Partida Rol por web

1 de abril de 1924 - 11:38

Matthias acababa de asistir al funeral de Cristen. Había observado cómo descendían el cuerpo de su mujer y sellaban su tumba con cemento. Había cabado tan consumida que el velatorio se había hecho a ataúd cerrado. Los últimos días, Cristen había sido un pajarillo moribundo y flaco con la piel amarilla y demasiado enferma para hablar. Lo único que había podido hacer para despedirse era mirar a su marido fijamente a los ojos antes de sumirse en un sueño inducido por los narcóticos. Su corazón se había parado dos días después.

Dos días antes de ese momento.

La lápida, la más cara que se podía pagar, era hermosa. Tenía encargada una estatua angelical con el rostro de Cristen cuando aún no había enfermado, pero no se acabaría hasta dentro de mucho tiempo. Lo bueno es que las estatuas no se descomponen ni mueren. Son inmortales y perviven para siempre. Cristen nunca se iría del todo, siempre permanecería sobre su propia tumba, lista para recibir a quien quisiera ir a verla.

John habría querido asistir, pero no podía salir de casa.

Matthias regresó en coche. Phineas se abstuvo de comentar nada y le dejó salir con una despedida lacónica. John estaba en su cuarto. La enfermera contratada que se ocupaba de él todo el día le había puesto la radio y ahora sonaban las noticias internacionales. John detestaba las noticias, pero no podía apagar o cambiar el canal.

Decir que no lo esperaba habría sido mentir. Y lo hizo. Matthias pensaba que cuando ocurriese se sentiría aliviado por la carga que le suponía mantener a Cristen. No económica, eso era lo de menos, sino emocional. Y cuando se fue, entonces la echó de menos. Su risa, su piel suave y tersa, su timidez y sus recatados modales... Todo. Pero esa Cristen se había ido hacía tanto tiempo que ni si quiera podía decir que la estatua angelical que había encargado se parecese a ella. Era un estatua, fría y gris, no cálida y con sangre en las venas. Hubiera preferido no hacerla, pero a la familia de su esposa sí le había gustado.

Se había ido para no volver, igual que él había abandonado Grecia y a su familia hacía ya varias décadas. Igual que todos esos cadáveres que había dejado desperdigados por la ciudad. Igual que millones de cosas que se dejaban atrás durante la vida, como las buenas y malas decisiones.

El griego entró en la habitación, cabizbajo y con la mirada nublosa, como si tuviese miedo de alzarla y encontrarse el fantasma de Cristen allí. O tal vez fuese sólo su mero recuerdo. Le hizo un gesto hosco a la mujer que cuidaba de John para que se fuese y apagó la radio entes de coger una silla y colocarla junto a su cama. No dijo nada, apenas le miró. John era otra carga en su conciencia, estaba así por su culpa, consumiéndose postrado en un lecho confortable y con todo tipo de atenciones pero, a fin de cuentas, tan solo como había estado Cristen todos aquellos años. Consumiéndose hasta ser una sombra pesarosa en su memoria, como una mascota que había dejado de gustarle y le pedía cariño de vez en cuando. A eso se reducían las personas cuando dejaban de ser lo que eran. Adaptarse no parecía ser una opción.

John le miró por el rabillo del ojo. No podía moverse por debajo de la barbilla ni siquiera para mirar a quien hablaba. Tampoco es que hablase demasiado. Solía ahogarse. Al no poder respirar bien, prefería guardar el aliento para mantenerse vivo y dejar la comunicación para otro momento. Un momento remoto en el que pudiera moverse otra vez y ser el chico que fue.

-Lo siento mucho, Matthias. ¿Ha ido mucha gente? -preguntó con voz rasposa.

Matthias levantó la cabeza y se recolocó de forma que John pudiese hablarle y mirarle mejor. Le costaba darse cuenta de lo complicada que era su vida a veces.

-Ha ido la gente que tenía que ir. Muchos conocidos, amigos que ya ni se acordaban... Gente. Creo que se habría sentido arropada.

"Habría sentido"... De estar viva...

-Sí... -dijo John con voz rasposa-. Cristen era una buena mujer. Todo el mundo habrá querido ir a su entierro.

John suspiró con amargura.

-Seguro que su lápida es bonita. Seguro que pasear junto a ella, a la sombra, es... -De los ojos de John comenzaron a fluir lágrimas y él cerró los ojos intentando controlar su llanto. No podía mover el cuello, esconder la cabeza contra la almohada o taparse la cara. Estaba atrapado.

Matthias calló. Le daba vergüenza ajena encontrarse en aquella situación, viendo llorar al muchacho, impotente, que no podía hacer nada ni por secarse las lágrimas o los mocos. ¿Cómo podía soportar esa situación? ¿Cuánto más iba a durar, hasta su muerte?

El ganster sacó un pañuelo de tela del bolsillo y le limpió el rostro. Estuvo a punto de decirle que un hombre no lloraba de aquella manera, pero se contuvo al darse cuenta de lo destrozado que estaba John. No podía seguir así, no podía consentirlo. No había hecho mucho por Cristen y, seguramente hubiese podido hacer más. Repetirlo sería un error.

