Partida Rol por web

Acampar con la nueva compañía era decisión de todos, pero no estaba de más preguntar. Siendo todos amigos, no había jefes.

-Amigos, ¿qué os parece? Wymir, eras quien tenía más interés y premura en llegar a nuestro destino, tú decides si continuamos. El consejo de Mut no es nada desdeñable. De acampar, conviene no tardar en hacerlo. Sino, continuaremos nuestro camino un rato más. 

Al menos los posibles compañeros de acampada parecían más amables de lo que en un principio temí. Me avergüenza ser tan desconfiado, pero los sustos y malos momentos ayudan a que uno se vuelva precavido. Al menos procuro que no se note, para no incomodar a nadie.

Como era de esperar, todos parecían satisfechos de la llegada de los caballeros de Rohan. Pero a él le ardían las orejas tan solo de verlos. ¿Qué pensaria su padre si...?

¡Su padre! ¡Por supuesto! Si su padre estuviese en su situación ahora mismo ya habría abrandado las armas delante de los cabezas de paja, los habría insultado nada más verlos y les habría escupido desde media legua antes de llegar. Ahora por fin Gusanoblanco supo qué hacer.

Me parece bien -dijo un poco avergonzado- Pasemos la noche junto a ellos si esto es lo que queréis. Quizás por la mañana todos oleremos a caballo, pero adelante.

"- ¡No se diga más!- exclamo mientras me levanto-. Hay que buscar un buen lugar, como bien dijo Mut, e ir preparando todo para la fogata y la acampada- agrego mientras doy palmadas a mi ropa intentando limpiarme la suciedad ganada al sentarme en el suelo".

Camino para volver nuevamente donde el grupo y, mientras lo hago, silbo brevemente y muevo la mano  para llamar a Samman y hacerla acercarse.

"- No es mala idea la del forrajeo. Voy a acompañarte, quien dice y tal vez en el camino nos topamos con alguna criatura que le dé un poco de contundencia a la sopa- le digo sonriente al hobbit, llevando ambas manos a la cintura, para luego agacharme un momento y estirar mis brazos hacia mi compañera animal-. Vamos, muchacha... también nos acompañarás a buscar la comida- digo a la Unca tras rascar su cabeza".

Eruiel deseaba poder compartir fogata e historias con los guerreros, pero tenía la reacción de su joven compañero.

El pequeño mediado siempre interesado en el apartado más del estómago, en cierto sentido allá a donde iba, parecía que quería crear hogar.

El joven dunledino, y principal motor del viaje, venció sus reticencias y aceptó quedarse con los Rohir.

Finalmente, después de encontrar un lugar apropiado. Un pequeño claro dejando el camino principal unas decenas de metros a un lado.

Los caballeros se pusieron a improvisar el campamento, hoguera incluida. Varios de vosotros se interesaron por la propuesta del hobbit y os pusisteis manos a la obra con lo del forrajeo.

Buscar alimento siempre era algo divertido, y sin desmerecer a nuestros nuevos acompañantes, el desconocimiento del idioma me resultaba aún una barrera.

-¡Viento y yo os acompañamos a buscar algo de comer! -dije a Angainor y Mut -. Es una actividad relajada que seguro que los uncas disfrutan, y nosotros más. Al volver habrá que pensar en hacer guardias, pero de momento vamos sobrados de guerreros atentos.

Saludé a los demás de la nueva compañía, y seguí a mis compañeros hacia la espesura, donde posiblemente hallaríamos algo comestible.

- Dejemos las guardias para cuando hayamos encontrado algo, ya sabéis que por mí os hago la primera guardia porque tras cenar siempre me gusta reposar la comida un poco... -  digo mientras echo un vistazo en busca de algún hongo comestible o hierbas con las que mejorar la comida - ...vamos a ver qué nos encontramos, hay humedad y eso significa buenas setas...y si hay suerte puede que veamos algo que podamos cazar y que no nos cace...

Sonrío y acaricio a uno de los uncas. Su olfato nos será útil si hay alguna presa o depredador cerca.

- Que los uncas olfateen a ver si hay algo de caza cerca...o mejor si hay algo que pueda cazar a este pequeño hobbit. 

No sabía muy bien qué hacer. Le hubiera gustado ir a cazar con Lorgan y Mut y alejarse un poco de los hombres de Rohan, pero le pareció que los dos amigos se entendían muy bien y que él solo entorpecería sus labores de caza. Rastrear, emboscar y cazar un animal salvaje requería de buen entendimiento y de actuar juntos con la complicidad de las miradas.

Euriel parecía muy complacida con los recién llegados y el montañés recordó de nuevo las palabras de su padre, el cabecilla Grunt. “El hacha de guerra jamás se entierra –le dijo una vez-, la puedes esconder en un sitio recóndito, la puedes dejar en manos de tu hermano, la puedes encerrar en un cofre bajo siete llaves si conviene, pero jamás, jamás, se debe enterrar”.

