Partida Rol por web

Sigo a Lenna y Gherard al segundo piso, hacía la casa de la chica, pero al ver como esta destrozado la casa, estaba claro que algo ha pasado, "Gherard, ¿hay algún detalle sobre tu novia Linda* que no nos has contado?" digo viendo como esta la sala de estar, no quería saber como estaba toda la casa, pero saco mi espada, por si todavía quedaba alguien.

Vale... Ahora sí que debe preocuparse, herr Ludeker, pensó con cierto desazón la saqueadora mientras observaba por encima el destrozo de la buhardilla.

Viendo que el hechicero dudaba al ver tal escena, y como el cazador desenvainaba su arma nada mas llegar, Lenna echó mano a la hachuela y decidió internarse con precaución en el vestíbulo.

Todo patas arriba, parece un robo. Quienquiera que lo haya hecho, quizá estaba buscando algo. O eso quería que pareciese. Esas manchas de sangre... y viendo el destino del boticario, rumiaba su mente mientras se apremiaba a llegar a la puerta izquierda y examinaba la zona con el mayor cuidado que le permitía tal urgencia. No, no. Linda...

Al llegar al marco de la puerta por la que se perdía el reguero de sangre, Lenna se concentró para ver si escuchaba algo al otro lado. Luego le haría una señal al hechicero para que se apresurara a venir.

Fârandar asintió a Gherard y mantuvo su posición de guardia, vigilando el entorno. Unos rapaces, tres o cuatro, aparecieron por la esquina a todo correr al parecer huyendo de algo o alguien, riendo sin dejar de correr*, pero en cuanto el elfo vio que llevaban claras intenciones de pasar muy cerca de él, al parecer queriendo realizar algún tipo de actitud delictiva según le decían sus ojos maliciosos al elfo, movió de forma fulgurante la espada a su alrededor, estableciendo una suerte de círculo defensivo extremadamente peligroso. 

Los niños casi cayeron al suelo del esfuerzo que hicieron por no meterse de cabeza en aquella trampa mortal, uno resbalando a causa de una moñiga de caballo que embadurnó gran parte de sus pantalones, para luego alejarse a todo correr en otra dirección mientras lanzaban invectivas coloridas hacia el elfo y sus ancestros, pero sin atreverse a volver a cruzarse con él. 

- ¡I'o puta, cabrrón! ¡En'casi me raja el joputa! - decía una chiquilla que no tendría más de 9 primaveras. 

- ¡Tuz muertoz, lameculoz, follacabraz, mierda! - dijo el caído sobre la moñiga. 

Fârandar se limitó a volver a su posición inicial, mirándolos torvamente, llevándose la mano con los dos dedos abiertos justo debajo de los ojos y luego señalando con ellos a los niños, en una expresión corporal élfica tradicionalmente llamada "si te pillo te rajo, cabrón", aunque para los humanos tenía otro significado menos violento. 

- No en mi guardia, ladronzuelos, no en mi guardia. - musitó Fârandar. 

Preocupados, con cautela, nuestros héroes se acercaron a la puerta que conducía a la habitación de Linda. La de Hochland acercó su oreja a la puerta mientras un gesto de concentración se marcaba en su rostro mientras intentaba escuchar algún sonido que delatase lo que les esperaba dentro.... Pero no se oía nada, absolutamente nada.

Con una mirada de entendimiento entre los tres, se decidieron a abrir la puerta, poco a poco para poder acceder a la habitación y esclarecer lo ocurrido con la cantante de el Dragón Danzante, la taberna regentada por Karl Taunenbaum. La habitación consistía en una cama grande, con dosel, que el hechicero conocía perfectamente, con dos mesitas de noche a cada lado en la zona frente a la puerta. A la izquierda, una ventana con vistas al río bajo la cual había una cómoda junto con un pequeño banco y, al lado, un arcón. Enfrente, a la derecha de la cama un escritorio con un atril donde sobre todo hay partituras y letras de canciones. Aquí es donde desarrollaba su actividad creativa para solaz de los clientes de Karl. 

