Abro la compuerta para que entre Victor. El Zepelin parece que está a punto de despegar.
- Si tantas ganas tiene de vivir. Que así sea. -
- Ahora mismo soy en gran parte Amber, Laura. Sé que no somos amigas, y lo más probable es que seamos enemigas... pero necesito tu ayuda para matar a aquel que asesinó a Amber. Podemos trabajar juntas, y después solucionaremos lo nuestro.
Vyktor entra en el zeppelín y la puerta se cierra detras de él.
Una vez en la tranquilidad del receptáculo, Vyktor toma el primer asiento que encuentra.
- Una lástima lo de Charlotte. Nos habría resultado útil... Es una pena que fuera tan... Sensible. - Es evidente que le parece gracioso.
Ignoro el zepellin y corro siguiendo el rastro de la otra mujer. No puede haber llegado demasiado lejos.
Ves a Charlotte junto a una mujer china muy alta
Me subo a un árbol por encima de sus cabezas silenciosamente y digo.
- Hola cervatillos... Veo que cambias lealtades, ayudante...
Miro a Hanna antes de continuar mi conversación con la banshee y le digo:
- Nunca le he sido leal. Le he conocido durante dos días, y me convirtió en el monstruo que soy ahora. Después de ver lo que ha hecho solo deseo su muerte.
Entonces me giro a la banshee y digo:
- Fue Aedalus. El hombre que acaba de entrar en el zeppelín acorazado, el que lleva una armadura ligera. Ese es el hombre.
Vuelvo a girarme hacia Hanna.
- Tus lealtades no sé donde están, pero esta noche habrán más muertes. Elije con cuidado tus acciones. Pero no me malinterpretes, esto no es una amenaza. No tienes nada que ver con lo que va a ocurrir ahora, y no me gustaría que hubieran más víctimas por mi culpa.
- Mmmmm... Diría que contigo por ahora. Yo también le quiero muerto. - sonrisa con colmillos y todo el pelo erizado como si de dos orejas se tratara - ¿Las muertes ocurrirán solas o hace falta una ayudita?
Olisqueo el aire tratando de averiguar qué son las dos
El Zepelin se eleva lentamente y empieza a surcar los cielos hacía el oeste.
A los 30 segundos aproximadamente se escucha una explosion proviniente de la casa
- No estaría mal una ayudita. Deberíamos salir de aquí por el momento y pensar algo antes de que se marchen.
La banshee observa el Zeppelin.
-No dejaré el mundo hasta que no le encuentre... juro que pagará. No me temas...eres lo único que queda de Bastian... por favor guárdalo.
Besa la frente de Charlotte y se desvanece, dejándola con la palabra en la boca.
- Vale... Voy a necesitar un super resumen en algún momento. Por ahora vamos a mi casa, ahí no habrá nadie.
- Te seguiré como pueda. Lamento que te quedes sin acción, pero Laura se vengará por nosotras.
- Aunque... espera un momento. Creo que puedo ser de ayuda una última vez.
Voy corriendo al lugar de donde despegó el zeppelín, seguida por Hanna, y me arrodillo ante el cuerpo de Victoria.
Entonces, comienzo a mover las manos y a susurrar unas palabras, y una luz inunda al cuerpo de Victoria, que poco a poco se levanta.
Charlotte decidió volver a la casa de Tristan. No había mucho más que hacer. Estaba dolorida, herida, harta, asustada... Echó una fiebre que le duró tres días y tres noches de tiritona y delirios que tristan describión como la cosa más surrealista que había sentido nunca.
Cuando estuvo mejor y pudo comer Tristan se sentó al lado suyo:
-¿Estás mejor?
Desde su nuevo cuerpo provisional, el feto pudo asistir en compañía de un enmascarado Amber a la ceremonia del entierro de Freimann. Nadie había encontrado su cadáver asique fue un entierro simbólico. Había muerto en defendiendo a la ciudad valientemente de una amenaza terrible, una que estaba entre ellos. En el entierro ya dijo el viejo Brittia que el terror más terrible es el que encontramos entre nosotros. Freimann se sacrificó con honor y así se le despidió: salvas de cañones retumbaron en la ciudad durante horas.
Su vida sirvió para reunir al pueblo con la autoridad y su estatua se mantuvo durante doscientos años en la plaza principal de Barrio Viejo, hasta que ya nadie se acordó de su nombre.
- Sigo viva. Así que posiblemente no. Pero he pasado cosas peores.
Me levanto de la cama. Aún me cuesta un poco, pero consigo moverme, seguida de cerca por Tristan para no caerme, hacia el balcón.
Desde ahí miro las calles de Agartha. Miro al cielo. Me pregunto qué habrá sido de Aedalus, de Vyktor y de Laura. Y me pregunto qué será de mi. Una cosa tenía clara: seguiría escribiendo poesía, y esta vez mejor que nunca. No espero ganarme la vida con ello. De hecho no espero ganar nada más que ser yo misma, y hacer partícipe al mundo de aunque sea una pizca de mi desgracia. En eso consiste la poesía.
Me pongo de espaldas al balcón y miro a Tristan, con la cara iluminada por una idea:
- ¿Te apetece ir en busca de la Atlántida?