Demasiados relatos de cuna, demasiadas derrotas. Los rohirrim parecían satisfechos pero él no se fiaba.

Suspiró. La hoguera ya estaba también en marcha y él no sabía muy bien qué hacer.

El cielo aun estaba encapotado y Wyrmir pensó que con un poco de mala suerte la noche podría volverse tormentosa, así que recogió unas cuantas piedras redondas y se sentó con ellas. Con su hacha y con mucho cuidado, rajó los cantos uno a uno hasta que todos tuvieron una profunda cruz dibujada en el centro y luego los arrojó lejos del campamento.

“Bien -pensó antes de sentarse de nuevo- al menos ahora si nos tiene que caer algún rayo cerca lo hará en esas piedras y no encima nuestro”.

La joven perendhil agradeció las palabras del dunlendino con una silenciosa mirada. Sabía que su decisión había sido difícil; muchos prejuicios, muchos relatos y mucha sangre había enemistado a ambos pueblos. Pero aquel día, bajo las postreras luces del crepúsculo, unos y otro compartieron el mismo fuego...

Entonces Eruiel cantó, feliz de reencontrar un poco de sus raíces tan lejos de su tierra, mientras colaboraba con los rohirrim en los preparativos del campamento:

Ic eom anhaga iserne wund,
bille gebennad beadoweorca sæ,
ecgumd werig oft ic wig seo,
frecne feohtan frofre ne wene,
þæt mec geoc cyme guðgewinnes.
Ær ic mid ældumdeal for wurde
ac mec hnossiað homera
lafe,
heardec heoroscearp ond weorc smiþa
bitað in burgudic abidan sceal
laþran gemotes næfre læce cynn
onfolc stede findan meahte
þara þe mi wyrtum wunde gehælde,
ac me ecga dolg eacen weorðað
þurh deaðslege dagum ond nihtum.

Luego conversó con los eorlingas sobre los caballos. Les contó sobre los mearas de Eþelþrymm que con tanto celo criaba Beadohilde, en Aldbühr y aprovechó para indagar si alguno de los guerreros era oriundo de aquella fortaleza.

Quizá aún podré enviarle una esquela, deseó.

Finalmente, ocupó un lugar junto al fuego, a un lado de Wyrmir y observó con curiosidad como el muchacho grababa unas cruces sobre unas piedras. Pensó qué representarían aquellos símbolos, pero vio tan ensimismado a Wyrmir en su labor que no quiso interrumpirlo.

Decidido ya que íbamos a pasar la noche junto con los hombres venidos por el camino, sólo resta movernos por el lugar buscando algo con qué mejorar la comida que nos espera a la noche. Probablemente demos con algunas setas que en manos del buen hobbit se transformarán en una genial compañía de una sopa o con suerte con un animal con el que podamos alegrar el estómago antes de pegar los ojos.

Hago un sonido golpeando la parte baja de mi lengua rápidamente y sonrío al ver moverse velozmente de adelante hacia atrás las orejas de Samman. Acaricio su cabeza, rascando de a momentos la coronilla, y comienzo a caminar mientras observo cómo me sigue.

"- En verdad mal no vendría una criatura que lanzar al fuego pero no he visto ninguna, salvo que nos encontremos con el o los dueños de las huellas que nos topamos hoy por el camino- digo a mis compañeros-. En cualquier caso, podríamos probar cómo les va a los pequeños estando alertas por si llegaran a dar con algo".

Doy un paso tras otro y cada tanto me detengo a ver si hay algo que forrajear o cazar, echando también una mirada al lugar en el que nos encontramos. Hacía tiempo ya que nos vimos más al sur y nos lanzamos a la mar... no recordaba la belleza de las tierras que nos esperaban al norte. Sujeto mi brazo derecho un momento, llevando la mano hasta el codo y marcándose una mueca de dolor en mi rostro, pues al recordar el mar vuelve a mi memoria lo ocurrido en la cueva cercana a Sook Oda. "Ya pasó", me digo sonriendo y vuelvo mis pasos para regresar donde Lorgan y Mut.

"- Creo que voy a acompañar la primer guardia también, me gusta disfrutar de mi pipa luego de comer. Tiene un gusto especial- comento a mis compañeros con un deje de satisfacción y continúo la búsqueda".

Lorgan encontró una especie de bayas silvestres. Pero por suerte Mut y Angainor estuvieron atentos y se dieron cuenta de que eran venenosas - ¡Insensato! - Se ganó la reprimenda de alguno de ellos*

Los Rohir venían preparados con sus comidas en las alforjas, nadie les pidió de su comida, pero tampoco se negaron a ello. Consiguieron hacer fuego al amparo de una roca que mantenía seca parte del suelo.