Sobre la cama alguien había depositado un cráneo, un cráneo astado y sobre el cabecero, en la pared, alguien había arrancado el cuadro que allí había y tras arrojarlo despreocupadamente a un lado había escrito unos extraños símbolos con una tintura roja que parece sangre seca. El resto de la habitación estaba alegremente salpicado de sangre y trozos de carne, carne cruda, trozos pequeños y menudos. No había lugar en la habitación donde no hubiera un salpicón de sangre o un trozo sanguinoliento de carne.

Gherard tenía que luchar contra la incógnita referente a los trozos sanguinolentos de carne cruda que cubría, troceada, gran parte de la habitación. No era un ejercicio agradable para el cerebro pensar que esos podrían ser los restos de su querida compañera. Ni siquiera podía imaginar a quien pertenecían esos restos de no ser de ella. ¿Qué era peor? ¿Imaginarse el crimen o las razones del mismo?

De una cosa tenía certeza. Su mentor Teobalt no le creería ni un ápice de esta historia.

El hechicero halló consuelo con las letras escritas para las canciones de Linda. Era algo familiar entre los restos de aquella tormenta de violencia. Pequeñas cosas como esas eran más que suficientes para mantener a un hombre cuerdo en aquel lunático mundo.

—Dulce Linda... Temo que tu desaparición ha sido provocada por el archienemigo —dijo, cargado de congoja—. Juro encontrarte, y castigar al salvaje que llevó a cabo esta locura.

Su mirada estaba fija en el cráneo astado sobre la cama mientras que realizaba aquel juramento. No se permitiría más dolor, mucho menos dudas. Descubriría la suerte de su amante y, en el proceso, liberaría su frustración con el bastardo responsable de semejante agravio.

La escena que encontraron tras aquella puerta era terrible. Mientras la puerta se abría, el leve hedor de la carne a inicios de la descomposición avisaba del horrendo panorama. Sin tiempo para digerir tal visión la hochlandesa dio un paso atrás, echándose una mano a la boca y la otra al estómago para tratar de que sus tripas no dieran la vuelta sobre sí mismas. Con celeridad avanzó hacia una de las ventanas del vestíbulo y procuró abrirla. Necesitaba que le diera el viento, y sentir en sus pulmones aire limpio.

Segundos después volvió a la habitación de la cantante, donde el hechicero parecía controlarse y concentrarse para comprender lo que había ocurrido. Lenna se internó, con cuidadosos pasos para intentar no pisar ningún pedacito de carne, en el ensangrentado dormitorio. Allí se trataría de discernir qué diantres había pasado, mas la dantesca imagen del cráneo, los trozos de carne y la sangre nublaron su mente por momentos.

—¿D-de qué archienemigo habla, herr Ludeker? —preguntó tras escuchar la promesa, mientras se acercaba a la ventana para ver si había rastro de movimiento—. ¿Quién cree que ha hecho esto, y por qué?

El elfo, cual estatua viviente, permanecía vigilante mirando ora derecha, ora izquierda, mientras sus ojos recorrían con paciencia infinita el lugar, buscando alguna pista o "transeúnte" sospechoso, algo que les diera una pequeña idea de hacia donde se había ido el asesino, o si había perdido algo en su huída que les permitiera empezar a buscarlo. 

Mientras tanto, a saber qué estaba sucediendo allí arriba, pero de momento no se escuchaban ni gritos ni peticiones de ayuda, así que debía ir todo más o menos bien. 

Pensativo, elucubró si no sería mejor avisar cuanto antes a la guardia, pero no quería abandonar el lugar, había prometido a sus amigos vigilar la entrada y no pensaba faltar a su palabra. 

Ahí estabas, comenzando a aburrirte mirando los pocos transeúntes que pasaban por esta zona de la ciudad a esta hora. Los desvergonzados mocosos había sido lo mejor del día, sin lugar a dudas, seguidos de cerca por una chica, si es que era una chica, vestida con ropas de chico, la cara sucia un saco al hombro y que parecía seguirles con una confiada sonrisa. A saber que negocios se traería entre manos...

Y en el lento deambular de tu mirada, aquí y allá, buscando algo para entretenerte te fijas en un detalle que te había pasado desapercibido. En un callejón cercano, en la penumbra tras unas cajas ves un hombre encapuchado observándote y al clavar tu mirada acerada en sus ojos, éste se retira y comienza a alejarse adentrándose en el callejón lanzando subrepticias miradas hacia atrás...

