Partida Rol por web

Subestimaste la hechicería del assamita, y eso te costó caro. Tu cuerpo, acostumbrado a moverse en situaciones en la que los ruidos guiaran tus movimientos, notó pronto la torpeza del silencio absoluto. Era como tener sólo un ojo.

El assamita no se lo pensó dos veces, y con una sonrisa cruel, mientras se movía a gran velocidad, lanzó sobre tu hombro un fuerte golpe con su espada, que destrozó el cuero de tu armadura y causó una hendidura profunda, seccionando varios tendones y quebrándote la clavícula...

Françoise sintió el dolor tras cada arremetida del assamita.

Si no acabao pronto con él,todo se habrá acabado... pensó el Ventrue mientras observaba a su enemigo intentando adelantarse a su siguiente ataque

Preveyendo que un sólo ataque más bastaría para eliminarte, el assamita relaja su acoso y decide tomarse su tiempo para eliminarte... disfrutando de ello...

Françoise consiguió ver una brecha en la guardia de su enemigo,y lanzó un ataque rápido a través de ella.Sin e,bargo el assamita estaba listo para defenderse,y logró detener la estocada del francés en el último instante.Con un movimiento fluido,el invasor invirtió el sentido del movimiento de su hoja,lanzandola contra la garganta desprotegida de Françoise,que,por los pelos,logró apartarse a tiempo.

Françoise apretó la mandíbula con frustración,una costumbre de sus días como mortal de la que no había logrado desprenderse,y notó cómo sus colmillos sobresalían,asomandose cada vez más en su boca...

Un nuevo choque de espadas os deja exhaustos y en tablas. El assamita parece tan sorprendido de que sigas en pie como tú. El silencio mortal que os rodea te impide saber qué está sucediendo en el segundo piso,y eso, unido a la gran sensación de peligro que tienes, provoca aún más tus instintos de conservación...

Françoise se lanzó unaa vez más al ataque contra el assamita,pero su furia era cada vez mayor,más primaria e incontrolable.El hechicero cainita logró desviar un par de golpes,pero el francés arremetía una y otra vez mientras sus ojos comenzaban a brillar con el fuego del infierno...la bestia se desataba...

Tu ataque a la desesperada sorprende al Assamita, que ya te daba por muerto. En sus ojos, mientras tu espada se hiende en su costado, puedes ver un asomo de miedo. Sabe que estás sucumbiendo a la bestia, y eso le llena de pavor...

Françoise sucumbió a la bestia,y todo se volvió rojo.
El Ventrue,malherido,se abalanzó de nuevo sobre el assamita,sin importarle ya si éste le golpeaba,arremetiendo contra él una y otra vez.Sin embargo,sus movimientos eran torpes,guiados por la furia,y no logró acertar para acabar con su enemigo.

El assamita se muestra cada vez más preocupado, puesto que su último golpe, pese a haberte alcanzado, parece no haberte molestado lo más mínimo. Sin embargo, cuando es tú turno para contratacar, la enorme fuerza de la bestia provoca que tu espada, al blandirla con gran fuerza, salga despedida y caiga al suelo del assamita.

Al ver ésto en sus ojos brilla la determinación de los asesinos, y de nuevo empuña su espada, dispuesto a asestar otro golpe, esta vez el último.

El Ventrue,indiferente al hecho de haber perdido su espada,acorraló a su enemigo contra un rincón,pero el assamita era rápido y logró zafarse.El siguiente ataque de este hundió su espada en la pared,y Françoise se abalanzó una vez más,esta vez desarmado,pero usando sus puños y prodigiosa fuerza contra Rashed.
Sin embargo,Rashed también era un hijo de Caín,y unos meros golpes no bastarían para pararlo...

El assamita sonríe cuando le atacas con tus puños, pues su mayor agilidad le permiten esquivarte facilmente y quedar en una posición adecuada para lanzar un contraataque. Nuevamente ha sido más rápido que tú.

Françoise -o la bestia que lo dominaba- comprendió que no podría parar los ataques del assamita con sus manos desnudas,y rápidamente saltó para recuperar su espada.Sin embargo esto dio ocasióna su oponente para atacar,encontrando una brecha en la defensa de su distraido enemigo...

Todo pasó demasiado rápido.

La bestia a través de cuyos ojos mirabas no vio la finta del asesino, su amago de golpe. La hoja se hundió en tu carne sin ningún ruído audible. Y pronto otro silencio, uno más fino y poderoso que el que había producido la hechicería del assamita envolvió tu cuerpo blandamente.

Ni siquiera notaste dolor al desplomarte en el suelo como un pesado fardo. Recordaste tan claramente tu abrazo, el momento en el que la conciencia quedaba suspendida, como un hilo débil y luminoso entre dos estados de la materia.

Sentiste cómo la bestia se iba, encolerizada y furiosa por su impotencia, y tu regresabas en un lapso tan breve de tiempo que apenas pudiste tomar el control de tu cuerpo antes de que el dolor segara todas tus conexiones nerviosas.

Luego, sólo la oscuridad.

La voz, al principio, fue como un bálsamo dentro de la ingravidez.

El primer sonido que oías desde que la hechicería del assamita extinguiera tus oídos y tu vida.