Wyrmir parecía un poco nervioso, la presencia de aquellas personas le inquietaban. Muchos años de historias y de sucesos. Aunque tampoco podía negar que allá donde estuvieran los Rohir, pocas criaturas malvadas había. Era una complicada cuestión moral. Al menos la lluvia dio un respiro. ¿Sería el siguiente un día con mejor clima? Aún estaba por ver.

Eruiel se centró casi totalmente con los viajeros, compartiendo historias, la joven medio elfa tenía mucha sed de conocimientos, mucha curiosidad. Su personalidad hacía que pudiese entablar fácilmente conversación casi con cualquiera. Aquel grupo la acogió bien y hablaron del tema de los caballos, de las distintas subrazas incluso de la leyenda de algún caballo mítico. Quizá al darse cuenta de la inquietud de su pálido compañero se acercó a él y por un momento compartieron silencio, que a veces es mejor que compartir palabras.

Pero fue Angainor el que encontró bajo una encina un montón de setas comestibles. Daría para una buena cena y algo diferente con lo que llenar el estómago. Este habló de los cachorros que ya más bien eran jóvenes felinos, no era mala la idea de darles un poco de libertad. Seguramente se entretendrían cazando algún ratón.

Ahora ya si, todos alrededor del fuego se podía hablar de las guardias o de lo que considerarais menester. Los caballeros iban a hacer las suyas como de costumbre así que hacerla vosotros solo era una opción, no había realmente necesidad.

Con las setas que Angainor encontró preparo un rico salteado con algunas de las hierbas que llevo siempre en mi zurrón. La cena fue animada aunque todos nos dimos cuenta que Wyrmir no estaba en su salsa de todas formas como buen hobbit intenté darle conversación y que me hablara de su tierra y de sus costumbres (sobre todo de su comida).

- Wyrmir compañero, háblame de tu tierra ya que apenas la conozco ya que vine por mar hasta el sur desde mi lejana y añorada Comarca... - hago una pausa al recordar las suaves colinas de mi tierra donde pastoreaba ovejas en mi infancia - ¿qué costumbres tenéis que sean dignas de mención? y sobre todo ¿qué platos preparáis para celebrar el éxito de una aventura?

Tras la agradable conversación decido hacer la primera guardia en la que me acompañará Angainor; aprovecharé para fumar una pipa con él ya que es una costumbre que últimamente no realizábamos al aire libre. La verdad aunque añoro el fuego de la posada y la perspectiva de una cena de Yule al estilo de La Comarca, me siento bien al estar de nuevo corriendo aventuras en compañía de mi viejos y mis nuevos amigos. Como diría mi abuela llevo más sangre de los Tuk de lo que se cabría esperar en un Lanudo.

A pesar de mis estudios de hierbas curativas, en cuestión de las comestibles aún me quedaba mucho por aprender. Las setas que encontré casi nos juegan una mala pasada, y es de loar que Angainor tuviese más suerte en su fructífera búsqueda. 

Gracias a ello teníamos una buena cena caliente y agradable, y lo que prometía ser una noche tranquila bajo las estrellas.

En las acampadas al raso me gustaba mirar al cielo, intentando distinguir algún astro.

-Muchas leyendas acompañan el mosaico del cielo, pero es verdad que no hay espectáculo mayor que el sentirnos tan pequeños en un mundo tan gigante. -comenté en alto. Como si me hubiese escuchado, una estrella fugaz hizo un leve recorrido.

Sonreí a las estrellas, y continué cenando.

Wyrmir agradeció la compañía de todos y estuvo hablando un buen rato con el mediano.

En los grandes banquetes comemos juntos hombres y mujeres, y estamos bien sentados alrededor de la mesa, no medio acostados en el suelo como hacen en otros lugares. En una buena mesa montañesa jamás faltan las tortas de avena, frías o calientes, con miel, queso fresco o castañas. Tampoco puede faltar un cuenco repleto de nueces, higos y pasas.

La comida más gustosa es por fuerza la carne. Después de un apasionante día de caza, todo el pueblo puede disfrutar de platos de carne de cerdo salvaje, de corzo, o de venado si ha habido suerte. Si no ha sido un buen día de caza sacrificamos entonces los cerdos domésticos o algún asno. A veces cocinamos esa carne con fuego y otras veces lo comemos crudo o solo lo pasamos un poco por las brasas. ¡Está buenísima!

Para beber no puede faltar hidromiel y a veces hacemos también la bebida de la paz con nuestra saliva.

¡Ah! ¡Y no quiero olvidarme del vino de vaca! Se hace mezclando su leche y su sangre, y te quedarías maravillado de lo que gusta a los niños. ¡Ojalá tuviera aquí un buen vaso ahora! ¡Te aseguro que te encantaría!