-No llores. No merece la pena llorar ya. -dijo con voz grave al levantarse.

John obedeció aunque era evidente que deseaba seguir expresando su pena. Pero debía de pensar lo que Matthias: un hombre tenía que ser capaz de dominarse incluso en las peores situaciones.

Matthias comió con él quedamente y después se fue a The Green Mill para llenar su cabeza con cosas que no fuesen recuerdos o remordimientos. Pasaron las horas y el club abrió y la gente comenzó a llegar. Al anochecer, Tommy hizo lo propio y subió al despacho fumando un cigarrillo.

Era asombroso el efecto balsámico que producía la presencia de Tommy. Aunque seguía teniendo las mismas preocupaciones, pasaban a un segundo plano cuando su domitor aparecía en escena. Todo lo que le pedía el cuerpo era mirarlo y cumplir sus órdenes, y aunque su mente pudiera hacer por evitarlo, la sangre que recorría las venas de Matthias, envenenada con la sangre de Tommy, clamaba por fidelidad. Y era sorprendentemente fuerte.

-Buenas noches -dijo el vampiro.

Quizá en el fondo, muy en el fondo, su deseo era aquel. Acudir al despacho de Tommy a sabiendas de que olvidaría todo lo demás en cierto modo. Era una droga, una legal que no dejaba rastro más allá de la imperiosa necesidad de beber la esencia de aquel hombre. Si bien, cualquiera que conociese la verdadera naturaleza de sus pensamientos le habría acusado de homosexual sin dudarlo. Alguna vez incluso él mismo se había reprendido por ese pensamiento, pero tran cerca de un año conociendo la verdad, las preocupaciones al respecto se habían disuelto como azúcar en agua, dejándole un dulce sabor al refrescarse y saciar sus instintos.

Cuando Tommy hizo aparición se quedó mirándole, cigarrillo entre los labios, unos instantes antes de recuperar el cauce de sus pensamientos.

-Hola -dijo en tono quedo-. Quería hablar contigo. Sobre John.

La mirada de Tommy fue indescifrable. Tras dar una calada al cigarrillo, le hizo un gesto para que empezara.

-Dime.

Matthias aplastó el cigarrillo en el cenicero, retorciéndolo, y suspiró buscando las palabras adecuadas. Era algo que nunca se le había dado bien.

-Si la sangre me hace sentirme como un chaval, ¿qué efectos tendrá sobre John?

Tommy negó con la cabeza.

-Olvídalo, Matthias. No va a pasar.

-¿Por qué no? -replicó con furia. No podía echar por tierra su única idea y ya está.

-Porque ya tengo un ghoul, no necesito otro -contestó Tommy. Apagó su cigarro en el cenicero al igual que había hecho Matthias y se cruzó de brazos-. Menos aún un ghoul creado por compasión.

-Es un crío, y está así por beneficiarte a ti. ¡Maldita sea! Ya he perdido a Cristen, la he visto consumirse durante años. No quiero tener en mi casa a otro moribundo comiéndome la conciencia. -protestó, dando un golpe a puño cerrado en la mesa y mirando con los ojos chispeantes a aquel ser.

-La vida es dura, pero no hay un camino fácil. Los inmortales lo sabemos bien. Deberías ir acostumbrándote. En el tiempo que llevo vivo he visto morir a dos generaciones de humanos, y más me quedarán por ver. Es triste, pero es la verdad. Lo siento, Matthias. -El vampiro sonó inflexible.

En el fondo Matthias sabía lo que se refería, aun en su corta experiencia. ÉL también había arrancado vidas con y sin justificación, tanto a inocentes como a culpables. Pero ninguna de ellas le había tocado especialmente de cerca. Era duro, era lo que debía hacer, pero se negaba a ello. Tommy no tenía que visitar rutinariamente a John para que le comiese la conciencia.

-No puedo dejarlo así -espetó entre dientes, mirándole con rabia contenida.

-Pues lo harás -contestó Tommy con dureza-. Lo harás porque no tienes alternativa. Tú eres uno entre un millón: te he dado algo que la mayor parte de la gente sólo puede contentarse con imaginar. No voy a hacer lo mismo con tu chaval y caso cerrado. No va a pasar.

El vampiro suavizó su tono entonces y se acercó lentamente a Matthias.

-Pero quizá su enfermedad sea algo más que lo que pueda soportar. Ahora está postrado en una cama. No se puede decir que esté vivo, ¿no?

Matthias fijó los ojos en él, como el cazador acechando a la presa. Aunque más bien era el caso inverso.

-Es mejor que estar muerto -sentenció firmemente.

Si Tommy estaba pensando en quitarlo de en medio se equivocaba. No lo haría. No era vida, cierto, pero alguna manera habría de solventar aquello. No iba a tirar la toalla como con Cristen.

-Entonces ahí tienes tu respuesta -contestó Tommy cruzándose de brazos-. ¿Has terminado ya? Tengo trabajo que darte.