Y era dulce, dulce como la vida tanto tiempo abandonada. Dulce como el sol en el rostro, dulce como el sudor y la carne leve de una mujer. Dulce como los besos de su boca y el vino, y la miel sobre los labios. Dulce y sagrado como estar vivo de nuevo, alejado de la noche y la sangre.

Dulce como la voz, como la voz de la mujer del vestido blanco.

-¿Por qué sufres, Taranis? ¿Qué pena nubla tu rostro?

El joven abrió los ojos...no comprendía bien dónde estaba... o quién era.Hacia sólo un momento estab...peleando por su vida...

¿Quién sois? ¿por qué me llamáis así?

Lenta, acompasadamente, tus ojos se acostumbran a la luz que emana de la niña-mujer. Una luz tan potente, ¿cómo puede no doler?

Sus gestos, los rasgos infantiles de su rostro, sus infinitos ojos azules... la reconoces en seguida: es tu sire, Laetitia, a la que has jurado proteger de esos asesinos.

Así que aún está viva. Gracias a Dios...

Pero su voz suena, de alguna manera, distante.

-¿Por qué? ¿No es acaso ése vuestro nombre, Taranis, forjador del trueno? No os aflijáis, mi señor, pues está escrito: sólo asciende quien ha aprendido a caer de pie...

Sus manos te tocan levemente la frente. Un tacto cálido, imposible en un vástago, un tacto como hacía una vida que no sentías. En las manos de la niña mujer, ahora, hay dos copas doradas, y entre ellas discurre, ingrávido, un chorro de agua cristalina. Ni una gota se derrama fuera de las copas.

Luego acerca una de ellas a tus labios.

-Ahora bebed, padre de la tormenta. Es hora de que el mundo conozca vuestra justicia...

Te sorprende notar que el agua tiene un gusto salado, cálido, denso. Pero cuando te das cuenta de que no es agua lo que baja por tu garganta, Laetitia ha desaparecido.

Te encuentras nuevamente en la primera planta del palacio de Laetitia, rodeado por los cadáveres de tus soldados. El dolor te hace pensar con mucha más rapidez y comprendes que acabas de despertar de un letargo. Tus labios aún conservan el sabor metálico de la sangre, y adviertes que uno de los hombres del príncipe de Paris, Renaud, te está alimentando con su muñeca. Cuando ve que abres los ojos, la aparta con rapidez, ante tu mirada voraz y hambrienta. Luego grita, en dirección al piso superior.

-¡Está vivo! Françoise está vivo...

De lo que sucedió después apenas recuerdas retazos. Intentaste incorporarte para socorrer a tu sire, aunque la presencia de Renaud ya indicaba que la situación estaba controlada. Sin embargo, apenas conseguiste levantar débilmente la cabeza. Renaud te miraba con una mezcla de compasión y velado reproche. Habló muy despacio, para que pudieras entenderle perfectamente. Él y otros hombres del príncipe de París, sospechando de un asalto anarquista al palacio, habían llegado unos treinta minutos antes. Sólo encontraron cadáveres. En el piso superior, junto a la puerta que llevaba a la torre donde se había refugiado Laetitia de Sevres había un hombre moribundo, uno de tus soldados, al que le habían arrancado los brazos. La gruesa puerta que llevaba a la torre también había sido derribada: había marcas de garras en ella, así como en la mayoría de los cadáveres del segundo piso. El soldado, con sus últimas palabras, había relatado a Renaud y los suyos lo que había visto. Uno de los atacantes, una bestia, había roto sus defensas con gran facilidad. Destrozó la puerta de la torre. Laetitia de Sevres, la vampiresa-niña, tu señora, había intentado hacer frente a la bestia con cierto éxito. Pero a espaldas suyas apareció el segundo atacante, un vampiro de rasgos sarracenos que la asestó un golpe mortal en su blanco cuello.

Los atacantes se habían desvanecido para cuando Renaud llegó: ni siquiera se molestaron en rematarte.

Aunque Renaud te miraba como si tuviera eso que reprocharles.

Françoise oía casi sin escuchar las palabras de Renaud.

Laetitia...no puede ser...he fracasado...

Françoise comprendía muy bien la mirada del hombre.Si la situación fuera a la inversa,seguramente él le miraría igual.

Pero no lo es.El culpable de todo soy yo,Yo soy quien no ha logrado protegerla... murmura el ventrue,observado por el humano que con mucho cuidado se apartaba de él.

Tranquilo.La bestia se ha ido y no volverá hoy. dijo apretando sus incipientes colmillos.

Françoise meditó mucho qué exigía el deber.Debía repara su falta costara lo que costara.Y por ello solicitó audiencia al Príncipe dela ciudad.Françoise se presentó ante él con actitud solemne,pero sumisa.Ofreció su no-vida si eso satisfacía la reparación del deshonor sufrido.
Pero también hizo una promesa.El joven Ventrue juró,ante toda la corte del príncipe,que algún día encontraría al Assamita Rashed Al Gartari y al Gangrel Rowen de Learwood,y antes de arrancarles el corazón cin sus propias manos,hacerles confesar quién era el responsable de la muerte de Laetitia.