Partida Rol por web

10 de noviembre de 1923 - 00:36

Phineas, el nuevo chófer de Matthias, dejaba mucho que desear. Era ruidoso, vulgar y maleducado. No dejaba de meterle mano a las chicas del club y de emborracharse en cuanto se sentaba en una barra, pero tenía la complexión de un toro salvaje y Matthias había visto que era capaz de romper dedos sin despeinarse. John nunca habría hecho algo así. Pero los tiempos cambian y las necesidades también.

Había pasado casi un mes desde la noche en que supo que Tommy era un vampiro, que John no volvería a caminar ni a peinarse y que probó la sangre directamente de la vena. Empezaba a sentir ansia, pero sabía que no debía molestar a Tommy con eso y menos cuando tenía tantas cosas en la cabeza.

Había descubierto durante las últimas investigaciones que Anderson, el rival de Tommy, tenía untada a la policía portuaria para que le dejasen meter alcohol canadiense en el país. La naturaleza vampírica de sus arreglos le mantenía apartado de los chanchullos de los gangsters. Por eso no había tenido que hacer cuentas con Capone, exactamente igual que el propio Matthias.

Por eso, Anderson iba a tener que hacer cuentas con el propio Tommy.

Su domitor le había contado que los vampiros tenían un líder llamado Príncipe, que era el que dictaba las reglas en la ciudad. Este Príncipe tenía prohibido a los vampiros que metiesen las manos en la policía, entre otros. Anderson estaba jugando a un juego muy peligroso para tratar de enriquecerse. El objetivo de Matthias iba a ser ayudar a desenmascararlo. Precisaba de pruebas, ¿y qué mejor que la confesión de uno de sus criados, atrapado tras hacer otro intercambio?

En aquellas semanas, Matthias había seguido al propio Anderson y a su chico de los recados sin que lo vieran. Ahora era mucho más cuidadoso. Sabía que el chico de Anderson efectuaría un intercambio en el puerto esa misma noche, solo. El vampiro tenía que acudir a una fiesta de vampiros, o eso le había contado Tommy. Matthias contaba con Phineas, George y Angelo. Por lo demás, estaba solo, era el jefe de la operación y el éxito dependía de él. Y como Tommy le había insinuado, podía gastar toda la sangre que quisiera en la operación, ya que le recompensaría con más si todo salía bien.

No muy contento ni satisfecho con la “retaguardia” que llevaba, Matthias fumaba esperando la aparición del chico de Anderson. Tenía los nervios crispados, pero la recompensa y la satisfacción de obtener su venganza le obligaban a no descontrolarse. En aquel mes había aprendido lo que era la paciencia, sobre todo cuando visitaba a John, cosa que ocurría con menos frecuencia de la que le gustaría. Se le partía el alma cada vez que lo veía, igual que las primeras veces con Cristen. Ahora pasaba más tiempo en el bar desahogando la rabia como podía que en cualquier otro lugar. Era como su segunda casa.

A diferencia de la vez anterior, aquello saldría bien. Estaba seguro. Tenía que salir. Si Anderson tenía a la policía portuaria comprada no iban a meterse ahí en medio. Angelo vigilaría para avisarles de su regreso y después frenarían su coche antes de que regresase a las pobladas calles de la ciudad. Phineas no tenía escrúpulos, sabría cómo hacerlo. Matthias haría el resto. Ahora que se sentía prácticamente inmortal no había miedo. Le quedaba demasiado poco como para tenerlo.

Angelo hizo la señal que indicaba que el tipo se ponía en marcha otra vez y acudió al coche. Phineas arrancó y dio un par de vueltas. Para entonces el otro tío, al que acompañaba un muchacho enjuto y de aspecto raro, se había encaminado a su propio coche. Phineas dio un frenazo junto a ellos y George, que ya tenía la pistola preparada, le arreó un culatazo al chaval que lo dejó sangrando y sin ceja. El otro los miró como un venado deslumbrado por los faros de un coche. Hizo ademán de correr.

Matthias se bajó veloz cual rayo y se lanzó a por el otro sin darle tiempo a nada. De allí no se iba nadie. Lo agarró fuertemente de la chaqueta y descargó el puño en su costado con intención de dejarlo lo suficientemente dolorido como para arrastrarle al interior del coche y largarse.

El puñetazo le hundió las costillas y un desagradable crujido resonó en la calle vacía. El tipo dejó escapar un aullido de dolor y se volvió para devolverle el golpe. Se desequilibró y cayó al suelo sobre su costado, aumentando el dolor.

Matthias lo levantó del suelo aprovechando su debilidad y lo arrastró al interior del coche con un gruñido amenazador.

