Partida Rol por web

A vuestro servicio, Hiruma-sama. Cuando digáis emprenderemos la marcha a donde consideréis oportuno, dice el joven.

- Bien, partamos de inmediato hacia ese bosque. Si es una pista lo que debemos encontrar, cuanto antes lleguemos al lugar mejor. Prefiero viajar ligero y, además, tengo todo lo que necesito. – dijo el samurai al niño, palpando cariñosamente su daisho.
- Y otra cosa, Tataki. Cuando estemos solos, puedes llamarme Junzo. No me interesa perder el tiempo con formalidades absurdas. De hecho, durante el camino puedes ir poniéndome al tanto de lo que ha ocurrido.

El samurai Cangrejo se dirigió sin más ceremonias a la carretera que discurría fuera del complejo. Saludo a los guardias que custodiaban la entrada con un breve asentimiento de su cabeza. Eso fue todo el tiempo que utilizó el samurai en prepararse para su misión.
En unos pocos minutos, caminaba con paso apurado hacia su objetivo, con el joven guía tratando de mantener su paso.

Cuando ya has abandonado el campamento de la Legión escuchas que tu guía comienza a alcanzarte. Señor, ¿no prefiere ir montado? Así reservará las fuerzas para lo que pueda ocurrir e iremos más rápido. Acto seguido te tiende las riendas de tu montura, un pony de pelaje negro, fuertes patas y complexión robusta.

- A los Hiruma nos enseñan desde pequeños a transitar grandes distancias a pie. Sin cansarnos y sin bajar el ritmo. Muchas vidas dependen de que lleguemos a tiempo. Y no es seguro llevar caballos por las Tierras Sombrías...

Como vos deseéis, señor, responde tu guia mansamente.

Junzo tomó las riendas de su montura y se acomodó sobre ella. Después, levanto al niño con una sola mano y lo sentó tras él.
- Vamos, tomaré tu consejo. Sino, tendría que llevarte sobre mis hombros para que no me retrases. Ja !!!

Después de explotar en una sonora carcajada, el Cangrejo azuzó a su caballo. No lo exigió demasiado, pues el pobre tenía bastantes problemas para transportar semejante carga, pero mantuvo un trote parejo.
 

Tras unas pocas horas de viaje, y cuando Dama Sol aún está alta en el cielo, alcanzáis vuestro destino. Te encuentras en la linde de un bosque que, a lo lejos, te dió la impresión de ser gigantesco. No está en silencio, pues los pequeños sonidos de los animales que habitan en él son audibles desde tu posición.

Todo parece en calma.

A lo lejos, puedes ver una pequeña aldea, a menos de una hora de viaje.

Ya casi estamos en nuestro destino, señor, dice tu guia. Podemos adentrarnos en el bosque o ir a la aldea donde viven los testigo.

Junzo se detuvo expectante en el linde del bosque. Observaba con detenimiento el lugar y olfateaba el aire, como si fuera un perro de presa. Después, dirigió su vista hacia el poblado que se asomaba en la lejanía y pareció considerarlo un momento. Finalmente, descendió de su montura y, otra vez con una sola mano, tomó a su guía y lo depositó en el suelo.
- Veamos un poco como es el lugar. Más tarde hablaremos con la gente, pero conocer el bosque me servirá para evaluar sus testimonios. Créeme, una vez que la locura se apodera de la región, hasta los más temerosos comienza a experimentar aventuras increíbles… y tal vez algunos ni siquiera lo hayan pisado.

Ató las riendas de su montura con suavidad en una rama baja, de tal forma que el animal pudiera evadirse de ella si era necesario. Acto seguido, hizo un gesto a Tataki para que guardara silencio y se internó en el bosque.
 

Te adentras en el bosque mientras tu guia te sigue como si fuera tu sombra. Recorréis un buen trecho y no ves nada inusual, excepto algún cervatillo y jabalí despistado que has conseguido vislumbrar. Estás a punto de decidirte a volver, cuando...

Junzo avanzaba por el bosque. Se sentía mucho más cómodo que en cualquier palacio. Además, estaba acostumbrado a lugares corrompidos y retorcidos por la cercanía de la Sombra. Internarse en un bosque alejado de la garra del Enemigo era una experiencia que le producía gran felicidad. Se detenía en olores, sonidos y formas como un niño ante su juguete nuevo. Disfrutaba cada momento, y no tenía intenciones de abandonarlo tan fácil, incluso aunque no encontrara nada relacionado con su misión.

Nada extraño parece acontecer en el bosque, al menos que tú puedas percibir. De repente, Tataki exclama y señala hacia un punto entre la maleza. Al observar hacia el lugar, puedes ver a dos bandidos que estaban siguiendote a hurtadillas. Al ser descubiertos, comienzan a correr.

Junzo tardó un instante en reaccionar a las palabras del muchacho. De inmediato, se puso en marcha de un salto y corrió tras los extraños sujetos. Avanzó a gran velocidad entre la espesura, pero mirando continuamente hacia atrás, pues no quería descuidar a Tataki. Tenía la suficiente experiencia en persecuciones, como para conocer el destino que aguardaba a un guerrero que se aislaba del grupo. Aunque en la mayoría de ellas, él había sido la presa. No quería separarse de su compañero, pero debía mantener el ritmo de los bandidos. Así, mantuvo un paso apresurado, pero atento a cualquier sorpresa.

Los bandidos parecen conocer bien el bosque, pues su velocidad es endiabladamente rápida. De momento parecen coger ventaja sobre tí.

- Al diablo el niño. Si los pierdo, puede que no tenga otra oportunidad de saber que traman.

Junzo dejó de pensar en el muchacho y enfocó todos sus sentidos en el terreno que tenía por delante. No estaba orgulloso de su decisión, pero no tenía alternativa.

Uno de los bandidos parece tener algún problema al correr, y su compañero baja el ritmo para ayudarle, permitiéndote ganar terreno. Tataki te sigue lo suficientemente rápido como para no perderte.

Junzo se abandonó a sus instintos. Había pasado por la misma situación infinidad de veces. Tal vez el paisaje era distinto, pero las sensaciones eran iguales. Ramas golpeando su cuerpo, espinas cortando su piel, y el terreno crujiendo bajos sus sandalias. No había lugar en su mente para otro pensamiento. No necesitaba disciplina. Ni entrenamiento. Llevaba la carrera en la sangre.

Poco a poco vas dando alcance a tus enemigos, mientras tu guia te sigue a distancia.

Junzo sentía la proximidad de sus enemigos, y eso lo conminaba a aumentar sus esfuerzos. Como un lobo acercándose a su presa, el samurai sentía el sabor de la adrenalina en su boca, y olfateaba la sangre…