La escena os impacta, de eso no hay duda, tanto que Lenna ha de salir de la habitación a coger algo de aire, sin embargo sus dos compañeros aguantan estoicos intentando extraer algún detalle, alguna pista de qué demonios ha ocurrido aquí y por qué.

Burkhard hace notar que para lo que cobra una meistersinger de taberna el mobiliario de Linda es muy caro, especialmente los tapices, no es algo que pueda permitirse cualquiera.

Y el hechicero, aliviado, os hace notar que tanto la sangre como los trozos de carne pertenecen a unos desafortunados pollos. ¡No son humanos, por tanto, no son de Linda!

Tras revisar la otra habitación que queda, la cocina, constatáis las apreciaciones de Ludeker pues aquí encontráis los cuchillos ensangrentados que se utilizaron para despedazar los pollos.

La situación plantea interrogantes, ¿qué le ha pasado a Linda y por qué alguien querría atacar de esta manera a una simple cantante de taberna? ¿Dónde estará ahora? ¿De dónde sacaba el dinero? Las personas que mejor la conocen es, obviamente, Herr Ludeker mismo y su empleador, Karl Taunenbaum el dueño de la posada, El Dragón Danzante.

El elfo viró su mirada hacia la encapuchada figura, sus miradas se cruzaron un momento y en ése breve lapso de tiempo el menor de los Clarândir supo que aquel hombre tenía algo que ver con todo aquello. 

- ¡Chicos! ¡Un sospechoso! ¡Bajad, rápido! - gritó escaleras arriba, tratando de que sus compañeros le escucharan y bajaran. 

Se separó unos pocos pasos de la puerta, tratando de seguir con la mirada al sospechoso todo lo que pudiera, para saber la dirección hacia la que se había ido, pero no se alejó, sabiendo que una emboscada en aquellos callejones podía acabar con un avezado guerrero, pero no si iba apoyado de sus compañeros. 

Tendrían que haber avisado a la guardia ya, así el podría haberse adelantado unos metros. 

La hochlandesa quedó gratamente impresionada con las deducciones de sus compañeros tras el examen de la escena. Aún algo impactada por el horrible estado de la habitación, Lenna revisó con renovada curiosidad los enseres de la cantante. Luego se paró delante de los símbolos en sangre de la pared. Tras hacerse con un pedazo de partitura y pluma, intentó copiar dichos símbolos, pensando que podrían ser importantes más tarde*. Después acompañó al resto en sus pesquisas por otro lado de la casa.

–Bien, hmm... ¿Quién podría querer hacerle daño? —volvió a preguntar en alto, con la intención de que contestara quien más conocía a la desaparecida—. Si no hay forma de hallar un rastro que nos indique dónde han podido ir los asaltantes, vayamos a hablar con herr Taunenbaum.

La habitación tenía una sangrienta escena, una clara e indiscutible marca del que el caos o por lo menos un culto dedicado a el había estado aquí, pero con los muebles que tiene y el poco dinero que cobra, algo no cuajaba, "Gherard, siendo decirte esto, pero algo me dice que tu amiga guarda algún secreto, si no es esa calavera", aunque al saber que eran de pollos, iba a retirar lo ultimo, "Con lo caro que es todo, no era una simple cantante de taberna, tenía alguna segunda profesión o un mecenas que le daba todo lo que pedía, si, lo mejor es ir a hablar con herr Taunenbaum, puede que el sepa algo que nosotros no, creo que esto no ha sido casual, iban a por Linda"

Tras registrar la habitación y los enseres y llegar a las primeras deducciones...

 - ¡Chicos! ¡Un sospechoso! ¡Bajad, rápido! -

Oís al elfo desde el fondo de las escaleras.

El elfo parece querer esperar a sus compañeros pero es dolorosamente consciente de que si no sale tras el sospechoso ahora mismo seguramente luego no pueda recuperar su rastro... Si el resto del grupo se da prisa, igual pueden irle a la zaga al asur… Quizás...

- ¡Voy tras él! - dijo el Asûr, cuando le pareció escuchar como sus compañeros bajaban las escaleras a la carrera. 

Guardando el espadón, desenvainó la espada larga y salió corriendo detrás del sospechoso, decidido repentinamente a no dejarlo escapar tan fácilmente. 

