Partida Rol por web

1 de abril de 1924 - 22:35

Aquella noche, Veronica tenía una fiesta. Solía darlas a menudo, de modo que no era noticia. Con el tiempo, Mina se había acostumbrado al ritmo de vida la vampiro. Lo más importante para Veronica era su vida social, sus amigos y congéneres, los otros vampiros. No se los habían presentado como tales, pero Mina no era estúpida. Había descubierto por qué una de las cosas más importantes de la organización de las fiestas era la de invitar a humanos variados y fácilmente comprables a la par que olvidables. También el por qué de los jarrones fuera de los cuartos de baño, y qué significaba cuando había una rosa colocada en ellos. Mina había intentado entrar en el baño mientras estaba ocupado y había ofendido sin saberlo a uno de los amigos de Veronica, que salió con manchas de sangre en el cuello de la camisa y los ojos llenos de enfado. Pero eso había sido al principio. Ahora, Mina estaba acostumbrada a todo eso. Y si Veronica decía que estaba bien pues... debía estar bien.

Pero lo diferente de esta fiesta es que, por primera vez, Mina asistía a una fuera de casa.

Veronica decía que aquel era el Elíseo, un lugar de reunión pacífico donde los de su clase podían juntarse para charlar. El motivo de la fiesta era la reciente exposición de Adam Bolton, el amigo de Veronica. Pintaba cuadros expresionistas llenos de rojo y negro, de muerte y miseria. Eran violentos y apasionados. Veronica los había calificado de "insuficientes" en privado, pero desde que había empezado la fiesta no había dejado de remarcar lo maravilloso de su impacto visual.

La galería estaba plagada de gente y era difícil distinguir quién estaba muerto y quién no. Mina sabía que no era la única ghoul que había allí. Veronica le había dicho que, desde que había empezado a darle sangre, muchos otros la habían imitando tomando como pupilos a artistas de la ciudad. Pero Veronica le había dicho que ninguno le hacía sombra. "He conquistado la música", decía con orgullo mientras sonreía. Y su sonrisa era preciosa...

Mina se movía por la fiesta con total libertad, no como si fuese suya, sino más bien como si fuera un fantasma. Aunque podía sentir sobre su piel las frías miradas de los invitados, sabía que no podían tocarla; su cuerpo y su espíritu pertenecían a Veronica y tendrían que rendirla cuentas de manzillarlo.

Engalanada con un sobrio pero sugerente vestido negro, regalo de su protectora, Mina permanecía siempre cerca de Veronica y solo se alejaba para que pudiera hablar de asuntos privados o para ir a buscar más líquido espeso y caliente con el que rellenar su copa. Viajes en los que le daba tiempo a observar a su alrededor y ver las diferentes escenas que se sucedían en el Eliseo.

La pianista envolvió el brazo de Veronica en una ocasión en la que está le aduló y el rubor subió a sus mejillas, algo que definitivamente la hacía destacar en aquel círculo de amistades. Mina sonrió a su protectora y cuando se hubieron separado para caminar entre la gente susurró:

-Te pasas de buena conmigo, no soy tan perfecta como quieres hacerles creer -rió-. A diferencia de tus cuadros. Los tuyos si son perfectos, y son mucho mejores que los de este artista. Estos solo expresan rabia y angustia... No me gustaría verlos en mi salón... -se aventuró a comentar.

El comentario de Mina provocó que Veronica sonriera, pero la vampiro no contestó. En su lugar, se puso un dedo en los labios, exhortándola a callar. Se acercó a su oído -su olor penetró en la nariz de Mina en todo su esplendor- y habló en tono bajo:

-Guárdate esos comentarios para cuando estemos solas. En esta sala se encuentran algunos de los mejores oídos de la ciudad.

Era el mismo tipo de percepción sobrenatural que permitía a Veronica escuchar la caída de un alfiler de una habitación a otra, si se concentraba. Gracias a ella podía escuchar el ritmo de su hermoso corazón.

-Mi queridísima amiga -dijo Adam Bolton acercándose a Veronica. La protectora de Mina contestó con una sonrisa y aceptó las manos que Adam le tendía-. ¡Qué placer verte aquí! A ti también, Mina. -Ese cumplido iba más dirigido a Veronica que a la propia Mina, y su domitora lo aceptó con un cabeceo-. ¿Qué te parece mi colección? Sé sincera, arpía mía.