-Sigue poniendo resistencia y acabarás sin piernas.

-Y sin cabeza -apostilló Angelo mientras le apuntaba con un revolver de gran calibre.

Phineas pisó a fondo, esperando a llevarlos a donde Matthias dijera.

Matthias dio instrucciones para llevarlos a un descampado de las afueras. El local era demasiado peligroso y cualquier otro lugar implicaba la cercanía de la policía y, en consecuencia, problemas. Una vez allí, lejos del bullicio y los ojos indiscretos, se aseguró de atarlos bien y sacarlos fuera del vehículo arrastras.

-Bien, muchacho. Vamos a tener una pequeña charla. Pequeña si estás dispuesto a colaborar, claro.

Lo colocó bocarriba, poniendo la suela del zapato sobre su pecho y desenfundó la pistola. No creía que la necesitara, estaba seguro de que podía arrancarle la garganta con las manos si hacía falta. Pero él no.

-Primera pregunta: ¿para quién trabajas?

-Para el presidente de los Estados Unidos -replicó él. Tenía un hilo de sangre colgando entre los labios, pero se mantenía firme-. Es un cabrón, pero paga bien.

-Ummm... ¿Sabes? Se puede vivir de muchas maneras. Sin pies, por ejemplo -dijo mientras sacaba un cuchillo y le hacía un gesto a Angelo para que le quitase el zapato. -¿Te retractas?

Cuando Angelo fue a quitarle el zapato, el prisionero le dio un puntapié en la nariz y se la rompió. Mientras Angelo gritaba con la boca llena de sangre, el tipo intentó escapar una vez más. Cogió la pierna de Matthias y trató de apresarla mientras se levantaba. El ghoul se vio desequilibrado y tirado al suelo mientras el criado de Anderson echaba a correr a trompicones.

Haciendo oídos sordos a los alaridos de Angelo, Matthias se puso en pie cogiendo el cuchillo del suelo y corrió igual que un chaval con el doble menos de edad que él. Por mucho que corriese no llegaría muy lejos estando él allí. Tommy le había provisto de sangre suficiente, y habría más si conseguía algo útil. No iba a dejar escapar la oportunidad. Tampoco la de vengarse.

Le alcanzó pocos metros después, descargando toda su fuerza en un golpe lateral.

El golpazo en el costado provocó que el otro cayese al suelo gritando. Se llevó una mano a las costillas ya dañadas y la apretó mientras rodaba dolorido. Miró a Matthias lleno de odio, con un hilo de sangre corriéndole por la comisura del labio, y rechinó los dientes para evitar seguir quejándose.

Si quería sacarle información se le iba a acabar el chollo como siguiera golpeándole así.

-Muy bien, muchacho. No tienes muchos sitios a los que ir y no tengo paciencia para aguantarte. Tu jefe es Anderson y, al parecer, está haciendo algo que no debería. Comprar la policía portuaria. Si quieres seguir jugando al perro y al gato acabarás por lastimarte mucho, así que te empieza a cantar -amenazó mirándole fijamente a los ojos.

Comenzaban a temblarle las manos por ese impulso animal que ya le resultaba incluso familiar. Se estaba cansando, pero en el fondo no le daba ninguna lástima aquel pobre hombre. Cuando terminase de hablar se dedicaría a cosas mejores.

-Sí, es verdad -murmuró gorgojeando-. Trabajo para Anderson. Tenemos el negocio del licor, pero eso es todo. No puedes hacer esto.

-Ah, ¿no? -respondió con sorpresa, alzando las cejas-. Pues para no poder hacerlo creo que lo estoy haciendo. Y "eso es todo" no es la respuesta correcta.

-Cuando él se entere va a arrancarte la cabeza -insistió el otro-. Ni cuatro palurdos como vosotros servirían para que se despeinarse.

-¿Por qué? ¿Porque es un vampiro? -le susurró con una suave risa infernal-. Y eso será si queda algo de ti para contárselo.

-¿Querías que te dijera eso? ¿Que es un vampiro? Tú eres otro chupón, ya veo... -Soltó un gargajo sanguinolento-. Mira... escucha... yo no quiero problemas. Te diré lo que quieras si me dejas marcharme. Tengo familia, ¿sabes? No hago esto más que para poder dar de comer a mis hijos...

-Hum... Yo tengo una mujer enferma y un chaval tetrapléjico por vuestra culpa, ¿sabes? Y creo que no te haces una idea de cuánto me cabrea esto. No me das ninguna pena, así que empieza a soltar todo lo que sepas si quieres que siga teniendo piedad de tu miserable vida cuando acabe esto -farfulló entre dientes con un leve gruñido.