—¡Vamos! —gritó la hochlandesa antes de salir corriendo como una exhalación escaleras abajo.

Al llegar a la calle, Lenna movió su testa a ambos lados y tras localizar las espaldas del asur, se apresuró a seguir su estela.

La ventaja que, en un principio tenía el encapuchado se va diluyendo conforme las largas zancadas del elfo van acortando el terreno que los separa. Los viandantes más madrugadores se apartan con premura ante la visión armada del elfo pegándose como pueden a las paredes de los edificios intentando fundirse con la piedra y algunos incluso lanzaron gestos de protección contra el mal de ojo, por si las moscas.

Fârandar presiente más que otra cosa la presencia de la de Hochland tras él, lanzando improperios a los mismos viandantes que ahora, pasado el peligro, se colocan en medio de la calle con expresiones perplejas obstaculizando su avance.

El encapuchado va mirando cada vez más seguido hacia atrás, tornando su gesto en preocupación si no temor al ver lo que se le viene encima pero, al llegar a una estrecha calle, paralela al río, acelera y se mete de sopetón en un viejo almacén por una puerta peatonal al lado de una más grande que se supone que es para carruajes. La puerta se cierra de golpe tras pasar el encapuchado y el elfo deberá decidir si cruzar la puerta para seguirle o esperar a su compañera.

Por su parte el hechicero y el cazador, reaccionan  de manera más tardía y si bien en un principio van siguiendo las espaldas de Lenna al poco la pierden entre las calles de Ravenstein...

El joven elfo no detuvo su carrera, entró en pos del sospechoso, no pensaba dejarle ni un segundo de ventaja, así que abrió la puerta con la espada en posición defensiva, listo para detener cualquier ataque y automáticamente sus ojos compensaron la pérdida de luminosidad del ambiente interior. - No vas a escapar amigo, para y hablemos, y saldremos todos ganando, si te resistes, será malo para tí. - dijo mientras abría y entraba, ojeando a izquierda y derecha para seguir a aquel malnacido. 

La muchacha trató de forzar el paso para alcanzar a su amante lo antes posible. En algún momento volvió la mirada para ver si sus compañeros la seguían, más no los pudo hallar.

Entras al almacén tras el encapuchado y te encuentras en lo que parece una especie de oficina con una puerta frente a tí que supones dará a la zona de almacenaje. La oficina en si consiste en un escritorio con tres sillas y varios archivadores de madera pegados a una pared y es aquí donde por fin encuentras tu presa.

El hombre, jadeante, está frente a ti, apoyando su trasero en el filo de la mesa mientras aferra un hacha en su diestra y te mira con una sonrisa demente en su cara y se lanza gritando hacia ti. ¡¡¡AAAAAAAAARGH!!! ¡¡¡Sangre para el Dios de la Sangre!!!

Otros dos hombres que presumes estarían sentados al llegar su colega ahora están levantándose aferrando hachas también y al verte irrumpir en la sala tornan la preocupación en rictus de determinación. Aún así, sabes que has sido lo suficientemente rápido como para darte una ventaja preciosa, la de la sorpresa y sabes que deberías aprovecharla hasta que lleguen los refuerzos...

Fârandar se sobresaltó cuando entró al ver tres adversarios encima de él, pero era un guerrero, un verdadero asûr y no retrocedería tan fácilmente, aunque cuando escuchó el grito de aquel loco respingó de nuevo. - ¿Un seguidor del Caos? No, tres. - pensó - Así que esto es lo que ha sucedido. - dijo, mientras esquivaba sin apenas esfuerzo el alocado ataque de aquel miserable, que se clavó con un sonoro crujido en la puerta a su espalda. 

Aquel enemigo tardaría unos preciosos segundos en recuperar su estabilidad, deberían ser suficientes para acabar al menos con uno de los otros que aún estaban empuñando sus armas y mirándole con cara de pez. Con dos diestros sesgos de su arma, le cortó el cuello a uno de ellos, para luego clavar el arma en un pulmón. 

Luego se las arregló para embrazarse el escudo mientras el otro ponía ojos de loco. 

- Adelante, aquí os espero. - dijo con una sonrisa provocadora.