-Son fantásticas -contestó Veronica apretando las manos blancas de Adam-. Precisamente eso le estaba comentando a mi pupila. Me encantaría tener uno en mi salón.

-No puedo negarte algo así. Si quieres uno, escógelo y será tuyo -propuso él-. Pero a cambio te pediré que me dejes ver de una vez por todas una de tus obras. ¡No puedes quedarte toda la belleza para ti!

-Aún no he pintado un cuadro que esté a la altura de los tuyos -contestó Veronica-. Cuando lo haga, entonces...

Una mujer de raíces italianas o españolas se acercó con garboso paso. Mina la había visto con anterioridad en las fiestas de Veronica, y ésta siempre intentaba complacerla por encima del resto de sus invitados. Por ello debió dejar las manos de Adam para volverse hacia ella inmediatamente.

-¡Veronica! Adoro tu vestido. Hola, Adam. Bonitos cuadros. ¿Por qué no vienes con tu preciosa ghoul a charlar un rato con Anabelle y conmigo? Me ha pedido que te diga que necesita saber dónde lo has conseguido.

Veronica no tardó en despedirse de Adam y caminar hacia María y su compañera, una francesa muy guapa. El pintor quedó atrás con las fosas nasales dilatadas de rabia y una mirada nada complacida...

Mina observo a los vampiros hablar prestando atencion a cada una de las palabras que pronunciaban. A ella siempre le daba la sensacion de que sabian su diacurso de memoria, como si estuvieran siguiendo un guion en vez de estar improvisando. Eran tan diferentes de los asiduos al club y sus charlas desorientadas de borrachos... Y mucho mas guapos, casi perfectos. -Creo que alguien se ha molestado... -susurro al oido de Veronica tras permitirse mirar al pintor sobre su hombro.

-Nos conviene más estar de buenas con María -dijo Veronica entre susurros.

La francesa, a la que María llamaba Anabelle, era una joven rubia y de ojos verdes bastante hermosa que miraba interesada a Mina. María y Veronica charlaban sobre la política, el Elíseo y algo llamado el Clan. Veronica había comenzado a hablar con ese tono interesado y encantador (sin olvidar falso) que usaba a veces con otros vampiros. Era evidente que Veronica quería tener contenta a María y que ésta buscaba que Veronica viera con buenos ojos a Anabelle. Y Adam Bolton poco tenía que decir en ello.

Cuando la conversación viró hacia las bondades del arte y las capacidades de sus pupilas, Veronica propuso que Mina cantase algo para complacer a María.

-Por favor -dijo Veronica en general, y las conversaciones se fueron acallando para prestar atención-. Quiero hacerle un regalo a Adam por su exposición. Una obra de arte por otra. Mina, ¿por qué no cantas?

Mina le devolvió un par de veces la mirada a Anabelle acabando por sentirse algo abrumada y prefiriendo enfocar su vista en otros lugares como el suelo o las brillantes lentejuelas que algunas llevaban en sus vestidos.

La pianista llegó a distraerse tanto con los destellos que miró sorprendida a Veronica cuando anunció que iba a cantar. Aún así Mina estaba preparada para hacerlo pues estaba acostumbrada a actuar en eventos como aquellos, aunque no recordaba haber estado rodeada de gente tan importante en apariencia.

La joven tragó salida y sonrió nerviosa, sus mejillas se sonrojaron cuando dio un paso al frente dando color a su pálida piel. Entonces empezó a cantar con una melodiosa voz; normalmente se sentía más agusto (y oculta) acompañada de un piano, aún así se desenvolvió bien.

Su canción fue bien. Las notas fluían lentamente, bien, correctas. Estaba nerviosa, pero había cantado toda su vida y a Veronica le encantaba su voz. Paseó su vista por los presentes mientras pronunciaba las estrofas y, de repente, se quedó callada a mitad del estribillo.

Sus ojos se quedaron fijos en los pendientes de una de las presentes. Eran unos pendientes hermosos, con rubíes engarzados en plata y filigranas doradas. Si había visto alguna vez otros igual, Mina no lo recordaba. El don de la vista merecía la pena sólo por poder observar algo como aquello.

Mina no era capaz de seguir cantando. Se había quedado atrapada, mesmerizada por aquellos pendientes. La luz se refractaba en ellos como nunca había visto. No podía ni moverse, sólo mirarlos.

