizás algún día pero la juventud y muchas otras cosas que aprender me han alejado de ese hito."

Agradezco con un asentimiento su reconocimiento a mi pronunciación, mi maestro estaría... no decepcionado... si lo hubiese oído.

Uno de los hombres de armas se presenta por el nombre de Ándor y se disculpa por lo que dijo en la taberna. Le quito importancia con un gesto de la mano y le respondo:

 - "No te preocupes, Ándor, no me he ofendido. Y no, no soy capaz de ver en la oscuridad, pero creo recordar que los enanos tienen ese magnífico don."

Miro al Velloso, que de seguro tiene la capacidad de ver considerablemente bien en la penumbra que a los humanos nos deja totalmente ciegos e indefensos. Por lo tanto, así me siento, un poco indefenso y listo para reaccionar contra algo que no veo.

La luz era escasa gracias a las nubes, los árboles y las malditas aguas que no reflejaban nada salvo oscuridad. No vísteis nada, no notásteis nada salvo cuando varias flechas pasaron silbando de la barcaza, una de ellas a escaso un palmo de Ándor.

Otras dos flechas se clavaron cerca de la baranda, sobresaliendo del casco hacia afuera, en un intento de ataque hacia el enano. Sin embargo una flecha si que alcanzó su objetivo, y el pescador llamado Gorst notó una punzada repentina en el pecho, de dónde sobresalía el ástil de una flecha de la mitad de tamaño del normal con ralo plumaje negro.

De la otra barcaza os llegaron gritos de dolor y agonía. También sufrían el asalto, pero de momento solo se podía rezar una plegaria a Sigmar para no ser el siguiente ensartado.

-¡A cubierto!-. Gritó el alguacil mientras se tiraba al suelo detrás de la pequeña protección que ofrecía la borda. Tras el primer momento inicial de estupor, asomó la cabeza lo justo para ver a los atacantes. -Malnacidos pieles verdes. ¡Mataré a esos canijos y me haré un collar con sus orejas!-. Espetó el alguacil.

El ataque llegó súbitamente y las flechas surcan con furia nuestra cercanía. No soy capaz de verlos llegar pero luego del ataque inicial ya identifico que son Pieles Verdes los que nos atacan.

Es hora de responder a su ataque y demostrar que somos dignos de vencer el día de hoy. 

Las flechas empezaron a llover por la barcaza alcanzando al pescador Gorst en el pecho. Me agaché de inmediato al cobijo de la escasa protección que daba el lateral de la barca.

No distinguía nada con aquella oscuridad y no disponía de ningún arco para devolver el ataque, aunque fuera a ciegas

Gorst gruñó de dolor, maldiciendo su suerte por haber sido el primero en recibir una flecha. Se miró el pecho, viendo el penacho de la pluma sobresalir, y abrió los ojos con una expresión desencajada de dolor.

- ¡Ay! - gritó - ¡Joder, me han dado!

Miró hacia la espesura, pero no se veía nada. Su triste honda serviría de bien poco en esas circunstancias, así que optó por tirarse al suelo como buenamente pudo, centrándose en partir la flecha para poder sacarla.

- ¡Hay que acercarse o nos van a joder bien jodidos! - gritó, aunque no era él quien daba las órdenes allí.