Al cabo de un buen rato el joven parece estar más a gusto en esa situación, hablando con unos y con otros, pero cuando ya llega la hora de apagar la hoguera se ofrece para hacer la primera o preferiblemente la segunda guardia.

Miro con desgano la comida y de a ratos casi que me concentro más en observar las brasas que en llenar mi panza. A pesar de la buena suerte que tuvimos al encontrar las setas, echo en falta un buen pedazo de carne que acompañe la fogata y la comida a la intemperie.

Las preguntas del hobbit llaman mi atención y hasta una apagada risa se me escapa al escuchar a Lorgan pensando en voz alta. Pero las palabras de Wyrmir y la emoción con la que habla, incluso con cierta añoranza, me remontan a mi casa y me hacen compartir la nostalgia.

Levanto una copa y brindo por el hogar al terminar gusanoblanco de contarnos sobre sus costumbres y me centro en comer y jugar un poco con Samman y Viento. La guardia, por lo menos la primera, ya estaba dada en nuestro caso ni bien terminada la cena, y me echaría junto a Mut a disfrutar de un buen tabaco y mirar la bóveda de estrellas. Y seguramente recordar, gracias a Wyrmir, las imponentes cavernas enanas y las majestuosas y verdes colinas de la Comarca.

El grupo se reunió alrededor del fuego y compartieron algunas setas asadas al calor de las brasas mientras Wyrmir los agazajaba con una retahíla culinaria que asombró tanto como escandalizó a la joven perendhil. ¡Vino de vaca! Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par, con una incrédula mirada. Y, entre risas, pensó que ni por mil monedas de oro probaría jamás aquel extraño brebaje.

Poco a poco, la conversación giró en torno a un tema que para Eruiel carecía de importancia: las guardias nocturnas. La muchacha volteó la mirada hacia los rohirrim, tres de ellos ya rondaban el campamento y, sin duda alguna, sería lo mismo durante todo el transcurso de la noche. Aún así, Mutfast y Angainor acordaron vigilar durante las primeras horas; y Wyrmir se ofreció hacer otro tanto después. Eruiel se encogió de hombros, y exclamó:

—Acompañaré a Wyrmir entonces —

No lo creía necesario ya que entre tantos soldados las guardias estaban más que aseguradas, pero era cierto que el muchacho no estaria muy a gusto con los eorlingas rondando el campamento. Además, poco trabajo le costaba aquello... Eruiel nunca dormía. Quizá fuera por su sangre elda. ¿Cómo saberlo? En su memoria no guardaba ningún recuerdo de los elfos y, con los años, había inferido que todo aquello que la hacía diferente era consecuencia de la herencia élfica. Como sus orejas picudas, el timbre cantarino de su voz, el aroma siempre fresco de su piel o el hecho de que jamás se enfermara.

Y, ensimismada en aquellas elucubraciones, Eruiel canturreó una antigua canción, dulce y triste como una noche sin estrellas.

Quizá esto también es parte de mi sangre inmortal, pensó.

El mediano trata de abrir la conversación nocturna. Y lo consigue pues parece que el joven Wyrmir comienza a abrirse un poco más a sus compañeros.

La lluvia ya había cesado e incluso a partir de cierto momento debieron de abrirse las nubes pues se comenzó a ver la luna y alguno de los astros. Quizá mañana fuese posible caminar sin mojarse. Eso si, la noche fue húmeda y lo mejor que pudisteis hacer es dormir rodeando la fogata.

Las guardias quedaron acordadas, rellenando el resto los huecos que quedaban sin cubrir. Aunque esta noche los jinetes de Rohan añadían una seguridad extra.

Poco a poco la gente se retiró a dormir, mañana la marcha seguiría y tampoco era cuestión trasnochar demasiado.

La noche fue tranquila, no acaeció ni un solo incidente. Solo los de algunos insectos, que excepto por el ruido que hacían al volar tampoco os causaron ninguna molestia, principalmente porque a estos no les gusta nada el fuego.

Amanece. Los Rohirrim recogen rápido el campamento, antes de la salida del sol. Os desean buena suerte y se despiden de forma un poco más afectuosa de Eruiel antes de partir en dirección opuesta a la vuestra. Definitivamente hoy parece que no va a llover. Toca ponerse en marcha.

La noche transcurrió tranquila y las nuevas luces del día auguraron una jornada sin lluvias. Antes de la partida, Eruiel intercambió una breve charla y le entregó una esquela a uno de los eorlingas. Luego se despidió de todos y cada uno de ellos como si los conociera de siempre...

En su mirada brillaba la inocente alegría de la niña que alguna vez fue (y que quizá aún era) mientras agitaba los brazos y canturreaba en rohírrico. Y no dejó de hacerlo hasta que los jinetes desaparecieron en un recodo del camino.

Recién entonces volteó la mirada hacia sus compañeros de viaje y exclamó, exultante y puño en alto:

—¡En marcha! —