Una carcajada se inició en el fondo del público. Luego la siguió otra. Mina escuchó cómo se reían de ella mientras no podía hacer otra cosa que mirar los pendientes. Las risas se volvieron estridentes. La mujer de los pendientes giró la cabeza y el contacto visual se rompió. Ahora, Mina era plenamente consciente de las risas, de los rostros inflamados por la hilaridad. Todos se reían a su costa. Todos, menos Veronica.

El destello rojizo de la piedra era lo único que Mina alcanzaba a ver. Era tan... cálido, tan hermoso... Aquella pieza de joyería era una de las más exquisitas que jamás había visto. Un finísimo trabajo en plata y rubíes tallados con precisión milimétrica. Entonces desaparecieron de su vista y escuchó las risas. ¿Cuando había dejado de cantar? ¿Cuánto tiempo llevaba admirando aquellos pendientes?

Mina volvió a ser consciente de lo que le rodeaba y no supo que hacer. Seguía siendo el centro de la smirada,s pero también de las burlas. Sintiéndose cohibida y abrumada su cara entera enrojeció y en sus ojos comenzaron a amontonarse las lágrimas.

Sin poderlo aguantar más, Mina bajó de la tarima y se hizo paso entre la gente con la cabeza gacha, pues no quería mirarlos, no quería tener que recordar sus caras más adelante... Como pudo, la joven se hizo paso hasta la puerta del pasillo y siguió corriendo hasta entrar por la primera puerta que no estaba bloqueada. Una vez dentro la cerró y echó el pestillo.

Mina permaneció allí dentro el tiempo suficiente como para que las conversaciones se reanudasen y la música volviese a sonar. Como los vampiros no necesitaban ir al baño, disfrutó de un rato de soledad vergonzosa, de odio hacia sí misma y hacia la extraña condición que había provocado su estupor ante unos malditos pendientes.

Llamaron a la puerta. La voz de María se escuchó al otro lado.

-¿Estás ahí, Mina? -No esperó respuesta-. Te oigo respirar. ¿Por qué no sales un rato? Ya ha pasado todo...

Mina se secó las lágrimas con un trozo de papel de manos y se miró en el espejo: tenía los párpados y los ojos enrojecidos, como Verónica cuando necesitaba de su sangre.

-Enseguida... -dijo hacia la puerta.

La pianista frunció el ceño y tiró el papel a la basura antes de abrir el pestillo, pero no abrió la puerta. No se sentía con ganas de salir.

-Vamos, vamos, no puede ser para tanto... Eso sólo significa que eres una de nosotros. Todos tenemos el mismo defecto. ¿Abres la puerta? ¿Sí? -Sonaba tan convincente que Mina se sintió obligada a ello. María sonreía desde el umbral de la puerta-. Mírate, te has arruinado esa cara tan preciosa que tienes. Eso sí que es un crimen.

Mina se atrevió a mirar a María un instante antes de apartar la vista hacia el suelo.

-Pero, yo... Todos se han reído de mi. No puedo volver ahí ahora -dijo llevándose un pañuelo a la nariz-. No se que me ha pasado, esos pendientes... Me han llamado la atención. Eran preciosos.

-Sí, lo sé, la maldición de la belleza. Si te contara todas las veces que me ha paralizado un perfume o el toque de la brisa... Pero son cosas que pasan y la inmortalidad supera con creces ese pequeño precio a pagar -afirmó María-. Es lo que tiene ser del Clan Toreador.

-¿El Clan Toreador? -preguntó levantando la mirada de nuevo y apartando el pañuelo de su nariz-. ¿Pertenezco a un clan?

-¿Es que Veronica no te ha explicado nada? -preguntó la mujer con intención-. La sangre que bebes de ella te transmite las cualidades de nuestra familia, a falta de un término mejor. Los Toreador sentimos una grave inclinación hacia las cosas hermosas. Una cara como la tuya, la canción que has cantado... o cosas que los humanos no pueden comprender ni percibir, como las sombras que proyecta una pared de ladrillos en una noche de luna llena.

María le acarició la mejilla dulcemente. Exhudaba un aire de sensualidad y carisma parecido al de Veronica, pero éste era mucho más potente.

-Pero somos los más elevados entre los de nuestra clase. El resto de vampiros viven sus días ajenos a la belleza y al arte. Eres una muchacha muy afortunada por tener una domitor como Veronica.